lunes, 27 de julio de 2020

¿POR QUÉ ME JUZGAS SI NO ME CONOCES?



Existen muchos tipos de violencia contra la mujer, laboral, económica, institucional, psicológica, física, sexual o simbólica. Todos consiguen relegar a ésta a un segundo plano, alguien que figura pero cuyo pensamiento importa poco, alguien que alegra aunque esté destrozada por dentro, alguien que perdona aunque la ofensa haya sido irreparable, humillante, terrorífica. Cuando la mujer vive con esta actitud es una mujer maltratada, no importa si el daño ha sido físico o moral.

No se puede consentir ninguna conducta de supremacía, no se debe perdonar, no se debe olvidar. Hay que recordarlo todo y evitar cualquier situación que nos lleve de vuelta a lo mismo. Y para evitar eso lo importante, lo primero, es reconocer lo que pasa y lo segundo luchar para que no vuelva a ocurrir, exigiendo una y otra vez el lugar que queremos ocupar en nuestra vida personal y social. Esto es difícil porque, a veces por venganza, a veces por miedo a ser violentadas de nuevo, podemos caer en el error de colocarnos, no en el mismo plano que los demás sino por delante, y continuar así con esta espiral de violencia e injusticia.

Todo lo expuesto hasta aquí es lo que advertimos en el libro, escrito de forma fragmentada, ¿Por qué me juzgas si no me conoces? compuesto por diez partes cuyo eje aparece en la primera, «Mi nombre es Valentina». La autora no se esconde, todo lo contrario, se abre a nosotros con un propósito claro según reza la segunda parte «Escribir, para mí, es liberar la mente». Creo que esta es la clave, Valentina Prisacaru utiliza el poder de la escritura para dejar escapar «las cosas que quería decir, y no las dije en su momento […] pensamientos que nunca pude expresar por miedo al rechazo». Una vez expuesta la finalidad del libro, Prisacaru cuenta su historia en forma de relato testimonial, una situación que, lamentablemente, es bastante usual para la mujer.

La escritura revela una conflictiva constitución de la identidad de la autora, que se convierte en constitución inacabada de la identidad de la mujer.

La clave para entender a Valentina está al comienzo de su historia personal, de su vida, aunque este comienzo esté relatado al final. Por eso despista algo, por eso hay que leer la declaración completa. Una vez se ha presentado nos enteramos, en el capítulo tres, de que «su primer amor» fue posesivo «Él era así, no le gustaba dar explicaciones o justificarse. En cambio, él quería saber todo lo que hacía porque si no se enfadaba». Tan posesivo que creó en ella una situación de total dependencia «y yo alrededor de su mundo, donde estaba atrapada». Lógicamente, cuando alguien se siente atrapada y no puede salir, la voluntad se va minando, así que no resulta raro, al contrario, lo vemos venir, saber que, después de años de convivencia, ella fue estafada y abandonada en la miseria, «Cuando no pudo sacar nada más de mí, y cuando vio que me había quedado sin nada, me dejó porque ya no le aportaba nada». En estos momentos estamos seguros de las consecuencias físicas y psicológicas que repercutirán en la autora tras este hecho, colofón de toda una secuencia de prepotencia y violencia verbal.

Lo raro es descubrir que la protagonista no se rinde, continúa buscando un hombre que quiera compartir con ella su vida y ser felices para siempre. Ahora nos preguntamos ¿por qué «para llegar a un príncipe hay que besar muchas ranas»? No entendemos que debamos enfocar nuestra vida hacia alguien, cuando hemos demostrado que somos capaces de salir adelante con nuestros propios medios. No es necesario pasar una y otra vez por la misma situación hasta encontrar un hombre protector.

La llave para empatizar con la actitud de Valentina está al final del libro, cuando nos habla de su infancia, y encontramos, horrorizados, a un padre que, por causa del alcohol, complejo personal o cualquier otra razón, se comporta con su familia de forma violenta, sádica «Se sentó en la cama con un cable conector en la mano […] Por cada error os golpearé, así que vosotras veréis […] Nos equivocamos mucho, y nos picaba todo el cuerpo, pero gracias a ese miedo pudimos aprenderla (¡la tabla de multiplicar!) de memoria». Un padre cuyo comportamiento y sus consecuencias aún son justificados, «Mi madre fue muy valiente al estar con él después del primer golpe». Un padre al que todo ha sido perdonado, «me acuerdo de él con cariño, y lo echo de menos».

Está claro, la infancia es una época fundamental en el desarrollo de la personalidad. Es difícil extirpar del ser humano el pasado. La necesidad de una familia feliz y protectora, en esa primera etapa, llevará a querer construirla a costa de lo que sea en la madurez.

Por regla general esta actitud es más propia de la mujer, mientras que en el hombre suele darse lo contrario. Es decir, cada sexo intentará repetir lo que vivió en sus primeros años, porque eso es “lo normal”. En cada caso de malos tratos del hombre hacia la mujer, los niños tienen más probabilidades de repetir esa conducta, mientras que las niñas repetirán la de sus madres.

A lo largo de la historia hemos asistido a triunfos de algunas reivindicaciones del sexo femenino, lo que indica que, como seres humanos, no dejamos de evolucionar. De ahí que el escrito de Valentina Prisacaru se convierta en su lucha particular para alcanzar el estado social que todos anhelamos.

Formalmente, es difícil sin embargo calificar este libro, porque el nombre de la protagonista coincide con el de la autora. Habremos de mirar al pasado para entender este texto, quedarnos en la confesión, en las memorias, y construir de manera adecuada la identidad de Valentina. El lector ocupa un lugar de interpretación psicológica «Eres dueña de tu vida. Mandas en tu vida», pues no equipara la biografía a la novela ni asimila a la autora como creadora de una obra literaria. Precisamente a causa de la ambigüedad del texto somos capaces de conseguir que Valentina Prisacaru cobre entidad y su texto tenga sentido. La autora se presenta a la vez como personaje literario y sujeto real para que los lectores podamos hacer un balance del proceso de superación del machismo.

Parece que en algunas zonas, bastantes, la igualdad entre sexos sigue perteneciendo a un estado teórico.

Ya es hora de llevarlo a la práctica en cualquier situación.


miércoles, 22 de julio de 2020

LA EXTRAÑA CURACIÓN DE MARTA



Cuando estás leyendo un libro que te han recomendado (¡y te han regalado!, David, ¡cuidado! esto se puede convertir en una costumbre) y de pronto sientes una sensación extraña porque no sabes muy bien qué estás leyendo, se agolpan sentimientos encontrados.

Así que creo que es mejor ir por partes.

El libro —ojo, sigo llamándolo “el libro”— está dividido en tres partes diferenciadas en su forma. La primera, La huida, está dominada por un narrador que se pretende omnisciente pero en realidad de quien lo sabe todo es de Raquel, la protagonista. Y este narrador expone, sin ningún género de dudas, hacia dónde huye Raquel y por qué. Tiene muy claro qué es lo que ella no quiere, de ahí que lo remarque de todas las formas posibles; sus no deseos, expuestos con una enumeración anafórica para que no haya dudas, van seguidos de diferentes complementos directos: perífrasis durativas, subordinadas sustantivas o de infinitivo, sustantivos abstractos o concretos… En fin, el narrador incide en estos “no intereses” para que los asimilemos, No quiere que […] No quiere ansiedades […] No quiere despreciarse… Las repeticiones son constantes, sin embargo la anadiplosis no remarca su deseo, el sueño de Raquel sino, irónicamente, lo contrario «le gustaba ensoñar que era rica […] Ya no quiere ser rica […] Sonríe para ella. Sonríe para ella porque en cierto modo es rica».

Si el lector hace caso al narrador descubre a un elemento inestable, caótico, aunque cuando intuye que solo es omnisciente por momentos, o solo con Raquel, no sabe qué pensar… ¿Este narrador es testigo? ¿Por qué no sabe qué le ocurre a Nacho, el otro protagonista? «Así piensa Nacho, […] Raquel no consigue dominarse […] Y parece sincera».

La desorientación se acrecienta con la llegada de Alejo. El lector se ve más perdido aún. La narración queda incompleta, las acciones se mezclan con los pensamientos, que no pertenecen del todo a Alejo sino a otro, al narrador, a quien no le interesa contar mucho de este personaje, por eso las frases cortas no terminan de definirlo, incluso las palabras, un tanto afectadas, le dan un halo de misterio, irreal «Harto de dar vueltas buscando la postura onírica, abandona el lecho y se viste. […] Se va tras el auto. […] Alejo sonríe. La ha reconocido. Es Raquel, su amor platónico de adolescencia […] Alejo es el médico del pueblo».

Seguimos enterándonos de la vida de estos personajes, o de lo que el narrador quiere, pero la desazón aumenta. Ninguno de los tres aparece con cierta profundidad psicológica. Es difícil entenderlos pues, en ocasiones ni siquiera las preguntas a sí mismos se las hacen ellos, por lo que el desasosiego que pretenden demostrar no es del todo creíble «Raquel anda y medita […] ¿Qué me pasa? […] Pues si teniéndolo todo no consigue ser feliz, ¿qué será de ella si algo se rompe?». Y en ocasiones nos encontramos con afirmaciones que, en cierto modo se contradicen. En cualquier caso el narrador sigue exponiendo una Raquel algo más creíble que sus dos compañeros. Ella se confiesa adicta al sexo, algo que la aboca a cierta promiscuidad y al mismo tiempo la lleva a tener baja autoestima.

Por el contrario, Nacho, también adicto al sexo, solo necesita a Raquel, por lo que hará lo que sea para que no se vaya de su lado, pero en realidad lo que quiere es seguir siendo la parte dominante de la relación «Nacho no tarda en entrar […] Raquel espera. Raquel disfruta con el juego y presiente que después se sentirá limpia».

Cuando termina la primera parte sentimos que estamos ante algo demasiado histriónico, algo semejante a una obra teatral, moderna, entre comedia negra y ácida. Esta sensación se acrecienta en la segunda parte, El Blog. Ante nosotros se despliega una especie de novela epistolar, pero moderna, de cartas cortas, una novela de notas. El lector se ve como espectador de una posible realidad en la que los personajes ahora se dedican a crear un blog. Todo un simbolismo cargado de elementos vinculados a los mass media, con cierta estética de marcada impronta posmoderna. La inmediatez se hace evidente en esas conversaciones impensadas. También la mentira. Y la rapidez. El reflejo social queda expuesto a la perfección con la sintaxis rara, rompedora de los blog, las onomatopeyas, las afirmaciones directas, categóricas, que se hacen amparados en el anonimato «En esta sociedad idiotizada son muy pocos los que saben apreciar un buen libro», frases hechas, comodines usados para intervenir cuando no hay nada que decir porque necesitamos sentirnos parte de algo, «ganas de llorar me entran, idiotas, cretinos ja-ja-ja, cretinos pero del culo, hasta nunca y que os folle un pez». Revelaciones aparentemente intrascendentes pero ocultadas a conciencia, porque cuesta trabajo salir de nuestro reducto particular en el que nos sentimos seguros «¿Por qué dudas sobre mi sexo Nacho?, o mejor aún ¿Por qué te preocupa?». Un blog que refleja la poca aceptación que tenemos de nosotros mismos en una sociedad pretendidamente liberal, pero que no lo es tanto.

La tercera parte aparece ya como obra teatral (casi absoluta). ¿Es novela? Tiene demasiados diálogos. No hay extensas narraciones. Los espacios son reducidos… ¿Es teatro? Podría ser, al menos esta última parte marcada por los diálogos, incluso el narrador casi desaparece para conformar una especie de acotación que sitúa al espectador en la acción «Una ambulancia. Prisas. Un hospital. Un médico y dos enfermeras…» Pero no hay actos sino capítulos que, paradójicamente empiezan donde terminó la primera parte: Z, para llegar al punto de partida de la primera parte: A. Es entonces cuando todo cobra sentido. Cuando la labor de P.L. Salvador y Mercedes de Miguel adquiere una unidad total, ensamblada, perfecta. Del caos que nos han ido presentando ha surgido un mundo nuevo formado por los entresijos de la labor del escritor, de la autoría compartida. La huida es el sueño de algo por crear, los apuntes previos a una novela. El blog representa la sociedad, las oportunidades que podemos encontrar en las redes sociales para llevar a cabo nuestros sueños. El despertar es la decisión de hacer real el sueño, de dar el paso, de elegir lo que nos gusta.

Es una novela rompedora, total, cargada de humor, actual, capaz de cobijar a lectores de todos los niveles. Incluso el final gamberro, de doble sentido, es un reflejo del ahora.

El proceso artístico de ambos autores surge ante nosotros acompasado, sin limitaciones y sin imitaciones, único.

Novela paradójica, artística (el parecido de los protagonistas con personas relacionadas con el cine puede ser un arma de orientación o confusión en la interpretación), en apariencia para intelectuales que, sin embargo está al alcance de cualquier lector porque representa la nueva sociedad. En realidad la historia se dirige hacia unos personajes, Marta-Raquel, Nacho, Alejo… víctimas de la situación caótica que están viviendo. Son personajes frágiles, inseguros que necesitan de la palabra, de la comunicación, en esta sociedad que los aísla. No interesa sacar a la luz la psicología de estos personajes, solo su fragilidad; de hecho la palabra constante cargada de energía y reflejada en el proceso de la escritura, actúa en Marta como dinamizador del ritmo de la historia paralelo a su conducta.

El discurso narrativo decae a favor de una sucesión de imágenes o ideas que captan las sensaciones que los protagonistas-autores han experimentado en situaciones cotidianas.

Cuando hay un posible entorno degradado (el atisbo de malos tratos, la prostitución, la dependencia vital o laboral…) se recubre con una película de bondad, así el mundo caótico adquiere cierta esperanza. El miedo a la soledad es más fuerte que cualquier otra situación de esta sociedad. Vivimos rodeados de odio, de afán por el dinero, del placer de dominar, de hipocresía… Todo queda a la vista en La extraña curación de Marta, pero los autores no buscan una transformación social (la realidad queda casi confundida con la ficción), simplemente describen esta sociedad con pinceladas. El lector debe interpretarla, analizar esta cultura de la imagen en la que vivimos rodeados de inmediatez, rapidez, cambio de percepción ante los hechos, y sacar sus conclusiones, o no, pasar un buen rato.

No queremos un trabajo fijo, queremos el riesgo, no queremos una pareja fija, pero paradójicamente ansiamos estabilidad emocional sin importar a costa de qué. No hay premios, sí miedo a la soledad.

La combinación autorial se traslada al cruce de ambientes (rural-urbano), de personajes (de diferentes clases sociales), de mundos (interior-exterior) y de ficciones; la realidad metaficticia del proceso de la escritura en la escritura, sirve para ahondar en la autenticidad del texto. Los sueños juegan (como en la realidad) un papel importante en el estado interno de Marta que pasa a convertirse en crisis existencial a través de la ironía, «Tu tía tiene su vida, es una persona importante y necesita estar sola para poder escribir».

miércoles, 15 de julio de 2020

LOS MITOS DE CTHULHU



No cabe duda de que Los mitos de Cthulhu, es literatura de horror sobrenatural, cósmico. Los fantasmas de los cuentos de terror se sustituyen por seres monstruosos que viven en las profundidades de la tierra y en otro tiempo, incluso en otra dimensión. Estos seres  están agazapados para salir en cualquier oportunidad, da igual que hayan pasado miles de años, y causar la muerte de los seres humanos, bien por la fuerza, si son atrapados, o presas de la locura, si han conseguido escapar. Realmente, nadie que los vea se libra de un final terrible.

La obra de H.P. Lovecraft sigue teniendo incondicionales entre los lectores de hoy día a pesar de (o puede que por esa razón) ser un autor con cierto carisma homófobo, antisocial y crítico hacia todo lo moderno. No cabe duda de que en sus relatos late un racismo acentuado; los monstruos tienen que ver con hombres indígenas, negros, nunca de ojos claros, a quienes atacan «La región que ahora invadía la policía era una de tradicional mala reputación, prácticamente desconocida y no cruzada por hombres blancos». «Sus extraños rasgos no tenían nada que ver con los asiáticos, polinesios, levantinos o negroides». Este desprecio da como resultado una obra mitológica, Los mitos de Cthulhu, instaurada con la visión apocalíptica de una imagen degradada del universo.

La edición de Alma Clásicos Ilustrados es, como suele, una maravilla. El libro, de tapa dura, corresponde a una edición revisada, de 2019, en papel reciclado con fantásticas ilustraciones de Paul Carrick. Son doce narraciones, aunque solo diez son enteramente de Lovecraft. Las ratas del cementerio está escrita por Henry Kuttner, probablemente el más fiel seguidor del maestro, aunque se pueden extraer algunas diferencias. En la estructura, Kuttner mantiene la clásica, una presentación del guardián del cementerio y los objetivos por los que continúa en el cargo a pesar de las enormes ratas que colonizaron el lugar y los sucesos extraños que protagonizan. El nudo narrativo ocupa casi toda la historia, cómo el guardián quiere adelantarse a las ratas para robar el oro del último enterrado. Y el desenlace, apenas un párrafo para describir su agonía. La angustia del lector va en aumento desde el principio y el cuento se lee con bastante facilidad, probablemente por ser muy corto. La historia es más sencilla, no encontramos las analepsis ni prolepsis que suelen ser habituales en Lovecraft. Apenas hay digresiones; la atención pues, no se desvía en ningún momento. El lenguaje es mucho más coloquial, exento de términos científicos, mitológicos o inventados, por lo que el ritmo de lectura se acelera.

El corpus de narraciones de Lovecraft tiene su sello propio, de hecho podríamos encuadrar estas novelas cortas y cuentos en la literatura perteneciente al cosmicismo. En casi todos los relatos encontramos seres interestelares no percibidos por el hombre (que no es sino una parte insignificante de un universo aterrador). Los narradores, uno en cada historia, no son fiables, pues sus mentes están alteradas por el horror vivido o por las diversas sustancias ingeridas para olvidarlo. Hay un personaje, Randolph Carter, que se repite en algunos cuentos. En el primero, La declaración de Randolph Carter, denuncia en primera persona a la policía la desaparición de su amigo después de que encontrara el Necromicón (libro prohibido de hechizos y taumaturgia, inventado por el propio Lovecraft y nombrado en La ciudad sin nombre, siguiente cuento del volumen, que sirve para conectar ambas narraciones y ofrecer una sensación realista a lo que nombra. Por supuesto, en La ciudad sin nombre advierte que el libro prohibido fue escrito por «el árabe loco Abdul Alhazred», técnica clásica de la que el padre de la ciencia ficción hace uso cuando se declara a sí mismo el autor pero elude responsabilidades, con su pseudónimo , al introducir dos autores en el relato).

Warren, el amigo desaparecido, sigue las indicaciones del libro por túneles subterráneos en los que habitan seres terroríficos y no sale. Pero Carter espera que Warren le conteste durante «interminables eones» hasta que al final una «voz hueca, profunda, gelatinosa, remota, sobrenatural, inhumana e incorpórea» es la que le responde: «¡Warren está muerto!».

Está claro que este cuento, corto, se podría clasificar como descendiente de los escritos de Edgar Allan Poe, por la atmósfera macabra y la exposición de los miedos ocultos que nos acechan en la oscuridad. Pero va más lejos. La acumulación de adjetivos, las palabras denotativas de algo impracticable «El susurro de Warren se hinchó hasta convertirse en un grito, un grito que se hinchó […] en un alarido que contenía todo el horror de los siglos», las hipérboles imposibles «interminables eones permanecí sentado» y los términos específicos o técnicos «euclidiana», «anadeando», «oleosamente», consiguen que estas narraciones no sean solo románticas sino que adquieran la categoría de góticas. Los personajes se mueven en situaciones exageradas por un marco sobrenatural que trasciende el real para ofrecernos cadáveres, espectros con formas de diferentes seres capaces de traspasar lugares y tiempos para llevarnos, de manera enloquecedora, hasta los comienzos del universo. Y será esta cualidad, la de viajar en el tiempo, la que aporte a la literatura gótica de Lovecraft el rango de ciencia ficción.

Si hay una novela de ciencia ficción que refleja la misantropía de este autor creo que es A través de las puertas de la llave de plata, escrita con Hoffman Price en la que el personaje recurrente de Randolf Carter vuelve a ser el protagonista, aunque en realidad ha desaparecido. Y en su casa se celebra una reunión para decidir el destino de su finca. El gurú Chandaputra les cuenta que Carter desapareció pues el Arquetipo Supremo le entregó una llave que lo llevaría a una dimensión superior, tras haber profundizado en los misterios del cosmos y entender la naturaleza del universo. Al traspasar la puerta entendió que todos los seres son facetas de otro superior; él es una faceta del Arquetipo Supremo que le concede su deseo de conocer una raza extinta de un país lejano. Pero no sigue las normas del supremo, por lo que no puede adoptar su forma humana ni volver a la Tierra hasta dentro de dos años, cuando dé fruto el plan concebido para tal fin.

Los seres monstruosos tienen reminiscencias de Dios «Se encontraba en muchos lugares al mismo tiempo». Carter quiere ser omnipotente «emanó de aquel Espíritu ilimitado una corriente de sabiduría y comprensión…» no se conforma con lo que sabe el hombre, quiere alcanzar «lo que casi estaba fuera de la comprensión humana». Pero, ¿podrá tener del don del conocimiento absoluto? Lovecraft tiene la respuesta y puede que no sea del todo alentadora para el hombre.

Los Grandes Antiguos dioses del más allá despertarán por variadas razones para apoderarse de los humanos y llevarlos hasta otras culturas, otros mitos que estaban enterrados en el tiempo pero no muertos y, aunque puedan volver a sus infiernos en algunos cuentos, el lector tiene claro que en cualquier momento, regresarán al menor descuido del hombre. En cuanto este quiera indagar, saber más de lo debido, investigar sobre el pasado, podrá despertar a las bestias dormidas que traerán el nuevo caos.

Un pesimismo terrorífico invade estos Mitos de Cthulhu, pues sugieren cierto menosprecio a una humanidad incapaz de vivir en armonía. El hombre vive bajo un poder espantoso que, aunque parece inerte, puede cobrar vida para destruirlo. Al personificar «La ciudad sin nombre», le confiere determinada autoridad destructiva acechante, «vetusta superviviente del diluvio, de esta bisabuela de la pirámide»; una autoridad con un fin concreto y determinista para el ser humano, «en los eones venideros hasta la muerte puede morir». Todo puede ser causa de antítesis, de ruptura del orden establecido «me pareció que esta —la luna— temblaba como si se reflejara en la superficie de unas aguas trémulas», por eso no es raro que podamos estar a merced de espíritus malignos que se alían a la naturaleza «furia del viento era infernal, cacodemoníaca» para hacer que desaparezca el hombre «mis gritos se perdieron en aquel babel infernal de espíritus aulladores», y resurjan otras especies extintas «la de las criaturas reptilianas de la ciudad sin nombre». El arqueólogo que visita esa ciudad queda subyugado por las imágenes de reptiles de cabeza deforme que lo sumen en un debate entre lo real y lo imaginado. Esta ciudad recuerda a la que aparece en Las mil y una noches como maldita por Dios. Parece que el hombre está maldito por Dios también para Lovecraft, pues el enfrentamiento que tiene con diversas razas alienígenas en sus cuentos, supone una batalla perdida. Se enfrenta a dioses peligrosos (pero de cierto paralelismo al de la religión católica) y a seres amenazadores (pero de mayor inteligencia que los hombres). El autor deja constancia de su obsesión por tener consciencia del Todo, de la unidad que dirige el espacio con poder absoluto y de la insignificancia del hombre ante ese poder.

En El modelo de Pickman sorprende con un lenguaje más expresivo, menos coloquial que, unido a una narración en primera persona que se funde en un monólogo dirigido a un oyente-lector, impacta doblemente por lo poco explícito del terror y las preguntas retóricas «¿Qué sabrán los hombres de hoy acerca de la vida y de las fuerzas que se ocultan tras ella?» El modelo de Pickman representa la cara terrible del ser humano, no la que ven los demás sino la que vemos al mirarnos en una fotografía, la que presentimos al mirarnos en el espejo, la que intenta (como en El retrato de Dorian Grey) negar el horror y solo consigue acrecentarlo.

No quisiera terminar sin reflexionar en La sombra sobre Innsmonth, una novela corta de 72 páginas incluida en este volumen. El narrador protagonista llega a un puerto de Massachusetts por casualidad y, espantado, solo encuentra a dos humanos, el tendero y el viejo Allen. El resto, así como el propio pueblo, son figuras inquietantes, repelentes. Allen le cuenta que en el pasado llegaron a un acuerdo con los Profundos; estos seres superiores, mitad peces, aportarían prosperidad a cambio de sacrificios y la procreación con humanos. Eran adoradores de Cthulhu, el dios dragón con cabeza de pulpo, del que todos venimos. Los profundos traían a seres del mar y los dejaban en Innsmonth para que se mezclaran con los hombres. El narrador, aterrado, logra verlos; tras ser perseguido por ellos, puede regresar a su ciudad. Pero tiene sueños en los que Cthulhu lo reclama a ese universo de las profundidades ¿Es una actitud blasfema? ¿Puede el hombre adoptar una forma monstruosa que habita en las profundidades marinas para quedar a imagen y semejanza de dios? ¿Creó dios al hombre o este fue una evolución de los seres más antiguos que poblaron la Tierra? ¿Es posible seguir una religión siendo científico? Parece que estas preguntas atormentaron a Lovecraft. En cualquier caso, y a pesar de todo, su mente dejó una base literaria sólida sobre la que se han seguido edificando ficciones hasta hoy.

miércoles, 8 de julio de 2020

LOS ÚLTIMOS ROMÁNTICOS



Leer y escribir el presente es hacer estallar constantemente el pasado. La narrativa de Los últimos románticos está, desde el comienzo, en constante lucha con el tiempo. Es una escritura sencilla pero cargada de imágenes sugerentes que nos atraen desde la primera línea, «Las cosas pasaron como pasan los trenes de mercancías: con un estruendo de velocidad anunciado desde lejos». Esta velocidad es la que experimenta el lector ante la novela y, sin embargo, Irune, su protagonista, debe esperar cuarenta años para que llegue un cambio importante, puede que el definitivo, en su vida. Hasta ese momento Irune ha vivido en el pasado; desde el momento en que ella misma se ha ido negando un futuro, desde el momento en el que decide, o pretende, moverse en una eternidad inmutable. Irune temía a los cambios. Al morir su padre se cobija en su madre, capaz de mantener vivo el recuerdo de una infancia familiar feliz. Cuando también muere la madre, no lo duda y se muda a una casa frente al cementerio solo para “ver” a sus padres desde la ventana. La soledad y el desamparo son fruto de su falta de confianza en ella misma, fruto del miedo al cambio. Por eso ante el más mínimo contratiempo sufre; no quiere ir al médico por si le diagnostican una enfermedad grave, no cambia de trabajo aunque su puesto en la fábrica de papel sea monótono, no tiene verdaderos amigos porque teme dar el primer paso.

Txani Rodríguez escribe, con un estilo natural, la vida de Irune, una mujer atrapada paradójicamente en su mundo de papel. Una mujer que abandonará ese mundo cuando se queme la fábrica, cuando arda todo el papel que, metafóricamente, la asfixia. Se alejará para poder respirar fuera de un pasado que no era de ella, sino de quienes lo forjaron para ella. Y este nuevo presente llegará, también con una bella metáfora romántica, de la mano de quien la ha estado ayudando a construir el futuro en su imaginación.

La novela comienza con la imagen de un tren que pasa anunciando algo, un tren que deja paso a otro y a otro, hasta que la protagonista se decide a subir en el que la llevará a su realidad.

Txani Rodríguez descubre una sociedad de hoy en día, un pueblo de Bilbao que vive de la industria y en el que los valores solidarios se pierden aplastados por el poder y la beatería religiosa. En ese mundo egoísta Irune reclama, a su manera, la justicia, la bondad, la alegría que ella vivió de pequeña. Es cierto que se va encontrando con gente buena pero también lo es que esas personas van siendo borradas por quienes ostentan la fuerza, el dinero o el poder. Personajes que van desapareciendo como el hijo drogadicto, la vecina Paulina, el compañero huelguista Iker… personas débiles que de una forma u otra han quedado despojadas de sus sueños, obligadas a subsistir en algo que no es una sociedad porque no se busca el bienestar común sino el individual.

Los capítulos cortos de la novela aportan un ritmo rápido, como el paso del tiempo. Las llamadas constantes a Miguel María reflejan el carácter obsesivo de Irune y alertan de la pérdida de oportunidades. Son trenes que ella deja pasar, sueños que se van evaporando hasta que es consciente de lo que verdaderamente importa.

Los últimos románticos está escrita en primera persona, es la autobiografía de Irune; puede parecer que hay una falta de argumento pero en realidad, la clave nos la da la propia autora al final, cuando la protagonista, subida al tren que la alejará del pueblo, lee el cómic que llevaba para el viaje, «una vez terminada la lectura, comprendemos que, en realidad, a lo que asistimos es al paso de la adolescencia a la madurez del protagonista».

Así pues, la adquisición de la sensatez es el asunto fundamental de la novela, el eje sobre el que giran otros temas como el amor incondicional de una madre, que va más allá de la muerte, el poder de la naturaleza y los esfuerzos vanos que realiza el hombre para derrotarla, el valor de la solidaridad entre las personas, la deshumanización que conllevan las religiones, el interés egoísta del ser humano, la necesidad de trabajar o la tristeza de la soledad.

No falta el humor en la novela de Txani Rodríguez, de hecho lo usa de manera sutil para que Irune vaya relatando sucesos mientras deja rastros de su personalidad. Su vida ordenada, rutinaria, se ve alterada en ocasiones con hechos actuales, fruto de una sociedad cuyo fin no es el cuidado de los ciudadanos sino el ánimo de lucro, «las gasolineras me resultan muy antipáticas: venden unos bocadillos malísimos a precio de carabineros […] Pero lo que más rabia me da es que tengan la desvergüenza de vender en Burgos sobaos de Cantabria […] cambiándolo todo de sitio».

También con cierto buen humor resignado da pistas de su edad «me dijo la doctora, que era más joven que yo, como casi casi todo el mundo». El carácter solitario de Irune es consecuencia de una sociedad perfectamente comunicada en la que sus habitantes están aislados, «Mi madre conoció la vida de vecindario».

La protagonista se resiste a romper el vínculo familiar, por lo que, una vez muertos sus padres, realiza actividades que denotan cierta extravagancia no exenta de humor negro «Además, todos los sábados les llevaba un ramo de flores de papel higiénico, blanco y esponjoso».

En ocasiones el humor y su forma de ser la llevan a exponer determinados principios que no parecen tan evidentes a quienes gobiernan; la sonrisa del lector, ante algo que se presenta como extravagante, se transforma en tristeza al darnos cuenta de lo poco que el hombre valora al hombre «Ningún país moderno debería tener muertos sin sepultura». Y dentro del humor negro no faltan tiernas greguerías que nos ablandan el corazón con la ternura de la inocencia «Los nichos son casas minúsculas en las que recogerse cuando se hace de noche».

Irune encaja bien los golpes, intenta ver la vida de manera optimista aunque esté llena de decepciones, de ahí que sus deseos, bastante abnegados como echar en falta un trabajo cuyos jefes no regalen a sus trabajadores rollos de papel higiénico sino «galletas de chocolate, por ejemplo», o sus temores se diluyan con facilidad, «porque la multiplicación de problemas siempre produce el beneficioso efecto de la dispersión».

La protagonista no soporta la falta de solidaridad, ni en el trabajo ni en su barrio, por eso es capaz de dejar que la echen de la fábrica aunque su presencia entre los huelguistas sea casual; pero su carácter inconformista, fruto de tener unos valores totalmente claros, es incompatible con otra de sus características, la indecisión, de ahí que, en principio, pase por alguien hipocondríaca, anodina, anclada en la niñez, tímida hasta que llega un momento en el que deja aflorar una determinación absoluta aunque la perjudique. En ese momento es cuando toma una decisión, empezar de nuevo, coger un tren que le presenta la vida para experimentar un cambio. Y es en ese momento cuando Los últimos románticos adquiere un tono épico, apasionado, de película.

sábado, 4 de julio de 2020

REY DE GATOS



Cómo lamento terminar libros como éste, en los que la expresión y el contenido se dan la mano para hacernos sentir que forman parte de nosotros porque su autora se ha entregado por completo. Narraciones en primera persona cuya protagonista, una mujer, da vida a todas las mujeres, las de la época de Concha Alós y las de cualquier época porque la escritora, desde lo más íntimo, va exponiendo el papel desempeñado por la mujer en la sociedad, un papel que ha ido cambiando lentamente, tanto que ni siquiera nos extrañan actitudes que tuvieron lugar en la Antigüedad. En Rey de gatos aparece desde la negación a actuar como Penélope esperando a Ulises, «estoy harta de encarnar el papel de clueca: esperar, esperar, esperar» hasta la desesperación por no poder mantener a su lado al hombre, como le ocurrió a Ariadna, a pesar de guiar a Teseo por el laberinto, «Yo, una Ariadna imposible, inmóvil. Y el vikingo volará por los aires».

En los cuentos, la protagonista continúa queriendo ser la Nora de Casa de muñecas «igual que cuando me cobijaba dentro de su abrigo: “Bichito, es asombroso lo que te quiero…”», al tiempo que muestra su hartazgo ante tanta humillación «Ponte en tu sitio, imbécil, recobra tu dignidad». La personalidad de la protagonista de los relatos se desdobla constantemente; su conciencia insatisfecha hace que afloren las incoherencias, «¿Qué hago? le pregunto, vencida […] Ahora eres tú la Bestia. Tanto reprochar y ahora eres tú». Con estas contradicciones, unidas a la escritura automática, Concha Alós separa el punto de vista objetivo del subjetivo. La miseria (y también la virtud) del hombre sale a la luz para denunciar una realidad obvia, aunque en la mayoría de casos sea el símbolo el que asocie una imagen con una vivencia de fuerte carga emocional. Los pavos reales, las arañas con su ataque venenoso, las presencias inciertas del fondo del espejo delatan la vida condescendiente y opresiva de la mujer en una sociedad hipócrita que ve lo que le interesa.

En Concha Alós la utilización del símbolo va unida a imágenes oníricas que proyectan el comportamiento en determinados núcleos sociales, fundamentalmente en la familia. La representación familiar es una relación de equivalencia entre ella y sus padres; no ofrece al lector un mundo rico en aspectos, sino que nos hace llegar una selección de imágenes naturales, sin adornos, que requiere un esfuerzo novedoso por parte del lector del siglo XX. Son imágenes que, pese a todo, conforman relatos realistas subjetivos que permiten contemplar y comprender la realidad vivida por la autora desde cierta distancia, de forma que podamos analizarla —incluso ella— objetivamente.

Rey de gatos tiene una constante, el gato. Aparece en los nueve relatos. Este animal ha sido, de una época a otra, dios o diablo, amuleto o fuente de males. Ha despertado odio y veneración. El gato asume la capacidad de reaparecer dignamente a los ojos del hombre. Encontramos numerosas deidades con forma de gata, como la egipcia Bastet, diosa del amor con cabeza de gata, símbolo de la femineidad, sensualidad y maternidad. Los romanos apreciaron al gato por su belleza, como símbolo de libertad para luego, en la Edad Media, representar a Satán.

Esta simbología está trasladada a Rey de gatos, especialmente se observa en el cuento que lleva este título, donde se especifica la relación que se daba entre el hombre y la mujer. El protagonista se aísla, superior, orgulloso, con una mujer a la que le cambia la vida, para peor, durante la convivencia, por lo que ella lo abandona. Se queda solo con una gata que habían recogido, y que lo deja en épocas de celo para volver preñada hasta que pare. Los hijos son eliminados al nacer, una y otra vez hasta conseguir desnaturalizar a la gata, una gata sumisa que acompañó a su dueño hasta que, durante un paseo por la playa, una ola la ahogó. El hombre cobijó entonces a todos los gatos. Soñaba con ser el rey de todos. Pero se volvieron incontrolables, se rebelaban, mataban y atacaban a los animales y hombres que se acercaban a la casa del «rey de gatos» hasta que, subidos a un árbol, unos vecinos fueron testigos de cómo esos animales se comían a su rey y asediaban a quien quisiera ocupar sus dominios.

Gran carga de contenido que avisa de la dualidad que puede habitar en una mujer, «Las gatas y las perras parían en el bosque y empezaban a organizarse en camadas». Tema duro que la autora expone de forma minuciosa con sinestesias que aluden a las variaciones en la percepción humana, «su voz, entre la olor picante del laurel, sonó a conjuro». Alós experimenta diversas sensaciones según los recuerdos que tiene del hombre en cada momento; las relaciones ilícitas que mantienen están invadidas por la culpa, responsable de que se sienta perseguida por el mal. Por eso el ambiente realista, hostil, en el que se mueve «vasto páramo cubierto de cardos y cicuta; el arbolado, pino mediterráneo, algarrobo y olivo, no daba dinero» da paso a visiones oníricas «veían una sombra gigante. O una cabra con mirada humana. O, volando, escapando ya, una camisa blanca sin nadie dentro».

En estas correspondencias inverosímiles donde la realidad resulta insoportable, la naturaleza es el origen absoluto de lo real, el mundo capaz de obsequiarte con dones maravillosos para arrebatártelos de la forma más cruel en el momento que quiera. Las constantes imágenes naturalistas pretenden ser reflejo de la realidad experimentada por la mujer. «Una clueca apareció vaciada, algo —en una taxidermia concienzuda, perfecta— se había comido los polluelos y el cuerpo de la gallina menos la piel y las plumas».

La otra bestia también presenta la doble personalidad que anida en una mujer humillada, destruida por su marido, hasta que ella misma puede rebelarse de la forma más cruel.

En Cosmo desarrolla el problema social y psicológico que sufre una mujer embarazada y repudiada «La sonda fría entre las piernas, los lavajes y doña Anita, tan limpia y eficiente, tan sonrosada: Hubiera sido un niño». Una dureza excesiva que la lleva irremediablemente a la destrucción, porque a la mujer se le tiene prohibido el deseo en una sociedad en la que la religión se proclama patriarcal para poder actuar impunemente, «la imagen de papá, aquel fantasma eccehómico de mi sueño que venía a instalarse sobre el pecho, para ahogarme».

En El leproso, la soledad familiar es evidente. La mujer no se siente protegida ante el pecado bíblico, al ser violada queda marcada por algo que la separará de Dios, de su padre, de la sociedad, aunque este “pecado” sea cometido por el hombre «…mientras me apretara contra la pared iría descubriendo su cara blanquísima e increíblemente hinchada […] el horror de aquellos racimos sanguinolentos, bulbosos, como asquerosos tubérculos…».

En general el mundo de la mujer de Rey de gatos está marcado por la fealdad, la oscuridad, la locura y la superstición, que se aparece en forma de magia maligna para transformarla en monstruo capaz de atentar sobre sí misma. Es muy curiosa la imagen de la madre ya que se separa de las características morales con las que se ha representado tradicionalmente. Continúa como sujeto subalterno del cabeza de familia pero finge que lo ignora; no hay complicidad con la hija, es como si la mera presencia de otra mujer le molestara, por lo que, aunque no lo logre, por su físico, intenta serle invisible. De esta forma, entre el humor y la tragedia, Alós cuestiona la ley patriarcal vigente y critica esa sociedad pacata y religiosa con acumulación de recursos hiperbólicos, largas listas asindéticas que dan la sensación de inacabadas, exageraciones, animalizaciones, cosificaciones, comparaciones, descripciones imposibles o tacos que niegan una evidencia: «Mamá, tan tacaña para todo, no escatima para el confort», «Suspira. Cada día está más gorda. Una bola», «…su mirada de pulpo», «Gorda. Más gorda aún que en el recuerdo», «yo aseguraría que las mejillas —¡cuánta grasa, Señor!— estaban brillantes, «la voz de mamá se convierte en un enorme tentáculo», «encima de los nichos con nombre y cruces estaba el cielo», «mi familia, rebaño negro detrás del cadáver de Víctor y todas sus coronas», «Coño, eso faltaba», «mi madre, ovillo negro y callado».

Es una narrativa provocadora hacia la moral social y religiosa, que nace de la conciencia de culpa que la mujer tiene instalada en su ser. Con la provocación intenta unir los polos opuestos vida-muerte, pasado-futuro para que pasen a ser una unidad perfecta.

La protagonista de los relatos cuenta sus experiencias, sus sentimientos, su vida a través del monólogo interior, en el que predomina la forma en un intento de expresar el pensamiento sin que intervenga la censura moral. Concha Alós pretende unir sueño y realidad en su verdad absoluta, la que reside en lo más hondo de su psique.

No cabe duda de que las metáforas son sugerentes, de gran plasticidad, y obligan al lector a buscar en su propio pensamiento. La sociedad de mediados del siglo XX quedó impresionada, con seguridad, al verse ante temas prohibidos como el aborto o el suicidio, petrificada frente a situaciones duras, algunas de ellas violentas, pero sobre todo evidentes, de grandes problemas psíquicos.

La mujer lucha contra ella misma, su educación, su realidad y sus deseos, su deber y sus sentimientos; lucha contra la propia experiencia negativa que se apodera de ella hasta dejarla hundida, «y él […] con la cara ansiosa, tan parecida a la de Michel y a la de ese cabrón que me invadió y que ahora me repudia».

El conformismo habitual se va resquebrajando por dentro hasta estallar. La influencia religiosa es indudable, como lo es la actitud hostil hacia esa religión opresiva. Todo es una lucha constante, la protagonista observa su mundo desde un punto de vista desengañado, pretende encontrar otra realidad escapando al control de la razón, por eso las imágenes prosaicas, violentas, conviven sin problema con otras absolutamente líricas. A veces, incluso, la belleza y la violencia se dan la mano en ese mundo tan real, pasado y presente, de la mujer «La luna estaba como ahora: gorda y ligeramente mutilada —el tajo tímido a un queso plano–».