Ha
dado para mucho esta última novela; para tanto, que de vez en cuando tenía que
volver atrás y leer de nuevo un determinado pasaje porque mi mente había volado
a otro sitio. Me ha permitido redistribuir las actividades de la semana, crear
algún que otro texto literario (o texto a secas) y visualizar mi futuro a corto
plazo.
Todo,
porque La pista de arena no es la novela que estoy acostumbrada a leer
de Salvo Montalbano. El argumento apenas mantiene una trayectoria de novela
negra; de hecho hay un muerto y es el que menos sentido tiene, ni para el que
lo mata ni para el propio muerto ni, por supuesto, para su mujer, que cuando
recibe la noticia le da un desmayo; yo creía que era de alegría por haberse
librado por fin de su maltratador y no, era de pena porque en realidad lo
quería «No pudo seguir. Las piernas se le
doblaron y se desplomó, desmayada». No se pueden dar esos mensajes tal y
como está el patio. «—Dottore –respondió
Fazio […] Entre los puñetazos, los puntapiés y los guantazos de su marido y, lo
que debió decirle Ciccio Bellavia, la pobrecilla no tenía más remedio que
acceder».
En
fin, no creo que Andrea Camilleri
fuese machista, simplemente tenía 80 años (más o menos) cuando escribió La pista de arena, y se nota. Yo lo he
notado. Hay cosas que no se sostienen y hacen perder el interés, el mío al
menos, porque apenas son influyentes para la trama. Montalbano está
especialmente despreocupado con lo que rodea el caso, a saber, la muerte a
golpes de un caballo y el secuestro de otro. Pero en realidad el caso no es de
su jurisdicción, aunque lo lleva él… ¿Porque se ha visto atraído por la dueña
del caballo y no se resiste a perderla de vista? El caballo, tras ser apaleado,
va a morir a la puerta de su casa y, desde que llama a sus compañeros de la
Científica hasta que vienen a tomar huellas, tiempo que aprovecha para ir a la
cocina a tomarse un café, el animal desaparece. Los ladrones saben que Salvo ha
visto el cadáver así que lo vigilan desde una barca anclada en el mar, hecho
que no consigue ponerlo nervioso especialmente. Como tampoco le afecta
demasiado que uno de los ladrones, al intentar quemar su casa, muriese de un
tiro.
No
encuentro ni siquiera un poco de realismo en que la policía no estuviera
enterada de las carreras ilegales que la alta sociedad hace a menudo, a una de
las cuales lo invita la guapa millonaria, dueña del caballo, que así, sin venir
a cuento, como si fuese un flechazo, se queda prendada de nuestro comisario,
que ha cumplido más de cincuenta años y empieza a acusar, con fuerza, el paso
del tiempo. Ahí es donde está la clave de todo. En La pista de arena lo importante es que el comisario Montalbano
siente que no es joven. Ha llegado a un punto de su vida en que la relación que
mantiene con Livia hace aguas, probablemente por la distancia entre ellos, los
celos que provoca el simple hecho de pensar en el otro con parejas diferentes y
que, en el caso de Salvo, es cierto. Por el contexto, intuimos que Livia se
mantiene fiel, algo que también queda hoy un tanto obsoleto. El hombre puede
tener algún desliz de vez en cuando, mientras que la mujer permanece fuerte
ante cualquier tentación.
La pista de arena está enmarcada en unas coordenadas
espaciotemporales específicas que intentan explicarla en una época concreta y
no en otra; pero creo que es el “tiempo” de Andrea Camilleri porque, aunque
está escrita en 2007, al leerla me viene a la mente el siglo XX, en un
pueblecito de la costa mediterránea donde los adelantos no eran disfrutados por
todos sus habitantes, donde las investigaciones, lentas, tenían mucho de
intuición, «he extraído la bala y la he
enviado a la Científica, que, naturalmente, dará señales de vida después de la
próxima elección del Presidente de la República», donde temas muy graves se
resolvían en un ambiente familiar para no dañar la imagen del acusado, sobre
todo si este era un hombre «el pequeño le
contó que el maestro se la había sacado para que él se la tocara. La señora
Verruso, mujer sensata, no creía que el maestro, un cincuentón padre de
familia, fuera capaz…». Y donde, a pesar de todo, el buen hacer y el buen
humor reinaban.
Camilleri
deja en cada novela su ideología, su forma de pensar, corroborando la relación
existente entre literatura y sociedad, de ahí que, en general, los géneros
cambien con el paso del tiempo y que la literatura del autor sea tan
particular. La realidad actual se va alejando de los modelos tradicionales que seguimos
observando en las novelas de Andrea Camilleri. Ahora prima lo fragmentario, lo
perecedero, el cambio. Enfrentarse a Salvo Montalbano supone mirar a un hombre
forjado según una serie de valores éticos que han conformado su auténtico yo.
Con sus arrepentimientos y autorrecriminaciones. En esta ocasión, Montalbano
llega más lejos y mantiene un debate en el que su yo lucha contra su otro yo
hasta que él mismo llega a una conclusión.
El
estilo de Camilleri es el propio estilo Montalbano, o al revés. Su evolución
íntima y continua acerca la saga a una especie de diario en el que las
impresiones sobre su familia, amigos y compañeros se van intercalando con sus
actividades profesionales. Por eso seguimos viendo pasión, ternura, cansancio,
fallos y ganas de mejorar.
El argumento de La pista de arena es una justificación para que Montalbano, Montalbano1, Montalbano2 y Camilleri formen una sola voz reconocible, la que entabla una batalla consigo mismo por negarse a lo evidente, el paso del tiempo. Es una crisis temporal que se trasluce en su relación con Livia y en el deseo irresistible de gustar a las mujeres de las que se rodea, por otra parte bellísimas —que para eso es literatura—. El comisario no acepta su decadencia, al menos por ahora; en ese aspecto no es literario, envejece, acusa los excesos, la pérdida de visión, la sucesión de sueños eróticos que no lo llevan a ninguna parte y los deseos irrefrenables que, una vez satisfecho el impulso, se esfumarán. Porque en el fondo está feliz, es feliz con lo que tiene, un trabajo excitante y una vida personal tranquila, sin sobresaltos, tradicional, con su fiel novia ocasional, sus mañanas nadando en la playa, sus mediodías paseando por Vigata y sus noches cenando, a veces, con alguna guapa mujer.