sábado, 12 de octubre de 2019

LA VOZ DEL VIOLÍN



Cuando un violín es bueno, y quien lo toca también, surge del instrumento un sonido capaz de impresionar de forma absoluta, es una voz aguda y natural que se proyecta en la mente de quien lo escucha transmitiendo imágenes de indiscutible belleza. El violinista puede contagiar los sentimientos que alberga y lograr que formen parte del oyente. Es raro quien no disfruta con la música, quien no se entusiasma con la perfección que encierran los acordes de cualquier instrumento; pero cuando un violinista es bueno, y yo tengo la inmensa suerte de oír en directo a Estrella Byrne, consigue que experimentemos alegría, sorpresa, tristeza, ira, humor o esperanza. Como cualquier artista, también el buen escritor transmite esos sentimientos al lector. Andrea Camilleri lo hace. En esta entrega del Comisario Montalbano se instala en nosotros la pena por aquellos que mueren cuando no deberían, la ira por la impotencia a la que nos vemos reducidos en ocasiones, pero sobre todo  el humor con el que afronta la vida y la esperanza de conseguir un mundo mejor. Es un orgullo y un placer oír a Estrella. Es un orgullo y un placer leer a Camilleri y en este caso, La voz del violín, nos comunica lo mismo que el maestro Barbera difunde con dicho instrumento, cuando lo toca para la señora Clementina y sus notas «expresaban una especie de lamento, un canto de dolor antiguo que, a ratos, alcanzaba instantes de una ardiente y misteriosa tragedia».

A estas alturas no vamos a esclarecer el estilo de Andrea Camilleri, ya conocemos su impecable dominio del lenguaje que, si cabe, va en aumento con cada libro que escribe. Pero no quiero dejar pasar la ocasión de comentar, admirada, cómo un señor nonagenario tenía más empatía social que muchos jóvenes. Cómo, con total elegancia, lanzaba un revés al machismo «Perdió a sus dos progenitores antes de los quince años y había sido acogida por un tío suyo que un día, para no variar, la violó». Cómo, con tristeza infinita, se pone en la piel de quienes viven, aún hoy, ocultos en la mentira por sus inclinaciones sexuales «a Michella le interesaba porque yo era un hombre rico, aunque le llevara treinta años, y a mí me interesaba para acallar los rumores».

Asimismo, este hombre de casi un siglo, es capaz de ver un futuro amplio y enriquecedor a través de la ciencia. No sólo en el ser humano cuentan la moral y los sentimientos, también son fundamentales el estudio y la erudición; por eso consigue que hasta el más bobo de la comisaría, Catarella, con esfuerzo y tesón, aprenda informática y empiece a razonar con solvencia

Somos doce, dottore. Si hubiera tenido a mano el ordenador, la cuenta me habría resultado más fácil.
El comisario se sujetó la cabeza con las manos.
¿Tendría futuro la humanidad?

La voz del violín es especialmente atractiva; es como una novela que apetece leer de un tirón. Como siempre, parte de un homicidio que se va enrevesando en la resolución hasta que el comisario, ayudado, además de su capacidad de deducción, por gente buena dispuesta a echarle una mano, por gente no tan buena, pero que él sabe tratar con mano izquierda para lo que interesa y, sobre todo de su instinto, aclara el caso con eficacia.

Pero lo que mantiene el interés, sin lugar a dudas, es el elenco de personajes que va modelándose cada vez más; el lector observa sin dificultad la relación que tienen todos con Salvo Montalbano, la relación de éste con sus superiores y la que conserva con los habitantes de Vigàta.

Este caso comienza con el asesinato de una joven, de clase alta, en el chalet que estaba arreglando en Vigàta para irse a vivir. Montalbano se entera del crimen de forma casual, pues a pesar de que Catarella le avisa que debe ir a Florida a un entierro: «Montalbano se quedó literalmente petrificado. Se vio de golpe enfundado en un chándal, haciendo footing…» deduce que se trata de la «comisaría de Floridia, en la misma Sicilia». Debe ir al entierro de la mujer del subjefe de policía Tamburrano. Como Catarella lo avisa el mismo día del entierro, sale a toda prisa para llegar a tiempo. Pero una gallina se cruza en el camino y el conductor, el agente Gallo, choca con un Twingo, aparcado en el arcén. Dejan una nota para pagar los daños, siguen su camino y a la vuelta, Montalbano se fija en que nadie ha cogido la nota del parabrisas. Por la noche se acerca al chalet, entra sin ninguna orden y descubre el cadáver. No debería haber entrado, así que para dar la voz de alarma, recurre a una maestra jubilada, paralítica, amiga suya y le pide que llame de forma anónima a la policía avisando de un delito en el chalet. Esto da resultado y ahí empieza la investigación. La maestra Clementina Vasile será quien empiece la indagación y aconseja a Salvo en sus pesquisas, además lo invita a una actuación que todos los domingos efectúa para ella un famoso violinista y, entre los tres, gracias al sonido del violín, cerrarán la búsqueda al final; no sin antes haber sido destituido del caso, por cuestiones personales con el jefe superior, y vuelto a nombrar por el error fatal que comete el oficial que había sido puesto al mando.

Nadie puede con Montalbano, busca tretas para que salten noticias en la prensa, en la televisión, entre los propios ciudadanos, porque todos confían en él; es como un superhéroe sin capa, pero realiza acciones totalmente creíbles aunque no sigan las normas establecidas. Lo que está claro es que apoya los criterios fundamentales de la justicia y ayuda a los más necesitados. Por eso es un personaje querido por sus compañeros de aventuras y por los lectores. Por eso nos reímos con su rudeza ante cualquier muestra de adulación «Pero ¡qué cabrones!» y perdonamos sus celos desmedidos y sin fundamento hacia todo lo que se refiera a su novia Livia, eternamente novia, porque si hay algo con lo que Montalbano se muestra cobarde es con el compromiso.

La novela se lee muy bien no sólo por la manera curiosa de llevar a cabo la investigación. El lenguaje es fundamental. Las descripciones acompañan a la estimación que Salvo profesa a quien describe el narrador, personaje que a veces confundimos con el monólogo interior del propio Montalbano

«…el abollado vehículo del juez, el cual sólo decidió frenar tras haber golpeado uno de los automóviles de servicio de la científica.
Nicolò Tommaseo bajó con el rostro congestionado. Su cuello de ahorcado parecía el de un pavo […] Todo el mundo sabía que conducía como un perro drogado.

Los cambios fonéticos que Catarella realiza constantemente por asociación de ideas son hilarantes

—Ocurre que llamó el juez Tolomeo
—Tommaseo, Cataré, pero no importa
[…]
Me llamó de la Jefatura de Montelusa un comisario que se llama Tontona
—Tortona
—Como se llame. Ése. Dice que tengo que asistir a un concurso de informaticia.

Evidentemente la ironía, el sarcasmo elegante, el humor con los juegos de palabras agilizan la lectura, y a veces, incluso los refranes paralelísticos ayudan a reforzar el ritmo, aunque sea a costa de que Montalbano se muestre rebelde hasta con la paremiología… No podría ser de otra forma. «La cama es buena cosa, pues si uno no duerme, reposa […] el comisario en la cama no sólo había dormido a ratos sino que, además, se había levantado como si hubiera corrido una maratón».

¡Impresionante!

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