Cuando
hay niños de por medio, los sentimientos (de quienes tienen sentimientos)
asoman con facilidad. Cuando los niños son torturados, sacrificados o
esclavizados la tristeza, la ira, el dolor más absoluto nos embarga. Hace poco
leí la historia de Iqbal Masih y quedé destrozada, porque aun siendo consciente de
la situación tan horrorosa en la que viven los niños más necesitados, Miguel
Griot le pone nombre y apellido, nos acerca esa condición hasta conseguir
desestabilizarnos.
Andrea Camilleri consigue lo mismo con una novela de
ficción, aunque los hechos narrados son ciertos, y los datos sobre la
inmigración clandestina de menores (el comercio infantil) están extraídos de la
prensa de 2002. El ser humano no deja de avergonzar al hombre.
Un
giro decisivo es,
probablemente por esto, una de las novelas más duras de la serie Montalbano. El
comisario se enfrenta, sin saberlo, a dos muertos que, en realidad, será uno y
al atropello intencionado de un niño que, de forma inesperada, está relacionado
con el caso anterior.
Casi
en su línea, el caso del muerto doble, lo investiga por su cuenta, al margen de
la Jefatura provincial, con ayuda de Fazio, Mimí, Catarella y, sorpresivamente,
su amiga Ingrid, que en esta entrega tiene un papel decisivo. Los jefes de la
policía no están de acuerdo en que el ahogado sea quien dice ser Salvo
Montalbano, pues ese hombre ya constaba como atropellado al caer a las vías del
tren. Poco a poco irán atando cabos y seguirán la pista que les brinda Ingrid.
El
atropello de un niño africano asalta al comisario de la forma más brutal, pues
estuvo con él al bajar del barco que recogía a los inmigrantes. Montalbano se
siente hundido, más si cabe al ver por televisión la denuncia de casos de
corrupción policial. Todo confluye para querer dimitir, pero antes tiene que
resolver la muerte del pequeño, sin saber que una cosa llevará a las demás y
podrán salvar a los siguientes niños que llegarán, como no, a Spigonella, una
de las urbanizaciones que (en la realidad) obtuvo amnistía urbanística como consecuencia
de la corrupción.
—Dottore,
los pueblos son ocho. A esos cinco hay que añadir Spigonella, Tricase y
Bellavista.
Montalbano
inclinó la cabeza sobre el mapa y la volvió a levantar.
—Este
mapa es del año pasado, ¿Por qué no aparecen?
—Son
pueblos que han surgido de manera ilegal
[…]
Los
propietarios de las casas pagan al municipio […] jamás serán derribadas, ningún
político quiere perder votos.
No
es raro que sea Fazio quien ponga al tanto a Montalbano, es una técnica de
Camilleri para denunciar la corrupción política y urbanística. Como también lo
es que sea un periodista free lance
quien desvele al comisario lo que hacen con los niños que traen, desprotegidos,
de otros países. Montalbano se muestra en la conversación totalmente inocente
para dejar que Sozio Melate descubra al lector todo el horror que la realidad
oculta «Son una mercancía exportable […]
para trasplante de órganos […] tortura y muerte de la víctima […] la mendicidad
organizada…».
En Un giro inesperado (2003), Camilleri,
pleno de dimensión humana, como siempre, grita su desesperación contra el mundo
y despliega —a los 87 años— su ira contra quienes se resignan ante lo que pasa
mirando hacia otro lado. Otra voz que ya no está pero pasó el relevo a su personaje,
inmortal.
Creo
que esto es lo fundamental de esta novela. El resto tiene pocas sorpresas para
los lectores habituales de Salvo Montalbano. Recuerdo La forma del agua, Elperro de terracota, El ladrón de meriendas, Lavoz del violín, La excursión a Tindari, Elolor de la noche… Estamos ante la séptima entrega y, a pesar de que
sabemos desde un principio que Montalbano no va a dimitir, a pesar de que
estamos seguros de que Catarella no puede abrir una puerta en condiciones, a
pesar de que estamos acostumbrados a la inconsciencia del comisario, a los
enfados de Livia, no podemos dejar de leer a Camilleri.
Yo
seguiré comprando sus entregas porque, a pesar del machismo circulante, propio
del siglo XX, me devuelve a la magia del escritor y de la literatura, y
consigue que una sonrisa, al menos, se me dibuje en la cara. No podemos tomar
como una falta de respeto las comparaciones que el comisario piensa al ver a
alguien que viste o actúa saltándose las normas sociales. Es más bien un
extrañamiento que le hace gracia y la traslada al lector, «le había parecido un enorme ramo de lirios andante. Sin embargo se
trataba de un hombre de unos cincuenta años, enteramente vestido de distintos
matices de azul violáceo».
Tampoco
podemos tomar demasiado en serio los ímprobos esfuerzos que debe hacer
Montalbano ante las provocaciones de Ingrid, una sueca de costumbres liberales
en cuanto a las relaciones. Nunca será capaz de ser infiel a Livia por mucho
que lo desee, otro de los tópicos sociales (que creo están obsoletos), «Empapado en sudor […] se levantó de la cama
y, soltando palabrotas, se fue a tumbar en el sofá. ¡Qué demonios! ¡Ni San
Antonio habría podido resistirse!».
Porque
aun en las escenas más trágicas encontramos un rasgo de humor
—El
tráfico de niños –contestó Sozio Melato, al tiempo que abría la puerta y
abandonaba el despacho
[…]
—Detén
al periodista
[…]
Alguien
gritaba (probablemente Catarella):
—¡Detente,
Poncio Pilato!
Otro
decía (debía ser el periodista):
—¿Pero
qué he hecho yo? ¡Déjenme!
Un
tercero se aprovechaba (evidentemente un cabrón que pasaba por allí):
—¡Abajo
la policía!
Crep
que con las escenas de humor el autor pretende ahuyentar los miedos, los suyos
ante la realidad, los del lector ante el desenlace. Es como esas películas del
oeste, totalmente asalvajadas pero en las que siempre había un rescate final
que establecía el orden. Camilleri utiliza el humor porque le permite
mantenerse en contacto con la realidad y aprender de ella, de sus fracasos.
En
un conflicto trágico no somos capaces de dominar la situación, es lo que le
ocurre a Montalbano en los momentos decisivos «se sentía tan exhausto, y tan a gusto de permanecer con los ojos
cerrados, que no quiso reaccionar». Por eso requiere la llegada de su
caballería particular; en esta ocasión, y no es la primera, será Fazio quien le
salve la vida y le haga ver que el trabajo en equipo es fundamental para
cambiar lo más detestable del mundo.
El
humor no solo anda en los equívocos de Catarella, también las hipérboles
descriptivas del narrador nos recuerdan que estamos ante una obra literaria,
aunque la denuncia forme parte de la finalidad primordial del autor al escribir
la novela «Por un instante desapareció
incluso la sonora música de fondo del mundo. Hasta una mosca que se dirigía
decididamente hacia la nariz del comisario se paralizó y se quedó con las alas
abiertas».
Y,
por supuesto, la última novedad de la comisaría, que alerta de la imaginación
de algunos para conseguir, como pueden, llegar a final de mes: una especie de
bazar, grandes almacenes, que el guardia Torreta tiene en la delegación.
—Cataré,
¿puedes preguntarle a Torreta si tiene unos alicates y un par de botas de goma,
de esas que llegan hasta medio muslo?
Tenía
ambas cosas. Alicates y botas hasta medio muslo.
El
disparate, casi un guiño a los grandes del humor, como eran los hermanos Marx,
consigue que hasta los epítetos con los que pretende insultar sean un reflejo
del buen talante de Salvo Montalbano y su creador.
Seguiré
leyendo aunque las sorpresas sean cada vez menores, seguiré aconsejando la
lectura de la vida en Vigàta aunque presente una sociedad un tanto anticuada, y
seguiré insistiendo en que nadie mejor que Camilleri para hacernos reflexionar
mientras pasamos un buen rato.
A ver si aprendemos, «Y, con la cara dura de que solía hacer gala en ciertas ocasiones, Montalbano el usurpador ni se ruborizó».
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