sábado, 18 de noviembre de 2017

LA LENGUA DE LOS DIOSES


Está claro que han pasado miles de años, por lo tanto ya no queda nadie que sepa cómo sonaba el griego, quizá por eso la llaman lengua muerta, porque ninguno es capaz de recordar su melodía, su fonética. Una vez leí que cuando alguien muere sigue vivo mientras se le recuerda, no tanto su voz sino sus actos, su forma de ser, su manera de entender la vida. De ahí que los artistas revivan cada vez que leemos sus libros, miramos un cuadro y nos habla, oímos una canción y nos conmueve o nos llena de nostalgia. Este es un aspecto bello del ser humano, si no la vida en general no tendría mucho sentido —puede que en realidad no sea tan bueno dada la cantidad de libros que hoy escribe cualquiera, incluso quienes no saben hablar, pero eso es otra historia en la que hoy no profundizaremos—. Pues, si estamos de acuerdo en que esta visión de la concepción de la vida o la muerte es hermosa, estamos obligados a leer La lengua de los dioses ya que eso es lo que transmite: el griego no es una lengua muerta, simplemente ya no se habla, pero la seguimos recordando, seguimos profundizando en ella, seguimos encontrando, sorprendidos, algunos porqués de la nuestra y seguimos apreciando su legado. Es cierto que ahora es imposible saber cómo hablaban los griegos, pero quienes han estudiado su lengua y su cultura tienen plena certeza de que el griego era mucho más musical que las lenguas romances que derivaron de ella, y sobre todo advierten que la forma de sentir el mundo de los griegos era diferente, más tranquila, ordenada, precisa… Andrea Marcolongo, una erudita en la lengua griega, es capaz de escribir de manera que se nos haga atractiva; las curiosidades, paradojas y el sentido del humor inundan las páginas de este libro, subtitulado con gran acierto “Nueve razones para amar la lengua de los dioses”. Y sea por su juventud, sea por su inteligencia, o por su gran experiencia derivada de diferentes estancias en países, su escritura llega a todos, los que saben griego, los que están estudiándolo, los que no lo sabemos pero estamos convencidos de que el pensamiento y la lengua están relacionados y los que son profanos en cualquier cuestión lingüística. La manera de explicar el género, el número, los casos o el verbo es clara y entretenida, llena de ejemplos actuales en nuestra lengua que consiguen que entendamos mejor a los padres de la civilización. Por alguna razón el griego no ha muerto. Si hoy vuelven a estar de moda los superhéroes o los vengadores, ya realizaron hazañas similares Aquiles, Teseo o Jasón, si hoy luchamos por la libertad de pensamiento, por la igualdad de la mujer, por una escritura razonada y precisa, ya comenzaron a expresarse como los mismos dioses Safo, Sófocles y Eurípides, como lo atestigua Andrés Pociña en su adorable libro Medea, Safo, Antígona (Tres piezas dramáticas).

Está claro que Ulises deja en mantillas a cualquier superhéroe actual al luchar contra monstruos como Caribdis y Escila. Si en un momento Dante imaginó su Divina Comedia, ya Orfeo había bajado a los infiernos y había conseguido sacar de ellos a su amada Eurídice, y si en el cristianismo Dios se convierte en paloma para fecundar a María, Zeus se transformó en cisne para fecundar a Leda, en toro para raptar a Europa, en lluvia dorada para fecundar a Dánae o incluso en el propio marido de Alcmena, para fecundarla y concebir a Hércules.

Y sin embargo, la concepción del hombre era mucho más hermosa que la de la Biblia en la que Dios, lleno de ira, se limita a expulsar a Adán y a Eva del Paraíso despojándolos de todo bien y condenándolos al sufrimiento: pasarán frío, enfermedades, vida penosa al trabajar y muerte. Qué distinta la concepción griega, según Platón, en la que las personas eran redondas y conservaban tres sexos, masculino, femenino y otro que participaba de ambos. Cada persona, redonda, poseía cuatro manos, cuatro pies y dos rostros iguales. Eran extraordinariamente fuertes por lo que los dioses, temerosos de que les vencieran, los hicieron más débiles cortándolos por la mitad, así el amor es innato en los humanos, que pueden restaurar su fuerza al unirse a “su media naranja” y hacer uno de dos. Maravilloso.

Sabemos que el griego no ha muerto, es asignatura estudiada incluso en naciones cuya lengua no deriva de él, lo que entraña una ironía para este país que nos ha tocado en suerte habitar, en el que cada vez se piensa menos porque cada vez se quiere más, dinero o fama efímera, los cinco minutos de gloria que necesita gran parte de la sociedad para que se hable de ellos, aunque al momento vuelvan al olvido social. Creo que quien aprende esta lengua la siente viva porque se va impregnando de una forma diferente de ver la realidad, tan distinta a la actual y tan cercana a la vez. A pesar de estar formado por múltiples dialectos, todos sus hablantes tenían conciencia de formar una nacionalidad, la griega —¿será por eso que avanzaron tanto que luego esa sociedad pretendió “Renacer” en el siglo XIV?—. Esto es lo que debemos meditar y a lo que nos obliga —sin querer— Marcolongo, a comprender que sólo los grandes pueden hacerse fuertes, a pensar que “nosotros” es más provechoso para uno mismo y para un país que “yo”. ¡Qué presente hemos de tener, precisamente ahora esta idea!

Hay algo fundamental del pensamiento griego que se nos ha olvidado, de ahí que no le demos importancia a la memoria histórica, y es que el paso del tiempo no era importante respecto del pasado, una vez ocurrido ya está, lo fundamental eran las consecuencias que tenía ese pasado (para repetir o no las mismas acciones).

Me siento rara al comentar La lengua de los dioses porque no sé griego, por lo tanto, poco o nada puedo aportar a la gran cantidad de aspectos curiosos que Andrea Marcolongo expone sobre esta lengua mal llamada “muerta” pero así sentida por todo el estado español pese a que gran parte de nuestro vocabulario, de nuestra arquitectura, pintura, literatura…, y no sólo artes sino estilos de vida, se lo debamos a la Grecia clásica. Cuando explico literatura recuerdo casi siempre que hemos inventado poco, que ya los griegos impusieron, por ejemplo, el mito de la mujer curiosa, capaz de traerle al hombre todos los males del mundo, aunque si la curiosidad de Eva fue la causa de que se desatara el mal entre los cristianos, en Grecia no fue directamente Pandora sino Epimeteo.

Por supuesto, lo que más trato es lo referente a la literatura, pero la arquitectura, la escultura están ahí y no han perdido vigencia. Hace unos meses visité en Madrid la exposición AGÓN! La competición en la antigua Grecia, y no pude sino maravillarme con la perfección de formas de las esculturas y las imágenes pintadas en cerámicas.

La importancia de conocer la lengua griega es obvia, aunque sólo sea para entender palabras como misoginia, hegemonía, demagogia, alergia o para saber por qué todo lo relacionado con el dolor acaba en -algia. Pero no soy la más indicada para entrar en esto. Simplemente observo cómo vivimos en una sociedad en la que lo más importante es la ciencia, la robótica, la tecnología… sin tener en cuenta que para ser un buen médico, ingeniero o economista hay que poseer una cultura que sólo se adquiere mediante las humanidades; y para poder empatizar con los demás, si queremos ser buenos médicos, ingenieros o economistas, hemos de tener una base sólida del conocimiento de nuestra lengua y de la civilización. Y eso es lo que está desapareciendo del sistema educativo; hoy no hay tiempo para afrontar los extensos temarios de lengua española, latina, griega, francesa… porque las horas de estas asignaturas han disminuido hasta desaparecer en algunos casos. No hay tiempo. Vivimos en el mundo de la rapidez, la inmediatez, lo efímero, los nervios, así que lo de menos es que el alumno sepa expresarse de forma adecuada, porque se acortan las palabras, se repiten expresiones comodín hasta la saciedad y al final no se dice nada, nadie escucha porque hay poco que escuchar, ya casi nadie diserta, ni escribe cartas a un amigo, todo son mensajes cortos, tanto que incluso a veces se sustituyen por dibujitos, emoticonos; pero que quede claro, una carita mandando un beso es un salir del paso, no es un mensaje de amor, no es la expresión de lo que sientes por esa persona en ese momento ¿cómo va a recibir la misma carita, tu amiga, tu madre o tu novio? El significado no es el mismo… pero escribirlo es molesto; «ya nadie sabe llamar por teléfono, y por lo tanto la gente se olvida de que sabe hablar». Tendemos a expresarnos de manera tediosa, mientras que «los antiguos griegos daban a cada color otro significado, un sentido de luminosidad, de gradación de claridad. Veían la luz y coloreaban su intensidad; así el cielo es broncíneo, ancho, estrellado, nunca es solo azul, y los ojos son glaucos, chispeantes, nunca solo azules o grises».

En fin, porque he descubierto cierta paz y orgullo en el pueblo griego recomiendo la lectura de La lengua de los dioses. Está claro que «haber estudiado griego antiguo imprime cierto carácter en la forma de hablar, de escribir y de pensar… Y seguirá… estando dentro de nosotros, y tenderá a salir a la superficie en formas y en situaciones inesperadas y fulgurantes. “Abre la mente”… No es sólo una cuestión lingüística, es una cuestión de actitud ante la vida…”

Esto afirma Andrea Marcolongo, y yo estoy totalmente de acuerdo con ella porque conozco a estudiantes de griego, que son tenaces en la comprensión de tradiciones culturales, porque conozco a Pepi, a Sara, a Ana, que han estudiado griego, son excelentes personas y saben vivir “dentro de ellas mismas”. Porque conozco a José Antonio, el mayor helenista que podamos imaginar, admirable por su plena libertad en la comprensión del mundo y quien, indirectamente, me instó a leer este libro. Y sobre todo porque conozco a Amaya, que no sólo ha estudiado Clásicas y se dedica a enseñarlas a jóvenes de la comunidad valenciana, sino que he descubierto en ella, al leer a Andrea Marcolongo, una forma de ser pura, precisa, paciente, humilde y orgullosa de lo que tiene.


No voy a decir que La lengua de los dioses deba figurar en el programa educativo pero sí que es urgente reavivar la fuerza de las Humanidades en colegios e institutos españoles «porque somos víctimas de uno de los sistemas educativos más retrógrados y obtusos del mundo» La pena es que dudo mucho que esto llegue a quien debiera.

domingo, 5 de noviembre de 2017

NO ME TOQUES



Cuando terminamos de leer No me toques tenemos la impresión de que la estructura era algo desordenada, esto es sólo una impresión, otra magia de la literatura, porque en realidad está escrita a modo de diario, es decir, ordenado por días de forma lineal; puede que encontremos algún flashback o prolepsis que aportan cierta sorpresa al lector, pero en general es como un informe policial que el comisario Luca Maurizi, de la Jefatura de Roma, escribe desde el 7 de junio de 2010 hasta el 5 de julio del mismo año, cuando da el caso de la desaparición de Laura Garaudo por concluido. En este “informe” aparecen cartas de amantes de la protagonista, notas de secuestro, noticias periodísticas… diferentes modalidades con distintos tipos de letra para que sigamos el caso como si fuese actual

IL MESSAGGERO
LA DESAPARICIÓN DE LAURA GARAUDO
PODRÍA SER UN RAPTO

Si esto es así, incluso cada capítulo lleva como título el día del mes, ¿cómo antes he señalado el desorden estructural? Puede que sea porque el contenido no responde a ninguna modalidad textual concreta, en realidad no es un diario, aunque sepamos casi en todo momento los pasos que va dando Laura; tampoco es informe porque el comisario Maurizi no va dejando en comisaría el resultado de todas sus pesquisas, y sin embargo el lector no solamente es consciente de dónde está Laura, sale de Roma y pasa por Florencia, Pisa, Padua, Murano, Madrid… sino que, y esto es lo más importante, va tomando conciencia de cómo es esta chica, una joven de vida algo desordenada, capaz de cambiar de amante de forma constante a pesar de estar casada con el famoso escritor Mattia Todini, un sesentón que sabe perfectamente de la vida sexual de su mujer pero no se inmiscuye porque la adora, y ella a él; por eso siguen juntos aunque Todini no quiera profundizar sobre el porqué del comportamiento extraño de su mujer; la deja sola el tiempo necesario para que se le pase un malhumor que la invade de vez en cuando, sabe que tiene cartas guardadas de sus amantes y es incapaz de leerlas por considerarlo una profanación y no le interesa investigar sobre respuestas o silencios que Laura tiene ante él, se conforma con tenerla a su lado y a ella le basta sentirse, más que querida, protegida por un señor que la cuida, la respeta, le da libertad absoluta y no se enfada con las imprudencias que pueda cometer. Es una relación extraña la que mantiene el matrimonio, y Luca Maurizi es el encargado de desentrañar cómo es cada uno. El retrato psicológico que consigue de Todini no es demasiado profundo pero le basta darse cuenta de que para él, su mujer es como una hija, la que quiere y venera pues supone el acompañamiento a su vejez; por eso decide, incluso cuando es consciente de que Laura no ha muerto, a pesar de que las pistas señalen lo contrario, continuar la investigación para llegar a entenderla, para profundizar en una personalidad difícil, para saber por qué ha desaparecido o ha decidido desaparecer.

Para ello se entrevista con todos sus allegados, amantes, examantes, el profesor de universidad con quien trabajó en una investigación sobre Nolli me tangere, un cuadro de Fra Angélico en el que ella fue capaz de intuir algo que hasta entonces no había salido a la luz; se entrevista con su única amiga, que lo conduce a otra obra artística que impresionó bastante a Laura, The cocktail party, una representación teatral de T.S. Elliot; esta chica es quien lo pone al corriente de una novela que Laura terminó, todos pensaban que la estaba escribiendo al amparo de su marido para sacar provecho, y se la dio a ojear a ella. Así pues, Giulia es la única persona que leyó la novela puesto que una vez que lo hizo, Laura la destruyó «…me dijo que se había percatado de que no había escrito una novela, sino un balance de quiebra […] la historia de un girar en el vacío […] Creo que fue esto lo que le dio miedo. Y por esa razón, cuando se la devolví, la quemó».

El señor Todini permite al comisario leer las cartas de Laura puesto que todo lo demás que le pertenecía, el ordenador, los libros, las llaves de un piso que tenía (y que pone en venta), su dinero… todo se lo lleva sin dejar rastro. De esta forma conocemos que, a pesar de su inteligencia, y de la pasión con la que la abordó, dejó a medias la tesis sobre Fra Angélico porque se enamoró perdidamente del cadete Ernesto, perteneciente a la Academia Naval; por esta razón lo dejó todo y se fue con él. Al poco, Laura le comunicó por carta que estaba embarazada a lo que Ernesto respondió aturdido, primero, pues no se encontraba preparado para tener un hijo, pero tras meditarlo, pidió permiso en su destino para reunirse con Laura y celebrar la noticia, sin embargo Laura ya había abortado. En este caso es Ernesto el que la deja al no entender su reacción, mucho menos el que hubiera tomado la decisión tan repentinamente.

Asimismo, al leer la obra de Elliot, el comisario avisa al señor Todini de que su mujer puede haber huido con Wilson Peixoto, una especie de padre espiritual que les presentaron en el homenaje a un escritor brasileño; de hecho, el abogado de Laura vende su casa y transfiere todo el dinero a una cuenta de Peixoto a modo de dote. Pero la idea de que Wilson Peixoto quiera aprovecharse de Laura no se sostiene dado que él es millonario.

Entre todas las pesquisas que Manzini va desentrañando con gran agudeza se encuentra con las barreras típicas de la sociedad, las noticias periodísticas que llevan a falsas pistas y la presión de la propia policía que lo insta a cerrar el caso para no quedar más en ridículo ante todos, así como la presión moral del propio Todini, que vive en continua congoja desde la desaparición de su mujer; incluso es internado en el hospital al leer la noticia de su secuestro. Pero ambos, Maurizi y Todini, saben que no ha sido recluida, que ella está bien y que va dejando pistas de por qué ha tomado la determinación de desaparecer. Y entre todos los que han tenido contacto con ella llegan a la conclusión final, sorprendente para el lector, pero lógica para una personalidad inconformista como la de Laura. Por medio de los diálogos Andrea Camilleri desentraña a fondo la psicología de Laura Garaudo hasta el punto de que el lector empatiza con ella y respeta su decisión, como así hace el comisario.

Camilleri escribe una obra corta, bien podría llevarse al teatro pues lo de menos son las fechas del seguimiento de la investigación o las analepsis que surgen de vez en cuando. Si el personaje queda perfectamente retratado es por lo que piensan y dicen de ella cada uno de los que han tenido contacto con Laura.

No me toques podría encuadrarse en el teatro psicológico, aquél que deriva del realismo y naturalismo de Meyerhold para imbuirse con Antón Chejov o Luigi Pirandello en una reflexión vital sobre los grandes interrogantes de la existencia, el ser, el parecer, la verdad, el tiempo… la muerte.

Pero no es teatro, es una novela dialogada en la que, el creador de Salvo Montalbano, que curiosamente esta saga policiaca no ha sido llevada al teatro pero sí adaptada a la televisión por el propio Andrea Camilleri, utiliza a otro policía con rasgos que nos recuerdan a Montalbano, como la inteligencia, la fidelidad, el ser un antihéroe, la cultura que posee derivada de la lectura, el razonamiento y, sobre todo, la falta de prejuicios. Al coincidir estos dos detectives en la base de las novelas, al tratarse de novelas policiacas en las que lo de menos es la acción y lo más importante el sentido del humor, la bondad, la ingenuidad incluso de los personajes, me da la impresión de que éste es el sello del autor, un guionista televisivo, director teatral y novelista nonagenario, lúcido, inteligente y bueno.

El estilo es bastante coloquial, al tratarse de diálogos es usual dejar frases inacabadas

—Quizá porque querían retrasar el descubrimiento del secuestro.
—Es posible, pero…
—¿Pero…?

O utilizar expresiones corrientes típicas entre el habla policial —o de cualquier trabajo—, siempre de superior a subordinado

—¿Y cuál es esta prueba?
—Una rosa del desierto
—¿Qué coño dice?
—Disculpe. La rosa estaba dentro de un paquete…

Asimismo encontramos reflexiones enigmáticas, tanto de personajes reales de la novela

—…Y, como es natural, de esas cartas habrá obtenido una imagen, como poco, pésima de Laura.
—Con sinceridad, no.

como de otras metateatrales que sirven para aportar soluciones definitivas

Reilly: […] Ha dicho dos cosas: ¿cuál es la primera?
Celia: Una conciencia de soledad… Que uno está siempre solo.
Reilly: ¿Y el segundo síntoma?
Celia: Éste es aún más extraño… es un sentimiento de pecado.

Por supuesto no falta el humor, el buen humor, hiperbólico, metafórico, derivado en este caso de la criada, más preocupada por sus labores cotidianas que por lo que les pueda ocurrir a sus señores, gente que vive otras experiencias más idealistas

—¿Qué podía hacer? Lo he arrastrado hasta la cama y he llamado a su médico.
—¿Qué ha dicho el médico?
—Que ha sido el golpe de la carta…
—¿El médico ha leído la carta?
—Eh, sí.
—Y ahora, ¿dónde está?
—¿El médico? ¡Y yo qué sé!
—No, hablaba de la carta.
—¿Y dónde va a estar? Sobre la mesa de la cocina.
—Déjela allí. Llego enseguida.
—Pero deprisa. Tengo que ir a hacer la compra.

Aunque parezca increíble, en este informe policial-diario dialógico, lleno de referencias al arte, a la cultura, y a la biblia incluso «Nunca le he preguntado si era creyente o no, pienso que no lo es, aunque aplica al pie de la letra el precepto “Ama al prójimo como a ti mismo”», hay un fondo poético que es lo que consigue que la novela se lea de un tirón, mientras experimentamos, con esa protagonista ausente, sus mismos sentimientos.

Como director y guionista televisivo conocí a Camilleri en la serie policíaca Montalbano; por cierto, le puso ese nombre a su protagonista en honor de Vázquez Montalbán, a quien siempre le estuvo agradecido por haberle descubierto los secretos de la novela negra; por eso, según el propio Andrea, al recibir en 2013 el premio Pepe Carvalho, fue «sentir el calor de la amistad». Debe ser eso, que los grandes y los buenos se juntan y quedan unidos eternamente.


Pues me gusto la serie del comisario Montalbano, también disfruté con el joven Montalbano, pero no conocía al Camilleri novelista y, aunque un poco tarde, me he sentido reconfortada por dos cuestiones, la primera es que queda gente buena en el mundo, la segunda es que se pueden pasar los 90 años con una lucidez increíble.

miércoles, 1 de noviembre de 2017

EL SÉPTIMO CÍRCULO DEL INFIERNO


La última novela de Santiago Posteguillo, si es que podemos considerarla novela, es apasionante, aunque ciertamente su encuadramiento en un género literario sea difícil —esta sociedad nuestra que ha conseguido tenerlo todo estructurado, incluso nuestra mente—.

¿Por qué, entonces, El séptimo círculo del infierno la he incluido como tal? Puede que porque consta de una serie de personajes ficticios, u obras literarias que conviven con sus autores en cada capítulo y que, aunque no tengan una trama en común los veintinueve capítulos que la componen, sí estén regidos por un mismo tema, todos son personajes malditos pues la sociedad los ha incluido en ese círculo dantesco al que iban los criminales o los blasfemos. Y sin embargo, Santiago Posteguillo encierra en este séptimo círculo del infierno de la Divina Comedia, el río Flegetonte, de sangre hirviente, guardado por el Minotauro y centauros, en el que las harpías y perras famélicas devoran o lanzan piedras a quienes quieran abandonarlo, a todos los perseguidores de la literatura, sacando a la luz, como si de un Orfeo se tratase, a esos libros que nunca han debido estar prohibidos por ser considerados pecado.

El autor califica al libro de «viaje literario» por el que la Historia pasa, y en la que los autores deben sortear «persecuciones, enfermedades, pérdidas de seres queridos, prisiones, intolerancia, campos de exterminio, servicios secretos, dictadores y hasta corruptos». Realmente es un infierno, y lo más grave es que no ha terminado. En pleno siglo XXI y en plena democracia sigue estableciéndose una censura sutil, por eso Posteguillo critica abiertamente los libros catalogados, en la web de la librería del Museo del Prado, desde LA1, moralmente aceptables, hasta LC3, censurables del todo por sexo o cuestiones religiosas; lista a la que le gustaría pertenecer pues están, entre otros «Goytisolo, Benedetti, John Irving, José Luis Sampedro […] por mencionar algunos autores inmortales y perversos. Un dulce infierno». Asimismo, Posteguillo, ataca la reducción  de «las asignaturas de humanidades. Eliminan horas de historia, arte, latín, griego, literatura, filosofía y tantas otras materias claves en la evolución del pensamiento humano». Está claro que el gobierno tiene miedo, como lo han tenido los gobernantes de todos los tiempos, de que llegue un momento en el que aparezca la revolución más temida «la de la inteligencia». Gracias Santiago por ser tan directo, gracias por apoyar, de manera indirecta —o directísima— a tantos profesores que, consternados, ven impotentes cómo no pueden educar a sus alumnos por el simple hecho de que no hay horas disponibles.

Pero no es momento ahora de analizar la buena, mala o pésima situación educativa por la que atraviesa nuestro país, sino de profundizar en esos autores que este escritor ha rescatado del olvido e insta a que los leamos, que reflexionemos sobre lo que ellos ya hicieron tiempo atrás.

En el siglo VIII a.C., Safo queda unida, mediante la escritura, a la actualidad, en este capítulo aparece el padecimiento que, al separarse de su adorada Atis, dejó escrito en un poema. Para insistir en su dolor pero también en sus ganas de luchar por los derechos de la mujer, no me cansaré de recomendar Atardecer en Mitilene, obra teatral de Andrés Pociña.

Es curioso cómo Horacio, tan conocido por sus odas, en el año 42 a.C. dejó por escrito el miedo que sintió en la batalla de Filipos y su huida

Contigo compartí el desastre de Filipos y una huida poco honorable, abandonando mi escudo de forma innoble…

Y es curioso porque, a pesar de su vergüenza, si no lo hubiese hecho probablemente no habríamos podido leer los mejores versos de la poesía latina.

Otro dato extraordinario de este “viaje” es el del escritor Rustichello da Pisa quien, en el siglo XIII, conoció a Marco Polo en la misma celda y redactó sus viajes, asombrado de que hubiese visitado Asia, porque Marco Polo no sabía escribir y, curiosamente fue Rustichello quien lo dio a conocer a la posteridad, aunque él, que «ya tenía algunos romances en lengua provenzal sobre los caballeros del rey Arturo […] fue un escritor tan genial como invisible».

Si hablamos de escritores invisibles no debemos olvidar a Cristina de Pizán quien, muertos su padre y su esposo, siguió adelante, sola, escribiendo, y en el siglo XIV fue capaz de entregar todo un manifiesto en favor del reconocimiento de los derechos de la mujer «germen de ideas feministas» La ciudad de las damas, leída o conocida por muy pocos en el siglo XXI.

Creo que a estas alturas queda clara mi admiración por el Siglo de Oro, por eso me ha encantado recordar ese Hombres necios con el que sor Juana Inés de la Cruz burló a la censura de la Inquisición, la misma que le prohibió ir a la universidad sólo `por ser mujer «siempre tan necios andáis / que, con desigual nivel, / a una culpáis por cruel / y a otra por fácil culpáis».

En el siglo XIX, nuestro donjuán por excelencia, José Zorrilla, intentó enamorar a Emilia Serrano a golpe de verso y, una vez que lo consiguió se zafó de ella como si fuese el propio Tenorio. Pero Emilia no quedó maltrecha, llegó a ser baronesa de Wilson y escribió numerosos artículos, obras literarias y el primer libro de viajes sobre el continente americano que existe, aun así todos recordamos los versos ripiosos y machistas de Zorrilla y pocos se acuerdan de la baronesa.

En fin, El séptimo círculo del infierno está plagado de sorpresas, la mayoría de ellas referidas a mujeres que han debido luchar contra el intrusismo, la ignorancia o el olvido, como Concha Espina que no llegó a conseguir el Nobel por un voto, y que a pesar de ser feminista, liberal y católica en el siglo XX, pocos han leído su novela El metal de los muertos, sobre los mineros en Córdoba, donde fue y convivió un tiempo para escribir con plena conciencia y denunciar las condiciones en las que trabajaban.

Sin embargo a Pearl S. Buck sí le concedieron el Nobel de literatura y, aun así estuvo proscrita en China desde que llegó el comunismo por haber tomado «una actitud distorsionada y vil hacia la gente de la nueva China y sus líderes», a pesar de haber luchado por la discriminación de los chinos en EE.UU. y haber constituido una agencia de adopción para niños mestizos que nadie quería.

Otra que fue vetada por el Comité de Actividades Antiamericanas, por haber simpatizado en algún momento de su vida con los comunistas, fue Vera Castany quien, a pesar de que sus novelas adaptadas al cine supusieron verdaderos éxitos de taquilla, no pudo escribir durante 10 años.

Son mujeres que han combatido el horror, que han superado su miedo al maltrato, la tortura, y se han impuesto sobre todos aquellos que sí han caído en el olvido como el marido de Buchi Emecheta, nigeriana que hubo de separarse para poder escribir, al tiempo que trabajaba, sacaba a sus hijos adelante y recibía el premio de la Orden del Imperio Británico. Premios que, a veces y a pesar de ser siempre justos y merecidos, no trascienden lo que debieran. En ocasiones, alguna famosa y aceptada, como Doris Lessing, llegó a utilizar un pseudónimo, a modo de experimento, sin obtener reconocimiento; de hecho al firmar como Jane Somers en obras similares a las que tuvieron éxito, éstas fueron catalogadas como «un precioso suéter tejido por una mujer con artritis», mientras que utilizando su nombre real consiguió el Nobel de 2007.

Todos conocemos, o al menos hemos oído hablar del spanglish pero pocos saben que este idioma puede que se deba a Dolores Prida, cubana que tuvo que exiliarse a Nueva York donde escribió su teatro de esa forma. Probablemente la cátedra de spanglish de la universidad de N. Y. se formó gracias a ella.

Merece la pena leer El séptimo círculo porque no sólo expone anécdotas o sucesos de otros tiempos sino otros totalmente actuales que todos deberíamos conocer, como que en 2004 se estrenó en Londres Romeo y Julieta en O.P. “original pronuntiation” y resultó que, teniendo en cuenta los cambios fonéticos surgidos desde hace años, los chistes del genio universal sonaban mejor y eran más atrevidos, pues al pronunciar como se hacía en el barroco, no se traducía «De hora en hora, maduramos y maduramos, / de hora en hora, nos pudrimos y nos pudrimos» sino «De puta en puta, maduramos y maduramos, / De puta en puta, nos pudrimos y nos pudrimos». No cabe duda de que este verso haría reír mucho más a un público ávido de morbo en los juegos de palabras y que hoy podemos recuperar en el Teatro Globe.


Y merece la pena llegar al final del viaje para ser testigos de la feroz crítica que Posteguillo hace no sólo a estos culpables del abandono de la cultura humanística; también arremete contra los gobernantes que, incultos e incapaces de pensar en algo que no sean ellos mismos y su bienestar, realizan experimentos con seres vivos sin saber nada de ciencia o de otra cosa que no sea corrupción, como el caso de Ana Mato que decidió matar a Excalibur, el perro de una enfermera contagiada de ébola, por si su animal de compañía lo transmitía al resto de la sociedad, en vez de preocuparse, como han hecho en otros países, de promover laboratorios y científicos en condiciones que puedan resolver estos problemas. Ya ha pasado un tiempo, y España sigue a la cola de la ciencia, así pues, nuestro autor nos ofrece una lista de perros que, a través de la literatura, lo han dado todo por sus dueños: Pilot, en Jean Eyre, Argos y Ulises, Buck, en La llamada de la selva, Crab, de Los caballeros de Verona, Laska, de Ana Karenina, Fang, de Harry Potter… o Cujo, el perro con rabia de Stephen King, que le regalaría a la ex ministra, Ana Mato.