martes, 16 de marzo de 2021

UN GIRO DECISIVO

Cuando hay niños de por medio, los sentimientos (de quienes tienen sentimientos) asoman con facilidad. Cuando los niños son torturados, sacrificados o esclavizados la tristeza, la ira, el dolor más absoluto nos embarga. Hace poco leí la historia de Iqbal Masih y quedé destrozada, porque aun siendo consciente de la situación tan horrorosa en la que viven los niños más necesitados, Miguel Griot le pone nombre y apellido, nos acerca esa condición hasta conseguir desestabilizarnos.

Andrea Camilleri consigue lo mismo con una novela de ficción, aunque los hechos narrados son ciertos, y los datos sobre la inmigración clandestina de menores (el comercio infantil) están extraídos de la prensa de 2002. El ser humano no deja de avergonzar al hombre.

Un giro decisivo es, probablemente por esto, una de las novelas más duras de la serie Montalbano. El comisario se enfrenta, sin saberlo, a dos muertos que, en realidad, será uno y al atropello intencionado de un niño que, de forma inesperada, está relacionado con el caso anterior.

Casi en su línea, el caso del muerto doble, lo investiga por su cuenta, al margen de la Jefatura provincial, con ayuda de Fazio, Mimí, Catarella y, sorpresivamente, su amiga Ingrid, que en esta entrega tiene un papel decisivo. Los jefes de la policía no están de acuerdo en que el ahogado sea quien dice ser Salvo Montalbano, pues ese hombre ya constaba como atropellado al caer a las vías del tren. Poco a poco irán atando cabos y seguirán la pista que les brinda Ingrid.

El atropello de un niño africano asalta al comisario de la forma más brutal, pues estuvo con él al bajar del barco que recogía a los inmigrantes. Montalbano se siente hundido, más si cabe al ver por televisión la denuncia de casos de corrupción policial. Todo confluye para querer dimitir, pero antes tiene que resolver la muerte del pequeño, sin saber que una cosa llevará a las demás y podrán salvar a los siguientes niños que llegarán, como no, a Spigonella, una de las urbanizaciones que (en la realidad) obtuvo amnistía urbanística como consecuencia de la corrupción.

—Dottore, los pueblos son ocho. A esos cinco hay que añadir Spigonella, Tricase y Bellavista.

Montalbano inclinó la cabeza sobre el mapa y la volvió a levantar.

—Este mapa es del año pasado, ¿Por qué no aparecen?

—Son pueblos que han surgido de manera ilegal

[…]

Los propietarios de las casas pagan al municipio […] jamás serán derribadas, ningún político quiere perder votos.

No es raro que sea Fazio quien ponga al tanto a Montalbano, es una técnica de Camilleri para denunciar la corrupción política y urbanística. Como también lo es que sea un periodista free lance quien desvele al comisario lo que hacen con los niños que traen, desprotegidos, de otros países. Montalbano se muestra en la conversación totalmente inocente para dejar que Sozio Melate descubra al lector todo el horror que la realidad oculta «Son una mercancía exportable […] para trasplante de órganos […] tortura y muerte de la víctima […] la mendicidad organizada…».

En Un giro inesperado (2003), Camilleri, pleno de dimensión humana, como siempre, grita su desesperación contra el mundo y despliega —a los 87 años— su ira contra quienes se resignan ante lo que pasa mirando hacia otro lado. Otra voz que ya no está pero pasó el relevo a su personaje, inmortal.

Creo que esto es lo fundamental de esta novela. El resto tiene pocas sorpresas para los lectores habituales de Salvo Montalbano. Recuerdo La forma del agua, Elperro de terracota, El ladrón de meriendas, Lavoz del violín, La excursión a Tindari, Elolor de la noche… Estamos ante la séptima entrega y, a pesar de que sabemos desde un principio que Montalbano no va a dimitir, a pesar de que estamos seguros de que Catarella no puede abrir una puerta en condiciones, a pesar de que estamos acostumbrados a la inconsciencia del comisario, a los enfados de Livia, no podemos dejar de leer a Camilleri.

Yo seguiré comprando sus entregas porque, a pesar del machismo circulante, propio del siglo XX, me devuelve a la magia del escritor y de la literatura, y consigue que una sonrisa, al menos, se me dibuje en la cara. No podemos tomar como una falta de respeto las comparaciones que el comisario piensa al ver a alguien que viste o actúa saltándose las normas sociales. Es más bien un extrañamiento que le hace gracia y la traslada al lector, «le había parecido un enorme ramo de lirios andante. Sin embargo se trataba de un hombre de unos cincuenta años, enteramente vestido de distintos matices de azul violáceo».

Tampoco podemos tomar demasiado en serio los ímprobos esfuerzos que debe hacer Montalbano ante las provocaciones de Ingrid, una sueca de costumbres liberales en cuanto a las relaciones. Nunca será capaz de ser infiel a Livia por mucho que lo desee, otro de los tópicos sociales (que creo están obsoletos), «Empapado en sudor […] se levantó de la cama y, soltando palabrotas, se fue a tumbar en el sofá. ¡Qué demonios! ¡Ni San Antonio habría podido resistirse!».

Porque aun en las escenas más trágicas encontramos un rasgo de humor


—El tráfico de niños –contestó Sozio Melato, al tiempo que abría la puerta y abandonaba el despacho

[…]

—Detén al periodista

[…]

Alguien gritaba (probablemente Catarella):

—¡Detente, Poncio Pilato!

Otro decía (debía ser el periodista):

—¿Pero qué he hecho yo? ¡Déjenme!

Un tercero se aprovechaba (evidentemente un cabrón que pasaba por allí):

—¡Abajo la policía!

Crep que con las escenas de humor el autor pretende ahuyentar los miedos, los suyos ante la realidad, los del lector ante el desenlace. Es como esas películas del oeste, totalmente asalvajadas pero en las que siempre había un rescate final que establecía el orden. Camilleri utiliza el humor porque le permite mantenerse en contacto con la realidad y aprender de ella, de sus fracasos.

En un conflicto trágico no somos capaces de dominar la situación, es lo que le ocurre a Montalbano en los momentos decisivos «se sentía tan exhausto, y tan a gusto de permanecer con los ojos cerrados, que no quiso reaccionar». Por eso requiere la llegada de su caballería particular; en esta ocasión, y no es la primera, será Fazio quien le salve la vida y le haga ver que el trabajo en equipo es fundamental para cambiar lo más detestable del mundo.

El humor no solo anda en los equívocos de Catarella, también las hipérboles descriptivas del narrador nos recuerdan que estamos ante una obra literaria, aunque la denuncia forme parte de la finalidad primordial del autor al escribir la novela «Por un instante desapareció incluso la sonora música de fondo del mundo. Hasta una mosca que se dirigía decididamente hacia la nariz del comisario se paralizó y se quedó con las alas abiertas».

Y, por supuesto, la última novedad de la comisaría, que alerta de la imaginación de algunos para conseguir, como pueden, llegar a final de mes: una especie de bazar, grandes almacenes, que el guardia Torreta tiene en la delegación.


—Cataré, ¿puedes preguntarle a Torreta si tiene unos alicates y un par de botas de goma, de esas que llegan hasta medio muslo?

Tenía ambas cosas. Alicates y botas hasta medio muslo.

El disparate, casi un guiño a los grandes del humor, como eran los hermanos Marx, consigue que hasta los epítetos con los que pretende insultar sean un reflejo del buen talante de Salvo Montalbano y su creador.

Seguiré leyendo aunque las sorpresas sean cada vez menores, seguiré aconsejando la lectura de la vida en Vigàta aunque presente una sociedad un tanto anticuada, y seguiré insistiendo en que nadie mejor que Camilleri para hacernos reflexionar mientras pasamos un buen rato.

A ver si aprendemos, «Y, con la cara dura de que solía hacer gala en ciertas ocasiones, Montalbano el usurpador ni se ruborizó».

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