jueves, 29 de octubre de 2015

NIEVE EN OTOÑO

La historia de Tatiana Ivanova es la historia del pueblo ruso hasta que llega la Revolución de octubre del 17 para delimitar una serie de cambios sociales a los que no todos se amoldan. En realidad Tatiana no tiene historia, es una anciana de 70 años que no tiene nada. Entró a trabajar muy jovencita en casa de la familia aristocrática Alexándrovich y se quedó allí al cuidado de tres generaciones. Su mundo es muy reducido aunque no le ha hecho falta nada más. Por eso, después de cincuenta años, permanece en la mansión, de buen grado, al cuidado de las pertenencias familiares mientras que dos hijos parten al frente y el resto huye a Francia temiendo las represalias de los revolucionarios. Poco a poco, las riquezas se van acabando, la familia ha terminado con las provisiones que se llevó, uno de los hijos muere en la guerra y Tatiana cruza Europa para encontrarse con los que quedan y llevarles unas joyas que guardó personalmente. Al llegar a París se da cuenta de que ése no es su sitio. Tatiana anhela el frío y la nieve que no llega en otoño.
No sé si catalogar, Nieve en otoño como un cuento, novela corta o relato; pero eso es lo de menos. Lo que importa es la impresión que permanece en nosotros. Al terminar la lectura somos conscientes, no antes, de que no hay grandes descripciones, ni grandes emociones. «Las habitaciones de los chicos estaban en la parte antigua de la casa, un hermoso edificio de noble arquitectura, con un frontón griego adornado de columnas». Precisamente en la ausencia de detalles aparecen las sensaciones divididas de toda una sociedad. El desmoronamiento de la grandeza convive con una sumisión que comienza a dejar de serlo «…los criados recogían los cristales en silencio […] todos repitieron al unísono, como una monótona cantinela aprendida de memoria: —Bueno, pues… adiós, Kiril Nikolaiévich… Adiós, Yuri Nikolaiévich». Pocas palabras bastan, a veces incluso frases sin terminar, para expresar las contradicciones del ser humano «Antaño, cuando se marchaban los barin… Los tiempos han cambiado. Y los hombres también».
Al terminar la lectura somos conscientes de que en realidad hay muy poca acción, prácticamente no pasa nada, si excluimos, claro, el principio y el final. Irène Némirovsky podría haber incidido en la revolución, en el dolor del pueblo, en la muerte del hijo y la pena de los padres, en la angustia de ver destrozado tu mundo acogedor, en las consecuencias de tener que adaptarse a un medio hostil en el que no somos nada. Pero el movimiento, la intriga, los sucesos no le interesan a la autora. Y ante nosotros se levanta un texto metafórico, en el que destaca la lucha interior del ser humano, de ahí su corta extensión; la protagonista nos descubre, con sus ojos de sirviente, la vida de la clase alta, una vida a la que ella se ha amoldado por rutina, que le ha dado cosas buenas o malas pero que no son suyas realmente, una vida dominada por la lealtad; y con sus ojos de trabajadora, la esperanza del que aspira a algo nuevo ahora, al final de su vida, la necesidad de cambio y libertad. «Durante el día, el aire y la luz lo inundaban todo. Pero cuando llegaba la noche, con su extraño silencio, Tatiana Ivanova se decía “Ya es hora de que vengan otros”». Una libertad que ella, sin embargo, no siente que le pertenece, como tantos otros, considera su felicidad en manos de la religión «Aún creía estar viéndola retirarse a su paso, santiguándose.» y sin embargo la nostalgia de sus raíces y del tiempo perdido la aplasta constantemente, no la deja respirar; tenaz en su búsqueda del frío, no parará hasta encontrarlo.
Creo que Tatiana es una heroína diferente, puede que algo similar a la Benina de Misericordia de Pérez-Galdós. Como ella, es leal hacia sus amos hasta límites insospechados. Como ella también, una mártir que, por creencias religiosas y un amor incondicional, vive en busca de la felicidad de los que están por encima socialmente. Nada se dice de sus sentimientos hacia ella misma como persona, durante los 50 años a cargo de la familia Nikolaiévich, pero al final de su vida está sumida, como el pueblo ruso, en el dolor del que no tiene nada, del que le han quitado incluso sus orígenes:
«—¿Aún te acuerdas de nuestra casa? —le preguntó en voz baja su ama
[…]
—¿Que si me acuerdo […] Podría decir dónde estaba cada cosa […] Recuerdo cada vestido que se ponía, y los trajes de los niños […] El canapé donde estaba sentada cuando yo le bajaba los niños […] los diamantes que adornaban su cabello […] ¡Ay, Dios mío! Luliska no los tendrá así»
No se puede decir más con tan pocas palabras. La protagonista, abanderada del obrero ruso, se enfrenta a una sociedad inmisericorde que avanza sin tener en cuenta las reivindicaciones de libertad, reivindicaciones que a modo de implicaturas aparecen veladas en el texto, probablemente por la condición de judía de la autora.
Creo que Irène Némirovsky estuvo influenciada por Anton Chejov; es cierto que le falta el punto de subversión del autor; también lo es que carece del humor blanco que puebla las páginas del maestro del cuento, pero los temas se basan, como los de Chejov, en los problemas y cambios de una comunidad, así como en el destino del hombre en esa organización. Y si los personajes de Chejov se rebelan en la sociedad de finales del XIX, los de Némirovsky denuncian su nuevo destino, que no consigue sino animalizarlos, dejarlos sin ilusión, hasta degradarlos «respirando con repugnancia el tufo de los fregaderos», «iban y venían como las moscas de otoño», «una muchacha normanda […] robusta como un percherón», «Kiril […] volvía a casa […] con el deseo de yacer inerte sobre aquellos adoquines rosáceos»
Igualmente, la técnica del monólogo interior es una constante en la novela; la protagonista, como los personajes de Chejov, reproduce sus impresiones, asociaciones y pensamientos en un libre fluir que se mezcla con las palabras razonadas del diálogo:
«—Bueno, Yuroska, adiós… Cuídate mucho, hijo. Cómo pasaba el tiempo… De niño, cuando se marchaba al instituto de Moscú […] Ay, mi pequeño Yuroska!»
No es sólo la semejanza con Galdós o con Chejov; la novela mantiene el espíritu del Realismo del XIX, aunque cronológicamente podría incluirse al final de la llamada Edad de Plata Rusa (finales del XIX, principios del XX), cuando las vanguardias llaman a la puerta de la literatura. Pero Nieve en otoño no es modernista ni simbolista. La guerra civil de 1918 es la base del relato, en el que aparece la lucha del hombre entre la atracción que le supone lo nuevo «Nilolai Alexándrovich y su mujer los seguían despacio, penosamente, pero con la misma ansia de libertad y aire» y el apego a lo antiguo «Los padres se quedaban allí, escuchando con aire melancólico la música de las orquestas, recordando las islas y los jardines de Moscú».

Irène Némirovsky no pretende describir la vida cotidiana o las costumbres de la aristocracia rusa y su venida a menos; lo que nuestra autora persigue, y consigue, es hacernos comprender la esencia de la vida a través de la representación de la cotidianeidad; de ahí que la prosa se estilice en cada página hasta volverse lírica «Avivó el paso, deslumbrada por una especie de lluvia de fuego que le salpicaba los párpados […] La anciana se acercó al pretil y miró con fijeza la resplandeciente franja celeste».

domingo, 25 de octubre de 2015

LA MUERTE JUEGA A LOS DADOS

La muerte juega a los dados es una novela; da igual que Clara Obligado la haya revestido de cuentos; estamos ante un género mayor. Es una novela en la que construye una realidad de gran riqueza donde se confunde la ficción, se integra en el mundo de manera que cuesta separar la totalidad que la autora nos presenta. Es una novela con diferentes puntos de vista. Es una novela con determinadas peculiaridades que consiguen situarnos ante un género excepcional, original, novedoso y, no obstante, cumple con los requisitos de la novela. Las largas explicaciones descriptivas convierten el lenguaje escrito en fotografías que, impresas en nuestra retina ayudan a configurar a esta contadora de historias como una artista con mayúsculas. El vocabulario, impecable, mezcla expresiones típicas argentinas con otras españolas, dotando de esa manera al idioma con una fertilidad extraordinaria.

La curiosidad más llamativa es su estructura. Está compuesta por diez y ocho cuentos que funcionan como capítulos si se leen de forma lineal, y actúan como narraciones breves si queremos leerlas por separado (aunque mi consejo es realizar la lectura como una novela y releer después algunos de los cuentos; a causa de la mezcla de tiempos, espacios y personajes, es fantástico ir descubriendo la trama hasta llegar a un final prodigioso).

Algunos de estos cuentos son realistas, otros no tanto; encontramos microrrelatos (de cuya técnica la autora es maestra), cuentos surrealistas, cuentos fantásticos, cuentos que podrían formar parte del periodo literario conocido como el boom hispanoamericano, pues el Realismo Mágico aparece en sus páginas con total naturalidad. A veces he tenido la impresión de estar ante un homenaje a Gabriel García Márquez: la muerte anunciada de Zacarías Eldestein, el crimen sin resolver, el color, las mariposas… le habrían encantado al maestro.

Además hay alusiones a otras escritoras que, no cae duda, han influido en Clara Obligado; en el caso de Margaret Michell es evidente la identificación que nuestra autora siente con aquella periodista que, en 1936, escribió en más de 1.000 páginas «la historia de su país con retazos de su biografíaLo que el viento se llevó».

En el caso de Aghata Christie creo que la admiración hacia esta pionera en su oficio y en su manera de vivir nos deja un guiño a todas las lectoras «Mi querido, como repite Aghata Christie: “cherchez la femme”».

Nuestra autora porteña, con finalidad claramente emotiva en una prosa a veces recargada, y otras ligera, enfoca constantemente la soledad de los personajes, sobre todo, femeninos. No sólo hay referencias a escritoras; la mujer es la protagonista indiscutible de esta historia, incluso aquélla que, como Amalia, esposa del investigador O’Brien, aparece sólo durante unos momentos, pero está ahí, forma parte del entramado para dejarnos una teoría filosófica «¿Y si el muerto no fuera el final, sino el principio de todos los problemas? [...] lo esencial no es quién mató a quién […] lo importante es qué sucedió con toda esa pobre gente que se quedó viva»Al terminar de leer la novela comprendemos que las palabras de Amalia no están referidas sólo al caso que investiga su marido. Constituyen una verdad universal.

Pero la novela no consta solamente de relatos imaginarios, las referencias históricas, además de ayudar al lector a situarse en el tiempo «Estaban de viaje de novios en el Cap Arcona…» consiguen ese punto verídico de la historia pues colocan a los personajes en hechos que han ocurrido para ahondar, aún más, en la maldad del ser humano. El lector reflexiona, ayudado por estos datos auténticos, sobre una muerte que, efectivamente, juega a los dados; pero es el ser humano, vivo, depravado, quien los lanza sin importarle otro resultado que no sea ganar.

Otras veces la intención de introducirnos en la realidad viene de la mano del narrador; normalmente omnisciente, va contando los acontecimientos desde un punto en el que no pierde de vista a la mujer y su sufrimiento, sus humillaciones, sus sentimientos, sus ilusiones frustradas, sus pobres deseos de venganza y su solidaridad con otras mujeres que, implícitamente, han pasado por lo mismo. Y cuando la empatía no es suficiente cede su voz a la protagonista quien, de forma epistolar y con elegante afabilidad, tranquiliza a quien sabe que puede sufrir más que ella: «Querida mamá, Londres me ha parecido lindísimo. Hemos comprado una alfombra roja impresionante…». Los lectores nos identificamos, para siempre, con todas y cada una de las mujeres de los diferentes relatos, todas actúan con rencor, odio, egoísmo, locura o depresión, pero a todas las han tratado con violencia, desprecio, crueldad o paternalismo hasta conseguir de ellas una nueva personalidad. Por eso sonreímos cuando, al terminar el libro, recordamos algunos objetos de momentos vejatorios que sirvieron, tiempo después, para ser exhibidos como un trofeo aunque fuera sólo a título personal.

Clara Obligado, con asombrosa naturalidad, cruza tiempos, espacios y personajes para sacar, en la mayoría de las ocasiones, lo peor del ser humano, el sufrimiento, la violencia hacia el más débil. Violencia que nos animaliza. Violencia impuesta. Violencia aceptada por despecho hacia otros —o hacia uno mismo—. Violencia asumida como parte de una situación. Violencia que humilla pero a la que no podemos abandonar.

La muerte juega a los dados es una novela plural en la que se aúnan lo tradicional y lo moderno en lo universal. Todo cobra sentido en la unidad. Los cuentos pueden ser leídos de manera aislada, aunque será en la totalidad del libro donde comprendamos a la perfección todas las acepciones. Igualmente cada relato es significativo al final, pues la narración contiene analepsis que desentrañan el sentido de aquellas circunstancias por las que tuvieron que pasar los personajes hasta llegar a la situación en la que se encuentran. Cada personaje tiene una historia como rasgo distintivo; diferentes historias pues, que posibilitan momentos de grandeza o miseria, felicidad o desdicha, razón o locura. Y lo que consiguen estas particularidades no es aislarlos sino todo lo contrario, identificarlos como parte de la existencia de un ser humano compuesto de matices y ambigüedades, que en ocasiones es generoso y en otras, ruin, tanto, que deja de ser hombre para animalizarse o cosificarse.

El estilo de la narración también participa de esta característica dual; al enlazar términos no comparables aparecen estados de un lirismo espectacular no exentos de dureza «…esa muchacha dormida le ha enseñado las tres cosas más importantes que hay en el mundo: a leer, a escribir, a odiar». El asíndeton favorece a su vez la afirmación categórica: son tres las cosas, no hay más.

Y sin embargo el amor por la naturaleza surge de forma habitual mediante personificaciones de una belleza absoluta «pesaban llorosas las enormes cabezas de los nogales, el río se había desbordado hasta asomarse casi a la puerta del prostíbulo». O mediante metáforas sugerentes «el aeroplano comenzaba a descender atravesando un espeso puré de nubes».

Una belleza que enmarca la fealdad del hombre animalizado, la fealdad de todo lo construido por ese hombre, «el auto detuvo sus toses», «eres una hermosa polilla nocturna». Por eso, cuando conocemos que el crimen de Héctor Lejárrega queda sin resolver, lo vemos como algo normal; en justicia poética, divina o humana es lo que correspondería a un animal «Su mano era posesiva, grande, sigilosa como una araña», «En el suelo, un bulto. No era un pliegue en la alfombra […] como si un animal […] se hubiese tumbado a dormir», «la gran cabeza de toro de Héctor Lejárrega».


Novela compleja, como el propio ser humano, porque La muerte juega a los dados desvela lo intrincado del hombre y la mujer que aquí, más que nunca aparecen como dos seres diferentes que se necesitan y sin embargo se obstaculizan para poder realizarse plenamente.