¿Por
qué Música para feos es para feos? Los protagonistas de la última novela de Lorenzo Silva no lo son. Es cierto que
físicamente no están descritos con minuciosidad, pero de lo que leemos se
deduce que, como poco, son normalitos. Psicológicamente tampoco son feos, al
contrario, tienen cualidades destacables como el sentido del deber, él, o de la
amistad, ambos, y una elevada concepción de la moral que les permite
comportarse de manera intachable.
Creo
que éste es un fallo, y que conste que no me gusta juzgar de forma negativa a
quien ha demostrado su valía. Echo en falta algo de vidilla en los personajes.
Su comportamiento es tan correcto que no despiertan simpatía. No se puede hacer
una novela con personajes casi planos porque caemos en el aburrimiento del
lector, de hecho, en ningún momento me he llevado sorpresa alguna; incluso el
desenlace, pospuesto hasta casi la última página, es, de puro ficticio,
predecible e increíble. Mónica es puesta a prueba por Ramón durante su relación
desde que se conocen en el bar. Ella ha bebido dos o tres copas; descubre a
Ramón, le gusta y, de momento, sólo desea pasarlo bien, puede que algo de sexo
y poco más, pero él decide que lo tendrán con la cabeza despejada… Esta
postura, que encuentro fantástica en el caso de adolescentes, resulta algo
desmedida para dos adultos, porque, si hay algo infantil, o posesivo, es la
actitud que adopta Ramón una semana después, cuando por fin han quedado,
sobrios y dispuestos a acostarse. El supuesto enamorado aún tiene la mente tan
fría que resuelve ocultarse para ver la reacción de su pareja al creer que no
va a acudir a la cita… La excusa es que desea a alguien maduro y, sin embargo,
él se ha permitido reservar una habitación de hotel (por si acaso). En fin,
como mujer, me siento si no ofendida, sí molesta. Mónica es un títere al son de
Ramón, su actitud parece la de una niña a la que tienen que guiar
constantemente y desvelarle la realidad poco a poco, no sea que se asuste, que
se lleve una impresión equivocada o, lo que es peor, no sea que Ramón dé un
paso en falso, que se comprometa antes de tiempo, que comience una relación con
alguien que no está a su altura. A cambio ella, desde el principio, lo encumbra
en lo más alto; y ahí va a quedar pase lo que pase. Nuestra protagonista no
tiene ideas sólidas por lo que, como una mujer decimonónica, se deja llevar.
Él
decide cuándo y cómo le dirá a su pareja lo que le tiene que decir, que por
otro lado no es nada del otro mundo, sino lo más normal entre dos personas que
se conocen y quieren empezar una relación —Hola, me llamo tal y trabajo en tal sitio.
Pues esta obviedad no lo es para Ramón, de forma que Mónica se pasa más de media
novela intentando averiguar a qué se dedica el que, según ella y tras dos
citas, es el hombre de su vida.
Lo
siento, pero creo que no juegan en igualdad de condiciones. Él, seguro de sí
mismo, de sus actos, de sus sentimientos, de lo que busca, de lo que quiere…
Ella no tanto. No quiero desvelar el final de la novela; sí podemos comentar
que Ramón es un soldado de Infantería. Llama la atención que aun después de
decirle a su futura esposa que pertenecía al Ejército de Tierra, no le dijera
su graduación o cuál era su cometido exactamente y Mónica, sin la menor
curiosidad, tampoco insiste en saberlo. No es que esto sea fundamental, pero
ayuda bastante en una unión sentimental. En fin, hay lagunas, o yo las
encuentro, entre la relación real de ambos y la que Mónica se crea en su mente.
Y llegados a este punto no puedo dejar de comparar a Mónica con otra protagonista
de Lorenzo Silva, la, desde La estrategia
del agua, Sargento Chamorro, de la Guardia Civil. Creo que el autor puso
todo su empeño en limpiar la imagen que de este cuerpo tenía nuestro país al
llegar la democracia, y lo consiguió. Rubén Bevilacqua y Virginia Chamorro se
encargaron de mostrarnos una Guardia Civil honrada, justa y con ganas de ayudar
al ciudadano. Las peripecias de esta pareja son verosímiles y los personajes están
perfectamente construidos. Con Música
para feos, Lorenzo Silva corrobora su admiración por los militares, pero en
este caso parece una excusa para hacer un panegírico castrense.
“Jaime era un tipo más
bien contenido, como lo eran por cierto todos los que había visto por la
mañana. Nada que ver con el estereotipo de Rambo impulsivo que tanta gente
tenía en la mente cuando se hablaba de militares,…”
Deben
quedar pocos, o eso quiero creer, con ideas fijas sobre los militares o sobre
cualquier otro colectivo.
Si
algo caracteriza a este género literario es su carácter abierto, o no tanto si
nos encontramos ante la novela de tesis y no creo que el autor haya tenido
intención de escribirla, pero da la impresión de estar ante la defensa de sus
ideas; para ello ha movido los personajes de forma que puedan llegar a un final
coherente con la doctrina pretendida.
“Nuestro estilo no es
alardear de muertos. No es para eso para lo que estamos. ¿Y para qué estáis?...
Para proteger a los nuestros…”
Está
bien que se quiera ensalzar al ejército, a los soldados, pero no dando la
imagen de que todos actúan al unísono y de la misma manera, porque son personas
y, como en todos sitios, presentan diferentes cualidades; no hace falta buscar
demasiado en las noticias para darnos cuenta de la condición del ser humano; no
se puede ser condescendiente sobre todo a base de razonamientos pueriles o
idílicos,
“Nosotros no disparamos
contra niños, aunque sean tan hijos de puta como lo era aquél. Lo que quiero
decirte es que estando allí te das cuenta de que tratas con gente que no tiene compasión,
y que no se hace tantas preguntas como nosotros”.
En
algunas circunstancias, estas afirmaciones tan generales pueden ser la base de
conceptos equivocados o pensamientos xenófobos; y es probable que precisamente
por eso tengamos impresiones erróneas de las personas. Somos humanos; no hay
sólo mujeres hipersensibles (porque pueden dar vida –sin el hombre no hay nada
que hacer–), no sólo hay soldados valientes y esforzados –existen civiles mucho
más heroicos, no sólo afganos irracionales –porque encontramos españoles mucho
más irrazonables –.
Somos
individuos, por eso mismo, ante el dolor no somos iguales. Cuando leo
“Besé a aquel niño y
dejé que aquellas mujeres (su madre y sus hermanas) se apoyaran en mí. La
muerte nos había hecho iguales, tan iguales como nadie… podría serlo nunca”
no
puedo dejar de pensar en la muerte y en que lo único que consigue es igualar
las condiciones de quienes la sufren, los muertos. Pero los que sobreviven no
son iguales en ningún momento. El dolor es horroroso siempre pero nunca podrá
ser igual perder a un padre, un hermano, un amigo, un hijo…
En
fin, no quiero extenderme demasiado en esto, sólo he pretendido razonar el por
qué creo que ésta es una novela “menor” de Lorenzo Silva. Está hecha de tópicos
y por eso mismo el vocabulario es infantil a veces “No soy un malote”; los diálogos están desprovistos de misterio, la
mayoría de ocasiones; los chistes que aparecen son fáciles y previsibles “¿tú has pensado en ir al médico? —Jamás.
Quiero morirme sana; y las metáforas son típicas, teniendo en cuenta quién
las utiliza: “El sábado que viene los dos
estaremos en condiciones de disparar… podré dispararte… —¿Me dispararás?
murmuré…”
Pues
sí, espero impaciente otra entrega de Vila y Chamorro.