Está
claro que acabo de leer una novela bastante peculiar y muy interesante, pues
puede ser leída, al menos así lo he entendido, desde dos puntos de vista. Si
nos dejamos llevar por la perspectiva literal nos encontramos en un futuro que
se presta a confusión, podría ser inmediato o lejano, aunque narrado por el
protagonista desde el presente. Las analepsis, los flashbacks le sirven de ayuda a Lucio para involucrarnos en la
narración y hacernos formar parte de ese presente-futuro sin plantearnos
demasiadas preguntas sobre el tiempo real o el espacio. Nos introducimos en sus
sensaciones y nos encontramos con que vivimos en un mundo sin conciencia, en el
que no hay salida para la honradez ni para la justicia. Un mundo en el que los
intentos de fraude se penalizan porque no han logrado efectividad y las estafas
son recibidas con cierta admiración por haber tenido el valor de llevarlas a
cabo. Los delitos son analizados con envidia, pues todos desearíamos poder
estar en el lugar del transgresor, alguien que ha sabido medrar en su círculo
laboral sin importar qué o a quién ha debido destrozar.
Es
una sociedad que anula cualquier intento de verdad. Una sociedad en la que la
envidia y la maldad cobran vida propia para aprisionar cualquier acto de amor.
Muy
pocos se dan cuenta de lo que pasa ya que estos estados empiezan a introducirse
por medio del olfato. Es indudable que los olores activan las regiones
cerebrales; están comprobados los efectos que producen los aromas en el
comportamiento humano. Pero, ¿puede una determinada conducta exudar un olor
característico?
Parece
que esto es lo que ocurre en este universo fantástico de Lucio, como si la
naturaleza, sabia, generase un mecanismo de defensa para los más depravados y,
sin tener que esforzarse, pudieran convencer a los demás de su bonhomía a
través de un perfume agradable que los acompaña siempre, que se hace mayor
cuanto más podrida y depravada es la acción llevada a cabo.
Lucio
empezó a notar este hecho en el entierro de su tío, «tan irrevocablemente muerto como pueda estarlo cualquier hombre o
cualquier perro o cualquier moscarda». Lucio acude al pueblo a dar el
pésame a su tía y familiares, quienes temen que este reclame parte de la
herencia pues, aunque las tierras correspondían a los hermanos, el recién
fallecido se había quedado con todo. Pero Lucio no quiere nada de su padre,
tiene un trabajo en la Universidad y es feliz con Silvia, su novia, y Malévich,
su gato. Algo ocurrirá, no obstante, en el velatorio: el muerto empieza a oler
bien, y sus primos deciden sacar beneficios eclesiásticos de la situación.
Al
volver a casa Lucio es consciente de que todo lo podrido huele bien, atrayendo
a la gente tanto un gato muerto como alimentos descompuestos. Solo él percibe
el mal olor y por lo tanto es tratado como un apestado; de hecho él es quien
comienza a oler mal en esa sociedad, por lo que, abandonado y perseguido por
todos, se cobija, como un mendigo, primero en la basura y luego en el Jardín Botánico
para camuflar su olor, «Urgido por la
necesidad comencé a comerme las flores». Está claro que su olor vuelve a
delatarlo y debe huir, lejos de todos para, en soledad, «Han pasado siglos desde entonces, y no he vuelto a probar bocado ni a
saciar mi sed», escribir sus memorias y que sirvan de ejemplo a quienes las
lean.
No
cabe duda de que Lucio vive en una sociedad sin compasión ante el bien.
Sociedad inquietante que nos alarma aún más si leemos Confidencias de un apestado
desde otra perspectiva, una que nos aleja de la ciencia ficción y nos sumerge
desde el principio en la Filosofía. Francisco
Santos no ha escrito un tratado filosófico sino un relato ficticio, pero la
novela ahonda en el desarrollo del conocimiento mediante la razón. Confidencias de un apestado analiza con
humor el papel que juega la sociedad en el ser humano, «Obviaré por pundonor los desatinos y las inexactitudes que desplegué
esa mañana ante mis alumnos, sumido en un estado mental obtuso. Balbucí algunas
citas […] alentando el rumor entre los malpensados de que me había entregado a
las bebidas espirituosas».
Está
claro que la prosa se maneja por el ámbito de la sensibilidad con bastante
humor e ironía «Estas y otras
exquisiteces que previamente al desbarajuste olfativo solo eran valoradas por
sibaritas excéntricos de estómago acorazado, ahora despertaban la glotonería de
las masas», aunque también circula por los entornos de la razón cuando
presenta, con interrogaciones retóricas, o incursiones en diferentes citas
artísticas, algunos de los conceptos universales que han regido siempre a la
humanidad, «Revelar con un gesto, con un
solo gesto, el sentido de una vida […] El gesto de matar, el gesto de morir, el
gesto de alabar, el gesto de maldecir, el gesto de acariciar, el gesto de
golpear […] ¿Con qué gesto posaría yo en el lienzo de mi existencia?». No
cabe duda, la enumeración anafórico-paralelístico-antitética espolea al lector
con diferentes acciones que podemos llevar a cabo en un determinado momento sin
concederle importancia y que, sin embargo, marcan nuestro carácter en ese
instante. Lo que realizamos una vez podemos repetirlo las veces que hagan
falta. Leyendo las Confidencias de un
apestado empatizamos con Lucio, o al menos queremos hacerlo, aunque en
ocasiones nos dejemos llevar, como Silvia, por el egoísmo personal «—Una cosa es cumplir con tu deber y otra
bien distinta es arriesgar tu carrera» ¿Hasta dónde estaríamos dispuestos a
arriesgar para hacer justicia?
Francisco Santos nos invita a reflexionar sobre ello y lo hace con una base científica, con un fondo filosófico que expone con humor; abundan los diálogos chispeantes que encierran algún tipo de conocimiento
—Ojalá
tuvieras razón —brindé con Silvia
—«Ojalá»
no es un término con cabida en la filosofía —apostilló Amanda—. Su etimología,
te recuerdo, es «si Dios quiere»
El
humor es bastante filosófico, no solo porque el protagonista sea profesor de
Filosofía sino porque parte de sus experiencias cercanas, como el temor a
sufrir un daño cerebral al percibir anormalidades, para ir planteando preguntas
que se contestará el propio Lucio al mismo tiempo que el lector, «La fe recobrada en mi longevidad […] ¿cuál
era la causa de esa emanación fragante […] que nos regalaba la ruina de mi tío?».
El humor se convierte en la baza con la que Santos cuestiona ideas que la sociedad da por establecidas
—Seguro
que en lo que llega…
—El
joputa aprovecha…
—Para
pasar el cepillo.
Deduje
que venía el obispo.
Mediante
juegos humorísticos de palabras, analiza el propósito de vida que ha hecho la
sociedad actual, «no se trataría de
ningún chantaje sino de una prueba de transición […] que debe superar quien no
desee terminar ardiendo en la pira como Giordano Bruno, o pirado como Nietzsche».
Con
acertadas imágenes visuales sacadas del cine, que inciden en el buen humor,
reflexiona sobre el carácter del ser humano, «su hija la remedaba poniendo los ojos de Gloria Swanson en Sunset
Boulevard».
También
con humor, por lo obvio de algunas situaciones, consigue mantener la intriga en
el lector, que anhela saber hacia dónde se dirige la trama «Mientras escribo esto […] el tren se ha adentrado en un túnel cuyas
tinieblas me imponen una pausa».
Francisco Santos no escatima en las dosis de sarcasmo con las que va exponiendo la envidia surgida entre los catedráticos de la Universidad, colectivo cuya fama hace honor a esta situación de aprovecharse del conocimiento de sus alumnos, pero no es exclusivo de este gremio
—Acusa
al profesor Avellaneda de plagio
[…]
—Lo
único que pretendo es evitar que el profesor se exponga a un escarnio
inmerecido
Los
diálogos reflejan con cierta ironía cáustica el mal hacer de los poderosos de
la Universidad. Se aprovechan de los estudiantes, sin pudor, para después
ofrecer unas migajas. La autoría de algunas teorías queda, por lo tanto, en
entredicho.
Las
metáforas sinestésicas son perfectas para denunciar una sociedad basada en las
apariencias, una sociedad aborregada que, lejos de pensar, solo acepta lo que
ve, una sociedad formada por individuos corrompidos hasta el punto que dejan de
ser humanos para igualarse a «organismos
putrefactos», de ahí la «fetidez en
los sobacos de los coléricos y aterrorizados».
Y
así, la prosa ágil, irónica, humorística, incisiva de Confidencias de un apestado, plantea una igualación en la
corrupción del espíritu con la degradación del cuerpo. Sin embargo esta
corrupción es tan habitual que forma parte de nosotros y lo que no se ve normal
es la ética, el honor, la integridad. Quien los posee huele raro en esa
sociedad que apesta. Es lo que le ocurre al protagonista que, al revelar sus
confidencias las incluye en la Doxografía pues no desaprovecha la ocasión de
exponer algunas teorías filosóficas y conectarlas con otras de la aromacología;
durante la lectura, podemos discurrir hasta dónde seríamos capaces de llegar
para salvaguardar nuestro concepto de la moral.
Erasmo, en El elogio de la locura quiso convencernos de que ese estado era la base de todos los disfrutes del hombre. Una excusa para describir la necedad del mundo. Lucio, en Confidencias de un apestado invierte los olores para disfrutar de la podredumbre como si se tratase de un bálsamo beatífico. Otra excusa para describir la estupidez —y maldad— del mundo. Un mundo egoísta, amoral, que solo actúa a cambio de compensación «¿Y qué sacas tú de todo esto?».
Me encanta la reseña. Disfruté mucho con este libro. No sé si es algo objetivo o es cosa mía, pero en muchos momentos, durante la lectura, se me venía a la mente la saga de humor del detective sin nombre de Eduardo Mendoza. Y me encanta Mendoza. :o)
ResponderEliminarPor cierto: soy Björn (@poetadeboquilla) :o)
EliminarMe encanta Mendoza, Björn, aunque no lo tenia presente al escribir la novela. Desde luego, en buena medida, al escribir regurgitamos muchas de las lecturas que nos han nutrido. Un abrazo.
EliminarGracias Björn, también he disfrutado con la novela, aunque me ha hecho plantearme muchas cosas, es decir, he reflexionado tanto o más de lo que me he reído. Cada vez me da más pena la sociedad. Leo cosas, y veo lo que ocurre a mi alrededor y no entiendo por qué se premia la maldad, el fraude, la falta de compasión... En fin, también me vuelvo egoísta ya que prefiero quedarme "en mi mundo". Me queda el ejemplo de personas sencillas y razonables que escribís reivindicando un sitio mejor para vivir.
ResponderEliminarPor cierto, tu buscador de oro sí es mendoziano.
¡Seguimos leyendo!
"El mundo es ansí ", como diría Baroja. El protagonista de "Cuando aprieta el oro", como apunté en mi reseña, me trajo recuerdos de la picaresca española, y también de Tom Sawyer... Un libro divertidísimo.
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