domingo, 30 de mayo de 2021

MINUTO 116

El otro día tuve una doble alegría, primero porque salimos a cenar con unos amigos (siempre es motivo de regocijo poder hablar cara a cara) y segundo porque Mari Carmen y Jesús me regalaron la primera novela escrita por un alumno de este último. Así que me dispuse a leerla con ilusión, más si cabe por coincidir con la adivinanza de instagram nº 100. Al abrir el paquete me encuentro con que la imagen de la portada, un sanitario cadena en mano, no se corresponde con el título, Minuto 116, en clara alusión al gol de Iniesta en la final del mundial de Sudáfrica 2010. Y para mayor desconcierto al abrir el libro y ojear el índice reconozco en los 23 capítulos el título de otras tantas películas, siete de ellas protagonizadas por Denzel Washington.

Sin saber pues de qué podría tratar (no miré la contraportada) me introduje en un verdadero disparate hilarante. Con forma de película, empieza con el gol histórico y el inspector Sergio Planes celebrándolo solo delante de su televisor, cuando una llamada telefónica le avisa de que debe ir urgentemente al hospital, pues se ha producido un altercado «¡Venga pronto, inspector, la situación se descontrola por momentos!». En ese momento Jesús Boluda del Toro recoge con su cámara, «Días antes», cómo empezó todo, y nos muestra a Juan Curcio, en la casa heredada de sus abuelos, siendo despertado por otro teléfono desde el que alguien le avisa de que debe ir al hospital, pues su padre ha sufrido un infarto.

Y así, partiendo de situaciones cotidianas, el autor conforma un desvarío hospitalario donde tienen cabida una recepcionista con muy poca paciencia, un inspector de policía que ejerce de paciente, investigador y negociador, un técnico de mantenimiento dislálico dispuesto a ayudar y un protagonista al que, en principio, parece que no le interesa vivir sino sobrevivir, por lo que desata en el lector mucha pena, bastante aversión y cierta inclinación hacia alguien que, no cabe duda, es un vago. «Me quedé acostado, pensando qué hacer […] gozaba de todo el tiempo libre del mundo, porque llevaba cuatro años sin trabajar […] decidí que lo mejor era seguir durmiendo, para irme al hospital descansado».

Además de indolente, Juan Curcio tiene problemas para empatizar con los demás y resultar simpático a la gente «—¿De qué vas, gilipollas? […] te rocío con esto la cara y después te pateo el hígado […] Me dejó contrariado. Esa violencia gratuita no me gustaba. Acababa de desechar la idea de conquistarla». No suele conectar con sus semejantes; esto hace que viva en su propio ambiente, marcado generalmente por la resignación, con cierto aroma de decadencia en el que la realidad sociológica evidente, o esperada, queda suprimida. En esta atmósfera, Juan Cu, privado de lo que consideramos necesidades básicas, se ha visto afectado por su toma de decisiones, que lo han llevado a ser considerado como marginado, incapaz de ejercer un trabajo normal, de disfrutar de sexo normal y de adaptarse al entorno que lo rodea. Para terminar la descripción, queda concretado, hiperbólicamente, como el prototipo de aquellos que definen la nueva identidad social: individuos consumidores de productos populares, mediatizados, que aniñan la sociedad «me descolgué la mochila y le di la vuelta a la camiseta, volviendo a tener al organismo cibernético T-800 caracterizado por Schwarzenegger en mi pecho». Juan Curcio es, más que estúpido, un infeliz.

Jesús Boluda, no lo duda, aprovecha las erróneas intuiciones del protagonista para replantear de forma irónica cómo asumimos la vida aquellos que pasamos por “normales”: «La horda de los hijos de la nicotina había desaparecido, y en su lugar quedó un mosaico imperfecto de filtros aplastados y vasos de cartón, esparcidos por el suelo. La papelera lucía orgullosa e inmaculada en una esquina».

En Minuto 116 no hay complejas relaciones familiares, todo es bastante simple porque para sus padres, Juan Cu es un intruso, un accidente que vulnera el significado de idoneidad paterna. Probablemente, la falta de agudeza mostrada no sea sino consecuencia de la falta de afectividad, el abandono al que lo sometió su familia, la ausencia de educación. Juan Cu reside en un mundo hostil del que no se siente parte integrante. En el fondo él tampoco se acepta, por lo que decide crearse su propio universo, uno en el que todos lo admiren, donde sea el héroe capaz de las mayores hazañas. Condiciones que el autor ve como oportunidades para que este inadaptado, obsesionado con el cine en general, y Denzel Washington en particular, irrumpa en el hospital, para salvar al único referente familiar que tiene. Durante unos días es el protagonista de una serie de desventuras, derivadas sobre todo de su incapacidad para razonar, hasta que llega a malinterpretar una conversación, oída a medias entre dos enfermeros para, sin pensarlo dos veces y de casualidad, transformar el pacífico hospital en el escenario idóneo donde recolectará un buen número de rehenes y no los soltará hasta que no acepten sus condiciones: hablar con el ministro de Sanidad.

Juan Cu cree que los enfermeros atentarán contra su padre «—Hay dos enfermeros que van liquidando pacientes obedeciendo a un listado», por eso adopta la personalidad de médico, de enfermero… «—¿Quiere que lo busquemos en más grabaciones, inspector? —No. Por ahora, no. Lo mismo nos lo encontramos por los quirófanos, operando». Está dispuesto a ser el nuevo héroe que salve a la humanidad si no entera, al menos una parte importante, su padre. Pero ¿realmente tiene padre? El humor constante despista, no estamos ante una sucesión de despropósitos.

Si la literatura del absurdo se inspira en el surrealismo para crear obras marcadas por el humor, que denuncian situaciones sociales, Minuto 116 se inspira en el desatino esperpéntico para culpar a los responsables del abandono infantil y revelar sus consecuencias, algunas de ellas en principio inofensivas como el deseo de agradar, de recibir afecto y comprensión, de amabilidad, de amor, aunque terminarán pasando factura.

El protagonista no distingue su mundo cinematográfico, donde es admirado por todos, de la realidad, en la que no es consciente de los problemas que lo acorralan. Por eso se muestra pasivo. Jesús Boluda busca en el lector la reflexión, y por supuesto la carcajada. Nos reímos con las situaciones, con los personajes, pero no de ellos ni de las circunstancias que poco a poco han ido marcándolos hasta oprimirlos en una existencia alejada de los deseos más limpios del ser humano.

Juan Cu sufre una metamorfosis ficticia en la que él, en su ucronía particular, es un superhombre. Frente a la apatía que lo embarga para resolver sus problemas reales se encuentra su ficticia capacidad resolutiva. Son situaciones contradictorias en las que, cuando converge otro personaje, se pone a prueba el sentido del humor del lector hasta desencadenar en él una carcajada continua

—Hola, he venido a arreglar el valabo

Supuse que se le trababa la lengua por el respeto que le imponía

[…]

el chico miró mi camiseta y una sonrisa iluminó su rostro

—¡Me entanca! […] Es mi peli favorita

[…]

—¡Ah! E.T. Es una de las mías también. Tengo setenta y nueve películas favoritas, incluyendo esta

[…]

—¡Tiene razón, para qué escoger solo una lepícula!

Si las novelas de aventuras suelen exponer un viaje iniciático, Minuto 116 representa el espejo de esa novela de aventuras. Juan Cu inicia la suya en su distopía y la termina con la anagnórisis esperada, que lo llevará a la consecución, casi completa, de su anhelado deseo.

La narración da testimonio de las transformaciones que nuestro protagonista sufrió durante su vida hasta que quedó en un ser irreflexivo e inconsciente; ha tenido un vacío donde debía haber un padre, por eso aunque en Minuto 116 está presente, no existe; no se mueve, deja de estar para aquél que ha movilizado, desde su yo cinematográfico, a todo un hospital para salvarle la vida. En ese viaje iniciático hospitalario, Juan Cu forja su personalidad y la modela con una autoestima que solo le sirve para su propia satisfacción, aunque lo deja socialmente relegado por completo. En dicho viaje, de aventuras cinematográficas, el protagonista se humaniza a los ojos de un lector que asiste, atónito, a la negligencia de algunos progenitores, capaces de perjudicar a sus hijos sin importarles sus sentimientos.

Y todo esto, mientras reímos. Probablemente estemos ante un nuevo escritor del nuevo absurdo.

martes, 25 de mayo de 2021

TRANSBORDO EN MOSCÚ


En la década de los 80 pasamos por cierta prosperidad económica capaz de encubrir cualquier posible decadencia. El mundo ya no es lo que era; si España se levanta como democracia, la caída del Muro de Berlín presagia un cambio en la Unión Soviética, por lo que ese reino de Livonia, que demandaba el príncipe Tuukulo en El negociado del yin y el yang y en El rey recibe, se hace más factible.

En esta tercera entrega, Rufo Batalla también se ha estabilizado, y ha prosperado muchísimo pues al casarse con Carol Escolá, hija del empresario Víctor Escolá, pasa a formar parte de las familias más adineradas de Barcelona. Cuando comienza a viajar, a instancias de enigmáticas llamadas que aluden al príncipe y a Queen Isabella, se da cuenta de que será difícil compaginar su vida matrimonial con su afán detectivesco. No obstante, como se aburre, viaja de nuevo a París, Londres, Austria, Moscú o Nueva York.

Pero Rufo no es un detective al uso, a veces el lector tiene la impresión de estar ante un personaje de cómic. Todo le surge de manera disparatada y se embarca en la aventura casi de forma temeraria. Los hechos le van viniendo casualmente y él los recibe sin aspavientos, sin demostrar demasiado interés por lo que va a suceder. Esto es perfecto para que vaya relatando su periplo objetivamente, sin engreimiento ni falsa modestia. En esos momentos deja de ser un personaje de ficción y asume rasgos de su autor, porque Eduardo Mendoza va desnudando su alma en reflexiones, sueños o deseos que echan por tierra algunas de las ideas sobre las que se sustenta nuestra sociedad.

Trasbordo en Moscú es una comedia de reflexión social. Es reflexiva porque cualquiera de sus personajes, en un momento u otro del argumento expresan sus razonamientos sobre diversos enfrentamientos que, si comenzaron a finales del siglo XX o antes, aún no se han resuelto sino todo lo contrario. El problema es que todos opinamos de todo y parece que nos preocupamos más de lo que sucede a los demás que de lo que podríamos arreglar en nuestro entorno. Es más fácil hablar de problemas ajenos, como el asesor jurídico madrileño, Arévalo, quien «estaba alarmado y un tanto molesto por la presencia cada vez mayor de la lengua catalana en las relaciones personales, en los medios de comunicación y, sobre todo, en la enseñanza primaria», problema que se presentaba a «quienes consideraban indiscutible la unidad de España» y no a quienes no toleran que en el territorio español exista una verdadera diversidad de lenguas y comunidades.

Hay un sector de la población, lamentablemente cada vez mayor o que cada vez se deja oír más, que considera que todo lo que no es de derechas es comunismo; ante esto Rufo recapacita sobre lo defectuoso del mundo y del ser humano. Si es cierto que el hombre es imperfecto cualquier sistema de gobierno lo será, pero hoy más que nunca vemos en el capitalismo una corrupción desmesurada, mientras que en un sistema comunista «No creo que haya grandes cuentas en Suiza o en las Islas Caimán […] ¿Dónde preferiría que creciera mi hijo?».

Otras observaciones interesantes recaen en conceptos tan dispares sobre qué es el dinero y si lo despreciamos de verdad. La diferencia sutil entre clasismo y racismo es clave en países desarrollados, que admitimos a personas de cualquier raza siempre que sean de una determina clase social. El grupo cobarde de la clase media que «se burla de la vulgaridad» del proletariado mientras que esa clase media es «plañidera y servil, cumplidora de la ley, fiel a los preceptos de la Iglesia, leal al que manda […] creada por la clase dominante […] como señuelo para engatusar a los pobres». Probablemente solo mirando desde esta perspectiva entendamos el porqué del aumento de la derecha en la clase media, se ve incapaz de llegar a clase alta pero teme quedar relegada al escalón proletario.

Encontramos especulaciones sobre las consecuencias que el paso del tiempo va dejando en nuestras ilusiones perdidas, que nos llevan irremediablemente a adoptar actitudes cómodas y eficaces para nuestro bienestar. Reflexiones sobre el arte en general y la labor del crítico en particular quien, al desentrañar la obra para que esté al alcance de todos, ¿la desliga del arte como expresión del artista? Razonamientos sobre la poca efectividad del teatro independiente cuando se repiten las mismas técnicas, pues cansan al público y a los propios autores y actores. El teatro independiente debe ser variado en temas y métodos, y englobar al resto de manifestaciones artísticas, por esta dificultad que conlleva es más fácil querer buscar «otras salidas». Consideraciones generales sobre el ser humano, tan explícitas y obvias que, al pensar en ellas, no podemos evitar sentir cierto temor ante algunos supuestos hombres «Si algo distingue a los humanos de las fieras es la capacidad de empatía, de generosidad y de perdón», y nos llevan al verdadero sentido de la justicia y la igualdad ¿Existe? ¿Para todos? Está claro que son pilares que se tambalean. Cualquiera hace lo que sea por mantener su nivel, o el que cree que le corresponde, por eso el príncipe Tuukulo «con vistas a la toma del poder […] contactos con los sectores más execrables de la sociedad […] Con todos ellos había contraído deudas cuantiosas […] por prudencia, desde hacía un tiempo vivía oculto en un lugar solitario, fuertemente custodiado» ¡Vaya! ¡Qué cercano siento todo esto! 

Hay muchas formas de afrontar estos problemas y Eduardo Mendoza los expone desde el lado amable, aparentemente despreocupado. Con un ojo clínico de observador perfecto, no es la primera vez que se vale de un personaje convertido, por circunstancias ajenas, en detective para soportar, entender y desentrañar lo que nos rodea, desde lo más evidente hasta lo dudoso. No cabe duda de que el prototipo de detective absurdo-surrealista es el innombrable residente en una institución psiquiátrica, que en condiciones casi mendicantes nos sacó numerosísimas carcajadas y alguna lágrima, desde la primera hasta su última aventura (El secreto de la modelo extraviada).

Rufo Batalla tampoco es detective de profesión, pero se deja llevar por lo que le proponen y recorre medio mundo analizándolo. En esta entrega, la última de Mendoza (¡No me lo quiero creer!), el espía se ha capitalizado, no por méritos propios sino matrimoniales; Rufo no niega que vive bien gracias a sus suegros, que lo aceptan desde el principio porque saben que no les dará problemas, porque Rufo Batalla, como su creador, también es amable, conciliador, el personaje perfecto para protagonizar una comedia. Mediante el humor, Mendoza puede desplegar una visión amplia de la sociedad, al conseguir que empresarios, políticos, gente culta o analfabeta, ricos o pobres rodeen a Rufo Batalla como un coro griego que presagia la tragedia «en nuestra sociedad el pequeño estafador ya no tiene nada que rascar […] Hoy aquí mandan las mafias, señor Batalla. Créame, yo no tengo estudios y soy un fontanero retirado, pero en mi juventud fui apoderado de novilleros y he visto mundo».

El humor de Eduardo Mendoza es inigualable, con un estilo propio, mendociano, a medio camino entre los hermanos Marx y Mihura, cuya base es una mezcla de expresiones ingeniosas, inteligentes y absurdas que se dicen como evidencias mientras somos testigos de acciones cercanas a imágenes vívidas y gesticulantes. Los juegos de palabras son inverosímiles y el comportamiento muchas veces infantil, con exageraciones expresadas por defecto

Soy buen fisonomista, pero para los nombres, una calamidad. Mi amigo es alto, fuerte, de rasgos eslavos

[…]

—Si no me da más datos…

—No se me ocurre ninguno más

Las conclusiones inesperadas al ofrecer respuestas que no se ajustan a la pregunta, o al confirmar lo contrario de lo que en principio se pretende, son de gran hilaridad, sobre todo porque traspasan las fronteras ficticias de la novela y se acercan a la realidad más actual: «Como los dos ganaban un buen dinero y sentían apego por aquel lugar, habían ampliado la casa, añadiendo a la vieja construcción un edificio moderno, rectangular, de muros blancos y grandes ventanas. El conjunto era un adefesio».

Eduardo Mendoza nos deja escenas que sacan la carcajada no importa las veces que las leamos. La del perrito Walter huyendo ante la amenaza, «¡Walter, deja de ladrar o te daré una azotaina!» e intentando ser atrapado por su dueña, Mimí, que «lo perseguía a cuatro patas» y por el mayordomo Antonio quien «A mi madre la tiene convencida de que es abstemio pero a partir de las seis de la tarde no se aguanta en pie», es épica. Pero sobre todo, Mendoza es un excelente escritor y un hombre bueno, y culto. De ahí que la novela quede salpicada por curiosidades de los grandes de la literatura como Shakespeare o Vázquez Montalbán, y por citas de obras de John le Carré, Cervantes, Quevedo o San Agustín.

Transbordo en Moscú supone el cierre perfecto para esta trilogía que representa una mirada crítica al siglo XX. Espero, deseo, que no sea el cierre de su labor como escritor. Un genio. Y un modelo a seguir.

martes, 18 de mayo de 2021

LA PACIENCIA DE LAARAÑA

A veces parece que las sociedades han evolucionado mucho. Otras, leyendo historias sucedidas tiempo atrás, nos damos cuenta de que tampoco es para tanto. En ocasiones tenemos la impresión de que nuestra forma de vida es mucho más avanzada que hace unos años. Y no es verdad. El hombre se desarrolla con el tiempo, crece, madura, inventa, resuelve problemas, se rodea de comodidades que lo ayudan a vivir mejor… Pero no todos los hombres, hay quienes, por ejemplo, aún sufren las desigualdades educacionales o sanitarias. Hay quienes no viven con tantas comodidades como cabría esperar.

Así que sí, hay avances generales que particularmente no disfrutan todos. Da la impresión de que el hombre es un ser social porque necesita estar junto a otros para que vean sus logros, para demostrar lo alto que puede llegar sin importar quién queda atrás, estancado en la miseria, en la enfermedad, en el trabajo precario o en la incultura. No entiendo eso como avance. Y resulta que año tras año, siglo tras siglo ocurre lo mismo. Los adelantos no son para todos.

Algunas de las grandes mejoras que llevan a cabo los que forman (afortunadamente) esta minoría selecta devienen en acciones secretas con las que consiguen beneficiarse, siempre en perjuicio de la mayoría: «—¿Sabes que la Policía Fiscal ha encontrado una mina en los despachos del ingeniero Peruzzo? La impresión unánime es que esta vez está definitivamente jodido».

También resulta que a veces los hombres se unen sin apenas vínculos entre ellos, solo con el propósito de tener un momento de gloria, de fama, de sentirse superiores (mejores) moralmente y poder ver las consecuencias de quienes no han actuado correctamente. En esos momentos nos sentimos buenos, poderosos, jueces y verdugos con derecho a actuar violentamente.

Creo que, a grandes rasgos, esto queda reflejado en La paciencia de la araña. De nuevo el autor ha dado en el clavo. De nuevo nos encontramos con un mundo que destaca por su falta de interés por el bien común, lo que importa es la preocupación desmedida, inmediata, personal, aunque para satisfacerla pongamos en peligro a los demás o a nosotros mismos «La carretera […] constelada de pequeñas lápidas adornadas con flores […] Un recordatorio continuo que, sin embargo, a todos les importaba un carajo».

Estamos en Italia, en Sicilia, a principios del segundo milenio. Nos creemos inmortales e inmunes a cualquier transgresión llevada a cabo, y asombra que aun hoy sigan cometiéndose delitos políticos, de evasión de capitales, de robos que no se pueden probar. Asombra que una y otra vez caigamos en lo mismo. Por mucho que algunos escritores, como Andrea Camilleri, hayan denunciado abiertamente la corrupción en algunas entrevistas, y bajo la pátina literaria a través de sus personajes.

En esta ocasión, Salvo Montalbano, aún de baja por la agresión con arma de fuego sufrida en Un giro decisivo, es requerido por su jefe para que colabore con Minutolo en la desaparición de Susana Mistretta. La chica ha sido secuestrada en condiciones que a Montalbano le resultan bastante raras, con el agravante de que su familia está en la ruina. El temor de que la hayan raptado para algo más grave que pedir dinero por su rescate, tiene en alerta a la policía, pues sabe que incluso los minutos son decisivos para resolver estos casos.

En La paciencia de la araña, Montalbano, herido no tanto física como moralmente por el devenir de los sucesos recientes, aparece algo más relajado y mucho más melancólico. Ve que su jubilación puede llegar en cualquier momento y se siente arropado en casa, a gusto con Livia, su eterna novia, que ha venido a estar con él hasta que se restablezca.

Pero aunque lo encontremos algo deprimido sigue hilando fino; descarta pistas falsas, analiza el suceso desde la distancia y cambia el rumbo de la investigación. Lo novedoso es que en esta ocasión la verdadera resolución del caso queda entre el comisario y los lectores. Salvo se ha dejado llevar, como de costumbre, por su instinto para enfocar correctamente las pesquisas y descubrir lo ocurrido, sin embargo no avisa a sus compañeros; prefiere que no intervenga la justicia legal sino la moral, y los lectores nos quedamos entristecidos, no por la decisión adoptada por nuestro comisario sino porque esa iniciativa no lo sube al nivel que le corresponde como investigador, y porque tampoco soluciona la vida de quienes fueron extorsionados en su momento. Son victorias personales, psicológicas, que Camilleri aprovecha para que se beneficien, aunque sea literariamente, los más necesitados.

Está claro que al comisario Montalbano le da igual la fama, el reconocimiento social; es feliz sabiendo que puede contar con el apoyo de sus amigos y de Livia, y rodeado de pequeños placeres, como bañarse en la playa donde tiene su casa, o ante una buena comida «que no es que cocinara mal, pero más bien tendía a lo insípido, poco aliñado y ligerito, a lo noto y no lo noto. Más que cocinar, lo de Livia era una insinuación culinaria».

Después de haber leído bastantes volúmenes de la saga Montalbano estoy convencida de que Salvo ha ido madurando, se ha vuelto más intuitivo, qué duda cabe, pero también más escéptico. Está desilusionado con una sociedad que va perdiendo los valores culturales, tradicionales, familiares y de amistad.

En la novela de Camilleri es fácilmente distinguible la actualidad, la realidad de lo que ocurre en su trama novelística se une sin dudar a la ficción literaria, con lo que el realismo social se acentúa: «¿Sabe? Soy una gran aficionada a la novela negra, pero usted, comisario, es mejor que Maigret, que Poirot, que… ¿Un café?».

Un realismo que se consolida con las reflexiones que Montalbano lleva a cabo en la novela: sobre la honradez, «Por consiguiente tanto los honrados como los que no lo son experimentan cierta inquietud…», sobre los problemas, eternamente sin resolver, de urbanismo y obras públicas, que representan un obstáculo para la mejoría de zonas poco transitadas, o pertenecientes a sectores más deprimidos de la ciudad «Obviamente era una de aquellas “obras en curso” que siguen en curso cuando todo el universo ha dejado de tener curso legal». Las consideraciones de Montalbano toman cuerpo de verdad absoluta en significados contrarios a lo expresado mediante la ironía; es lo que ocurre cada vez que alude de alguna manera a los inmigrantes y el estigma que, según consideran voces intransigentes e incultas van dejando en las ciudades, sin que queden culpados los verdaderos causantes o responsables del creciente nivel de delincuencia, «Además, era evidente que desde el inicio de aquella invasión de inmigrantes ilegales, la criminalidad había aumentado».

El problema que pueden suponer los medios de comunicación ante el respeto a la intimidad es evidente cuando los intereses de los mass media se anteponen a cualquier otra circunstancia, incluso aunque peligre la seguridad de los implicados. Y es un problema porque en esta sociedad tan comunicada el individuo se siente cada vez más solo, no importa tanto la persona como el rendimiento económico y la fama inmediata «A continuación les ofrecemos un documento terrible que hemos recibido esta mañana en nuestra redacción».

La paciencia de la araña tiene más momentos de reflexión que de acción, pero conserva el sello de su autor, y de sus personajes. Aunque en esta entrega los compañeros de Salvo son menos protagonistas, los mejores instantes de humor se los seguimos debiendo a Catarella «los que han llevado a cabo el secuestro no han sido los de la Fiscal ni los de la Bienamada —La Benemérita, Cataré». Aunque no faltan sarcasmos hacia quienes se creen poderosos, «El abogado era como indicaba su apellido: una luna. Cara de luna llena, cuerpo de luna obesa. Obviamente sugestionado por la imagen, el técnico de luces lo había envuelto todo en un

 resplandor de plenilunio». Tampoco escatima en ironías hacia los poderosos sin ideales, tan de moda antes y ahora «el actual subsecretario de Interior, condenado una vez por corrupción y otra por prevaricación, y acusado de un delito prescrito. Excomunista, exsocialista y ahora elegido triunfalmente por el partido de la mayoría».

La paciencia de la araña se escribió en 2004. En 2021 seguimos encontrando los mismos disparates amparados por una democracia ¿De quién es la culpa?

martes, 11 de mayo de 2021

FRANCISCO DE GOYA, HENRI ROUSSEAU Y VAN GOGH. DEL LIENZO AL CÓMIC

Hace tiempo quedé atrapada en los tebeos de Mortadelo y Filemón, luego me introduje en el mundo de Astérix y ahora no sabría por cuál decidirme. Sigo disfrutando de ambos. Hoy, de nuevo agradezco a Babelio el regalo de un libro que es una joya.

Acabo de leer Francisco de Goya, Henri Rousseau y Van Gogh. Del lienzo al cómic. Todavía estoy alucinando, no paro de abrirlo para reencontrarme con las imágenes. Me parecen una pasada. Son dibujos que cobran vida con ayuda de onomatopeyas, líneas, expresiones gestuales,… y releo, y encuentro algo nuevo en la historia que me asombra, y lo busco en los libros de pintura y descubro que lo que pone el cómic es cierto. En fin, es una genialidad, así que creo que merece la pena detenernos en detalles.

El cómic es magnífico porque es fruto de una perfecta simbiosis entre el texto de Inge Eguiluz y las imágenes de Moratha. El amor por el arte y la historia es evidente. Los gestos de los diferentes personajes afianzan el humor, la gracia del escrito y, por supuesto, restan gravedad a los golpes, caídas e incluso accidentes mortales.

Creo que la relación entre imagen y texto es bastante simple, lo que nos lleva a afirmar que el grado de iconicidad es de tipo realista, y los muchos contrastes sorpresivos que encontramos contribuyen a acrecentar el humor.

Como indica el título, son tres historias relativas a tres pintores de fama universal. Entre los aspectos globales destacamos el tamaño folio, usual en los libros de cómic, que permite incluir viñetas de diferentes tamaños, según lo que interese resaltar. Los autores han anulado los estereotipos pues, aunque los personajes son bastante identificables con la apariencia real que tenían en vida, en las tres historias se suprimen obviedades físicas o de carácter con diferentes técnicas. El resultado es una excelente labor de documentación impregnada de ironía y chispa, a partes iguales, para que tanto a pequeños como a mayores divierta, entretenga e informe.

La portada es muy llamativa pues los tres pintores aparecen dibujados, sobre un fondo blanco, con colores llamativos y portando algo identificativo de su obra, así Goya está en una escalera, Rousseau rodeado de vegetación y Van Gogh con un caballete. La distribución de los tres es equitativa y ocupan en diagonal toda la página quedando arriba Goya, el primero que nació, y abajo Van Gogh, el más joven. La atractiva portada invita desde el primer momento a adentrarnos en sus páginas.

Dentro, destaca el orden de las viñetas, además al haber una por acción contribuye a una lectura más fácil, incluso las onomatopeyas aparecen a veces para advertir de un cambio fundamental en la historia, otras, adquieren un sentido sinestésico por el que podemos relacionar el color (verde) con el pintor (Rousseau), y con otras Moratha sugiere la fuerza que pueden encerrar las palabras.

En cuanto a los globos o bocadillos cambian de forma según los sentimientos que se quieran expresar, así cuando algún personaje está enfadado el borde del bocadillo adquiere una línea quebrada, mientras que en el clásico borde liso, se introducen los diálogos que forman parte de la trama. A veces también la palabra se introduce en el globo en mayúsculas o negrita, enfatizando la conmoción sufrida por algún personaje. Y en otras ocasiones la palabra queda sustituida por un símbolo, de forma que, por ejemplo, al encerrar un corazón en el bocadillo establece una metáfora visual del amor que se pretende expresar.

Encontramos, además de los bocadillos, cartuchos, claramente diferenciados porque van en fondo amarillo; a veces apoyan lo que explicitan las imágenes, al actuar como narrador de la historia «Estudió teología en Amsterdam» «Pero ni el latín ni el griego eran su fuerte», y otras sirven de llamada informativa para que podamos seguir el hilo conductor.

—Espero que tengas más suerte que yo…

—¿Por qué dices eso?

—No, por nada, por nada…

Goya no obtuvo ningún premio en el concurso de pintura de tercera categoría…

Por supuesto abundan las líneas cinéticas, para que los giros, los movimientos, la rapidez, el mal humor, la sorpresa, el miedo o el dolor queden destacados.

Las imágenes aparecen tomadas desde diferentes planos. Encontramos, aunque no es habitual, alguno general con el que Moratha muestra una ciudad actual en la que resalta el vestuario de Goya, típico del siglo XIX. Cuando quiere presentar al personaje, lo hace con un plano entero, de esta forma el lector puede fijarse en los detalles de la vestimenta. Con el plano americano, el ilustrador encuentra libertad para mostrar a los actores interactuando; es usual que aparezcan los protagonistas de una escena determinada en un plano americano con un plano general detrás, desde el que otros personajes pueden observar la acción. En otras ocasiones prefiere el plano medio, en estos casos nuestra atención se dirige hacia la situación en la que se encuentran los personajes, es lo que ocurre entre Van Gogh y su hermano, y lo que ocurre también con el cuadro encargado de narrar la historia de Van Gogh, «El retrato del Dr. Gachet», de hecho el cuadro toma vida para explicar, en el entierro de su dueño, datos de la vida del pintor, «Ya que vais a incinerarme, creo que yo también tendré derecho a decir mis últimas palabras, ¿no?».

Por supuesto, abundan los planos detalle para que ninguna acción pase desapercibida, como un pie que pisa la cola de la serpiente o la boca de esta abriéndose desmesuradamente.

Moratha une el primer plano de la serpiente al plano medio de Adán y Eva; de esta forma ponemos toda nuestra atención en ella. En fin, en ocasiones quiere priorizar el escenario y empequeñecer a los personajes de manera que se nos presentan con toda su debilidad, utiliza entonces un plano picado, como en el que todos los habitantes de la selva son vistos desde arriba corriendo en busca de una “sombra”. Y, por supuesto también disfrutamos de planos contrapicados en los que, metafóricamente, se engrandece la pintura de Goya al presentarnos, desde abajo, el gigantesco edificio cuya fachada luego utilizará como “lienzo”.

No quiero terminar el análisis del ilustrador sin mencionar los contrastes, sobre todo en la historia de Rousseau, en la que a veces las figuras son meras siluetas en negro, con lo que la vegetación del cuadro del pintor destaca ostensiblemente.

Los componentes narrativos del cómic son igual de espectaculares que los visuales. Inge Eguiluz ha llevado a cabo una minuciosa labor de documentación para que los textos, además de divertir, resulten informativos. La veracidad histórica es importante. Las historias están contadas para niños, solo con datos significativos, pero un lego en la materia también puede hacerse una idea general de los pintores.

En la primera trama, aparece Ramón Bayeu, maestro y cuñado de Goya; sueña que es del futuro y allí sueña a su vez con las distintas etapas de la vida de Goya. Resulta gracioso presentarlo de joven cuando aún no había tenido éxito y acompañaba a Bayeu para trabajar. En los sueños, Goya y Bayeu deambulan por Madrid; nuestro pintor conoce sus primeros fracasos «Oye, ¿tú estás seguro de que sabes dibujar? ¿O aprendiste más tarde?», y también sus éxitos, expuestos en el Museo del Prado, hasta que con el tiempo llega a convertirse en un hombre famoso, «Casino Goya» «Apartamentos Goya» «Pub Goya». Cuando Ramón Bayeu despierta y se encuentra, en su época, con el joven Francisco de Goya, le cuenta sus sueños y el futuro autor de las pinturas negras le asegura divertido que él es el famoso.

Eguiluz empatiza con los personajes, se encariña con ellos y consigue que captemos las reflexiones del núcleo central de las historias, sobre todo destaco la humildad con la que estos monstruos de la pintura llegan hasta nosotros. Mensaje importante para cualquier lector.

La historia de Henri Rousseau es igual de curiosa. «La manzana de Douanier» lleva el apodo con el que era conocido Rousseau, por su trabajo en Aduanas. También ridiculizado en su época, pero respetado después, fue maestro de vanguardias por su pintura naíf. Sus obras, como el cómic, son de sugerente colorido.

Eguiluz se basa en un trabajo pionero del artista, Eva recibe la manzana que, si bien en el cuadro real la puesta de sol alude a la pérdida de la inocencia, en el cómic el paraíso se ha convertido en una jungla salvaje y divertida en la que la serpiente pretende que Adán coma la manzana mientras Rousseau lo plasma en su cuadro, pero múltiples interrupciones lo impiden «No puedo dar una pincelada sin rectificar. ¡¡¡Me tenéis harto!!!».

Aprovechando el significado onírico de la pintura, la guionista expone un maravilloso y ocurrente sueño surrealista en el que aparece Giuseppe Arcimboldo, cuyos retratos alegóricos a partir de vegetales quedan plasmados en el cómic con la extravagancia burlesca que pretendía. Arcimboldo quiere la manzana de la discordia para integrarla en su obra; también el polímata Leonardo da Vinci llega a la jungla con su ornitóptero inspirado en el vuelo de los animales alados, y queda prendado de un “cuadro fantasma” que tiene revolucionados a todos «es la sonrisa más espectacular que he visto en mi vida ¿Me permitiría pintarla?». El caso es que con tanto jaleo todos buscan la manzana, metáfora de las discrepancias, mientras que el pobre Rousseau intenta pintar su obra.

En La oreja de Van Gogh también el planteamiento es original pues, el Dr. Gachet, retratado por el pintor, narra el fracaso que este obtuvo pintando, su amistad con Gauguin, los estilos tan diferentes y formas de ver la vida tan dispares que, a pesar de su convivencia, los llevó a continuos altercados. Cada uno contrajo con la pintura un compromiso moral distinto, hecho que supuso consecuencias fatales para su relación.

La editorial Saure ha llevado a cabo una impresión a la altura de los creadores del cómic. Está claro que todo contribuye a despertar nuestra curiosidad por los pintores retratados y por las diferentes maneras de vivir en distintas épocas. Asimismo se instala en nosotros un respeto total hacia los artistas, lo que nos hace ser un poco mejores y sentir que el arte nos ayuda a vivir de forma más plena.

miércoles, 5 de mayo de 2021

NEEL RAM

¡La he terminado! ¡Las he terminado! (porque son tres, pero como una trinidad —pagana— es una) ¿La he entendido? No lo sé, a ver si me aclaro mientras escribo.

El libro Neel Ram es una composición de tres novelas en la que la segunda, una historia paralela según el propio autor, le da nombre. Pero las tres podrían ser sendos capítulos de una misma obra, Neel Ram, que a su vez es el epítome (por ahora) de la obra de P.L. Salvador.

En la primera novela, El vampiro virgen, Dad es un escritor que vive con sus padres hasta que lo echan de casa. No puede ir a vivir con su abuela porque muere ese día, ni con su hermano, porque no lo soporta, así que en busca de hogar, conoce al único autor que lee, P.L. Salvador. Pero no todo es tan simple; en realidad Dad firma con un pseudónimo, Bloss Ñejer, con lo que ya se identifica con el propio Salvador, y escribe una novela en la que su protagonista, Kewo, es un mentiroso compulsivo que le cuenta a su psicóloga, Min, la historia de un vampiro virgen. Asimismo, Dad se identifica con su personaje, «Mi yo cincuentón. Mi yo obsesivo. Mi yo maniático. Mi yo frustrado», y como él es virgen debido a su fimosis, por lo que decide mantenerse así hasta el matrimonio, «Busco una chica que sepa valorar mi virginidad».

Los personajes de Dad toman vida propia, incluso unamunianamente cuestionan el quehacer del escritor, «Es como si nuestro creador estuviera escribiendo mal nuestra historia». Por eso Kewo decide continuar con su narración del vampiro (ahora también con fimosis) en solidaridad con las mujeres, a las que resulta tan apreciada la virginidad. Por su parte, Triz, la novia de Dad, acepta que sea virgen y lo presenta a su familia, en una escena que podría formar parte del teatro del absurdo. Dad conoce a Min, una mujer real en su universo, de manera que el triángulo característico de la obra de Salvador, también está formado.

He comentado antes que Neel Ram podría tratarse de una síntesis de la obra de P.L. Salvador, Dad es un trasunto del propio Bloss Ñejer, protagonista de Nueve semanas, un hombre que vive de las mujeres, aunque esta vez se mantenga virgen; por supuesto es escritor. También en 2222 hay un triángulo formado por Nat, Rut y la ginoide Kest. En La prodigiosa fuga de Cesia, ésta es escritora y su protagonista, Jairo, se debate asimismo entre mujeres, madre e hija.

En fin, los personajes de Salvador son recurrentes, es decir se van regenerando, van surgiendo unos de otros hasta formar un puzle perfecto en el que todo encaja, aunque a veces tengamos la impresión de estar ante una histeria más que ante una historia.

En la relación que Salvador mantiene con sus personajes destaca un trato de amistad, ellos tienen autonomía y discuten con él de los temas que les preocupan, que en Neel Ram son muchos, pero entre todos el proceso de la escritura destaca principalmente, así como el de la necesidad de tener a alguien al lado en quien creer y que crea en uno.

Dad y Salvador se encuentran y ponen en común sus ideas sobre el estilo literario «Sustituyes unas comas que enfarragan por unos puntos contundentes. Ahora es un texto salvadoriano». Dad opina de Nadando contracorriente, trasunto de la tercera novela del libro que le presenta Salvador, «Hablemos de Nadando contracorriente. Dijiste ayer que rompe moldes y da la casualidad de que en este momento la estoy rompiendo». Incluso el protagonista de El vampiro virgen razona sobre Nadando contracorriente bis y convence al propio Salvador «La novela está narrada en tercera persona por el autor. O sea, por ti. Eso piensa el lector. Se equivoca. El narrador es el sargento Adam Pearson […] en primera persona».

Dad y Salvador tratan sobre el problema que existe entre autores y editores, cuestionan el que las grandes editoriales publiquen verdadera literatura. Pero en el fondo disertan sobre el proceso de la escritura asociado a la invención; la posibilidad de editar no es lo verdaderamente importante; lo primordial es la necesidad de escribir, de crear mundos y seres en los que depositar sueños, esperanzas, dudas y deseos, «En fin, no me hagas mucho caso, es lógico que un hedonista se preocupe por estos temas».

Es difícil establecer dónde termina el personaje y dónde empieza el autor. En las novelas de P.L. Salvador lo que predomina es la actitud ética y estética de responsabilidad por la palabra. Los diálogos participan de cierta discursividad superficial en la que subyace el verdadero sentido, que es el que transforma al que, desde la perspectiva del otro, se piensa. No hay, aunque lo parezca, un culto desmedido al autor; la excesiva preocupación por la figura del yo, el alarde biográfico no es sino la relación que Salvador establece entre la literatura, el ser humano y la sociedad «En Calpe vive P.L. Salvador. No sé quién es. Es el único autor al que leo […] Hasta entonces era inédito. Aunque oficialmente lo sigo siendo». La proliferación de personajes contribuye a generar cierta idea de sociabilidad, en realidad ficticia pues se construye a través de la escritura.

Es difícil establecer donde termina el autor y dónde aparece el personaje. Dónde se desfigura el personaje y aparece el lector. El lector es el encargado, en las novelas de nuestro autor, de abrir y reinterpretar el sentido «Para mi amigo Kike, lector omnisciente, pone, y he pensado en Kewo». La relación entre autor y lector es constante. El autor nos otorga la responsabilidad de encontrar lo que no se dice, lo que se sugiere. Por eso nos preguntamos si en realidad la obra parte de un universo ficcional que expone una historia de la que no podemos desviar la atención. El autor escribe esa historia en la que, con su presencia explícita, se borra del texto. Y de nuevo surge la duda en el lector ¿Estamos ante una autobiografía o una autoficción? La duda, que nos asalta en El vampiro virgen, nos la aclaran (u oscurecen) Dad y Salvador al anunciar la segunda novela «Imagínate a una Marleen española. Si escribimos Marleen al revés sale Neelram […] La vida es diálogo. Y Neel Ram será diálogo puro», que ellos mismos asocian a La extraña curación de Marta.

Y en esta segunda novela, o segundo capítulo de Neel Ram, (escrito por los personajes Dad y Salvador), los personajes conversan nuevamente sobre el oficio de la escritura, sobre la soledad, sobre el extraño papel de la familia, en el que la relación de amor-odio, compañía y desamparo, está presente, al igual que en la tercera parte.

Neel Ram es como un producto cruzado que se aleja de la tradición formal y de contenido, pues irrumpe en ella una nueva forma del yo, emparentada con la autobiografía en cuanto alejada del aspecto teórico, pero cerca de la crítica y la presentación de ideas. De hecho la idea de dar vuelta a los nombres reales recuerda a los juegos infantiles en donde los participantes voltean sus nombres o roles para aparecer tranquilos, invisibles a los demás aunque después se retraten perfectamente en la representación del juego «Para mí, una mujer es un hombre evolucionado. O sea, tú. Puede ser. Una mujer no es solo un sexo. Una mujer es una forma de sentir. Una forma de luchar».

P.L. Salvador especula sobre cuestiones específicas culturalmente preformadas, porque lo que realmente le interesa es armonizar escritura, autor y obra. El autor es un nuevo humanista para el que lo realmente importante, lo novedoso, no son los temas tratados sino la perspectiva que adopta ante ellos. No es tan significativa la perfección estilística como la manera de expresar con total libertad su pensamiento sin que ninguna autoridad en normas literarias se lo impida. La unión narrativa-lírica es evidente en ocasiones, aunque después no pueda evitar que sus propios personajes no entiendan el contenido «Tasia vivía en la penumbra. En la pausa. En la música de sus movimientos. Y moría en la cotidianeidad antropológica. En su soltería misándrica. Que devino androfóbica». El contacto con el lector es evidente, de nuevo reflexionamos sobre los beneficios y los daños del aislamiento frente a la sociedad.

Neel Ram nos revela el espíritu crítico de Salvador; experimenta con su obra para hacer visibles sus ideas con novedosas imágenes. Puede que nos encontremos ante una nueva forma de ensayo, ante una nueva autobiografía, ante un nuevo género liricodramático. Creo que Salvador ha recogido la nivola unamuniana que lanzó el noventayochista en una época que no arriesgó con la novedad. Salvador es un moderno Unamuno al que le duele tanto España que está dispuesto a desnudar su alma en la novela-ensayo-lírica, en su nuevo género literario en el que él es la creación de uno de sus personajes aunque en el fondo los dirija «¿Quieres a Rod, eh? Es como un hijo para mí. El hijo que nunca tuve. Si no le hubiera conocido, estaría muerto». Y como director-creador también puede dar vida a los lectores en sus creaciones ficticias y convertirlos en personajes «A Freda, una pelipequirroja de dieciséis años que a veces me llama tío».

Está claro que estamos ante algo novedoso, extraordinario. Si los personajes se confunden con seres reales, también, como experimentó Balzac, se cambian de obra «Me quedo en Madrid. Zac trabaja en una clínica geriátrica y me ha conseguido un puesto» hasta conformar entre todos una gran Comedia, que no es Divina ni Humana sino Real-ficticia, donde se libera el espíritu del autor en el acto de escribir y queda, como Juan Ramón Jiménez en Animal de fondo, como el único yo creador.

Y en esta Comedia de Salvador, veinte años después, toda una vida, aparece su yo de nuevo en Nadando contracorriente Bis, los personajes vuelven a parecerse a actores de cine en películas, por las que no pasa el tiempo. Ficción y realidad se reencuentran en la literatura, en un mundo cuyo eje son las preocupaciones del creador, del yo salvadoriano, la pérdida de seres queridos, la soledad y la relativización de los valores importantes, la repetición de sueños, hasta desembocar en una novela que forma parte de la realidad. Nadando contracorriente bis es una metáfora de la regeneración a la que nos sometemos constantemente. Se puede morir cuando sentimos tambalearse nuestra estabilidad y renacer tras reflexionar sobre lo verdaderamente importante.

La metaliteratura y la metaficción aparecen en los sueños recurrentes de Nadando contracorriente bis, donde el yo autorial es un objeto onírico y el sentimiento de Salvador un sujeto-protagonista del sueño, que a su vez se desdobla para expresar su verdadero sentimiento. En este caso, el soñador, Marc, participa como espectador del objeto soñado, como creador del objeto y como el propio objeto. De nuevo lector, protagonista y autor aunados. El sueño se une a la imaginación en un proceso sensible que se materializa en la novela literaria.

Para Salvador, escribir es soñar despierto. Mediante una técnica laberíntica los movimientos entran y salen, a cada momento, de los sentimientos y con ello posibilitan vivencias irreales que el lector vive como reales. Las emociones más íntimas quedan en Nadando contracorriente Bis, el miedo contradictorio a la muerte «La muerte no existe. El sufrimiento sí», la angustia ante la soledad «¿Dónde estás? Aquí, a tu lado», la angustia por la opresión ejercida sobre los débiles «Hasta que unos desalmados la violaron a punta de navaja».

Nadando contracorriente Bis es el final de Neel Ram, que supone en realidad el objetivo de toda su obra, el amor hacia su compañera, aquella que le aporta confianza en la naturaleza y esperanza en un mundo deshumanizado, masificado; una ilusión que también nosotros, como el sargento protagonista, Adan Person, enlazado a la primera parte, «Parezco un vampiro nervioso», intuimos en la naturaleza, en la «Costa Blanca» «porque son muchos los que vienen a construir su sueño sobre estas tierras».