sábado, 9 de noviembre de 2024

DETRÁS DEL CIELO

La historia de Detrás del cielo comienza con un grupo de personas de Tras do Ceo preparadas para emprender la caza del Solitario, un jabalí albino, gigante, con fama de asesino; el pueblo lo ha dotado de una inteligencia superior, más que los humanos. El taxista Meco, el doctor Muriel, el notario Estanis, el constructor Amadeo, el cabo Bruno y Dombo, el narrador, se han dado cita para vengar la muerte de Roi Vello tras ser atacado por el jabalí.

En primera persona, Dombo relata cómo anteriormente había pasado unos días siguiendo al Solitario, como si fueran un detective privado y su objetivo. El jefe del rastreo, Estanis, se lo había ordenado para poder ir por delante del animal llegada la hora de abatirlo: «Lo vi con estos ojos. Paseó de noche por la aldea abandonada […] Entró en la antigua taberna, en la escuela, en el salón de baile que hacía las veces de cine».

Dombo aprovecha los flashbacks para darnos a conocer la historia de su familia y de los vecinos del pueblo. Tras do Ceo se convierte en símbolo de la sociedad actual donde depredadores naturales y sociales consiguen que sobrevivan los más fuertes, los que tienen menos escrúpulos, los que no dudan en aprovecharse de los más débiles, torturar o matar a quienes les impiden realizar sus deseos. Oligarcas y empresarios sin miramientos de ningún tipo que rechazan a la naturaleza en plena naturaleza, consiguiendo que la vida se endurezca más para el resto, «Nada de lo que se veía desde la balconada de Chorima estaba allí, pero estar estaba todo. No estaba la nube de estorninos […] pero sí estaba la exacta geometría de la casa del Bardo Cienfuegos». Una sociedad que no es para el tío de Dombo, Antón, llamado simbólicamente El Otro, porque con sus ideas de amor a la naturaleza, de respeto por los animales, de forma de vestir y actuar «adamado» era distinto a los demás.

Dombo pretende ser objetivo en la narración. Cuando habla de su familia lo hace nombrándolos por el nombre de pila o sus apodos, raramente por el parentesco que los une; es una forma de distanciarse de lazos familiares, de exponer un mundo falto de cariño y protección. Desde el principio, Dombo introduce diálogos de sucesos anteriores que, si bien intuimos importantes para la historia, desconocemos por qué; la narración no es lineal, pero todo se va colocando en su lugar y somos testigos del papel que cada uno representa en el argumento aunque la trama inicial no lo ponga fácil «…se me acercó con la disculpa de […] Las verdaderas cuestiones no eran esas. Me lo imaginaba […] ¿Cómo es la niña? […] Muy en voz baja, eso sí, preguntó lo que no debía preguntar».

El ambiente es extraño, inquietante, como el propio narrador, que no tiene problemas en animalizarse o asumir que los demás lo hagan, «Me quería como a un perro». Dombo deja claro cuál es su forma de pensar; es un superviviente nato que prefiere no enfrentarse a los demás, sino actuar por su cuenta después de observar. Sabe que lo infravaloran y lo prefiere, de esta forma, como El Solitario, podrá actuar llegado el momento. Los límites entre el muchacho y el jabalí se difuminan, «o porque me consideraba un papanatas. No es el único imbécil que me considera un imbécil».

Continuamente este narrador protagonista interrumpe el hilo narrativo para introducir digresiones con las que reflexiona sobre determinados actos o comenta situaciones que le vienen a la mente. En principio, parece que no juzga; somos los lectores quienes lo hacemos ante un entorno embrutecido en el que el jabalí va quedando como la verdadera víctima.

En general, los animales están al servicio de las personas, quienes se olvidan de cualquier compromiso moral o afectivo; el pueblo se adocena sin ser consciente de ello «Fue una suerte para él. No oír los gemidos de los animales cuando los mataba. Vivíamos cerca y aquel llanto entraba y recorría la casa como si el mar levantara el tejado».

Dombo se comporta como un trastornado que no le da importancia a nada, hasta el punto de parecer insensible: No valora lo que sabe, hasta dónde es capaz de llegar; tampoco la ayuda que puede ofrecer a los demás. Aparece ante nuestros ojos como un dios capaz de ver y saber lo que hacen los demás.

A veces deja de narrar la historia para permitirnos ser partícipes de una conversación privada entre algunos de los cazadores. Los lectores nos mantenemos en tensión porque nos llega una información dosificada, en clave, de la que deducimos que realmente son protagonistas de escenas violentas e ilegales, «…no era la primera vez que los escuchaba por el walkie-talkie. Hablaba Estanis: Desde lo de la puta del Edén el doctor anda con pies de plomo. Ya sabes lo de la niña. Si se entera su mujer lo hunde en la miseria. Hablaba Meco: ¿Pero, sigue pagando? Hablaba Estanis: Afirmativo, afirmativo. Duroc está en prisión pero…».

Dombo es omnipresente; todo lo sabe, todo lo ve, está en todas partes para impartir justicia si es necesario. A él nadie lo ve, nadie lo valora. Ahí está su ventaja.

El estilo de Manuel Rivas es fluido, detallado, poético, duro. Rivas empuña la pluma y moldea las palabras hasta conformar exactamente lo que quiere decir, en la forma, en el fondo y en el trasfondo de lo expresado para denunciar el trato vejatorio que les damos a los inmigrantes sin tener en cuenta que han huido de su país por ser víctimas de vejaciones «…y en vez de ser escuela de infancia, donde aprender a leer y escribir, se convierte en escuela de tortura». La denuncia de la explotación de los inmigrantes, lleva aparejada la esclavitud que aún en nuestra actualidad existe.

Nuestro Premio Nacional de las Letras Españolas saca a la luz el problema de la despoblación de las zonas rurales «Las vacas sabían que en Chorima vivíamos a pérdidas». Sin embargo, la naturaleza resiste en medio de tanta miseria, en medio de tanta animalización, como único reducto limpio, inocente «El camino hondo era ahora una especie de coro […] cantaban los mirlos […] cantaban ebrios de madroño, enebro y rojo Oeste».

Hay escenas descriptivas, narrativas, dialógicas en las que introduce analepsis para volver al momento actual, escenas tan sobrecogedoras que claman como si de una tragedia griega se tratara. Peor. Si Edipo, por seguir una pulsión natural, se priva de la vista, a Stella, por perseguir el deseo de libertad se la priva del habla. No hemos avanzado tanto después de más de dos mil años. Al contrario.

Cuando una persona, en este caso, mujer, decide que ha luchado bastante por tener una vida de calidad, feliz, puede querer dejar de hacerlo; esto no indica quitarse voluntariamente la vida sino querer dejar de sobrevivir en un mundo hostil; de ahí que Silvia diga: «Maimai no se suicidó, como andan diciendo. Maimai murió porque quiso».

En casos como este la muerte es un castigo que la mujer impone a quienes han ejercido contra ella la violencia machista. Es una manera de vengarse del vengador.

En los diálogos encontramos confesiones de los personajes que, sin querer, abren su alma a los lectores para mostrar la alegría, la bondad o la podredumbre que llevan.

En la más absoluta miseria, el lenguaje poético imprime un nuevo sentido de esperanza para el hombre: «todos nos quedamos mirando aquella espalda. Un volar de golondrinas entre las melenas y que ascendía sorteando las vértebras e internándose por la nuca». Perfecta la conjunción mujer-naturaleza que imprime, en un nuevo realismo mágico, el mensaje de esperanza que desea para todos Manuel Rivas.

sábado, 2 de noviembre de 2024

ABISMO

Abismo es una novela de Estela Melero en la que una situación traumática, vivida por unos adolescentes, los perseguirá durante catorce años, hasta que experimentan una circunstancia análoga y deben afrontar unos crímenes similares a los ocurridos entonces.

Sina Huertas y su equipo de la guardia civil resolverán los casos, no sin antes quedar implicados en los asesinatos.

La trama está basada en dos muertes acaecidas en la actualidad. Y en traumas infantiles que se van uniendo a terrores posteriores. El narrador, en tercera persona, es omnisciente, pues conoce lo que sucedió en el pasado y lo que van haciendo en el presente los personajes. Pero solo relata, dosificado, lo que le interesa; así, la protagonista, Sina Huertas, teniente de la guardia civil de Montanea, se ve envuelta en sus miedos antiguos y en los actuales hasta que se da cuenta de la dimensión del suceso en el que está metida. Necesitará de la ayuda de sus compañeros para poder salir de la situación.

Las primeras muertes ocurrieron el último día del curso escolar de 2002. Los alumnos se preparaban para celebrar su próxima entrada en el instituto cuando dos de ellos, Carlos y Magda, desaparecieron. Encontraron el cuerpo de la chica, su ropa y restos de sangre, también la ropa y sangre de Carlos aunque su cadáver no apareció. Se le dio por perdido en el mar. Todos los años, los amigos, realizan un ritual en el lago para recordarlos, pero Sina oculta datos; esto, unido a otras dos desapariciones actuales, una de ellas de Ariadna, compañera del cuartel, el mismo día del aniversario, hace que la trama se vaya complicando y todo apunte a alguno de los amigos como el asesino.

Los sospechosos van cambiando según quiere el narrador, técnica que repercute en la intriga; mientras sospechamos de varios personajes, vamos descartando a otros por las coartadas verídicas que van demostrando.

Las pistas falsas se van superponiendo y dosificando. Al mismo tiempo, la escritura de la autora marca un ritmo de lectura rápido, con oraciones cortas y diálogos coloquiales.

Aun cuando sabemos quién es el asesino deberemos llegar a un desenlace que expone y resuelve un enigma más sorprendente que los averiguados hasta ese momento. La narración adquiere tintes de novela gore con un final oscuro, retorcido, que causa un impacto brutal no solo en los personajes. Los lectores somos partícipes de la angustia, del miedo y de las sensaciones contradictorias que experimentan en un entorno turbador y con una resolución que, por inesperada, impacta más.

El vocabulario, asequible, desvela el comportamiento humano y traumatizado de Sina. No es extraño que no sea la típica heroína sino que sus errores, fruto del miedo, nos descubran la culpa que guarda el asesino.

Los capítulos se corresponden con los versos de Los placeres prohibidos, de Luis Cernuda, por lo que son cortos; casi todos los títulos conectan con algún dato importante del contenido, aunque en el momento de la lectura no seamos conscientes, más porque estamos inmersos en la trama sin pararnos a ver las señales. Así, en el capítulo cuyo cielo no existe, el desamparo de las chicas queda implícito «—Esta noche serás mía —respondió Javi, sin saber que eso no sería lo más memorable que sucedería esa noche». Y en no decía palabras la falta de comunicación entre los personajes será otro detonante de desgracias «—Eso no te lo puedo decir. Creo que es de tu pueblo. Quizá algún día te lo confiese».

En general, Abismo pretende reflejar la rebeldía de unos jóvenes que empiezan a vivir. Cada uno va confesando sus deseos eróticos, amorosos y violentos, pero como en el poema de Cernuda, parece que todo va encaminado a la corrupción; probablemente a causa del hermetismo con que han llevado sus sentimientos. El dolor suscitado por el amor impacta de forma violenta en unos muchachos que han visto rotas sus ilusiones, sus deseos, su amor, «Gira la cabeza, que le pesa, hacia el asiento del piloto. Lo que ve está difuso, pero no es, desde luego, el perfil de Lucas. Tampoco es su olor».

Abismo es una novela policiaca. No se introduce en las profundidades más oscuras del ser humano. Son jóvenes que viven el momento aunque tengan sus propios miedos: el temor a no ser correspondidos, el miedo a fracasar, el trauma infantil que oprime los actos y los pensamientos, los sueños y la realidad, «No grita, pero su pesadilla torna su respiración agitada. Se queda inmóvil. Observa a su alrededor, comprobando que está donde cree que debe estar».

Estela Melero ha construido una novela centrada en un misterio, un crimen sin resolver, al que se le une otra incógnita. Esta vez la minuciosa investigación y, sobre todo, la exposición de la verdad, consigue resolver tanto los asesinatos como las desapariciones, pasadas y actuales. A cada descubrimiento los lectores nos vemos sorprendidos; la mente no da tregua para elaborar conjeturas hasta que, al final, la autora consigue una convulsión cruel, casi surrealista. Hay un momento que pensamos que todo pertenece a un sueño de tan increíble que se nos presenta la secuencia; pero ocurre, en la novela, y sirve para cerrar una trama que ha durado catorce años.

Hay que seguir la pista de Estela.