El
año 1981 tiene un significado personal bastante intenso. Hay números, y fechas,
que de pronto, sin saber bien la causa, los adoptamos como amuletos de la
suerte. Es lo que me ocurre con 1981; la fecha es especial y sé por qué. Además
es el año en que le dieron el Premio Nacional de Literatura a Gonzalo Torrente Ballester por escribir
esta novela en 1980. Bueno, también tocó el primer premio de la lotería de
Navidad en Cartagena, pero mi familia no vio ni una peseta de las de entonces.
El caso es que la magia que envuelve a 1981 es la misma que aporta La
isla de los jacintos cortados, creo que supone el estilo más erótico de
la obra del autor y al mismo tiempo fluye sencillo a veces, otras, barroco.
La
trama amorosa es doble también, real y mágico ficticia; en esta novela,
Torrente Ballester, haciendo gala de su proverbial maestría y dominio del
lenguaje, entremezcla dos historias diferentes pero interrelacionadas; en la de
personajes “reales”, el narrador protagonista escribe a su alumna Ariadna, una
joven becaria griega, una carta. La carta inventada por el por el narrador (el
profesor de Literatura) constituye la otra historia; en ella vamos descubriendo
el amor que siente hacia Ariadna y vamos siendo conscientes de la imposibilidad
de dicho amor, pues todo acabará al final de las vacaciones en La Gorgona, una
isla que el campus alquila mensualmente a profesores y alumnos.
La
primera historia ofrece un triángulo amoroso en el que el narrador está
enamorado de Ariadna, alumna que a su vez quiere al profesor de Historia, Alan
Sidney. Ambos amores son no correspondidos por lo que todos los protagonistas
sufren.
En
este análisis me voy a centrar en la influencia de la épica griega en la novela
actual, pues en el sufrimiento amoroso encontramos la primera semejanza con la
poesía erótica clásica, en la que lo importante era describir el padecimiento
sexual; los deseos amorosos causantes de júbilo en los amantes eran bastante
infrecuentes entre los poetas griegos. Conforme a esto, Ariadna llora su amor
imposible y el narrador sufre a lo largo de la novela el desamor de Ariadna.
Solo en un breve fragmento parece nacer un sentimiento entre ambos, que
desbarata una situación de la otra historia.
El
propio nombre de la protagonista, enamorada de (y abandonada por) Alan Sidney,
responde al de la mitológica Ariadna, igualmente conquistada y abandonada por
Teseo, cuya perversión, capaz de abusar del amor puro de la seducida para
lograr sus fines y traicionarla después, es similar a la impotencia que
caracteriza al profesor de Historia. Este escribe un libro en el que llega a la
conclusión, por procedimientos no científicos, de que Napoleón fue una
invención. Lógicamente, la disparatada afirmación desata las críticas de sus
colegas, que lo dejan en ridículo, por lo que el profesor enamorado va
reinventando el argumento hasta confirmar la conclusión de Sidney para que su
prestigio no se vea mermado ante los ojos de su alumna. Curiosamente, aún hoy
el personaje de Napoleón atrae a escritores para entretener con él el argumento
de sus novelas, como Paco Santos, quien en El mérito de ser detective y no fumar,
encuentra en Napoleón una jugosa asociación entre el tabaco, el coñac y su
testículo.
Pero
en La isla de los jacintos cortados,
el narrador enamorado viaja con su mente hasta el siglo XIX para ser testigo de
lo que ocurrió en La Gorgona (La isla de los jacintos cortados) y estructurar
la invención de Napoleón. Estos viajes se los cuenta en un diario a Ariadna y
terminan por acaparar el argumento de la novela, pues con el viaje pretenden
otorgar autoridad y la salvación de Alan Sidney, tal como Jasón y los
argonautas consiguieron prestigio al dirigirse a la Cólquide para obtener el
vellocino de oro; incluso la forma de narrar es parecida pues si en Las argonáuticas «les soplaba con ímpetu el Noto, y a su soplo favorable exponiendo las
velas, penetraron en las difíciles corrientes de la hija de Atamante», en La isla de los jacintos cortados «El Artemisa navegaba hacia un temporal en
el que se había metido con todo su velamen […] y el barco peleaba contra el
viento y las olas».
Fiel
a Homero, Apolonio consigue que las divinidades inmortales permitan el camino a
los argonautas «Atenea se apoyó contra un
poderoso peñasco con su mano izquierda y empujó la nave…».
Y
fiel a los clásicos, Torrente buscará la colaboración de inmortales como
Cagliostro, que les indicará hacia dónde orientar la investigación del porqué
se inventó a Napoleón.
Manejando
detalles que podrían pasar desapercibidos, como insertar personajes guardianes
de la castidad en la isla de la Gorgona que, identificados con las Parcas,
vigilan durante la noche «ya lo habían
hecho», o construir personajes de la categoría de dioses, como Nelson «más poderoso que Poseidón, señor de los
navíos de tres puentes, campeón de los mares», el profesor de Literatura
compone una obra de magnitud comparable a la épica griega: durante una fiesta
en honor del almirante Nelson, las damas representan algunas escenas
mitológicas, Lady Hamilton, el nacimiento de Afrodita, Marie, desnuda y
adormilada es Leda, mientras que la condesa de Lieven, también desnuda, avanza
batiendo una túnica para abrirse paso entre sus piernas.
Torrente
juega con los lectores mientras nos descubre uno de sus temas clave, la
mitología, por eso no duda en sacar a los personajes quiméricos de la historia
fantástica y llevarlos a la real para remarcar el amor imposible; de hecho
Ariadna, a punto de besar al profesor, se suelta asustada cuando «unos grandes pajarracos pasaron a nuestro
lado en vuelo rápido» y, sin dudarlo, cree oír gritar a Aglae «soltaros de ese abrazo, cochinos!».
El
tratamiento del amor en esta novela sigue el tópico que Safo expone al evocar
Medea a Jasón, así cuando a Ariadna le recuerdan a Alain, el profesor de
Literatura le comenta «me pareció que te
ruborizabas». Si Medea llora, inquieta, por amor lágrimas compasivas,
también Ariadna se apiada de sí misma «el
modo de llorar que tienes en mi hombro me anuncia…». La alumna queda
derrotada ante el rechazo de Sidney (conocido en el campus como Claire), pues
descubre su impotencia. Como alivio, igual que hiciera Medea, solo le queda
dormir, «te dejaste caer en la cama».
Si
el amor hace temeraria a Medea, también Ariadna elabora un procedimiento de
ayuda a Claire contra su impotencia, aunque no dé resultado. El profesor Sidney
ha enamorado a Ariadna solo con la palabra, siguiendo otro de los tópicos
eróticos griegos.
La
novela es una magnífica reflexión sobre la verdad o apariencia en las
relaciones. Torrente mezcla ficción y realidad sin pérdida de verosimilitud al
exponer un mundo que combina libertad y despotismo, lo verdadero y lo
manipulado. El lenguaje engolado que emplea el poeta manifiesta cierto ridículo
que causan quienes se precian de ser
expertos en algo.
El
diario, o carta, nunca llegará a ser leído por Ariadna; las palabras solo
seducen si son escuchadas.
Han pasado más de 40 años desde que fue escrita y La isla de los jacintos cortados sigue siendo actual. Torrente cuestiona la realidad histórica, con personajes fantásticos reinterpretados, y reflexiona sobre los ejes que mueven el mundo y los indecentes que mueven estos ejes.