viernes, 29 de diciembre de 2023
FELIZ 2024
martes, 26 de diciembre de 2023
EL CORAZÓN DEL PIRATA
En
esta ocasión ha llegado a mis manos una joya poética cuyo título sugiere una
vuelta de tuerca a esos héroes que nos han acompañado desde pequeños, y ojalá
lo sigan haciendo con las generaciones venideras. David Morales, más que un
amigo, me ha regalado El corazón del Pirata, libro que
encierra el ánimo y los sentimientos de aquel pirata al que Espronceda solo le
permitió en su día valor y libertad. El de Antonio
Bosch Conde busca la libertad encadenado a su amada, entregándose sumiso,
tranquilo o apasionado, según el momento por el que pasa la relación.
El corazón del Pirata, no cabe duda, es un homenaje a
nuestro poeta romántico, pero su Canción no es tan dura, no reclama tesoros «ni le importan las victorias». Su canto
es sugerente, tanto que parece escrito para que cada lector lo interprete según
sus sentimientos.
La
obra de Antonio Bosch es abierta, por lo que va dirigida a un lector activo
capaz de construir la significación del poema-discurso llenando los vacíos que,
supuestamente, ha dejado el poeta; sin embargo, no falta nada; un torrente de
sensaciones nos espera al leer este libro, permitiéndonos asumir la tarea de
creadores de nuestra propia significación, consecuencia de las infinitas
posibilidades ofrecidas por el poeta
Será
la libertad de la lectura
la
que haga las funciones de maestro
Además
de los poemas, en los que predomina el verso libre y la prosa poética, que
conforman El corazón del Pirata,
encontramos otros apartados como Si
breve…, Sonetos y Clásicos desvirgados.
Las
composiciones que forman el primer apartado y que dan título al libro se
presentan a veces como un cuento. Inmediatamente, en ese principio, intuimos el
desarrollo y el final, «Era un día
después de una noche de infarto, ella era rebelde y obstinada, tanto, que
llegué a amarla por un momento». La inmediatez del momento evoca la
separación en un futuro, pero a veces el amor está compuesto de momentos
inmediatos en los que «caiga rendido sin
voluntad de escaparme».
Lo
novedoso de El corazón del Pirata es que
la poesía se iguala al cuento y ambos a la magia del arte y del sueño porque «A veces, algunas veces, me cansa la
realidad…».
A
veces da la impresión de que la experimentación formal es escasa; sin embargo
el mero hecho de disponer las palabras en un orden determinado, consigue que el
mismo término no signifique lo mismo si constituye el sujeto o el complemento
de la acción «Los arañazos se convierten
en arañazos». El verso adquiere diferentes connotaciones a las sustentadas
hasta ese momento «pero ya no eres tú»,
implicaciones en donde la escritura prosística permite personificar sus
sentimientos, «que he apuntado a mi
corazón a un curso de rehabilitación». El hermetismo significativo de
algunas metáforas se entrega, con diferentes matices, al proceso de
desambiguación, llegando incluso a conseguir que el verso signifique lo
contrario de lo que acaba de exponer «…iba
a decirte / tantas y tantas cosas».
El
poeta usa las metáforas para definir la poesía e igualarla a la amada, «esculpir con letras / esas curvas que me
vuelven loco». La importancia de la palabra es semejante a la de su amada y
así lo manifiesta con la rima utilizada para definir qué son para él los
libros:
«lo
que / alimentaba»
«esta
emboscada»
«la
cultura / prolongada»
«margarita
/ deshojada»
«tu
mirada»
Valiéndose
de sinestesias une, en un beso, la realidad y la imaginación; son las
sensaciones que le aporta.
Para
describir a la mujer que desea usa una enumeración de lo que supone la relación
con ella, destacando, entre todas las actividades, las anafóricas de rima
consonante
besos
en el coche
besos
en la noche
besos
con derroche
Con
la rima interna y la similicadencia expone lo que es el amor. Los juegos
polisémicos son importantes porque pueden expresar tanto una ruptura como la
belleza absoluta
Mis
besos serán los versos, / que acaricien a tus verbos
El corazón del Pirata está escrito en primera persona,
aunque a veces la abandona por la tercera, para ser testigo o por la segunda,
en diálogos con la amada. Incluso los versos impersonales se transforman, en la
universalidad del sentimiento amoroso, con similicadencias, términos homófonos,
anáforas, repeticiones, paralelismos o explicaciones que marcan los diferentes
tipos de amor y que no son ni de él, ni de nadie en particular, pero todos
podemos identificarnos con alguno: «Hay
amores sinceros y hay amores con celo». Y no cabe duda de que todos hemos
visto el mar, libre y acogedor, en los ojos amorosos de nuestra abuela
solo
las gotas del mar
enamoradas
de los ojos
más
bonitos
que
nunca conocieron
No
hay duda, Antonio Bosch escribe para que veamos nuestros propios sentimientos
reflejados en su poesía.
En
el apartado Si breve… la experimentación formal se multiplica; desde la
prosa poética hasta los micropoemas son adecuados para exponer los sinsabores
de una relación donde une lo concreto y lo abstracto, y los dos miembros de la
pareja en una unidad, la suya:
No
nos ponemos de acuerdo
Yo
tratando de vivir en tu cuerpo
y
tú que no sales de mi cabeza
Hay
poemas que, a modo de anuncios publicitarios, juegan con el tamaño, el grosor y
el color de las palabras para expresar un sentimiento tan universal que nos
parece inconcebible no haberlo dicho nosotros mismos, pues así lo hemos sentido.
En otras ocasiones, el autor juega con la relación significante-significado,
acomodando la escritura para que refleje sus propias apreciaciones. Es una
poesía altamente visual en la que las emociones personales se transforman en
aforismos universales
ycorazonesquelatenjuntos
pero a distinto compás
Hay
poemas que parecen dirigidos a la amada del poeta, pero el significante tiene
tanta autonomía que podemos ofrecer su significado a aquellos a quienes
nosotros como lectores creamos adecuados:
Un
hijo «Tengo tantos metros de piel para ti
U
otro ser querido.
La
forma clásica de la estructura de los Sonetos le sirve a Antonio Bosch
para tratar cualquier tema: Moderno: «y
no sé si mandarte otros watsApp»; figurado «Pretendo que rimemos por completo»; universal «Insisto en ver tu cuerpo sin cadenas»; familiar «Quisiera hacer con mi hija este soneto»;
amoroso o de desamor. Pero siempre en claro homenaje a la poesía renacentista.
Asimismo
Clásicos
desvirgados rezuma el reconocimiento a poetas de todos los tiempos,
pero el autor, haciendo gala del humor y la ironía, mantiene una actitud
crítica hacia el endiosamiento que lectores de otras épocas ofrecieron a sus
escritores. Bosch echa una mirada socarrona a algunos y admirada a otros
Escuché que la vida es sueño
pero al despertar la verdad
encuentro a las gentes con dueño
luchando por su libertad
Gracias,
Antonio Bosch por este reconocimiento a la escritura en general y a la poesía
en particular.
Gracias, David, por regalarme este tesoro.
miércoles, 20 de diciembre de 2023
PLANETA
La
última novela que he leído es interesante, ágil, escabrosa más por lo sugerido
que por lo detallado, con lo cual se puede seguir fácilmente, aunque alguna
sorpresa haga renegar del ser humano o al menos cuestionar su humanidad. «…impactada por el contraste entre la fama
del chico y lo poco que se prestan sus admiradores a soltar la guita […] El
individualismo imperante no perdona».
La
reflexión sobre nuestra capacidad para conservarnos y conservar está presente
en el argumento de Planeta, la tercera entrega de la inspectora Camino Vargas,
creo que una policía indispensable de la novela negra española. No sé cómo se
las ingeniará Susana Martín Gijón,
pero la saga de Vargas debería continuar.
En
esta ocasión, una vez que aún no han cubierto el puesto de la jubilada Teresa,
ocupado temporalmente por Evita, en Especie, caso en el que murió
asesinada, que Águedo se encuentra de baja con una pierna rota, y que Fito debe
ocuparse de graves problemas familiares en los que se ven envueltos su madre,
su hermano, su pareja e incluso su suegro, los sucesos que asolan Sevilla
tienen desbordado a un equipo de homicidios diezmado. Lupe Quintana y Pascual
Molina serán pues, elementos clave en Planeta.
Por eso, a pesar de que Camino está conviviendo por fin felizmente con su
amor de toda la vida, Paco, ha de posponer las vacaciones programadas para
enfrentarse a otra serie de horrores, de los que se creían libres. Los
animalistas no han dejado de actuar. Es más, Camino y la comisaria Ángela Mora
están en contacto con la policía de Italia y Estados Unidos pues
definitivamente el asunto se ha hecho universal, «Tarda unos segundos en reconocer a Taylor, su enlace en Nueva York».
El
planeta está en peligro. Los hombres lo están llevando a la quiebra y ahora hay
toda una red de defensores que quieren castigar de manera ejemplar a la raza
humana para que, por fin, sea consciente de las barbaridades cometidas. El
problema es que nada que tenga que ver con el fanatismo puede considerarse ni
advertencia ni ejemplo, solo locura, terror y más destrucción.
Los
asesinos, no les daremos otro nombre, aprovechan las fuertes lluvias que están
asolando Sevilla durante días para idear un plan que llevará a la capital
andaluza al apocalipsis. El planteamiento es incómodo, no cabe duda; la denuncia
social es patente, también la de la actuación política. Susana Martín llama al
compromiso con lo que nos rodea, con lo que es nuestro y, por dejadez, por
avaricia lo estamos destrozando. Por supuesto, los primeros a quienes pasa
factura cualquier despropósito, son los más necesitados. La autora lo sabe y
nos lo hace saber a todos.
El
estilo tampoco nos deja indiferentes. La narración hace gala de un lenguaje
directo, cargado de expresiones populares, términos usuales del andaluz, «malaje», que se mezclan con ironías y
sarcasmos que aun en los momentos más duros nos sacan una sonrisa
—¿A
un pescador furtivo? […]
—Y
ha aparecido muerto en el tanque de los tiburones. Se lo han zampado […]
—Eso
sí es justicia poética
Es
este un libro que obliga a reflexionar, con la propia Camino, en el caso Especie y en el que, dos años atrás, dio
lugar a las primeras acciones de lo que se consideró un asesino en serie hasta
que salió a la luz el caso Progenie relacionado con el maltrato
animal.
—¿Te
refieres a…?
—El
hombre cerdo, el hombre pato y el hombre pulpo. Fueron ellos.
Ahora,
en Planeta, «Tiene razón inspectora. No son animalistas. Son ambientalistas».
Los personajes aparecidos en las entregas anteriores continúan en contacto con la inspectora Vargas, por lo que, a pesar de no haberlas leído, podemos intuir lo sucedido. Pero en esta ocasión, las vidas privadas de todos cobran mayor protagonismo, así los lectores somos testigos de cómo la vida no es un camino de rosas para ninguno de ellos: Camino y Paco deberán acostumbrarse a convivir en una realidad, no en el cuento de hadas imaginado al comienzo de una relación. Lupe continúa planteándose si merece la pena seguir en un matrimonio que, de puro rutinario, la asfixia. Fito nos mostrará la valentía y la honradez necesarias para salir, y mantenerse fuera, de un barrio marginado en el que la droga y la delincuencia son un modo de vida; su pareja, Susi, será fundamental en su estabilidad. Y veremos a Pascual, feliz al comprobar que su hija adolescente se siente orgullosa de él. Son datos familiares que consiguen que estos personajes nos sean imprescindibles. Asimismo, la italiana Bárbara Volpe, a pesar de un cáncer de huesos que la está minando, será fundamental en la resolución.
No
cabe duda de que Martín Gijón ha sabido aunar la labor policíaca del conjunto
con la existencia ordinaria de cada figura en una trama negrísima, que saca lo
peor del ser humano. Somos vulnerables, está claro, pero los personajes de Planeta son capaces de convertirse en
héroes en un momento, haciendo que no todo esté perdido y que merezca la pena
habitar este mundo.
El
narrador va cambiando el punto de vista, por eso a veces da la impresión de ser
omnisciente «Al pronunciar esas palabras
comprende en toda su magnitud lo que eso conlleva. Ni ella está dentro de una
de sus pesadillas…», otras veces parece no saber más de lo que ve, por lo
que se convierte en testigo «Tiene los
ojos cerrados y ni tan siquiera parece haberla oído. Es como si hubiera entrado
en un estado inerme…». En ocasiones, a pesar de usar la tercera persona, el
narrador no es sino un personaje exponiéndose a sí mismo sus reflexiones, como
en un monólogo interior en el que intercala la segunda persona: «Pero a su Dios nada de eso parece
importarle. No hay más que ver cómo ha dejado morir a su suegra, qué barbaridad
[…] En esta vida solo cuenta el maldito dinero […] y nos lo quitas todo, coile,
nos lo quitas todo».
Y
por supuesto la trama, donde se van intercalando las pesquisas llevadas a cabo
en Italia con las de Sevilla, consigue aumentar nuestra curiosidad. Los
capítulos cortos, con finales impactantes, incrementan la tensión que, por
momentos, se relaja con vocablos informales, «Al Matasanos se le ha acabado la paciencia […] —Pero sacadme este
fiambre de aquí, YA».
Los
pretendidos eufemismos dejan de serlo cuando la interpretación que hacemos de
ellos deja de ser ambigua, entre otras razones porque el propio narrador los
reemplaza por el término correcto, «El local
es íntimo y acogedor, que viene a ser lo mismo que minúsculo pero dicho con más
márketing». De ahí que los personajes, en especial la protagonista, se
decidan a menudo por usar directamente tacos para que su irritación quede de
manifiesto, «—A tomar por culo».
Las expresiones propias del lenguaje coloquial, vulgar a veces, tienen, paradójicamente, tintes positivos en la novela. Son disfemismos que aportan a la escritura de Martín Gijón grandes dosis de realismo y a la lectura, cierto humor necesario para relajar la tensión. Por supuesto, hay que leer la trilogía.
miércoles, 13 de diciembre de 2023
EL MAR DE LOS SUEÑOS
A
veces todo es más sencillo de cómo lo vivimos. A veces deberíamos dejarnos
llevar por nuestros sueños. Otras, por nuestros impulsos. A veces tendríamos
que intentar, simplemente, ser felices
Vivimos
en una sociedad próspera, tenemos todo aquello que necesitamos para mantenernos
cómodamente y dedicamos nuestro esfuerzo a que nada de eso cambie; queremos
seguir con nuestra familia, porque somos la continuación de ella; con nuestros
amigos, que tanto se nos parecen; con nuestro trabajo, que da sentido a lo que
somos. Queremos permanecer en nuestra zona de confort porque no conocemos otra,
porque tememos que, al salir de ella, todo se derrumbe.
Esto es lo que ocurre en Karsten, un enclave próspero de la región de Taryn, donde el único problema que tienen es la contaminación, un precio que han de pagar si quieren continuar como la zona más enriquecida del país de Londrarc —formado por cinco regiones, la propia Taryn, Mylos, donde se encuentra el bosque de Celphir, Elxania, Usmut y Orien, regentada por el inseguro, y por lo tanto, tirano, Alair Nyton, quien idea la forma de ir atacando regiones para que se anexionen a él hasta someter Taryn y hacerse con todas sus riquezas, «Pero si su afecto no surge de manera espontánea, entonces tendré que ofrecerles algo que lo valide»—.
Y
precisamente en la aldea de Karsten tiene lugar una historia fantástica. Sus
habitantes viven en una monótona armonía en la que cada uno desarrolla con
responsabilidad el papel que ha elegido. Todo es muy tradicional, Eryx Demark
es un chico tímido que dedica el día y parte de la noche a elaborar los mejores
pasteles del país. Largas colas aguardan en su panadería diariamente hasta
terminar con las existencias. La maquinaria en general y los relojes en
particular no tienen secretos para Alena quien, desde que murió su padre, lleva
la relojería con éxito. Su hermana Niobe, aún no repuesta de su traumática orfandad,
decidió no salir de casa para dedicarse a la limpieza, cocina y demás
actividades propias del hogar, entre las dos mantienen un tándem bastante
clásico. Alena siente algo por Eryx, él también, pero ninguno se atreve a dar
el paso.
Algo
cambia cuando aparece Vangelis Brisk, el florista del pueblo a quien todos
buscan para que les venda las flores más bellas o los remedios más efectivos en
la curación de enfermedades. Nadie sabe que Vangelis es en realidad un énur
—magos que tiempo atrás fueron diezmados porque los humanos temían que sus
poderes les perjudicaran. Los que no fueron asesinados, como los padres de
Vangelis, se recluyeron en el bosque de Celphir, en la región de Mylos,
separada de Taryn por el mar de los sueños, capaz de quedarse en el fondo de
sus aguas con todos aquellos que intentaran cruzarlo—.
Este
sería el planteamiento de El mar de los sueños, pero los
protagonistas, Eryx, Alena y Vangelis van a vivir una aventura fantástica que
les permitirá romper ataduras, desarrollarse como personas individualmente y
valorar el trabajo en equipo, algo con lo que obtendrán mejores resultados para
la sociedad. Entre los tres surge el amor, a través del cual pueden deshacerse
de un hechizo que les imposibilitaba trabajar, y con amor eliminan
inconvenientes y peligros que azotaban Karsten, como las mantícoras comehumanos
«…patas poderosas, lomo alargado, cabeza
peluda y colmillos feroces. Una mantícora. […] su objetivo principal eran los
niños y la gente indefensa».
Y
juntos van en busca de la Morada del límite, situada en Aleby, en la frontera
con el Mar de los sueños, una casa encantada cuyo dueño la hizo invisible antes
de morir para que no descubrieran sus libros, entre los que se encontraban unas
profecías que hasta ahora se habían cumplido, «la inscripción significa morada del límite […] Pienso ir a investigar
con Vangelis en mi próximo día libre. Si lo deseas puedes venir con nosotros».
Dotados
con el poder de Vangelis, del amor entre los tres y de la magia del anillo que
Alena encuentra en su taller, hacen visible la casa y toman conocimiento de lo
que ocurrirá en el futuro. Pero las profecías pueden tener varias
explicaciones. Lo que deciden es ir al bosque de Celphir para que los énur los
ayuden en la batalla contra Orien. Estos les dan cobijo, los enseñan a luchar y
se enrolan en su ejército, lo que les permitirá afrontar la guerra.
No
es bueno desvelar el final. Tampoco revelar algunos pasajes clave con los que
el lector se puede asombrar. Pero me ha llamado la atención la manera
desinhibida con la que Belén Conde
trata ciertos temas que hoy empiezan a dejar de ser tabú, a pesar de que aún no
están del todo asentados en la sociedad.
El mar de los sueños no es una novela de aprendizaje al
uso porque no hay transición en los protagonistas de su niñez a su vida como
adultos. Desde el comienzo son tres jóvenes muy diferentes que maduran por las
circunstancias que los envuelven en un tiempo corto. Desde este punto de vista
sí es una novela de formación en la que se nos presentan por separado, cada uno
con su vida y, tras un viaje catártico y su convivencia de diez días con los
énur, salen renovados para poner en práctica en su tierra todo lo aprendido y
perfeccionarse con lo que ellos han elegido, en el lugar que han elegido y con
las personas a quienes han elegido, «Con
los primeros sorbos de aquella infusión que sabía a anís experimentó una súbita
mejoría. Sintió un inmenso cariño hacia la mujer, a la que había llegado a
considerar casi como una tía o una madre».
Hasta
llegar a esta madurez han sufrido y han gozado. El lector es testigo y la
autora le ha hecho ver que las reglas no son tan importantes; si no nos hacen
sentir bien donde vivimos, deberíamos intentar cambiarlas o poder trasladarnos
de lugar con total tranquilidad. No es bueno vivir oprimidos; en este sentido
Belén Conde hace una llamada de atención al problema de la inmigración; a veces
consideramos nuestro un espacio que no lo es, está ahí para ser ocupado por
quien esté a gusto en él, «Los énur
podremos regresar tranquilamente a nuestro hogar o elegir quedarnos en Taryn,
si ese es nuestro deseo. Cesará toda persecución contra nosotros y la magia volverá
a ser tomada en cuenta».
Tampoco
hemos de sentirnos obligados por los lazos de sangre; la verdadera familia es
la que nos quiere, nos apoya y se alegra con nuestra felicidad. Deberíamos ser
capaces de formar parte de una familia en la que nos sintamos protegidos,
amados y necesarios; el sexo de sus miembros es lo de menos, el tipo de familia
tampoco importa si prevalece el amor entre todos.
Belén
Conde ahonda en la inutilidad de normas establecidas. No todos aceptamos ni nos
adaptamos a lo mismo por lo que, la autora rompe una lanza en favor de la
eliminación de roles preasignados. La mujer no tiene por qué realizar labores
(que se suponen) destinadas a ella. El hombre tampoco. Deberíamos tener
libertad para elegir lo que queremos ser, con quién queremos vivir y dónde.
El mar de los sueños podría formar parte de los cuentos
maravillosos; está claro que su argumento narra hechos extraordinarios,
increíbles, en los que intervienen hechizos, magos con grandes poderes que realizan
conjuros buenos y malos, para los que hay anillos y talismanes capaces de
contrarrestar sus efectos. Los protagonistas, buenos, deben defenderse de los
antagonistas y superar las pruebas que estos ponen —como la guerra, el ataque
de las mantícoras o la travesía por el mar— para salvarse. Asimismo deberán
eliminar un hechizo para poder ser felices.
El
cronoespacio de El mar de los sueños
es, como su título, indeterminado. Los tiempos se mezclan, contemplamos
adelantos del presente en un ambiente medieval con alusiones al siglo XIX:
fábricas, aeronaves, brujas, todo tiene cabida en esta novela. Las actitudes
también son propias de un pasado y un futuro incluso, pues el erotismo derivado
de la relación entre los protagonistas desemboca en actos sexuales atrevidos
que aun hoy no se contemplan como habituales.
No
hay dureza en las escenas, ni en las de guerra ni en las de sexo, todo forma
parte del devenir natural y va encaminado a la mejora de las relaciones. Está
claro que la autora condena la guerra, lo vemos en las reflexiones de la propia
Alena, «sintió una pena inmensa al
considerar la posibilidad de que un pueblo diezmado como el énur sucumbiera al
completo por la causa». No hay razones reales que justifiquen el asesinato
de personas. También el narrador medita el asunto con detenimiento y aporta
información sobre el pasado de Eryx, Alena y Vangelis, para que el lector tenga
claro que son seres a los que las circunstancias, o los propios humanos, les
arrebataron en un momento la felicidad dejándolos solos. Cuando somos
conscientes del pasado de los protagonistas, encontramos más sentido a su
presente y ponemos esperanzas en su futuro.
El mar de los sueños es una novela de formación que a su
vez constituye un cuento maravilloso en donde el disfrute de los sentidos es
importante para ser feliz. Cualquier motivo es bueno para aprender sobre los
beneficios de las plantas, «La raíz de
savia para la buena suerte y el aloe para las quemaduras también se encontraban
entre los productos más populares». Las propiedades de los minerales pueden
formar una mágica aleación con la fuerza de los colores para ayudarnos con
nuestro estado de ánimo, «El color verde
indica la presencia de hierro […] el zafiro incrementa la compasión y la
comprensión de las debilidades…»
Cualquier
elemento de la naturaleza nos ofrece diferentes posibilidades, solo hay que
conocerlas y decidir cómo y cuándo queremos utilizarlos. Si nos esforzamos por aceptar
lo que nos rodea, mostraremos «respeto
por las creencias de los demás. Solo si somos capaces de conseguir ese respeto
podremos vivir en una sociedad libre, libre para relacionarnos con quien nos
guste sin que importe su nacionalidad, su condición o su sexo».
Por
eso, El mar de los sueños es también
una novela eroticorromántica en la que la mujer se muestra con un talante
feminista también en el sexo. La autora no escatima, con un lenguaje cuidado,
escenas de sexo explícito a través de las cuales Alena, Eryx y Vangelis
exploran sus cuerpos desde el deseo y sin prejuicios, «podía oír los vientres de ambos chocando y el ruido húmedo de sus
cuerpos […] alzó una de sus piernas y la sostuvo con el brazo mientras
continuaba moviéndose».
Esto es lo que nos transmite Belén Conde: todos tenemos derecho a una vida feliz y a poder superar, en ella, las dificultades.
miércoles, 6 de diciembre de 2023
ALEX
Alex es la continuación de Irène
y yo, como el comandante Verhoeven, he debido recuperarme durante años del
trauma que me supuso leerla. Él aún no está restablecido del todo pero el jefe
Le Guen, lo “convencerá” para volver a lo que realmente hace bien. Así que este
caso es una especie de catarsis para Camille y para el lector.
No
es necesario haber leído Irène para
enterarnos de Alex. El narrador, con alusiones,
nos va poniendo al tanto, «No volvieron a
verla con vida. Eso hundió a Camille […] cuando empezó a delirar tuvo que ser
hospitalizado […] Desde entonces solo acepta casos menores…» No es
necesario haber leído Irène pero sí
conveniente. Siempre merece la pena leer a Pierre Lemaitre.
Alex es una novela dura, inquietante; a veces levantamos la
vista del papel porque no somos capaces de seguir enfrentándonos a unos hechos
que, por ser tan fieles reproducciones de la realidad, consideramos imposibles.
Pero son posibles. El narrador mira fijamente al personaje y se introduce en su
mente para que los lectores seamos testigos de lo que ocurre. Parece
ominisciente, pero no lo es, «Irène había
hecho que su interior se fortaleciera. Camille nunca habría sido tan… Sin
Irène, le faltaban incluso palabras»; el narrador va descubriendo el porqué
de los actos de unos y otros con el devenir de los hechos, con la ayuda de
Camille quien, una y otra vez no está contento con los resultados. El
protagonista aún está afectado por lo que le ocurrió a Irène, se culpa de su
muerte; no llegó a tiempo de salvarla, tampoco a su hijo. Camille ha estado
cuatro años alejado de casos graves porque el sentimiento de culpabilidad se
había apoderado de su mente y no le permitía ningún atisbo de redención.
Su
madre también ha muerto. Verhoeven está solo y debe enfrentarse al secuestro de
una chica que nadie sabe quién es ni por qué la han raptado. Sabe que el tiempo
es fundamental. No puede permitirse llegar tarde otra vez, y la chica lleva
desaparecida una semana. Cuando el secuestrador, Trevieux, se dirigía al
almacén donde estaba la víctima, la policía lo está esperando, pero en su huida,
prefiere lanzarse a los coches y morir atropellado antes que revelarles dónde
retiene a su víctima. Mientras, el equipo de Camille consigue entrar en la nave
pero allí no hay nadie. Una especie de jaula destrozada, rastros de sangre y
ratas. Nada de la secuestrada. Solo los lectores sabemos que se trata de Alex
porque la hemos acompañado en su tortura sádica, horrorosa, y nos hemos
admirado de que haya podido idear algo tan siniestro para poder escapar.
Lemaitre
sabe que el ser humano es capaz de cometer las mayores atrocidades para
continuar viviendo aunque la vida no merezca la pena; aunque solo se vislumbre
dolor, humillación y miedo, el hombre seguirá luchando por respirar.
Las
descripciones del narrador son creíbles, verosímiles, porque mezclan lo que
hacen los personajes y las causas de esos actos. Todo nos descoloca en un
principio. Conforme vamos llegando al final, cuando Camille, Louis y Armand
quieren desvelarnos lo que han ido descubriendo, somos conscientes de que
aquello que nos parecía horroroso, fruto de una mente perturbada no es ni más
ni menos que algo que se puede dar en la sociedad. Y quienes comenten los actos
más depravados pueden convivir con una familia, con unos compañeros, con un
colectivo que les abre sus brazos y los protege porque nadie puede adivinar
nada extraño en su comportamiento y si alguien lo hace, sabe que es mejor no
inmiscuirse en la vida de lo demás. Así somos. En el fondo inhumanos. Lemaitre
rechaza cualquier atisbo de sentimentalismo y muestra al ser humano
objetivamente, con toques de cruda realidad.
Por
mucho que intentemos mirar hacia otro lado, esta es la sociedad que vamos
creando poco a poco. Cada vez más sofisticada, puede. Cada vez más depravada,
también.
El
lenguaje es una seña de identidad del autor pues en todo momento es coloquial y
crítico. Aprovecha digresiones para exponer la situación actual de Camille o
para, haciendo gala de una ironía total, describir el carácter tacaño de Armand
«apura su caña hasta terminarla y pide de
inmediato una bolsa de patatas fritas y más aceitunas a cargo de quien pague la
cuenta». A través de personificaciones, las sensaciones del ser humano se
acrecientan, «el cáñamo parece retorcerse
de dolor»; el sarcasmo no salpica solo a los criminales, también al propio
Camille. Las ironías hacia su estatura son constantes «quiere demostrarle al comandante sus dotes de buen conductor, la
sirena aúlla […] mientras los pies de Camille se balancean a un palmo del suelo
y se agarra con la mano derecha al cinturón de seguridad». El humor negro
del que hace gala el protagonista es el humor negro del narrador; el dolor y la
desesperación de Alex también nos llega a través de éste, el carácter tranquilo
de Louis y el del avaro bondadoso —aunque pueda parecer un oxímoron— Armand
están presentes en todo momento. La relación entre ellos es un escape a la
tensión de la trama.
Alex muestra en todo momento una relación estrecha entre los
personajes y su entorno, cómo les afecta a todos, las dudas que se plantean,
las causas y consecuencias de sus movimientos, que no son sino el testimonio de
problemas de la existencia humana. La idea de la novela es desesperanzadora
porque Lemaitre la transmite de la forma más verídica posible y con ello
proclama una denuncia rotunda a estos males que nos aquejan como sociedad y que
no son tratados desde la familia, desde las escuelas, desde el trabajo o
incluso desde las fuerzas del orden público «¡Un
rapto! Es una atracción, un espectáculo […] El rumor se extiende […] todos los
vecinos del barrio están excitados ante esa situación inesperada […] poco a
poco el rumor se debilita, el interés se desvanece […] se escuchan las primeras
quejas desde las ventanas. “Queremos dormir. Ahora queremos silencio”».
La reflexión que hacemos al terminar es devastadora, por eso Alex, esta novela negrísima, queda al mismo nivel que las escritas por los más grandes de la literatura, porque Pierre Lemaitre ha dibujado la degradación de una sociedad a través del sufrimiento de los más débiles. El lector indaga, mientras lee esta novela, en la propia conciencia y en la obsesión que parece prevalecer por causar daño; en lo dañados que podemos dejar un cuerpo y una mente con torturas físicas y psicológicas que, a diferencia de las anteriores, no cicatrizarán nunca.
miércoles, 29 de noviembre de 2023
BUENOS TIEMPOS
Ante
todo, y de nuevo, quiero agradecer a Babelio
sus iniciativas, esta vez, en concreto, su Masa crítica, que me ha
permitido conocer a una autora hasta hoy oculta para mí.
Me
ha gustado la escritura de Victoria
González Torralba. Es una narrativa clásica en la que abundantes
descripciones conviven en armonía con metáforas, personificaciones,
animalizaciones, cosificaciones… En fin, ahora entraremos en ello, pero el
conjunto resultante es bastante lírico, algo inusual en la novela policíaca. Y
la denomino así porque así lo hace Siruela, pero la policía no aparece… ¿o sí?
En realidad quien lleva el peso de la investigación es Laura, una chica de
clase baja que poco a poco nos va introduciendo en su vida, propia de lo que en
Francia (en el siglo XIX) se denominó roman-feuilleton.
De hecho, Buenos tiempos, por sus capítulos cortos, su estilo, y la
intriga final de cada uno podría haber sido publicado en un periódico poco a
poco, por entregas. Pero son otros tiempos y ahora es difícil la venta de
diarios en papel.
El
caso es que los lectores comenzamos a leer Buenos
tiempos bastante confiados, tranquilos y a cada capítulo que terminamos se
va apoderando de nosotros una inquietud mayor; hasta el final.
Vaya
por delante que no le atribuyo a “folletín” ninguna característica peyorativa,
todo lo contrario, creo que es una mezcla de prosa basada en la realidad
—propia del periódico—, sobre todo de célebres crímenes, y narrativa ficcional,
algo que le da cierta constitución de literatura popular amena. Y así se lee Buenos tiempos, de forma placentera,
porque el resultado es bastante atractivo.
Laura
va componiendo un retrato de sí misma, hasta que la conocemos y nos apenamos de
ella porque su vida ha sido bastante aciaga. Abandonada por su padre, siendo
muy pequeña, y privada de su madre cuando, según las habladurías, se tiró a las
vías del tren, queda a cargo de unos tíos que no le permiten estudiar, la ponen
a trabajar en un bar de la playa y más tarde, también a limpiar casas. Laura lo
acepta todo, casi como una liberación, pues no soporta estar en casa de sus
parientes, hasta que un día su tío la insulta y le da un bofetón; esto hace que
se vaya de allí y se refugie en la casa donde ha sido contratada para limpiar.
Allí se enfrentará a los sentimientos contradictorios que Álex Lobo le produce.
Asimismo
la relación de confianza que tenía con Juan Sil, el propietario del bar donde
trabaja, se ve empañada por ciertos comentarios sobre quién era en realidad su
padre. Su nerviosismo va en aumento cuando se siente acosada por el Hombre de
los perros, alguien a quien no conoce del todo pero parece que él sí sabe quién
fue su familia en realidad. Allá donde vaya él estará allí, a veces para
protegerla, pero nunca se sabe. Todo esto hace que no perciba seguridad plena
excepto con Antonio, un turista que la introduce en la lectura.
Nada
es lo que parece, la trama da un giro tras otro hasta que Laura intuye la
realidad y, ayudada por sus verdaderos amigos, logra saber qué ocurrió
realmente con sus padres, quiénes fueron y cuál será su futuro. Un futuro en el
que ahora sí se adivinan buenos tiempos.
Victoria
González plasma con gran acierto la vida en la costa de los años 70 en una
España que aún arrastraba la lacra franquista, sobre todo para las mujeres y,
aún más, mujeres de clase baja, sin un hombre que las pudiera situar con
comodidad en la sociedad. Laura tiene ese pensamiento femenino, del que algún
resto queda en ciertas mujeres y hombres, «A
la escuela había ido lo imprescindible. No se me daba mal pero convenía
colaborar en la economía familiar […] los libros siempre acaban siendo un
estorbo, corroboró mi tío. Estaba todo dicho».
No
fue solo la mujer quien tuvo dificultades; los niños, en general, pero ante
todo los pobres o hijos de republicanos, eran sobreexplotados, no decidían sus
actividades, no cobraban por sus trabajos y sus esperanzas de futuro eran
inexistentes, rotas por abusos, «Lo peor
llegaba por las noches […] Me angustiaba pensar en mi vida, un fardo cargado de
trabajo y desamparo que, con el paso de los años, solo lograría cubrir con un
manto de resignación».
La
idea de que el trabajo dignifica y libera está presente en Laura; de hecho ella
experimenta cierta redención cuando es contratada como sirvienta «Trabajar en la Casa de las Buganvillas me
convirtió en otra persona. Mientras […] lavaba […] cepillaba suelos […]
descubrí […] que uno puede ser uno mismo sin percibir su existencia como una
carga».
La
imagen de culpabilidad de la mujer era usual para los hombres. Ella era responsable
de todo lo que le ocurriera, incluso de las posibles violaciones que sufriera.
Por eso no se denunciaban, la mujer vivía en una culpa constante que la
atemorizaba; sin embargo para el hombre había un rasero diferente, de forma que
lo moral, lo ético no era igual entre los sexos, para ellos todo estaba asumido
como normal, «Los protagonistas de esta
historia ganaron peso, perdieron pelo y la satisfacción que antes hallaban en
juergas y viajes, empezaron a encontrarla en el amor y la familia».
La
idea del subdesarrollo, ya apenas latente, se observa en las apreciaciones de
Laura sobre lo extranjero o sobre los turistas de ciudad. Lo mejor, no cabe
duda, era el contacto con la naturaleza y las costumbres adquiridas en nuestro
país «¿Por qué llevaban calcetines
blancos bajo las sandalias?» «Deseábamos mudar nuestra piel por la suya y, al
mismo tiempo, reprochábamos […] su desconocimiento sobre cualquier asunto que
tuviera que ver con la tierra…».
Pero
Laura es en realidad una poeta, sus reflexiones son líricas, «sumaba años suficientes como para prestarle
más atención a los recuerdos que a los sueños».
El
pensamiento de la protagonista inunda la novela, no solo nos regala poesía sino
que, con minuciosas descripciones, recrea la idea que llena su mente hasta que
los lectores somos capaces de verla, de ponernos en su lugar y sentir lo mismo
que ella. A veces tiene la necesidad de ausentarse por un momento de la
narración para introducir cualquier tema que complete nuestra visión del
entorno; las digresiones abundan en la trama para aclarar datos importantes
sobre quién construyó la Casa de las Buganvillas, sobre la importancia del
vestido en la mujer, «imprescindible para
su exhibición social», o para incluir leyendas hiperbólicas que enriquecen
el argumento.
Abundan
en Laura las comparaciones poéticas «Mis
emociones eran como el agua reposada de un estanque», las personificaciones
«Hasta el mar tenía un aspecto
apesadumbrado», las cosificaciones que aportan cierta belleza clásica, «…su rostro, que adquirió una consistencia
pétrea, de estatua antigua», las metáforas que empequeñecen al hombre
mientras ensalzan a la naturaleza, «Los
paisajes también mueren si nadie los recuerda».
La
protagonista, a pesar de su juventud, ha experimentado lo suficiente como para
ser capaz de sentenciar reglas inamovibles que, a modo de aforismos, funcionan
como norma, «Los borrachos son como
animales sin domesticar».
Victoria
González Torralba ha escrito algo más que una novela policíaca, su narrativa es
un homenaje a la literatura clásica, por eso encontramos guiños a otros
escritores, como a Susana Martín en Especie, «El pulpo había cambiado de color. Aún se movía pero yo sabía que
estaba muerto»; a Guillermo Borao en La sastrería de Scaramuzzelli, «llegó un punto en que solo se sentían bien
vestidas si era ella quien las aconsejaba»; a Stevenson en La isla del tesoro «Te gustará»; o a cualquier italiano que, como Sciascia, haya
escrito sobre la mafia «Él no perdona.
Nunca […] Tuve que emplearme a fondo para que se conformara con un solo dedo de
Salvador».
Buen descubrimiento el que me ha permitido Babelio. Será obligado seguir a Victoria González.
domingo, 19 de noviembre de 2023
ROSY & JOHN
Rosy
& John, o
Jean, no son una pareja al uso aunque el título nos lleve a equívocos. Son
madre e hijo. Tampoco tienen una relación maternofilial normal.
Rosy & John no es una novela negra al uso. Sin
embargo los protagonistas pueden ser prototipos del noir más profundo. Pierre Lemaitre es un maestro indiscutible de la novela negra. No necesita mucho:
dos personajes, menos de 200 páginas, tres días, un espacio reducido, al igual
que el tiempo, como puede ser la sala de interrogatorios de la comisaría y el
lector no puede soltar el libro desde que comienza a acompañar a Camille
Verhoeven, el comandante que, ni mucho menos, es el investigador usual del
género. Con una sensibilidad fuera de lo común, no deja ningún cabo suelto;
prácticamente dirige los casos, desde que se presentan. Sin abandonar su sexto
sentido, avalado por los resultados de los informes, consigue que en los actos
del sospechoso se planteen enigmas que tienen en vilo al lector.
Quienes
lo conocemos de Irene sabemos que su personalidad, de alguna forma atormentada
por su condición física, es brillante, sarcástica consigo mismo y completamente
humana con los demás. Ha sufrido lo suficiente como para empatizar con aquellos
que no se ajustan a la norma.
Lo
mejor de Verhoeven es que, a pesar de su pequeña estatura, a pesar de no
emplear la violencia, a pesar de dar la impresión de estar en un segundo plano
para que el verdadero protagonista sea el sospechoso, es el eje principal del
caso y la narración.
Rosy & John es un premio Goncourt, en pequeña
dosis, como su protagonista, y como él, no necesita nada más para cautivar al
lector.
Lemaitre
hace gala de un estilo impecable en el que se apoya para construir un argumento
sencillo que, presentado mediante una trama alejada de problemas, el rigor
lógico desaparece ante la lógica de la investigación. Nos desafía y nos
obsesiona con sus preguntas al tiempo que nos seduce con su perfecta narrativa.
El
autor da una vuelta de tuerca al investigador policial y, por contraste con el
comportamiento de algunos compañeros, lo erige como representante de la
evolución moral del policía.
En
esta novela somos conscientes de que la tortura no es un método fiable para
conocer la verdad y, sin embargo, se sigue utilizando con aquellos que
representan un grave problema social.
La
situación es ambigua, los personajes, madre e hijo, viven juntos, a pesar de
que Jean pase de la treintena. Solitario, solo le queda su madre; no obstante,
según los vecinos, las discusiones subidas de tono son frecuentes. Pero lo ha
perdido todo, el trabajo, su novia y las esperanzas. Cuando encarcelan a Rosie,
por el asesinato de la novia de Jean, este coloca un obús en un sitio céntrico
de París y se entrega en comisaría alegando que hay otros seis obuses más
enterrados y cada día explotará uno si no declaran a su madre inocente, la
sueltan, les dan pasaportes falsos y los llevan, con dinero, fuera del país.
En
ese momento comienza una carrera policial para descubrir dónde pueden estar las
bombas y cómo conseguir que Jean confiese antes de que aparezcan las primeras
víctimas. Pero Camille Verhoeven cree que hay algo más, que Jean guarda un as
bajo la manga y no podrán averiguarlo si no se atienen a sus peticiones.
La
escritura de Lemaitre es mágica, directa; atrae poderosamente, bien por las frases
cortas que aumentan un ritmo narrativo en genial contraste con la falta de
acción, bien por la expresión en presente que aporta una inmediatez
desesperante a lo ocurrido, incluso el pasado se narra en presente y el lector
lo vive de forma actual.
La
novela comienza, de forma inesperada, in
medias res. Una hora de reloj hace las veces de título del capítulo del
primer día: «17,00 h» y abre una
serie de suposiciones que, en una enumeración asindética, advierten de la
rapidez con que puede cambiar la vida «Las
cosas decisivas ocurren en menos de una décima de segundo».
Las
suposiciones del principio adquieren realidad cuando más adelante se presentan
como imágenes cinematográficas surrealistas, «ve los tubos de metal dispersarse por el cielo, como fuegos
artificiales, y descender sobre ella a una velocidad tan lenta como
inexorable…».
El
siguiente apartado de la novela, «17,01
h». En una décima de segundo ha cambiado la vida de algunos. Una décima de
segundo puede suponer un microrrelato —como los que Lemaitre hace de alguno de
sus párrafos— que cuenta la vida de personas en unas pocas líneas.
El
narrador omnisciente, en tercera persona, se dirige al lector para asegurarse
su atención «Llamémosle Jean […] ya
volveremos a ello más adelante. Por el momento, pues, Jean».
A
veces se permite se permite el uso de aforismos para denunciar algunas
actitudes sociales «En eso consiste una
democracia moderna: un país en el que los profesionales han tomado el poder».
Asimismo
la tensión generada por la propia situación angustiosa, se elimina en ocasiones
con la cantidad justa de humor, a veces negro, otras, irónico y las más, con
grandes dosis de sarcasmo. Es increíble cómo en una realidad tan angustiosa y
dramática, la redacción sea tan desenfadada; el lector puede esbozar una
sonrisa con cotidianeidades que censuran a quien las protagoniza, «La suya (su madre) tiene treinta años, pero
la madurez de una adolescente […] es bastante olvidadiza, y pasa de un
pensamiento a otro con una velocidad pasmosa». El humor está en las
impresiones del propio narrador, «El
hombre entonces le asegurará que lo entiende (venga ya…)»; en metonimias
sobre el protagonista, «Camille es un
metro cuarenta y cinco de cólera», o en impresiones cínicas que tuvieron de
él «Lástima que los misóginos no te
conozcan, les ayudaría a relativizar»; en personificaciones que humanizan a
los animales, «mientras la gata, sentada
en una esquina de la mesa, se hace la indiferente»; en hipérboles
imposibles «Perder un dedo, en esta
profesión no significa nada, pero cuando uno se cree inmortal es un fracaso»;
y sobre todo en sarcasmos que encierran un inteligente y desenfadado humor
negro «Es un buen chico. No haría daño a
una mosca […] Lo que se dice moscas no ha matado ni una en la rue Joseph-Merlin».
La
resolución de Rosy & John es
ingeniosa por realista. Los lectores sentimos que no podía ocurrir nada
diferente en un final que parece parodiar la novela negra americana, en la que
los personajes protagonizan una rocambolesca historia romántica y el autor,
Pierre Lemaitre, sobrepasa a su protagonista, «Verhoeven está a dos dedos de leyenda».
Lemaitre
orienta la novela desde un punto de vista opuesto a los hechos, esto supone que
el lector vaya descubriendo lo ocurrido al mismo tiempo que el comandante y
supone, también, que Camille deba ver la situación desde otro enfoque al
esperado.
Cuando leí Irene quedé fascinada por la escritura y desolada por el final; juré que no volvería a leer algo tan doloroso. Pero mi hijo está maravillado con la trilogía de Camille Verhoeven, así que dejándome llevar por él me “he atrevido” con Rosy & John y estoy deseando retomar a Camille con Alex.