sábado, 28 de marzo de 2020

EL DÍA EN QUE MORÍ



El día en que morí es una colección de relatos que forman parte del libro En el vagón, título que los sitúa pues, el espacio en el que se desarrollan es una estación de tren. La metáfora de este medio de transporte se instala en la propia vida para indicar en esta selección, el final del trayecto. Por otro lado, el tren es idóneo en este subgénero narrativo de condensación diegética ya que la velocidad que lleva asociada es espejo de la dinámica vital, espejo de progreso e igualación. El tren y la estación son perfectos para las narrativas ficcionales de Jesica Sabrina Canto. Los aficionados al cuento disfrutarán con estos relatos cortos porque la autora ha llevado al extremo las características narrativas y ha conseguido sorprender a un lector que recibe pocas pistas de un universo ficticio apenas perceptible, por lo que debe elaborarlo en su pensamiento.

En Una historia de fantasmas, el uso del gerundio aporta una continuidad exhaustiva tanto para la actividad de la protagonista como para la del resto de personajes: «meciendo» - «comiendo». Todos quedan igualados en un tiempo circular, eterno que marca impasible las monótonas actividades. Los límites textuales son precisos, el cronotopo queda enmarcado en un día cualquiera de una estación cualquiera, pero el planteamiento egocentrista nos acerca al proceso lírico, por lo que no ofrece la representación de la realidad sino la de una realidad textual. Asimismo la reducción total de los componentes de la exposición, desarrollo y desenlace favorece la mutación estructural hacia el sentimiento poético. Como en un poema, el título alude al tema: todos somos fantasmas, almas errantes en continuidad remarcada en la última afirmación, «es eterno». Los personajes se reducen al desarrollo de acciones, que se reparten en los tres momentos del día. Hay una inexistencia de caracterizaciones, pues son personajes planos —que se enganchan a esas almas errantes— «personas apuradas que se empujan e insultan». Los paralelismos resaltan la realización antitética, circular, de todos «sube - baja» frente a la pasividad constante del yo. En este enfrentamiento la autora trasvasa el relato a otra sugerente expresión artística. Una pintura.

En Adicciones podemos resaltar el valor de la aliteración. La repetición de la oclusiva sorda aporta un ritmo regular «escucho el eco del traqueteo, quiero» que, sin embargo, es engañoso puesto que nos lleva a un final sorpresivo, abierto. El narrador deja la historia en suspenso para que resalte el carácter subjetivo del tema: la imposibilidad de comunicación.

El plan secreto de mamá cambia la estructura, pues el final, regresivo, tiende un puente al principio del relato, con lo que el título adquiere el sentido de la exposición. En esta «estación terminal» encontramos un acoplamiento a la situación de la madre. La aliteración de la vibrante aporta la fuerza necesaria a la acción «se tiró de la terraza». La lítote del pasado refuerza la negación en el presente «no nos reíamos tanto». La subjetividad del yo, como si fuese un poema, adquiere importancia frente al nosotros del comienzo «me suena, me dice» estableciéndose una paradoja que forjará la soledad del narrador frente al impostado «todos juntos».

La antítesis dolor-felicidad que se da en la monotonía es la clave de Recuerdo aquel primer beso. El recuerdo permanece en el tiempo adherido a su piel y a su alma con la fuerza de la vibrante «arrugas. Cargo con un ramo de rosas rojas». La perífrasis durativa mantiene presentes todos los sentidos en la acción repetida de la narración: el tacto (rosas que le regala), el olfato (su colonia), la vista (su sonrisa), el oído (hablarte) y el gusto (mis labios). En este microrrelato aparece la monotonía de la soledad alimentada por los recuerdos, únicas circunstancias que crean una realidad solo posible en su intimidad. La falta de autoconfianza de la narradora nos presenta a un personaje tipo. Una mujer necesitada de un hombre a su lado para que le dé la claridad que no tiene y la excitación que necesita; la elipsis de contenido consigue agrandar el tiempo, «a mitad de la noche» en una situación interior, «calma a mi alrededor». La fortaleza que muestra es la que anuncia en el título, término unido a su pensamiento a través de la aliteración: pregunta, rondando, recuerdo, respondí, tren.

Arrepentimiento. Este sentimiento de pesar consigue, paradójicamente, rejuvenecer a la protagonista en las únicas acciones que realiza: Escucho, lo veo y doy un paso. De nuevo, la capacidad de sugerencia de este relato lo acerca a la expresión lírica.

El amor de un niño es probablemente el relato que esté dotado de una estructura más sencilla; aunque comience in medias res informa al lector de manera superficial, del espacio, los personajes, la intención de la narradora protagonista y la tensión generada por un final inesperado que, sin embargo, actúa de puente con el título. Este final regresivo consigue que dicho título sea el elemento medular del cuento: la esperanza que, en forma de «mano», «aferra la mía». Hay otra característica singular que marca este relato encadenado, el comienzo es igual al del microrrelato anterior, Arrepentimiento y sin embargo ambos son antitéticos en su significado.

La noticia de su muerte expone ya en el título el eje narrativo. Este microrrelato, carente de repeticiones alude al tiempo histórico con la continuidad que aportan el gerundio «chocando» y la reiteración «una y otra vez». La pérdida de la razón del narrador protagonista se explicita con la negación de la perífrasis de posibilidad. Los sinónimos contextuales de estructura paralelística marcan la imposibilidad de comunicación «arrugada en mi mano, encerrada en mi puño». Así, el final totalmente inesperado aparece al igualar a las dos personas referenciales «su muerte – mi pecho» en una imagen caótica de final de una película.

En Rescatista hay tres términos que unen el sentido de la vista, «negra» y el del oído, «llorando» al desastre final que sugiere el espacio, «perforada». La metáfora de la muerte permanece como paradoja explicativa de la incomunicación «el silencio cada vez se siente más», y la negación de acciones nos lleva a una conclusión negativa que contesta al título.

El relato más largo probablemente sea Obligada a huir, también es el más explícito; la metáfora del viaje como paso del tiempo está presente con el matiz pesimista que evocan los verbos finales disfrutaba, golpee, tomé y disparé.

Relacionado con el anterior, Cobardía, es la crítica social hacia la ausencia de solidaridad, de ayuda. No hay expresión de sentimientos, solo verbos que aclaran las acciones del narrador, bajo, camino, rodeo, veo, veo. Esta repetición marca la importancia de lo expuesto que, irónicamente, consigue una reacción antitética: vuelvo, subo, camino. Vivimos acompañados pero solos.

Jesica Sabrina Canto ha conseguido, en estos microrrelatos, una capacidad de sugerencia y evocación tal que los ha convertido en piezas líricas o pictóricas, pues con apenas unas pinceladas ha caracterizado la esencia del tedio social.

lunes, 23 de marzo de 2020

CUERPOS DESCOSIDOS



Acabo de leer una novela, recomendada por Ángel Vela, que no es negra, pero hay delitos. Ningún policía, o detective, se enfrenta a los criminales aunque el protagonista los busca y actúa, en algún momento, como agente de la justicia.

La novela no intenta una crítica social pero en sus páginas subyace la denuncia al fanatismo religioso. Los personajes no son duros pero su fragilidad los ha curtido interiormente hasta que las marcas se han dejado ver en el cuerpo.

El investigador nos acompaña, aunque no seamos conscientes, a lo largo de la novela para que podamos desentrañar el misterio. Solo nos desvelará, con la ayuda del resto de los protagonistas, lo que le interesa, personalidades complejas que tienen sentido como consecuencia de lo soportado, o que no lo tienen puesto que forman parte de lo paranormal.

Todo es posible en Cuerpos descosidos, una alegoría al Apocalipsis que se mueve en tres ejes-tema, el miedo, la sumisión y la venganza. Condenada Trinidad que existe en uno solo, la Culpa. Ante ese panorama no hay nada que hacer. El ansia de libertad que alguien nos transmite al principio queda imposibilitada con la anáfora anunciadora

Solo cuando me detengo […]
Solo entonces veo […]
Solo entonces veo

Asimismo la personificación de la verja, aun mediante su oxímoron afligido, «quejido mudo», se levanta poderosa para recordar la pérdida indiscutible de autonomía en el encierro absoluto

Al igual que encontramos tres temas, aparecen tres personajes, Lucio, Eva y otro, del que no sabemos su nombre, pero escribe un diario. Esta trinidad tiene su razón de ser por aquél que les da sentido, Padre, un ser implacable, irracional y sádico que iguala su propio gozo al dolor de los demás «El cuerpo entero se me estremece con el latigazo que precede al dolor dulce y purificador».

El dualismo suplicio-placer se instala en los tres protagonistas. Por un lado la niña Esther, simbología de estrella bíblica, que se siente culpable cuando comprueba que ya no es querida, ni utilizada, por padre. Ha dejado de gustarle, al empezar a madurar su cuerpo ha perdido el atractivo, por lo que lo castiga lacerándolo. Frente a ella, la joven Eva, nombre simbólico como inversión de la Virgen María, culpable de abandonar el cautiverio impuesto por padre, por lo que busca incansablemente en otros hombres aquello que con dolor le da la vida «Una mano que me recuerda tanto a la de él que las rodillas me tiemblan y amenazan con derribarme».

El adolescente Pecas, también es culpable de infligir daño a los demás aunque él no sea consciente; su tristeza se convierte para el lector en algo turbador «el caso es que aún iba en calzoncillos (a pesar del frío) y, a decir verdad tampoco se oía ningún ruido dentro de la casa». Frente a él, Lucio, adulto que continúa dañando a los demás sin querer; se considera culpable del dolor que lo atenaza al no ser capaz de desprenderse de una facultad perniciosa. Su pecado se agranda mediante la repetición anafórica «Maldigo las promesas […] Maldigo a Renée y me maldigo a mí mismo […] maldigo mi don».

El niño que escribe el diario es de carácter débil, sufre desde pequeño la hipocresía religiosa, por lo que vive atormentado como Jacob, el hijo de Abraham, quien se salvó por orden de Dios en el momento en que su padre iba a matarlo. Pero este niño está solo, a su padre «Dios no trataba de detenerlo en ningún momento». Esa es la razón de que decida aceptar las torturas más horrorosas hasta que se convierten en costumbre «He sabido que padre ya estaba en el sótano solo cuando he oído el tintineo metálico de su cinturón. Sin embargo, hoy no he tenido ningún miedo». Frente a él, un adulto deformado física y mentalmente, alguien convertido en un animal incapaz de tomar decisiones, «obeso, hediondo, la mirada desvanecida y la boca desvaída». Es alguien invisible a pesar de todo, tanto, que queda privado de consciencia y de posibilidades futuras, tal como augura la falta de ventanas en el encierro, la negación a una sexualidad despertada elimina de su mente la posibilidad de comunicación y muestra un estado perenne virginal. Es el símbolo del caos que reina en nosotros cuando nos vemos instigados por una culpa de la que no podemos liberarnos y se va transformando en odio y venganza hasta generar un nuevo caos: «El peso de lo inevitable, venciendo toda voluntad».

En algún momento de sus vidas, los formantes de esta condenada trinidad acuden al Cabaret de los Pecados, una especie de confesionario regentado por la Papisa, capaz de absorber el dolor ajeno y absolverlo. Su espectáculo es «un trasvase de dolores, pecados y culpas». Sin embargo cuando es consciente de la culpa y el dolor de esos personajes, el sufrimiento «se va apoderando de mí y me va consumiendo […] un enjambre de termitas».

La Papisa-Renée se ve incapaz de soportar tanto dolor absorbido. La única solución es la muerte. Ella no se siente capacitada para aplacar el caos reinante. Así pues, como un nuevo Jesucristo pide ser liberada de la tortura por la muerte.

También muere Eva, paradójicamente en la más absoluta oscuridad, sin luces en el firmamento y con ella la sumisión constante para no ser abandonada; muere el protagonista invisible, culpable del miedo desatado. Muere la madre, «¿Se puede sanear una fruta que está podrida?», personaje oscuro que encierra en sí mismo la dicotomía vida-muerte, mujer sometida, torturada hasta la locura, culpable de la destrucción del mundo que con tanto empeño quiso imponer el padre. Y de alguna manera muere Lucio y su afán de venganza para que dé comienzo, ahora sin mujer inductora al pecado, otra espiral de dolor con la sumisión de un nuevo Lucio hacia padre.

Javier Quevedo crea esta novela dual para indicar la relación entre pecado y perdón. No hay perdón posible. Hay escenas que perturban al lector pues se dan en una atmósfera poblada de crueldad y sadismo, de misterio y miedo, algo que impide la libertad en el ser humano.

Para el autor es importante la ausencia de vestimenta, algo que refuerza la ambigüedad de los comportamientos de los personajes. La búsqueda de lo absoluto desemboca en construcciones redundantes que remarcan la austeridad pretendida. El cuerpo es víctima de una visión grotesca, reflejo de una mente aniquiladora, por esa razón pasa a convertirse en una máquina destinada a la producción de horror, un mecanismo que emana «un hedor más agrio, a veces casi molesto».

El cuerpo, de visión escatológica, es una evidencia de la religión deformada hasta extremos verdaderamente sádicos, «los genitales de este Cristo colgaban tan embadurnados de sangre como el resto de su anatomía». La aberración y ambigüedad intencional en la idiosincrasia se refuerza con la interdisciplinariedad «facciones desdibujadas como si fueran una pintura de Francis Bacon». La ironía se consolida perfectamente con la ayuda de la literatura; El maravilloso mago de Oz sirve a Javier Quevedo para resaltar la duda sobre el sentido protector de la familia «¿Realmente se está mejor en casa que en ningún otro sitio?» La crítica al concepto religioso del alma es casi visual a través de una Papisa que, como Michael Clarke Duncan en el film La milla verde, confiesa: «Sentí miedo observando su interior […] sentí miedo de verdad […] sentí que algo de aquello se me había quedado dentro».

Las comparaciones sangrientas desvelan paradójicamente un dolor psicológico «igual que un conejo abierto en canal en el escaparate de una carnicería». Las interrogaciones retóricas intentan ofrecer una respuesta, aunque ya sabemos de antemano que será negativa «¿significaría eso que el monstruo tiene alma?» No hay alma para un dios «impío y cruel». Un dios para quien «hay muchos tipos de pecado, tantos como cabezas tiene el Dragón del Apocalipsis». Este dragón, fuerte, vigilante, instintivo es el representante del demonio, el verdadero dios de esta religión sin sentido, el formado por siete cabezas, siete pecados capitales, a los que nos enfrentaremos de manera involuntaria mediante el sacrificio. No hay otra salida, una vez metidos en la espiral del fundamentalismo religioso no llegaremos a ninguna parte, al contrario, quedaremos inmersos en su fuerza potencial hasta que nos arrolle, destruyendo nuestro orden íntimo, personal.

Novela demoledora en la que Javier Quevedo nos conduce, mediante puntos de vista diferentes, hasta el pozo más oscuro de la opresión religiosa capaz de eliminar cualquier rastro de razón y humanidad.

miércoles, 18 de marzo de 2020

EL FRÍO DE LA MUERTE



Acabo de leer una novela que me ha desconcertado porque no estoy acostumbrada a la ciencia ficción, y lo poco que he leído de este género transcurría en un espacio inusual, es decir, desde el principio somos conscientes de que se trata de algo fantástico; sin embargo, El frío de la muerte es otra entrega del detective Charlie Parker, hombre duro donde los haya, con un pasado que lo marca constantemente con el dolor. La pérdida de su mujer y su hija Jennifer, en entregas anteriores, pudo haberlo llevado a una especie de superstición religiosa que actúa a modo de bálsamo para que su mente pueda descansar, por ello Parker intenta ahora comunicarse con la chica para protegerla en su mundo desconocido, ya que no lo hizo en éste, «siempre dejaba una lámpara encendida […] para que Jennifer, su difunta hija, pudiera ver en la oscuridad». Son actos que probablemente todos haríamos para paliar la soledad que nos dejan los seres queridos cuando mueren. Lo raro es que, de la manera más normal, nos enteramos de que Jennifer vela por él, y Sam, su segunda hija, viva, fruto de su relación —rota— con Rachel, también.

Sam tiene el poder de ver muertos, entre ellos a los Hombres Huecos, los Hermanos y, por supuesto a su hermanastra Jennifer, con quien se comunica

ella te ama
los dos te aman
ella solo quiere que estés a salvo
—Estoy más segura con él y él conmigo
ella no lo sabe
—Podría obligarla a hacer lo que yo quiera
Jennifer no contestó inmediatamente a eso

Pues esta unión natural de los dos mundos es lo que ha hecho que en un principio me desorientase. Quería encontrar significados metafóricos a lo que estaba leyendo; no los hay, o Jonh Connolly no pretende que creamos eso. De forma magistral traza una trama fantástica en la que una saga familiar del siglo XIX, los Hermanos, cometió los crímenes y fechorías más atroces imaginadas hasta que fueron cercados, tiroteados y quemados durante el asalto a Capstead. El miedo a una vida eterna sufriendo las llamas del infierno llevó a Peter Magus, el patriarca, a hacer un pacto con Beliel, uno de los ángeles caídos, el más peligroso por lo traicionero de su comportamiento. Beliel impedirá su entrada en el infierno, los dejará vagando por la tierra como fantasmas, a ellos y a todos sus descendientes (una vez mueran) a cambio de que sigan sembrando el mal en vida. Y en eso están sin saber que el ángel demoníaco, ahora, en el siglo XXI, se ha cansado del pacto y contrata a los Hombres Huecos para que liquiden a todos los Hermanos.

De esta forma todos se mezclan en un espacio inquietante. Asesinos que, antes o después reciben su castigo en forma de venganza. Charlie Parker es contratado por Ross, un agente del FBI para que busque a Eklund, otro investigador asalariado por él, del que hace días que no sabe nada. Sin más información, Parker, acompañado por Angel y Louis, sus dos inseparables amigos, siguen los pasos de Eklund para ir descubriendo una cadena de asesinatos en la que nadie queda a salvo.

El otro núcleo del argumento es el formado por el difunto mafioso Webb, temido hasta por la policía, que sin embargo se arrepiente en su lecho de muerte pues intuye que la masacre de la familia de su hermano tiene algo que ver con la venganza de los Hermanos, y pretende redimirse. Madre, su mujer, será la encargada de destruir todos los negocios. El problema es que Phillip, el hijo no querido de Webb, está decidido, pese a su incompetencia, a continuar con ellos, para lo que no duda en matar a su madre llegado el caso.

Estos tres focos problemáticos, la familia, los Hermanos y Madre, son los que Parker lleva entre manos a la vez, ayudado también por su abogado Moxie, que le va cubriendo las espaldas, y por los propios asesinos que, sin saberlo, le allanan el camino.

Phillip mata a su padre, Webb, en el lecho de muerte, luego será mandado asesinar por Madre. El detective Eklund mata a Claudia Samsun, para ser torturado después por Sally (a quien después matará Kirk), y asesinado por Richard, un Hermano asesinado a su vez por la mujer de Thayer, quien muere ayudado por uno de los fantasmas. Routh, capaz de comunicarse con los Hermanos, mata a la china Yunai, y el Coleccionista, Hombre Hueco, lo mata a él. Kirk muere a manos de la policía, así como Summer, otro Hermano que recibe su castigo por la cobardía mostrada.

Está claro que en El frío de la muerte, Charlie Parker tiene un cometido, destruir el mundo paralelo que se ha creado, algo que logra en siete partes para descansar al final. El autor consigue estructuralmente una historia cerrada. En esas siete partes en las que está dividida la novela el relato policial se engloba en el fantástico y quedan tan unidos que el lector no tiene ninguna duda de que todo ocurre en la realidad. Los Hermanos se mueven en ambos mundos, el real y el maravilloso, donde la incertidumbre queda despejada con leyes que no pertenecen a lo conocido. La función de los Hombres Huecos es introducir lo fantástico en lo real. Por otro lado hay Hermanos fantasmas que tienen voluntad propia, como Eleanor, la hija de Magus que nos lleva al pasado cuando le interesa. Pero ninguno quiere una redención, son personajes disfuncionales que no acomodan su vida a las normas morales de la sociedad, «Después de matar siempre sentía la necesidad de sumirse en el olvido. No sabía por qué».

En cuanto al estilo hay dos técnicas fundamentales que consiguen un ritmo rápido en la lectura, el tratamiento del humor y la continua tensión en la narración. Las informaciones catafóricas fomentan esta tensión; aunque parezca que eliminan la sorpresa posterior, no se extienden demasiado en la descripción, funcionan a modo de título de lo que más tarde se desarrollará por completo, por lo que al aparecer ante el lector aumentan su incertidumbre «Y la muerte entró con ella». Asimismo los comienzos del capítulo se benefician de avisos importantes a medio aclarar para que deseemos seguir leyendo «Tobey Thayer tenía un don».

Las oraciones cortas anulan la función del narrador omnisciente al mezclarse con el pensamiento del personaje, de esta forma el objetivo general de la información se hace eco del interior del protagonista, logrando un movimiento tensional derivado de la transparencia con la que aparece lo que de verdad desea

…aliviando su incomodidad
Durante un rato.
Llamó de nuevo a Eklund. Nada.
Absolutamente nada.

Cuando algo inesperado se introduce en la rutina consigue despertar emociones inminentes, la inquietud crece aún más no solo con lo que se cuenta sino cómo se cuenta; por eso al leer «Estaba a punto de abrir la puerta del coche cuando vio a la chica muerta en la calle» se produce en el lector una ansiedad propia de la sorpresa, aumentada con la utilización del artículo determinado para nominar a un personaje nuevo que, sin embargo, es conocido por el otro personaje.

Esta tensión inmediata a lo inesperado se relaja de forma constante mediante el humor. La acumulación de dolencias es síntoma de un final aciago, sin embargo cuando las expectativas de quien las padece son totalmente antagónicas realzan la gracia de lo narrado «—hipotermia, hipotensión, hipervolemia, elevada viscosidad en la sangre—, ninguno de los cuales suponía gran ventaja para el cuerpo humano, ni para sus perspectivas de inmortalidad».

El humor basado en la historia consigue que nos riamos al colocar la ocurrencia fuera del contexto narrativo «es la idea más cojonuda que se le ha ocurrido a alguien desde que, no sé, desde que a Colón le dio por comprarse un barco». Las comparaciones obvias nos alejan, mediante la sonrisa, de las situaciones peligrosas, al menos durante el momento en que las disfrutamos

—Me parece que le gustas –dijo Ángel
—Visto que las otras opciones sois vosotros y el tipo siniestro de oscuro que está allí, eso no quiere decir gran cosa

También los sentimientos de cariño consiguen que aflore una sonrisa

—Errante –dijo Louis– El halcón nómada. Me gusta.
A veces, pensó Parker, Louis mostraba inquietantes signos de humanidad

Y, por supuesto, el sarcasmo dirigido hacia determinadas profesiones no valoradas por todos de la misma manera, es motivo de expresiones humorísticas «—Podría buscarme otra profesión, supongo. No descarto la de psicólogo infantil, aunque mi propensión natural es intentar resolver problemas».

La mezcla de negocios y religión es motivo de metáforas ingeniosas, también las acciones torpes en un contexto criminal. Situaciones que, unidas a contrastes absolutos entre horror y humor aportan a la penúltima entrega del detective de Connolly, tintes de novela negra gráfica en la que no desentonaría alguna viñeta en blanco y negro. «La pared, por encima de su cabeza, estaba salpicada de orificios de bala, y había un hombre muerto tendido sobre un charco de sangre que seguía extendiéndose. —¿Ves? –le dijo a Louis– Por eso no podemos tener cosas bonitas en casa».

jueves, 12 de marzo de 2020

DONDE EL PERDÓN NO LLEGA



He leído una novela, regalo de David, mi amigo en la distancia, que me ha provocado una serie de reacciones aún inacabadas. He buscado en el diccionario (después me he dado cuenta del Glosario final que me hubiera ahorrado alguna que otra visita al DRAE), he releído apuntes sobre la literatura mexicana, he mirado un mapa para situar el lugar exacto de Jalisco y Morelos (tal es mi ignorancia geográfica), he revisado los Cuentos de muerte y demencia de Poe, he ojeado algunas novelas gráficas como V de vendetta para cerciorarme de que Donde el perdón no llega es una novela global, posmodernista, que acoge al costumbrismo tranquilo de principios del siglo XX en un lenguaje pausado, culto, con tintes del cuento tradicional «Doña Capulina vivía de un modo humilde en una hacienda a las afueras, donde había nacido y en la que, afrontando incontables vicisitudes, su madre, viuda prematura, logró sacar adelante una familia numerosa», junto a un realismo punzante, lleno de asperezas y actos sádicos que dan como resultado una historia irreverente, agresiva, con apuntes escatológicos de la vida contemporánea en la que el alcohol y las drogas se unen a la música, el cine, la prensa, la publicidad e internet para dibujar un ambiente surrealista, marcado por la alucinación y la muerte, producto de una visión curtida de la existencia en la que «poseer un corazón incapaz de endurecerse lo predisponía al sufrimiento».

El mundo del cómic tradicional, «se irguió como un obelisco al que el recién llegado tuvo que mirar con la cabeza alzada», conecta con el de seres fantásticos e imágenes informáticas para eliminar la diferencia entre realidad y ficción «‟¡Guácala! ¡Cuánta sangre! Se aseguraron de que entregaban la cuchara” —ironizó el alebrije— “Pues son ellos. No hay duda” sentenció tras agacharse sobre el periódico con las piernas muy abiertas y acercar el hocico a la fotografía». La interdisciplinariedad consigue que las noticias de radio expongan mediante una tipografía adecuada, espectáculos populares destinados a adormecer la mente de los espectadores, junto a imágenes del subconsciente, en una suerte de realidad fantástica donde el surrealismo termina por devorar a unas mentes dañadas por la culpa, condenadas a un caos eterno.

¡CHIVAS CERO, AMÉRICA UNO!
¡Cuauhtemoc los engañó a todos! Como el Gordo engañó al Tuna para llevarlo al sótano de la hacienda y matarlo a golpes.
¡Se lo platicamos todo!... fffff»

Ángel Vela se vale de los mass media para tomar un punto de vista desde el que mirar el mundo, una perspectiva que le ofrece al lector en reflexiones brillantes, para que perciba brutales referencias que no son sino las críticas del propio autor, aunque en ocasiones parezcan una satisfacción sádica del personaje «Tras asegurarse de que Castillo lo había entendido, el Gordo, revolver en mano, siguió golpeándolo en la cabeza hasta hacer que perdiera el sentido».

Vela es un pensador que disemina por el texto actos irreverentes constantes que repugnan, con el fin de desvelar la mentira en la que se ha convertido la verdad pública. El autor, huyendo de prejuicios intelectuales, ha comprendido que vivimos en una sociedad formada por una masa enfermiza ávida de terror, e intenta solidarizarse con los necesitados, con aquellos que sufren constantes abusos:

un joven de trece años que era su proveedor habitual […] observaba a un enjambre de niños enzarzados en lo que parecía una pelea de gallos […] un ejemplar del Heraldo de Jalisco […] se esmeraba por compensar su carencia de profesionalidad, rigor o recursos con el sensacionalismo más incendiario y truculento.

La histeria irracional en la que nos hayamos inmersos se intensifica con imágenes esperpénticas que bestializan al protagonista de tal manera que el calvario sufrido se transforma, por obra de las onomatopeyas del cómic, en histriónico, absurdo, escatológico y cruel al plantear la pérdida de excrementos como paso previo a la última realidad vivida:

Sus labios anestesiados por la cocaína y el alcohol y una lengua atrofiada que le estorbaba en la boca hicieron que sonaran como el bronco ladrido de un bull terrier […] —¿Hnnnde?, ¿aggg’hnnndetagh?— reiteró, con una nueva remesa de ladridos y escupitajos […] una andanada de vómitos que […] le quemó la garganta al tragar buena parte […] hasta perderse en el interior de aquella camisa que había heredado de su padre […] incapaz de soportar el martirio, perdió el conocimiento.

En esta novela posmodernista el narrador no analiza los hechos, simplemente va exponiendo una serie de costumbres enraizadas en el campo con otras que tienen lugar en la ciudad y consigue, paradójicamente, igualar a los personajes a través de la brutalidad. El dolor, la miseria, el alcohol son los responsables de que todos se conviertan en animales a los que el instinto de supervivencia aconseja aguardar la ocasión propicia para atacar. Pueden esperar inmersos en el infierno horas, días o años, el tiempo necesario hasta estar seguros de conseguir su trofeo.

Silencio, pero más allá de aquel rostro torvo se advirtió un rencor mal contenido.
     La presa está perdida, quebrada hasta sus cimientos. Que se derrumbe ya solo es cuestión de tiempo.

Ángel Vela une diferentes modos de narrar, convencional, fragmentario con analepsis y prolepsis, inversiones en el tiempo con flashback , variadas disposiciones de grafías… En Donde el perdón no llega no hay centro desde el que parta el relato; toda la novela es una sucesión constante de fragmentos, anécdotas surrealistas que se unen a otras, evidentemente reales, en un cronoespacio caótico, en el que resuena con fuerza la sociedad macabra gobernada por un poder divino tan falto de piedad como el humano «la patrona tomó a la pequeña, muerta y ungida en sangre, y la acunó […] Una escena inmortalizada por los artistas, aunque amén de encarnar el amor filial se consagraría a la demencia».

Los dos protagonistas principales, El Gordo y Diego Morales, se presentan, en un principio, como personajes antitéticos, uno vive en un campo de México, el otro reside en Estados Unidos, uno no tiene cultura, el otro es un médico eminente. Pero estas diferencias se van difuminando hasta que entendemos que sus papeles son intercambiables, pues ambos han llevado una vida marcada por el odio. Esto y un determinismo absoluto consiguen exponer la inexistencia de la salvación. No hay perdón para quienes viven en una pérdida constante de referentes éticos, al contrario, todos están condenados a la desesperanza, al horror de sentir constantemente rotos sus ideales.

La novela contiene una gran carga de estética simbólica no sólo en la interdisciplinariedad con los media; los personajes saben dónde quieren ir aunque cambien de opinión sin pensar en las consecuencias; no hay situaciones cerradas para ellos, nada termina porque la vida se encargará de formar un bucle para que se repita una y otra vez la misma reacción en los descendientes de la culpa.

El poder del narrador es absoluto; al igual que los personajes su actitud cambia según la circunstancia, así encontramos al omnisciente que refleja lo que va ocurriendo, pero sabe tanto sobre lo que piensan sus protagonistas, pobres marionetas en sus manos, que adquiere formas fantásticas; de hecho, el alebrije es para el Gordo un narrador que le informa y llega a transformarse en entrevistador capaz de usurpar la mente de Morales «No te hagas el pendejo, cabrón. Claro que lo sabes. Lo sabes de sobra». Después va tomando el aspecto de su propia conciencia para, una vez unida a las acusaciones de Morales, caer destrozado

«Ni modo, cabrón ¿A poco no estás viendo las pruebas? Sabes mejor que nadie que son auténticas»
—Lo es —sentenció Morales […]
«Son los últimos coletazos antes de caer derrotado» intuyó Morales.

El ritmo tampoco es constante, va cambiando con ayuda de metáforas fluviales, gestos y términos musicales; las preguntas retóricas en pasado, anulan determinaciones de actos que se llevarían a cabo en el presente «¿era justo que pagase por algo que no recordaba?».

Los términos cultos conviven con la jerga de los trabajadores, términos localistas, tecnicismos y coloquialismos. Todo un compendio de léxico capaz de abarcar la totalidad, como los temas: «dentadura hermética», «spanglish», «sui generis», «singladura», «una chica fresa», «shopping», «circundó», «sobriedad», «carente de acritud», «amigui».

Los adjetivos antepuestos remarcan un lugar inexistente «ignoto lugar del cerebro», los sinónimos contextuales agilizan la lectura «recién llegado – cautivo del tiempo». Las anáforas inciden en la dureza de la vida natural, «campos que desde la distancia […] Campos en los que las recientes lluvias», algo que se hace evidente mediante las comparaciones «como integrantes de un numeroso ejército» y metáforas animalizadoras «la serpiente de polvo que la camioneta levantaba».

Asimismo las hipérboles, de tan exageradas, aportan un aspecto humorístico, aunque a veces, la mayoría, nos tiña de negro la narración «comenzó un trago con tintes de eternizarse mientras que el Tuna lo contemplaba atónito», «Así prosiguió, alimentando su ánimo de nimiedades, hasta que pisó a fondo el embrague y, en lo que parecía un frustrado intento de partir la palanca de cambios, metió la marcha atrás».

Ángel Vela emplea todo un arsenal de recursos y técnicas en esta increíble novela para exponer situaciones vividas a diario, tragedias que se instalan en el ser humano porque conjugan el dolor físico, brutal, con el psicológico, aún peor, haciendo de los hombres peleles del destino.

domingo, 8 de marzo de 2020

8 de marzo



Queremos celebrar este día tan especial de una forma revolucionaria: leyendo. Y lo haremos homenajeando a una mujer a la que la sociedad no reconoció sus méritos precisamente por serlo, pero nunca se rindió y sus palabras nos siguen llenando de emoción.

A las cigarreras se les abrió el horizonte republicano de varias maneras: por medio de la propaganda oral, a la sazón tan activa, y también, muy principalmente, de los periódicos que pululaban. Hubo en cada taller una o dos lectoras; les abonaban sus compañeras el tiempo perdido, y adelante. Amparo fue de las más apreciadas, por el sentido que daba a la lectura; tenía ya adquirido hábito de leer, habiéndolo practicado en la barbería tantas veces. Su lengua era suelta, incansable su laringe, robusto su acento. Declamaba, más bien que leía, con fuego y expresión, subrayando los pasajes que merecían subrayarse, realzando las palabras de letra bastardilla, añadiendo la mímica necesaria cuando lo requería el caso, y comenzando con lentitud y misterio, y en voz contenida, los párrafos importantes, para subir la ansiedad al grado eminente y arrancar involuntarios estremecimientos de entusiasmo al auditorio, cuando adoptaba entonación más rápida y vibrante a cada paso. Su alma impresionable, combustible, móvil y superficial, se teñía fácilmente del color del periódico que andaba en sus manos, y lo reflejaba con viveza y fidelidad extraordinarias. Nadie más a propósito para un oficio que requiere gran fogosidad, pero externa; caudal de energía incesantemente renovado y disponible para gastarlo en exclamaciones, en escenas de indignación y de fanática esperanza. La figura de la muchacha, el brillo de sus ojos, las inflexiones cálidas y pastosas de su timbrada voz de contralto, contribuían al sorprendente efecto de la lectura.

Emilia Pardo Bazán (La tribuna)

martes, 3 de marzo de 2020

EL LIBRO DE LAS COSAS PERDIDAS



Empecé a leer este libro porque me gusta la novela negra y, por supuesto, uno de sus más destacados representantes, John Connolly. Me he llevado una sorpresa porque a los asesinos no los busca un detective. Es una novela de terror en la que su protagonista debe enfrentarse a seres fantasmales, fantásticos, que lo persiguen sin piedad para destrozarlo. Es una novela de aprendizaje; David, un chico de doce años pasa por una infancia traumática cuando, tras una penosa enfermedad muere su madre durante la Segunda Guerra Mundial. A esto se añade que a los cinco meses de perderla, su padre vuelve a casarse con Rose y, un tiempo después, la llegada de un hermano y el cambio de casa, a la de su madrastra, en el campo, más segura y más grande, consiguen que se sienta totalmente desamparado. En esta situación de abandono y tristeza, David se refugia en los libros, que le hablan, le cuentan historias como las que le contaba su madre todos los días.

El libro de las cosas perdidas no es una novela infantil, aunque los jóvenes pueden leerla. Es una novela para adultos en la que nos vemos reflejados en las aventuras que le ocurren al protagonista. Los temas son universales: el miedo al abandono, a ser invisibles, los celos como signo infantil de inmadurez convertidos en envidia capaz de corrompernos de adultos, el dolor por la pérdida de un ser querido, la literatura como forma de conectar con los demás… Temas que tienen cabida en cualquier género literario y en diferentes subgéneros narrativos, pero Connolly los presenta en forma de novela negra con elementos irreales, sobrenaturales, situaciones en las que el protagonista será el héroe absoluto de los cuentos infantiles. David traspasa la realidad y se introduce en un mundo onírico poblado por las criaturas más terroríficas; el autor se encarga de introducir elementos transgresores en escenas que se acercan al origen de estos cuentos. Los enanos comunistas sometidos por una Blancanieves enorme y cruel, recuerdan a las versiones de otras culturas. «Lo cierto es que comía una barbaridad: no dejó más que los huesos de su conejo, y después se puso a coger carne del plato del Hermano Número Seis […] Devoró […] Bebió […] y lo bajó todo con dos pedazos de pastel de fruta horneado por el Hermano Número Uno […] Blancanieves se alejó tambaleándose de la mesa y se hundió en su sillón junto al fuego».

David se ve inmerso en un despropósito real del que tiene que salir, para ello debe ir tomando decisiones ayudado primero por el Leñador y después por el caballero Ronland, hasta que adquiere autoconfianza y es capaz de razonar sobre cómo vencer al Hombre Torcido, un ser maligno que, aunque no lo crea, lo guiará de manera tremenda por todos sus miedos y traumas para poder superarlos «Y entonces los animales cayeron sobre ella, desgarrando y mordiendo, arrancando y desmenuzando, mientras David daba la espalda al horrendo espectáculo y huía al bosque».

David se introduce en la literatura cuando el mundo que lo rodea es hostil, y será precisamente este mundo imaginado el que consiga devolverlo a la realidad, pues a través de las vivencias aprende a confiar en los demás «David, esta tierra es tan real como tú […] pueden matarte aquí y no volverías a tu hogar» y a ir tomando confianza en sí mismo y sus posibilidades «El niño tropezó en una ocasión y las zarpas le rasgaron la ropa de la espalda, pero él rodó por el suelo para apartarse».

La estructura de la obra es muy original pues, partiendo de una novela iniciática, el autor es capaz de introducir toda una trama detectivesca basada en cuentos tradicionales; de este modo los elementos sobrenaturales son aceptados «El anciano escupió en el suelo, y la hierba crepitó al recibir su saliva», los seres fabulosos forman parte de lo habitual «El híbrido de lobo había detectado el rastro del niño en el campo de batalla», y la metaliteratura no interrumpe el argumento principal sino que forma parte de él; El libro de las cosas perdidas difumina la barrera entre ficción y realidad,
«-Ahora cada presa es distinta porque cada niño aporta algo de sí mismo al animal con el que lo fusiono.»

Y David, el protagonista, se transforma en un héroe legendario capaz de luchar contra otros hombres, contra animales peligrosos, seres mitológicos o incluso, contra la propia naturaleza. Es sorprendente el parecido con la epopeya griega. Si Ulises se alista en la guerra de Troya por miedo a ser castigado por quienes lo rodean, David entra en el mundo fantástico al temer que sus padres pudieran recluirlo en un manicomio «No quería que lo ingresasen, pero los sueños le daban miedo y no quería tener más». Como Odiseo, tiene una personalidad dual, David es el niño inocente, desvalido, y el Hombre Torcido es su alter ego maligno, el más sencillo de seguir, el que lo guía hasta que pueda encontrar el libro de las cosas perdidas sin avisarle de que ese libro está compuesto de todos los actos que hemos llevado a cabo, buenos o malos, y de las consecuencias de nuestra ira, arrogancia o envidia. Sólo hay que destruir al Hombre Torcido, a esa parte oscura que late en el niño, y más tarde en el adulto, para tener una vida llena de recuerdos y experiencias capaces de ser encontradas en todo momento.

Y así, enfrentándose a sus dudas, temores e inseguridades, David desarrolla sus emociones hasta que puede manejarlas como actos de valentía. No tarda 20 años como Ulises, varios días inconsciente son suficientes para olvidarse de lo cotidiano y vivir sus miedos tan de cerca que se da cuenta de todo lo que podría perder. El ser humano necesita dosis regulares de ansiedad, de incertidumbre, de vencer lo inexplicable hasta que tenga sentido; si no lo consigue es difícil que lleve a cabo su completa formación, de ahí las cosas que se pierden durante la infancia, irrecuperables en la edad adulta si no les hicimos frente en su momento. A veces necesitamos ayuda, como es el caso de David, quien aprende de Roland para encarar sus adversidades. Roland no es el héroe típico que salva a su amada; amante de Rafael, y separado de él, debe dejar atrás su vida para encontrarlo aun sabiendo que habrá muerto. El sacrificio de Roland y Rafael, metáfora de los no aceptados en la sociedad, servirá para que los jóvenes —como David— maduren en su totalidad como seres humanos.

Connolly introduce todas las sensaciones en espacios repulsivos, desolados o claustrofóbicos para que evoquen con claridad determinados personajes arquetípicos que nos causan espanto. El lenguaje descriptivo es único para presentar el pánico fantástico de la novela «Cuando se despertó, estaba encadenado a una silla en una mazmorra oscura. Tenía la boca abierta con un torno de metal, y había un caldero humeante suspendido sobre su cabeza»; el lector, al igual que el protagonista, acepta la existencia de seres sobrenaturales aunque a veces no se distinga lo real de lo irracional. David duda en ocasiones de lo que ve, pero lo siente verdadero; la ansiedad aumenta produciéndole un terror psicológico que se instala asimismo en nosotros hasta que entendemos lo que presenciamos. Como los personajes secundarios de la novela, nosotros somos testigos de la maldad que nos aprisiona y de la que queremos liberarnos «En un dormitorio había un hombre y una mujer desnudos, y el Hombre Torcido llevaba a los niños a verlos […] y el hombre y la mujer les susurraban cosas en la oscuridad de la cámara, contándoles cosas que los niños no debe saber».

El final de El libro de las cosas perdidas, no tiene que ver con la historia de David sino que el autor se introduce para justificar por qué ha escrito esa novela y por qué ha quebrantado el conocimiento que tenemos de los cuentos tradicionales.

Ha habido pocos cambios en el comportamiento humano a lo largo de la historia. Simplemente variadas manifestaciones. Algo que da miedo ¿o reconforta?