Tras
leer este libro, sólo me queda agradecer de todo corazón a Lara y Alberto que
me lo hayan regalado. Ya había leído los poemas que lo forman, no todos porque
en su momento se me escapaban muchas imágenes y no lo entendí bien. Pero una
vez más la editorial Reino de Cordelia ha superado todas
mis expectativas. La edición es fantástica, he de confesar que las numerosas
ilustraciones de Fernando Vicente me han cautivado y me han ayudado a entender
algún poema. Solo con ellas podría hacerse un libro gráfico de esta poesía.
Además
la edición comienza con unas palabras del filólogo, poeta, ensayista, crítico,
investigador y miembro de la Real Academia de la Historia, Luis Alberto de
Cuenca quien reconoce que no hemos tenido respeto por el pasado, reconoce que
el estado debe velar por el patrimonio cultural, reconoce que nos falta
educación y cultura y nos sobra ignorancia y corrección política. No podría
estar más de acuerdo. Además me ha conmovido que de Cuenca establezca una coincidencia
en entre Shakespeare y Lorca «mi amor por
el poeta granadino y por su obra corre parejo con el que me inspira el viejo
Will y su prodigioso teatro». Sería entrar en otro tema, pero me encantaría
hacer un estudio comparativo de ambos autores teatrales porque creo que tienen
bastante en común. Lo dejaremos para otro momento. Por ahora, el investigador
señala que «Poeta en Nueva York, es, tal vez, la obra más poderosa de la poesía
española del siglo XX, la más comprometida con su tiempo, la más rica en
metáforas y en matices estilísticos» de ahí que Dalí, que junto a Buñuel «arremetieron contra el romancero», tuviera
que arrepentirse y aceptar a Lorca como un surrealista, aunque probablemente
antes leyera el poema Fábula de los tres
amigos, dedicado a Emilio Aladrén, Dalí y Buñuel en el que nuestro autor se
da cuenta:
comprendí
que me habían asesinado
[…]
Destrozaron
tres esqueletos para arrancar sus dientes de oro,
Ya
no me encontraron.
Tras
el prólogo, hay una presentación de María Robledano y Jesús Egido en la que
definen a Lorca como un hombre moderno pues «parte
hacia Nueva York vía París y Londres para aprender inglés», y explican los
encuentros que tuvo con grandes personajes de la época, que se desprenden de
sus cartas y que van aportando de forma callada pistas para lo que será la gran
obra de su vida.
La
intención de los responsables de esta edición al unir las ilustraciones con las
cartas y la poesía ha sido superada con creces, «conocer la vida del poeta […] comprender la capacidad del arte para
trascender al hombre y […] entender […] cómo […] fue capaz de renovar la
poesía, perdido en una enorme ciudad que a priori […] le resultaba antipática». Ante esto no es de extrañar que el
propio Jesús Egido considere que «sin un
esfuerzo político y económico en Educación y Cultura seguiremos igual de burros
y de pobres que siempre» (yo añadiría que el esfuerzo ha de ser también racional
sobre todo a la hora de impartir educación en colegios e institutos. Pero de
nuevo estamos ante otro tema).
La
dedicatoria del libro es «A Bebé y Carlos
Morla», éste un músico, escritor y diplomático chileno destinado en España
en la IIª República y la guerra civil, durante la que rescató de la violencia a
más de dos mil personas que huían y sin embargo, no pudo salvar a Lorca.
Curiosamente hasta 2016 no tuvo en Madrid una calle con su nombre. Otra
justicia histórica y moral de Manuela Carmena.
Pues
tras todo esto comienza el poemario con unos versos de La canción del oeste, de Luis Cernuda, de su libro Un río, un amor que preconizan mediante
la anadiplosis quiasmática, el dolor que algunos de los hombres de la época
debieron sentir ante su sexualidad:
Furia
color de amor
Amor
color de olvido.
Ya
hemos comentado que todos los poemas van acompañados de cartas que García Lorca escribió a su familia; de
ellas podemos deducir que su estancia en Nueva York si no fue fructífera en
cuanto a dominio del idioma, sí lo fue en cuanto a gente con la que trató «es muy rica e influyente, y en su casa he
conocido yo a personas de gran relieve en el arte y la literatura y las
finanzas de New York». En sus cartas va cambiando la visión de la ciudad
aunque en ningún momento desfallece ante lo material que se va derrumbando «Estos días he tenido el gusto de ver […] la
catástrofe de la Bolsa […] los hombres gritaban y discutían como fieras y las
mujeres lloraban en todas partes […] me fui a buscar a mis amigos rusos tan
llenos de espíritu, casi locos, pero vivos y sangrantes ante el espectáculo de
la vida». Lorca supo sacar partido de lo bueno del ser humano allá donde
estuvo, no obstante, conforme pasa el tiempo, la nostalgia hacia su tierra y
familia es más evidente aunque es consciente de que «este viaje es importantísimo para mí, y esta experiencia de vida
netamente americana me encanta».
A
veces las cartas reflejan algunos apuros económicos, pero no pierde el buen
humor, «estoy lo que se dice en cueros.
En cueros. No tengo ropa ninguna y solo he ido presentable merced a cierta
fantasía combinatoria que yo tengo, pero ya no puedo seguir así». Otras
veces aparece la desilusión hacia el norteamericano que, sin escrúpulos, trata
a los negros con saña «No tienen espíritu,
son buenos sin profundidad, y malos sin relieve personal». Las
contradicciones entre la relajación y alegría de las cartas son evidentes al
compararlas con los poemas angustiosos que reflejan el dolor por su virilidad «Era que la luna quemaba con sus bujías el
falo de los caballos». La distensión en la comunicación familiar, «Aquí vivo algunos días como en un pueblo.
En una magnífica tranquilidad», que puede ser real, cambia a una
incertidumbre que se hace dolor en los versos que destilan una religiosidad
certera «¡Oh cruz! ¡Oh clavos! ¡Oh espina!»,
que reflejan la inmoralidad de N.Y. en los rascacielos de las personas
adineradas, allí donde han crucificado a Cristo y lo rematan una y otra vez a través del resto de ciudadanos
Entonces
se oyó la gran voz y los fariseos dijeron:
Esa
maldita vaca tiene las tetas llenas de leche.
La
muchedumbre cerraba las puertas…
En
la muerte descubre la salvación de los oprimidos, la liberación, incluida la
suya
porque
la luna lavó con agua
las
quemaduras de los caballos
Aunque
también, en esas cartas aparezca la indignación por las prohibiciones, la falta
de libertad y la intervención de la Iglesia en ello «Claro está que esto es una imposición de la odiosa iglesia metodista,
muchísimo peor que los jesuitas españoles en la fase histórica actual», y
por supuesto emerja de ellas el deseo reprimido que Lorca hubo de llevar en
España y del que se despojó totalmente en Nueva York «Este es un pueblo absolutamente salvaje (Columbia) […] voy a los
partidos de rugby […] el juego es hermosísimo, de una virilidad y una agilidad
al mismo tiempo que cautiva al débil que no lo puede hacer».
Nueva
York le provoca una rebeldía inusual en su poesía pues, si bien es cierto que
la denuncia está presente en su Romancero
gitano, ahora esta acusación aparece en imágenes surrealistas, las más
surrealistas de la poesía española, cuando se da cuenta de la desigualdad
social «Asesinado por el cielo»,
cuando es consciente de que hay dos mundos
Medio
lado del mundo era de arena
Mercurio
y sol dormido el otro medio
en
los que no hay reconciliación porque
Era
el momento de las cosas secas
de
la espiga en el ojo y el gato laminado;
del
óxido de hierro de los grandes puentes
y
el definitivo silencio del corcho
Nueva
York tiene una arquitectura angustiosa, sobre todo para aquellos que vienen de
África, para ellos, los negros, la gran ciudad se convertirá en su tumba. En Danza de la muerte, las imágenes
simbólicas entroncan con el surrealismo por el onirismo que desprenden «Era una gran reunión de los animales
muertos / traspasados por las espadas de la luz». El colorido modernista se
adapta con tintes surrealistas a la gran ciudad y a los negros, que sólo «Aman el azul desierto, / las vacilantes
expresiones bovinas» y «odian […] el
pañuelo exacto de la despedida».
Todos
aquellos diferentes a la norma lo pasarán mal en Nueva York, y Lorca denuncia
esta desigualdad entre razas y barrios porque, en su afán de vivir en un lugar ideal
no recuerdan su felicidad
De
la esfinge a la caja de caudales hay un hilo tenso
que
atraviesa el corazón de todos los niños pobres
se
han acostumbrado a ser como animales por eso sólo danzan, intentando olvidar,
como el resto de desarraigados
Pero
no son los muertos los que bailan
[…]
Son
los otros, los borrachos de plata, los hombres fríos
[…]
los
que beben en el banco lágrimas de niña muerta
En
general, Nueva York es la ciudad de la confusión, a veces ni se distingue el
cielo de la tierra, la población lo abarca todo, desde subterráneos hasta el
cielo, con sus rascacielos, y sin embargo la gente está sola, de ahí que el propio
poetas eche en falta aquello que ha perdido, porque ahora es plenamente
consciente de su nuevo yo, y esa angustia, remarcada por la repetición de un
verso (hiperbólico incluso en la grafía), no deja tener perspectiva de futuro.
En
Paisaje de la multitud que vomita,
Lorca se siente plenamente identificado con el sufrimiento y el pesimismo
consecuente:
LA
MUJER GORDA venía delante
arrancando
las raíces
La
mujer gorda
que
vuelve del revés los pulpos agonizantes
La
mujer gorda, enemiga de la luna
[…]
Son
los muertos, los faisanes y las manzanas de otra hora
los
que nos empujan la garganta
[…]
¡Ay
de mí! ¡Ay de mí! ¡Ay de mí!
Esa
mirada fue mía pero ya no es mía
[…]
Pero
la mujer gorda seguía delante
En Poeta en Nueva York hay un desconcierto presente entre la alegría y el dolor por la soledad
de los hombres, de tantos hombres juntos
Se
quedaron solos
[…]
Se
quedaron solas
[…]
Se
quedaron solos y solas
soñando
con los picos abiertos de los pájaros agonizantes
Esta
soledad interior es la responsable de la deshumanización del hombre blanco
…en
el suelo celeste de negras huellas
gritaban
nombres oscuros…
No
importa que el niño calle cuando le claven el último alfiler
y
del desamparo de las personas, enfatizado por gradaciones que dejan al
descubierto la impotencia real de los más débiles, los que no se ajustan al
orden estructurado de ese nuevo mundo.
Estaban
uno, cien, mil marineros
luchando
con el mundo de las agudas velocidades
sin
enterarse de que el mundo
estaba
solo por el cielo
Nada
tiene sentido en un mundo prostituido por las fuertes diferencias, agudizadas
en paradojas hiperbólicas que resaltan las antítesis
Será
preciso viajar por los ojos de los idiotas,
campos
libres donde silban mansas cobras de alambradas.
[…]
para
que venga la luz desmedida
que
temen los ricos detrás de sus lupas
Nada
tiene sentido porque no hay sueños en Nueva York, no hay luz, ni pájaros a
causa de la industrialización; las ansias de poder se ceban con los desprotegidos
y son siempre muchachas
heridas
antes de que los jueces
levanten la tela
por
eso aparecen las ansias de venganza aunque estén calladas por la noche
No
hay dolor en la voz. Solo existen los dientes,
pero
dientes que callarán aislados por el fuego
A
pesar de la anadiplosis que refuerza el ansia de venganza, el pesimismo es
absoluto, sólo se queda en las ganas porque el dolor del día sube al cielo
buscando belleza, nadie recibe con esperanza la mañana, ni los niños
abandonados, que no quieren dinero, ni los adultos abocados a un trabajo
inútil, porque no hay luz para los pobres, sólo sobreviven al dolor como recién salidas de un naufragio de
sangre.
En
este desajuste se instalan los sentimientos del autor, en un paralelismo que
iguala amor, verdad y dolor; su dolorido estado de ánimo hace que quiera
llorar, y sobre todo, ser libre de amar aunque sea escondido, mi amor humano / en el rincón más oscuro…,
quiere volver a su paraíso onírico sexual donde Adán fecunda peces deslumbrados, por eso apela a la sensualidad Dejarme pasar, hombrecillos de los cuervos,
/ al bosque de los desperezos / y los alegrísimos saltos.
La
inocencia desaparece en Poeta en Nueva
York, las imágenes surrealistas oprimen y eliminan la pureza del amor, y
resaltan el vacío de erotismo, el daño, la falta de libertad y la muerte. En
este sentido se alinea con Withman en su lucha por la extinción de cualquier
tipo de esclavitud
y
un niño negro anuncie a los blancos del oro
la
llegada del reino de la espiga
Un
reino del que él parece no poder disfrutar, pues un halo de muerte premonitoria
envuelve sus poemas
El
Sueño y la Muerte me estaban buscando
Para
finalmente poder liberarse de sus prejuicios y su sexualidad reprimida en la
muerte
Tropiezo
vacilante por la dura eternidad fija
y
amor al fin sin alba. Amor. ¡Amor visible!
El
objetivo de Lorca fue remover conciencias, si las imágenes simbólicas y
surrealistas son constantes en un afán de venganza a los oprimidos, cuando
expone sus deseos en Grito hacia Roma,
es bastante claro
porque
queremos que se cumpla la voluntad de la Tierra
que
da sus frutos para todos