Cuando me enteré de la existencia
de esta novela, y de su contenido, me acordé de Alberto Sáez, probablemente el
mejor crítico cinematográfico actual. La verdad es que yo no entiendo de cine,
así que puede que algún purista me contradiga pero sí que sé que, de vez en
cuando, me gusta entrar en El Antepenúltimo
Mohicano y leer las críticas de este español afincado en Dublín, porque
disfruto con el estilo intelectual, casi poético, que imprime a sus
comentarios, salpicados la mayoría de ocasiones de citas literarias.
Probablemente este crítico se deleite con Londres después de medianoche, imagino que por supuesto con la película, espero que
también con la obra literaria porque es el negativo, o positivo, de su trabajo.
Una novela salpicada de citas cinematográficas. Todo un lujo.
El mexicano Augusto Cruz debuta
como escritor con un relato sorprendente; no podría encasillarlo en un
subgénero concreto y eso me gusta. Cuando terminé el libro pasé toda la noche
(y esto es literal) pensando en las conclusiones. La finalidad de la trama
tiene que ver con el azar. Nuestro destino está marcado por la cadena
causa-consecuencia, y todo aquello que creemos producto de la suerte no es sino
la influencia de sucesos aleatorios que se escapan de nuestro control. Sólo nos queda vivir siguiendo
nuestros impulsos, sin esperar otra cosa que poder utilizar el presente.
Sin embargo, dentro de este
determinismo feroz, un toque de magia, de inocencia infantil, proporciona el
apasionamiento necesario para que la aventura surja en los espacios más
inverosímiles; al mismo tiempo, aquellos escenarios reales o convencionales
están tocados por la varita del Realismo Mágico, apareciéndose ante nosotros
como algo extraído de los Cuentos Maravillosos que, si bien siguen un cliché,
presentan el toque dulce de la nostalgia.
No podemos hablar de novela de
terror porque el humor aparece en todas sus vertientes. Encontramos en
diferentes situaciones el humor irónico, incluso el protagonista se ríe a veces
de sí mismo, pero también saca partido de la incultura, de ahí que sonriamos
ante nombres con los que son bautizadas algunas personas o ante la expectación
que provocan las novelas seriadas de los medios de comunicación; las creencias
supersticiosas son tratadas en ocasiones con humor crudo; por supuesto hay algo
de humor negro al describir pequeños pueblos o la falta de recursos; con mezcla
de sarcasmo y juegos de palabras el autor incide en la falta de
profesionalidad. El humor ocasional del misterio aligera circunstancialmente la
tensión emotiva. También aparecen diálogos cargados de incógnitas que quedan en
entredicho con alusiones cómicas; actos humorísticos en momentos de suspense
recuerdan películas parodiantes del cine de terror, guiños cariñosos a El jovencito Frankenstein o a Abott y Costello contra los fantasmas.
Las comparaciones ingeniosas
rompen, de forma esporádica, el suspense que deriva de descripciones casi
fotográficas. Asimismo, a modo de película de misterio, encontramos escenas,
como la del flash mob, que se salen de la trama principal con la finalidad de
despistar al lector, al tiempo que lo hace
el protagonista, aunque también consigue relajar la tensión con la
visión humorística de una sociedad —la nuestra— en decadencia.
Londres después de medianoche
es una novela que podría ser perfectamente el argumento de una película de
aventuras en la que el protagonista es el héroe que debe luchar con monstruos,
enfrentarse al villano y ser ayudado por un superhéroe para poder regresar a su
vida normal, aunque probablemente después nada sea lo mismo.
El relato está rodeado, como la cinta a la que alude, de misterio, empezando por el narrador protagonista, Mc
Kenzie, un ser un tanto aislado, con una vida hermética; su madre lo abandonó
de niño, su padre fue asesinado el día que cumplía 16 años, su mujer y su hija
desaparecieron misteriosamente cuando él pasa a ser el hombre de confianza de
Hoover, creador del FBI y su director durante 37 años. Mc Kenzie no ha dejado
huellas, su vida ha transcurrido en el anonimato, por lo que los flashback que
a veces interrumpen la narración lineal permiten al lector ser testigo
privilegiado de su intimidad…Y cuando su nombre podría salir a la luz como
detective privado, contratado por
Ackerman para encontrar la película maldita, todo el misterio que pesa sobre
ella envuelve a Mc Kenzie hasta que, irónicamente, una vez que resuelva el
caso, Ackerman lo defina como “El hombre
invisible”.
Y en realidad Mc Kenzie es un
personaje algo mágico, por eso perfectamente puede rodearse de personas
verdaderas como Hoover o Ackerman que cooperan en la resolución de un suceso
real; puede llegar hasta lugares existentes e introducirse en espacios
auténticos, como el castillo de James, y conseguir confundir al lector al mismo
tiempo que sus sueños se entremezclan con episodios paranormales o surrealistas
para acentuar el suspense de la realidad de la trama.
Todo en la narración va
encaminado a acrecentar el misterio y la intriga: las preguntas de Malka
amplían la incertidumbre que rodea la vida del detective; la creencia en supersticiones
se manifiesta imbuida del Realismo Mágico hispanoamericano; antagonistas que
aparecen y desaparecen, como el Jocker de Batman, de manera crítica en los
momentos más inesperados; las respuestas enigmáticas van cobrando sentido a lo
largo del argumento; los personajes van surgiendo con la trama para aumentar la
intriga; hay historias paralelas, como la de Rocío Garza, con aspecto de
cuento, pero con todo el terror que les aportarían los hermanos Grimm; los 28
capítulos terminan de forma misteriosa, a veces fruto de la casualidad. Y para
que todo mantenga un halo de oscuridad, la narración, continuada como en una
conversación, se nos muestra sin paradas entre dos temas diferentes, la
puntuación no marca de qué personaje se trata o el turno de palabra, por lo que
a veces cuesta distinguir a los interlocutores y a estos del narrador, quien
cambia de primera a segunda persona según necesite describir acciones o
pensamientos que se van sucediendo en episodios; los detalles son de gran
precisión, en algunos momentos nos sorprendemos incluso de la profundidad
psicológica con la que puede ser tratado algo encuadrable en la
ciencia-ficción. Cuando se mezclan las voces del narrador en primera persona o
tercera, y del personaje también en primera o tercera persona, se dificulta el
seguimiento de dichas escenas, sin embargo favorece la unión de dos géneros:
novela y cine, lo que facilita la lectura, que se va plagando de imágenes,
algunas incluso de películas que luchan por acudir a nuestra mente. Una experiencia
extraña, fantástica, la lectura de esta novela, no sólo por lo que acabamos de
comentar; el vocabulario está salpicado de mexicanismos, que aportan la dulzura
del idioma: mi carnal, serpientes de
concreto, quesos de tuna, celular, se secretearon, malosos, traer la duela, no
les gustan ni tantito los fuereños…
Y la narración está plagada de
curiosidades: trucos de maquillaje en el cine mudo, de escenografía, datos de
películas de todos los tiempos, artimañas de directores, o la cruda realidad de
actores que, sin aspavientos, destruyen el halo mágico en el que aparecen.
Llama la atención el punto de
vista sobre la formación de los mitos: “mantener
vivo el recuerdo de algo haciendo que reaparezca cada cierto tiempo, o
fingiendo que aparece…” ¿Habrá contribuido al mito de Drácula la Count
Dracula Society y su entrega de premios Ann Radcliffe? Puede ser, lo que está
claro es que esta novela ayudará a mantenerlo; así como el final, demoledor,
revivirá en el lector otro mito: el eterno retorno, que como en una película de
terror adquiere trazas sobrenaturales.
“Pensé
que la vida es una madeja que los necios desenredan sólo para descubrir que al
final no hay nada que no hubiéramos visto al principio”.
Mc
Kenzie