Cuando
un violín es bueno, y quien lo toca también, surge del instrumento un sonido
capaz de impresionar de forma absoluta, es una voz aguda y natural que se
proyecta en la mente de quien lo escucha transmitiendo imágenes de indiscutible
belleza. El violinista puede contagiar los sentimientos que alberga y lograr
que formen parte del oyente. Es raro quien no disfruta con la música, quien no
se entusiasma con la perfección que encierran los acordes de cualquier
instrumento; pero cuando un violinista es bueno, y yo tengo la inmensa suerte
de oír en directo a Estrella Byrne, consigue que experimentemos alegría,
sorpresa, tristeza, ira, humor o esperanza. Como cualquier artista, también el
buen escritor transmite esos sentimientos al lector. Andrea Camilleri lo hace. En esta entrega del Comisario Montalbano
se instala en nosotros la pena por aquellos que mueren cuando no deberían, la
ira por la impotencia a la que nos vemos reducidos en ocasiones, pero sobre
todo el humor con el que afronta la vida
y la esperanza de conseguir un mundo mejor. Es un orgullo y un placer oír a
Estrella. Es un orgullo y un placer leer a Camilleri y en este caso, La
voz del violín, nos comunica lo mismo que el maestro Barbera difunde
con dicho instrumento, cuando lo toca para la señora Clementina y sus notas «expresaban una especie de lamento, un canto
de dolor antiguo que, a ratos, alcanzaba instantes de una ardiente y misteriosa
tragedia».
A
estas alturas no vamos a esclarecer el estilo de Andrea Camilleri, ya conocemos
su impecable dominio del lenguaje que, si cabe, va en aumento con cada libro
que escribe. Pero no quiero dejar pasar la ocasión de comentar, admirada, cómo
un señor nonagenario tenía más empatía social que muchos jóvenes. Cómo, con
total elegancia, lanzaba un revés al machismo «Perdió a sus dos progenitores antes de los quince años y había sido
acogida por un tío suyo que un día, para no variar, la violó». Cómo, con
tristeza infinita, se pone en la piel de quienes viven, aún hoy, ocultos en la
mentira por sus inclinaciones sexuales «a
Michella le interesaba porque yo era un hombre rico, aunque le llevara treinta
años, y a mí me interesaba para acallar los rumores».
Asimismo,
este hombre de casi un siglo, es capaz de ver un futuro amplio y enriquecedor a
través de la ciencia. No sólo en el ser humano cuentan la moral y los
sentimientos, también son fundamentales el estudio y la erudición; por eso
consigue que hasta el más bobo de la comisaría, Catarella, con esfuerzo y
tesón, aprenda informática y empiece a razonar con solvencia
Somos
doce, dottore. Si hubiera tenido a mano el ordenador, la cuenta me habría
resultado más fácil.
El
comisario se sujetó la cabeza con las manos.
¿Tendría
futuro la humanidad?
La voz del violín es especialmente atractiva; es como
una novela que apetece leer de un tirón. Como siempre, parte de un homicidio
que se va enrevesando en la resolución hasta que el comisario, ayudado, además
de su capacidad de deducción, por gente buena dispuesta a echarle una mano, por
gente no tan buena, pero que él sabe tratar con mano izquierda para lo que
interesa y, sobre todo de su instinto, aclara el caso con eficacia.
Pero
lo que mantiene el interés, sin lugar a dudas, es el elenco de personajes que
va modelándose cada vez más; el lector observa sin dificultad la relación que
tienen todos con Salvo Montalbano, la relación de éste con sus superiores y la que
conserva con los habitantes de Vigàta.
Este
caso comienza con el asesinato de una joven, de clase alta, en el chalet que
estaba arreglando en Vigàta para irse a vivir. Montalbano se entera del crimen
de forma casual, pues a pesar de que Catarella le avisa que debe ir a Florida a
un entierro: «Montalbano se quedó
literalmente petrificado. Se vio de golpe enfundado en un chándal, haciendo footing…»
deduce que se trata de la «comisaría de
Floridia, en la misma Sicilia». Debe ir al entierro de la mujer del subjefe
de policía Tamburrano. Como Catarella lo avisa el mismo día del entierro, sale
a toda prisa para llegar a tiempo. Pero una gallina se cruza en el camino y el conductor,
el agente Gallo, choca con un Twingo, aparcado en el arcén. Dejan una nota para
pagar los daños, siguen su camino y a la vuelta, Montalbano se fija en que
nadie ha cogido la nota del parabrisas. Por la noche se acerca al chalet, entra
sin ninguna orden y descubre el cadáver. No debería haber entrado, así que para
dar la voz de alarma, recurre a una maestra jubilada, paralítica, amiga suya y
le pide que llame de forma anónima a la policía avisando de un delito en el
chalet. Esto da resultado y ahí empieza la investigación. La maestra Clementina
Vasile será quien empiece la indagación y aconseja a Salvo en sus pesquisas, además
lo invita a una actuación que todos los domingos efectúa para ella un famoso
violinista y, entre los tres, gracias al sonido del violín, cerrarán la
búsqueda al final; no sin antes haber sido destituido del caso, por cuestiones
personales con el jefe superior, y vuelto a nombrar por el error fatal que
comete el oficial que había sido puesto al mando.
Nadie
puede con Montalbano, busca tretas para que salten noticias en la prensa, en la
televisión, entre los propios ciudadanos, porque todos confían en él; es como
un superhéroe sin capa, pero realiza acciones totalmente creíbles aunque no
sigan las normas establecidas. Lo que está claro es que apoya los criterios
fundamentales de la justicia y ayuda a los más necesitados. Por eso es un
personaje querido por sus compañeros de aventuras y por los lectores. Por eso
nos reímos con su rudeza ante cualquier muestra de adulación «Pero ¡qué cabrones!» y perdonamos sus
celos desmedidos y sin fundamento hacia todo lo que se refiera a su novia
Livia, eternamente novia, porque si hay algo con lo que Montalbano se muestra
cobarde es con el compromiso.
La
novela se lee muy bien no sólo por la manera curiosa de llevar a cabo la
investigación. El lenguaje es fundamental. Las descripciones acompañan a la
estimación que Salvo profesa a quien describe el narrador, personaje que a
veces confundimos con el monólogo interior del propio Montalbano
«…el
abollado vehículo del juez, el cual sólo decidió frenar tras haber golpeado uno
de los automóviles de servicio de la científica.
Nicolò
Tommaseo bajó con el rostro congestionado. Su cuello de ahorcado parecía el de
un pavo […] Todo el mundo sabía que conducía como un perro drogado.
Los
cambios fonéticos que Catarella realiza constantemente por asociación de ideas
son hilarantes
—Ocurre
que llamó el juez Tolomeo
—Tommaseo,
Cataré, pero no importa
[…]
Me
llamó de la Jefatura de Montelusa un comisario que se llama Tontona
—Tortona
—Como
se llame. Ése. Dice que tengo que asistir a un concurso de informaticia.
Evidentemente
la ironía, el sarcasmo elegante, el humor con los juegos de palabras agilizan
la lectura, y a veces, incluso los refranes paralelísticos ayudan a reforzar el
ritmo, aunque sea a costa de que Montalbano se muestre rebelde hasta con la
paremiología… No podría ser de otra forma. «La
cama es buena cosa, pues si uno no duerme, reposa […] el comisario en la cama
no sólo había dormido a ratos sino que, además, se había levantado como si
hubiera corrido una maratón».
¡Impresionante!
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