De
nuevo estoy aquí agradeciendo uno de los regalos más preciados que pueden
hacerse: un libro. En este caso lo reconozco doblemente, porque viene de la
mano de José Antonio Artés, de quien tanto aprendo a diario, y porque me ha
desvelado un autor nuevo para mí. No había leído nada de Nuccio Ordine y, de pronto, me encuentro ante un escrito, entre
filosófico, literario y artístico en el que este filósofo italiano defiende un
programa del todo novedoso en una sociedad que ampara, ante todo, la rapidez de
actuación para obtener beneficios materiales, sin darse cuenta de que esto
favorece la derrota del pensamiento.
Ordine
declara, en La utilidad de lo inútil, sus principios respecto del sistema
educativo europeo actual, pues, una vez leído este manifiesto, compruebo con
estupor que el mal enfoque que se viene dando a la educación desde hace unos
años no sólo es cosa de España.
Una
vez más tomamos de otros países lo peor, en vez de fijarnos en lo que nos puede
ayudar más. Pues sí, parece ser algo generalizado considerar inútiles la
Filosofía, el Arte, las Humanidades; puede que por eso estén desapareciendo
lentamente, de manera imperceptible en unos casos, en otros de forma descarada,
de los institutos, sin tener en cuenta que estas materias son las que ayudan a
ejercitar el pensamiento, a razonar, a no actuar a lo loco y, por lo tanto, a
hacernos mejores personas.
Es
muy difícil conseguir que los alumnos acudan contentos a las aulas porque
normalmente se sienten presionados, por la nota, por las horas de estudio y
trabajo, por algunos de sus compañeros con los que han de competir para obtener
la mejor calificación si luego quieren entrar en una determinada facultad, por
algunos profesores que fomentan esta actitud y enfoque de la vida… Es difícil,
pero hemos de intentar que acepten el estudio, el trabajo, el pensamiento,
totalmente convencidos de que esto, a la larga, hará que mejoren.
Y
está claro que si mejoramos como individuos, la sociedad también lo hará. Es
evidente que si una comunidad está formada en su mayoría por gente buena será
menos corrupta ¡Y habremos dado un paso gigantesco!
Esto
pensamiento no es algo mío exclusivamente, más hombres y mujeres de lo que
creemos son de la misma opinión, pero los profesores debemos atenernos al
sistema, a lo que nos ordenan, y vemos, destrozados, cómo se pierden horas de
literatura, de educación artística, de filosofía, de latín, de griego… Sí,
estamos destrozados, pero no nos rebelamos, porque el estado está consiguiendo
que nos dejemos llevar, que no nos paremos a pensar en las consecuencias de
nuestros actos; lo que importa es hacer, y hacerlo con rapidez para obtener
beneficios inmediatos. El estado está consiguiendo que los profesores seamos
cada vez más burócratas y menos educadores. Hoy hemos de rellenar impresos para
todo y utilizamos un tiempo precioso en eso en vez de dedicarlo a hablar con
los alumnos, a pensar en cómo vamos a enfocar una materia; porque ya está todo
pensado, sólo hemos de verter a los chicos lo que nos han preparado para que
cuadren las expectativas, los porcentajes, los objetivos propuestos por gente
que no está realmente en las aulas y no conoce a los alumnos ni sus reacciones.
Estamos
creando una generación (o generaciones) competitiva, nerviosa, deprimida (nunca
he visto a tanto niño y adolescente en consultas psiquiátricas y psicológicas;
nunca tantos se lamentaron de la vida que les ha tocado en suerte y, realmente
nunca tantos han vivido mejor) ¿Qué ocurre? ¿Dónde está el problema?
Puede
que no sea uno solo, que existan varios problemas a la vez, pero Nuccio Ordine
abre los ojos a la sociedad que considera inútil todo el estudio de las
Humanidades porque no da resultados efectivos «en efecto, un martillo vale más que una sinfonía, un cuchillo más que
una poesía […] porque resulta cada vez más difícil entender para qué pueden
servir la música, la literatura o el arte»; y abre los ojos porque nos
recuerda a una serie de autores que proclamaron que no se puede separar el
saber humanístico del saber científico porque todo es conocimiento, y por lo
tanto aprendizaje y reflexión: «Ya
Sócrates lo había explicado a Agatón, cuando en El Banquete se opone a la idea de que el conocimiento
pueda transmitirse mecánicamente de un ser a otro como el agua que fluye a
través de un hilo de lana desde un recipiente lleno a otro vacío». El
premio Nobel Ilya Prigogine ve desafortunada «la parcelación y la ultraespecialización de conocimientos». Óscar
Wilde también lo proclama en un verso «le
superflu, chose très necésaire». Ionesco afirma que el arte «debe servir para enseñar a la gente que hay
actividades que no sirven para nada y que es indispensable que las haya».
Ordine reflexiona sobre esta paradoja y se da cuenta de que cuando prevalece la
barbarie ésta «se ensaña no sólo con los
seres humanos sino también con las bibliotecas y las obras de arte» y es
que lo grandioso desaparece cuando el ser humano toca fondo, como advirtió
Cicerón «si saqueas el erario […]
entonces dime, ¿significa esto que te encuentras en la mayor abundancia de
bienes o que careces de ellos» Calvino ratifica que «los clásicos sirven para entender quiénes somos y adónde hemos llegado»
es decir, «se han de leer porque “sirven”
para algo».
Asimismo,
a lo largo de la Historia, diferentes autores literarios han atestiguado las
ventajas del pensamiento y la imaginación: Víctor Hugo «¡Oh, utilidad increíble de lo inútil!», David Foster «certificas el hecho de que las realidades
más obvias, ubicuas e importantes son a menudo las que más cuesta ver y las más
difíciles de explicar»; en García Márquez encontramos «la fecunda inutilidad de la literatura», y Dante arremete contra
los que utilizan las letras sólo para enriquecerse, «no deben llamarse letrados […] de la misma manera que no debe ser
llamado citarista quien tiene la cítara en casa para prestarla a cambio de
dinero y no para usarla tocando». En Utopía
de Tomás Moro aparece una crítica a la realidad cuando «los isleños detestan el oro a tal punto que lo destinan a la
fabricación de orinales […] mientras comen y beben en platos y copas de arcilla
[…] sin valor alguno». En La isla del
tesoro de Stevenson, el protagonista, una vez encuentra la fortuna, muestra
una total indiferencia por las monedas «se
entretiene en catalogarlas, fascinado por la variedad de caras […] y extrañeza
de dibujos grabados». Pues todo tiene su base en los clásicos, los primeros
que se dieron cuenta de que en el mundo «debe
rebasarse la corteza para descubrir, tras la apariencia, la verdadera esencia
de las cosas».
Ordine
nos detalla a diferentes autores y escritos para hacernos ver que si
renunciamos a querer saber por el mero gusto de saber seremos esclavos, ya que
estaremos limitados a lo que alguien decida por nosotros. Estamos en el siglo
XXI, hemos de luchar por la libertad y para ser plenamente libres hemos de
olvidar, en la medida de lo posible, el tiempo.
A
veces asusta, a mí al menos, ver el ritmo acelerado que tomamos, y el mucho
esfuerzo que dedicamos a cosas que realmente no son tan importantes, pero que
nos proporcionan un efecto inmediato: salones de belleza de los que salimos
estupendas y jovencísimas, gimnasios maravillosos que nos aportan una forma
física envidiable, horas en el nutricionista para que tengamos un cuerpo de
veinte años —de forma infinita—… sin reflexionar que muchos de esos elementos o
situaciones son evidentes y los podemos adquirir mediante el sentido común y
otros, también evidentes, que debemos aceptar; no nos conformamos con cosas
superficiales y luchamos hasta quedar exhaustos por cambiarlas mientras que no
dedicamos ni la décima parte a lo verdaderamente importante Pero lo que más me
preocupa es que volcamos nuestras inseguridades, nuestros nervios en los niños,
abrumándolos con clases, talleres, academias en las que pasarán toda la tarde
después de haber permanecido, durante la mañana, en el colegio, sin recapitular
que con quien más aprenden es con sus padres, dialogando, comentando cuentos,
dibujando, ejercitando la imaginación mientras se sienten queridos, protegidos
por quienes deben. En fin, esta observación, aunque es mía es sólo eco de lo
que ya afirmaron en su día Platón o Sócrates, al subrayar la necesidad de que
la enseñanza no haga «compulsiva la forma
de la instrucción» porque «el hombre
libre no debe aprender ninguna disciplina a la manera del esclavo».
¿Por
qué para Kant «el gusto por lo bello es
desinteresado» y Ovidio atestigua que, mediante las artes, «consigo olvidarme de mi desgracia»?
¿Por qué Recanati en el siglo XVII trabajaba en una «Enciclopedia de los conocimientos inútiles» que no llegó a
materializarse? ¿Por qué para Gautier «todo
lo que es útil es feo, como las letrinas»?
Otros
escritores, humanistas, científicos pueblan las páginas de este manifiesto de
Nuccio Ordine, quien llega a la conclusión de que lo verdaderamente útil es el
conocimiento, saber apreciar la obra de arte, saber apreciar la naturaleza,
saber apreciar lo bueno del ser humano; y es lo verdaderamente útil porque es
lo único que al darlo no nos empobrece sino todo los contrario, nos hace más
ricos.
Pero
para llegar ahí se ha de trabajar de forma constante, sin prisa pero sin pausa,
sin pretender resultados inmediatos tal y como proclama la sociedad actual.
A
todos los que trabajan por una sociedad más rica ¡Gracias!