domingo, 27 de septiembre de 2020

UN MUNDO QUE AGONIZA

 

Hace ya diez años que nos dejó Miguel Delibes y ahora, en octubre, se cumple el centenario de su nacimiento. Por ese motivo la Biblioteca Nacional ha inaugurado una exposición con objetos del autor, escritos y voces que dieron vida a algunos de sus personajes, para que podamos ser testigos de la trayectoria de uno de los grandes escritores del siglo XX.

De forma individual, no se me ocurre nada mejor para homenajearlo que recordar Un mundo que agoniza, texto no exento de polémica pues, con su estilo claro, e introduciendo algunos de los temas recurrentes en su obra como la muerte, el amor por el hombre y la naturaleza, lo escribió como discurso para su entrada en la Real Academia, en 1975, con el sillón “e” y, en 1979 Plaza & Janés lo editó como ensayo.

Porque Un mundo que agoniza es un ensayo sobre el hombre y el mundo en el que vive, sobre un futuro que peligraba ante la superproducción y el consumismo desmedido. Es un ensayo que destila amor a la vida, a la libertad, a la sencillez de lo humilde. Es una reflexión sobre la contrapartida del progreso; algo que todos sabían, por supuesto, en la década de los 70, «un aparato supersónico que se desplaza de París a Nueva York consume durante las seis horas de vuelo una cantidad de oxígeno aproximada a la que, durante el mismo tiempo, necesitarían 25.000 personas para respirar» y, sin embargo la voz de alarma se ha obviado hasta hace muy poco.

Y no hay que olvidar que el desarrollo de algunos países conlleva un efecto rebote como el de la superpoblación «hoy nace mucha más gente de la que se muere».

A una rapidez asombrosa, de una generación a otra, «las conquistas de la medicina y la higiene» han permitido llegar —en algunas partes del planeta— con facilidad a los noventa años; pero no todos disfrutan de esa larga vida en óptimas condiciones. Es el retroceso del avance, el principio de acción-reacción que se impone en todos los campos.

Delibes percibió, en 1974, una adoración excesiva a la ciencia mientras que «los estudios de Humanidades […] sufren cada día, en todas partes, una nueva humillación». Y, en un arranque de lucidez advirtió de problemas concretos como la posible desaparición de la literatura en los estudios básicos… Ya ha ocurrido. Recortaron las horas de Lengua en el programa de toda la Enseñanza Secundaria Obligatoria, eliminaron la materia de Literatura, que era obligatoria hasta COU (hasta tres horas se impartían en dicho curso en la rama de ciencias, y cuatro en la de letras), para que en el Bachillerato actual apenas tenga peso competencial en la asignatura conjunta “Lengua y Literatura” que se estudia en cuatro horas semanales. Parece que, efectivamente, el «distraer unas horas al alumnado distancia la consecución de cimas científicas» ¡Qué ironía! Delibes era consciente, y en estos momentos se ha demostrado con creces, de que a la ciencia tampoco se le concede en España la importancia necesaria. Menos mal que don Miguel no ha vivido esta pandemia ni ha sido testigo, por tanto, de cómo muchos de nuestros sanitarios y científicos están en el extranjero.

Un mundo que agoniza denuncia la importancia que nuestra cultura le concede al dinero, «el dinero se antepone a todo […] Es la civilización del consumo […] y en consecuencia del desperdicio». Ante este afán desmedido, el hombre gasta cada vez más porque sabe que cuanto más posee más sobresale entre la masa. Es la ambición de poder. Los gobernantes mundiales, en conjunción con la ciencia y la tecnología, no descartan la posibilidad de emplear cualquier tipo de arma contra otros países (sin olvidar las bacteriológicas). Asimismo los poderosos no quieren dejar de serlo, por eso ofrecen al pueblo algo con lo que entretenerse y le evite pensar; la televisión (en la década de los 70) y también las redes sociales (hoy) son un buen ejemplo «de la malintencionada aplicación de la tecnología a la política y a la sociología». La otra mala aplicación que temía Delibes (y que ya ha llegado) es la anulación de la intimidad.

El problema que no queremos ver es que vivimos en un mundo limitado, cuya población crece y los recursos se agotan (a esto ayudamos bastante). Delibes dio la voz de alarma antes de que empezásemos a reciclar y evitar los desperdicios, antes de que llegara a oídos de todos que debíamos usar el transporte público o que era obligatorio y necesario dejar de pescar sin control. En el Congreso de Estocolmo de 1972 se aceptó “la posibilidad de que el mundo se vuelva inhabitable por obra del hombre […] el medio ambiente ha sido la víctima propiciatoria del progreso humano”.

Por todo esto, el autor vallisoletano advierte de que con la desaparición de la naturaleza no solo eliminamos el paisaje, también nos quedamos sin el oxígeno necesario para respirar; no solo eliminamos más o menos especies de animales y plantas, también terminaremos con el lenguaje y la cultura, por lo que el alcance del mal va mucho más allá de lo imaginable, es una cadena imparable que, creo, hemos empezado a sufrir.

Me apena ver a los poderes gubernamentales luchando por conquistar el dominio absoluto e indefinido, politizando cualquier intervención cuando ahora el planeta se ve asolado por una pandemia sin precedentes. Me apena ver contar muertos como el que cuenta los que no acudirán a la fiesta. Me apena vivir en condiciones inseguras que se vuelven criminales para quienes no disponen de medios económicos. Y me apena darle nuevamente la razón a este Premio Cervantes, defensor acérrimo del castellano, cuando deduce sabiamente, «Me temo que muchas de mis propias palabras, de las palabras que yo utilizo en mis novelas de ambiente rural, como ejemplo aricar, agostero, escardar, celemín, soldada, helada negra, alcor […] van a necesitar muy pronto de notas aclaratorias como si estuvieran escritas en un idioma arcaico o esotérico».

¿Cuántos de los que estáis leyendo esto habéis tenido que recurrir al diccionario? Pues sí, el futuro tan temido ha llegado. Ojalá sirva el grito de tantos, el grito de uno de los mejores escritores y más queridos, para que recapacitemos y podamos vivir en un mundo que nos merezca y lo merezcamos. Un mundo que reviva para todos por igual.




miércoles, 23 de septiembre de 2020

2222

 


No sé si esta novela que acabo de leer es del todo ciencia ficción. Es cierto que aparece el impacto de la tecnología; los ginoides y androides dan muestra de ello. También el de la ciencia; hay vacunas que actúan de diferentes maneras (y no todas deseables) sobre los seres humanos.

El mundo paralelo está servido. Un grupo reducido de humanos se confinan y vacunan para evitar la muerte inminente, ocasionada por un virus lanzado por quienes piensan que el planeta no soporta más población, tal es el daño que está sufriendo. Una vez pasados los efectos del virus, los confinados salen a la calle a enfrentarse a su nueva vida, con el dolor de haber perdido a seres queridos (han debido elegir un número de personas salvables), con la culpa de haber sido responsables (indirectos) del exterminio, y con la ira por no haber escogido a los más inteligentes para poblar el planeta (el escaso tiempo del que disponían les ha hecho elegir sin pensar) «pensad bien a quién ponéis porque no todas las personas son aptas. En el nuevo orden no hay sitio para la política ni para la religión ni para el capitalismo».

Hablar de ciencia ficción es peliagudo, porque en realidad este género no deja de ser ciencia

(prevista con anterioridad). Solo hemos de esperar unos años (o siglos) para que quede confirmado lo expuesto en la ficción con más o menos horror o admiración. Ya somos (son) capaces de reconstruir un cuerpo con restos de otras personas; hay bancos de sangre, de huesos, de óvulos… Podemos devolver muertos a la vida desde que los trasplantes de corazón, hígado o cerebro apenas suponen dificultad. Hemos llegado a lo más alto del espacio y a lo más profundo del océano.

Así pues 2222 no impresiona por sus robots. El concepto de mujer artificial con rol de sirviente o juguete sexual es tan antiguo como la mitología griega y ya en el siglo XIII Alberto Magno concibió la posibilidad de crear autómatas. Lo que impresiona de 2222 es que no parece una novela escrita en 2017 sino un razonamiento de lo ocurrido, lo que está ocurriendo, en 2020, asombra la visión de futuro que tuvo P.L. Salvador, «Sólo vamos a quedar cuatro millones […] Unas veinte mil personas no elegidas sobrevivirán por inmunidad natural. —Marca una pausa—. El agente elegido es un virus».

La novela forma parte de una esfera de la narrativa moderna que se basa en la autorreflexión y el autocuestionamiento «Y por eso nos escogieron los Organizadores. No querían personas aborregadas, descomprometidas, superficiales […] sin sentido crítico». 2222 es una novela corta que contiene demasiados elementos tóxicos. Da que pensar que no sea precisamente un humano el que demuestre tener sentimientos. Da que pensar que los hombres seamos incapaces de convivir aun cuando las normas prohíban cualquier tipo de política o religión. ¿Habrá pasado la era del ser social? «No cabe duda: la armonía inicial se ha teñido de acritud».


Salvador se apropia de la escritura de Nueve semanas para escribir una novela referencial a su propia obra; es una autometaliteratura con la que recapacita sobre el conocimiento que la literatura aporta de la sociedad. «Su nombre artístico es P.L. Salvador». 2222 Supone una interferencia en un tiempo presente que ha experimentado una transmutación de valores y jerarquías. «No es probable que físico, dinero y poder gocen de relevancia en esa configuración». El paradigma estético y clasista actual está destruyendo el sistema, lo que favorecerá la construcción de una utopía futura de falsa emancipación «No podemos cometer otra vez los mismos errores».

En realidad la literatura de este autor es lo que de verdad se ha emancipado. En este momento constituye una vanguardia con rasgos definitorios que cambia la idea de novela que se tiene hasta ahora. No es exactamente posmoderna, creo que va algo más allá, algo como diario-colectivo-ensayístico-novelado. Salvador piensa la novela como un recurso para profundizar en nuestra sociedad disparatada. Sus personajes andan algo desquiciados, no distinguimos humanos de androides. Los humanos son máquinas capaces de banalizar los impulsos más elementales, incluso el exterminio «Desavenencias, inquietudes e impulsos sexuales serán expuestos y resueltos cada domingo».

En la nueva realidad creada (tras el virus), los habitantes deben elegir sin seguir normas fiables, sin tener objetivos concretos, sin orientaciones ni directrices (¿a qué nos suena?). Una realidad en la que lo único fundamental es la tecnología, en la que vivimos tan aceleradamente como nos lo permiten las máquinas. Todo se transforma en una negociación a corto plazo. El hombre pierde su identidad social. También 2222 se relativiza como novela, no presenta estabilidad (cada personaje escribe un apartado del diario) por lo que la palabra anula su posibilidad de interpretación única, se condiciona. El lector es clave en esta novela, entendida como un proceso, un dinamismo que permite incluir las connotaciones del lenguaje, las presuposiciones, «que me deje llevar por la imaginación […] ¿Tendré alma? […] Intentaré escribir como él y asimismo me dejaré influenciar por mi autor favorito». El lector puede, según interprete, recrear la novela. Al igual que hay múltiples autores, pueden aparecer múltiples sentidos; sin embargo el significado absoluto es una conjunción de las intenciones del autor y la descodificación del lector. Estamos ante un discurso complejo que revaloriza lo heterogéneo, y augura que, como siempre, en el futuro se apreciará lo que en su momento fue descartado por no ser igual, «Sus textos y su música adquirieron la popularidad que en su día se le negaron. Como si se hubiera adelantado a su tiempo».

Salvador es un escritor crítico que convierte su obra en un espacio estratégico desde donde el lector interpreta sus comentarios e inquietudes, en una escritura que transfigura el carácter discursivo hasta convertirse en ficción de su propia ficción, «veintiséis historias que escribió mi tataradeudo en el siglo XXI».

Para el autor la sociedad puede derivar en una prisión que controla y domina al hombre, que debilitará a todo aquel que se deje llevar por una idea o tendencia única «La indignación se ha convertido en la excusa perfecta. Y apoyándose en ella se han hecho con el poder absoluto».

La novela de P.L. Salvador expone diferentes reflexiones con las que pretende restaurar el razonamiento múltiple de lo primario. La tecnología, por su inmediatez, desempeña un papel fundamental en la sociedad que va construyendo, cada vez más compleja y caótica; paradójicamente en ese caos el hombre pretende formarse, desarrollarse y liberarse. Ante la imposibilidad de convivir libremente en un desorden absoluto, urge la visión de la unicidad. Solo quedará un yo que dirija y acabe con la falsa libertad, con el falso individualismo, hasta que alguien se dé cuenta de que esa libertad no es sino una forma de encubrir la falta de libertad «¿qué añadirías ¿qué quitarías?» Y la respuesta está en 2222, quitaría la seguridad y la excesiva disciplina y añadiría arte y la posibilidad de equivocarnos, la imperfección, «nos chocaba que siempre anduviera con los textos del tataradeudo de Zalt» «¿Por qué no formamos una orquesta de cámara?» Literatura, música, aprendizaje…Una combinación perfecta para recobrar el alma humana.

viernes, 18 de septiembre de 2020

LA BUENA SUERTE

 

 Acabo de terminar su última novela y, como siempre que leo algo de Rosa Montero, me siento afortunada.

La forma del texto participa de la frescura propia de la novela actual. Comienza como una obra de misterio, con una serie de preguntas que el lector se va haciendo ¿Quién es Marcos? ¿Por qué persigue la policía a Pablo Hernando? ¿Por qué éste huye de su despacho de arquitectos y se instala en un pueblo sin apenas vida? ¿Qué pretende en realidad? Pero no es una novela de misterio al uso, en ella se intuye la escuela periodística, cantera inagotable de sucesos reales que acercan cada vez más a universos irreales sacados del terror de la ciencia ficción.

Rosa Montero es la redactora que intercala, con rigor, una serie de noticias aparecidas tiempo atrás en la prensa, que aluden a crímenes contra la infancia, abusos a niños provocados por sus propios padres, asesinatos, torturas, violaciones… Asimismo deja constancia de la brutalidad que los falangistas llevaron a cabo con los más débiles, los mineros, sometiéndolos a la tortura y al dolor de sentirse artífices de las muertes de sus propios compañeros. Y evidencia la atrocidad de aquellos que se sienten superiores, cuando en realidad son cobardes que actúan arropados por la masa, seguros al saber que se enfrentan al indefenso, como «aquellos dos mendigos a los que rociaron con gasolina en un cajero de Madrid y los quemaron vivos».

Además de noticias periodísticas, la autora expone, con un punto de humor, leyendas sobre aquellos que se creen por encima de los demás y no aceptan ayuda, como la del «barquito de Yiannis». Asimismo encontramos citas de autores literarios, como Quevedo o Pessoa, «Si el corazón pudiera pensar, se pararía», que dan fe de la locura actual, y versos de cantantes que denuncian el acoso a la mujer «malamente, tras, tras».

En esta oscura fantasía real, Rosa Montero alumbra con una realidad imaginada que conecta desde el principio con la sensibilidad del lector, quedando un equilibrio entre su universo esperanzado y la dureza de una realidad en la que el hombre deja de serlo cuando se deja llevar por la frustración, el sentimiento de rechazo o la enfermedad.

La forma de La buena suerte es actual. El narrador omnisciente cambia a veces a segunda persona para increparse desde el propio personaje, para demostrar una obsesión que se agudiza por el efecto de la enumeración de las oraciones cortas, «¿Han quedado para luego? ¿En otro lugar? ¿Pablo se va a ir? ¿Regresará a Madrid? Para. ¡Para ya! […] ¡No sigas siendo un hámster!».

En otras ocasiones la tercera persona pasa a primera para incriminarse a sí mismo, de manera que los horrores de los demás, de la sociedad, quedan unidos a los suyos, al individuo; aparece entonces la incertidumbre de lo terrible, del dolor que podamos llegar a experimentar «Va mareado, se ahoga, el pánico le ronda […] ¿Quién es el responsable de tanto dolor?, ¿Cómo pueden, cómo puedo soportarlo?».

También en las analepsis descubrimos la infancia traumática de ambos protagonistas, el desamparo, la soledad, el maltrato infantil que acude a la memoria, que nos atiza cuando lo revivimos en el presente, hasta que somos conscientes de que forma parte de la vida del hombre y de que podemos llegar a comportarnos de manera más desnaturalizada que los propios animales, «El amor entre padres e hijos está tremendamente mitificado».

Y sin embargo en esta fealdad que nos rodea siempre podremos encontrar belleza, alegría; por eso las descripciones, ayudadas por diminutivos afectivos y humor, contienen gran amor hacia los personajes, pero sobre todo, a la vida: «hay un arbolito seco como de unos dos metros de altura, el cadáver de una planta joven. En las ramas de la pequeña y pelada copa, alguien ha atado media docena de flores artificiales, una en cada ramita, una burda simulación de que el árbol está vivo».

La buena suerte representa la confianza que Rosa Montero ha ido imprimiendo en su obra, y la empatía que siempre ha mostrado con la vida y con los más desfavorecidos. En la novela se privilegia a la persona, no al grupo o a la clase por lo que la estabilidad jerárquica queda anulada en favor de la movilidad social. La autora sigue rompiendo lanzas con el fin de que cambien las situaciones en que la mujer sobre todo, desde niña, está expuesta a los malos tratos, al abuso y al silencio; para ello enfrenta el demonio de la violencia con aquello que da sentido a su obra y a la vida: la inflexibilidad ante cualquier tipo de agresor, ya sea el que se aprovecha de la mujer, como Moka, de los desprotegidos, como los neonazis o de aquellos que envidia, como Benito.

Sí intenta comprender a Ana María, porque sabe que una de las consecuencias del maltrato y el abandono es la infelicidad y el maltrato «Recuerda a sus vecinas, la madre y la niña, tan pálidas las dos, tan poca cosa, inanimadas casi en aquella tarde de piscina». El recuerdo es importante. El protagonista, Pablo Hernando, recuerda constantemente su vida. Una vida llena de contrastes, el dolor que ha soportado en su persona, desde pequeño, se ha visto compensado con el éxito laboral y económico, por lo que de manera inconsciente fue dejando de lado el ámbito privado para concentrarse en su profesión hasta que se da cuenta del daño que ha hecho y del vacío que siente. Raluca García será la persona encargada de descubrirle el gozo de hacer bien las cosas, aunque sean insignificantes, el gusto de intervenir para que hasta lo más feo resulte gratificante «Hay un cierto placer en colocar las baldas. Que los colores de los productos armonicen, que los artículos se vean bien, que las pequeñas torres sean equidistantes y estables». Raluca le hace percibir la buena suerte que tiene. Ella, con una vida a sus espaldas marcada por la angustia, sin apenas futuro laboral, personal o social, vive la esperanza del presente, de encontrar en todo lo que la rodea la alegría necesaria para seguir adelante. 

La buena suerte es la negativa de las víctimas a convertirse en verdugos. Es la superación de los traumas infantiles hasta conseguir interactuar en la sociedad de manera positiva. Pablo vuelve a soñar con Raluca, o empieza a vivir al encontrarla. Necesita crear un mundo más feliz, menos oprimido por el poder del dinero y sus consecuencias deshumanizadoras. En este mundo se va elaborando una nueva identidad formada por todos los aspectos que más le gustan de él. Un mundo formado por Raluca, Felipe y Perra, en el que cada uno le ha aportado lo necesario para crecer y sentirse bien. Perra le ha mostrado el calor incondicional de la compañía, Felipe le ha descubierto el amor por la vida y la empatía «En lo que se divide de verdad la humanidad es entre buena y mala gente. Entre las personas que son capaces de ponerse en el lugar de los otros y sufrir con ellos y alegrarse con ellos, y los hijos de puta que sólo buscan su propio beneficio». Y Raluca le enseña la bondad de la inocencia, la fuerza y el optimismo. Pablo consigue, eso creemos, ser feliz en el mundo que se fabrica lleno de esperanzas.

Rosa Montero nos conquista de nuevo, hace que deseemos ese mundo que ella sueña una y otra vez, donde el amor por lo que nos rodea es lo más importante, «Raluca es un planeta, Raluca es la Tierra flotando en el espacio, azul y verde y blanca por la nata batida de las nubes, como una bola soleada y fulgurante, tan bella como la más bella joya en la solitaria negrura del cosmos, y Pablo es un meteorito que cae desenfrenado hacia ella, atrapado por la inexorable ley de la gravedad».

domingo, 13 de septiembre de 2020

PIEL DE HOJALATA




Me siento en paz con el mundo cuando al leer un libro veo que detrás de él hay alguien bueno; solo los honestos pueden mostrar sus emociones, expresar la belleza en estado puro y conseguir que el resto del mundo se impresione. La literatura, como el arte en general es, paradójicamente, un refugio donde el artista se maneja libre. Cada uno exterioriza, con mayor o menor acierto, sus sensaciones. La ira, la frustración, la rabia, el dolor, los celos aparecen en obras llenando páginas de tensión, misterio, sosiego, ironía, humor incluso; trabajos fantásticos que llevan a cabo excelentes creadores. Pero reconforta leer una buena obra y sentir el alma buena de quien la ha escrito.

Pues eso me ha pasado con Piel de hojalata, un libro que no es poesía aunque los sentimientos del autor estén presentes en todo momento, aunque las metáforas se dejen ver en todas sus páginas, la simbología sea constante y los recursos fonéticos aporten el ritmo cadencioso de la lírica. Un libro que no es novela, aunque tenga un principio, un desarrollo y un final, aunque aparezcan varios personajes que conforman un argumento.

Un argumento muy sencillo: el protagonista, cuyo nombre no conocemos, tan poca es la importancia que se concede, construye en primavera un muñeco de hojalata con forma de robot. El muñeco lo acompaña siempre, durante el día, en sus paseos por el pueblo, por el monte o por la playa, donde va encontrando gente, animales y plantas diferentes que pueblan el lugar. Por la noche vela su sueño. Se convierte en el amigo en el que vierte sus reflexiones, sus recuerdos y sentimientos, hasta que, con la llegada del otoño se estropea el juguete.

Björn Blanca Van Goch ha conseguido narrar de manera que encontremos poesía en unas líneas que parecen versos, admiración indiscutible hacia los últimos románticos, «Silencioso gigante colosal; regio vigilante del horizonte, que con su luz distante, desde el monte, guía al navegante en el temporal. Acompaña galante, hasta el final, su alma jadeante, como Caronte»; en endecasílabos estructurados según el soneto, claro homenaje al siglo de oro

¿Dónde te escondes, perverso tirano,
para hacerme pasar la noche en vela?
En las horas oscuras la tutela
de mi cuerpo tienes; mas hoy, en vano.
[…]
No era el día ni la hora en su cuaderno
mas sus ojos ya no lograba abrir.
Al fin descansará en el sueño eterno.

Y en figuras retóricas propias del más estilizado modernismo, «ese repiqueteo celestial cesa, y con él, la incesante escabechina lunar».

En Piel de hojalata descubrimos toda la ternura que es capaz de sentir el ser humano, la inocencia infantil, la alegría de la juventud, las ansias de superación y, sobre todo, la certeza de que lo único eterno es el amor que recibimos y queda instalado en nosotros. Todos esos sentimientos son los que nos hace percibir Darwin, nombre simbólico para un robot creado una noche de lluvia en un desván, torre alegórica desde la que, encerrado, el creador dejará volar su imaginación, sus recuerdos hasta que el robot se desdoble en el alma del autor unida para siempre a la de su abuelo, «como ella ya, tú también eres eterno».

Paradójicamente, el autor necesita la incomunicación del desván para comunicarse consigo mismo y poder expresar su deseo de plenitud que, por momentos y por su condición, se le antoja irrealizable «¿Cómo se puede ser demasiado bueno […] nunca podrías ser un hombre, nunca podrías ser “alguien” que, innato, pone límites a su bondad».

La armonía que anhela se traslada al cuidadísimo lenguaje; la emoción intensa que transmite la vocal cerrada ayuda, con su aliteración, a que la afectividad quede remarcada en la repetición de la nasal «tintineante tamborileo». Así comienza este sueño, este mundo utópico que Björn Blanca va a crear con expresiones representativas de sus sensaciones internas, que se despertarán a través de los sentidos en forma de sinestesias olfativas, visuales o auditivas, «mar de negrura», «aroma de metal», «silencio que desentona, que chirría, que se suelta», acumulación de adjetivos “aquellos efimerísimos, diminutos puntos”, palabras onomatopéyicas, esdrújulas o especialmente sonoras, «repiqueteó», «chamánico», «cachivache». La insistencia de este lenguaje efectivo estimula nuestros sentidos, por eso no duda en crear términos nuevos, bien por semejanza, «se desgallita el gallo» o por alusión metafórica «mi tic-taqueante bebida». Las voces vienen motivadas por el estado de ánimo. 

Y a través del sentimiento profundiza en su interior, de ahí que el simbolismo sea fundamental en Piel de hojalata para confrontar su identidad con la del hombre universal. La gravedad de las Sagradas Escrituras se tiñe con la capa de inocencia que aporta el juego de palabras, «Y es que no es Noé, pero lo parece, un señor cuyo paraguas es indigno de tal apelativo. Sus barbas […] como una esponja, atrapan más lluvia que aquél que realmente debería hacerlo», «Hasta por tres veces se repite, y que a cualquier Pedro haría estremecer». La admiración por la literatura se transforma en ternura infantil «Burros, y por antonomasia, eran burros los dos, tanto el de Sancho como Platero, mas no ignorantes; ambos tenían […] sentimientos». El respeto hacia la cultura popular le permite jugar y proponer alternativas «El cielo está emborregado». Porque en realidad, al jugar con el lenguaje consigue que la literatura, el cine, los refranes, la mitología y expresiones populares queden arropados por la felicidad que nos han proporcionado, para ser asimilados y expuestos nuevamente con humor, «aunque el camino, es cierto, surge con el caminar, nosotros lo íbamos haciendo en bicicleta […] yo pedaleando, y Darwin, ensimismado como si fuese de otro mundo, delante, dentro de una gran caja de madera […] Alguien, quizá libre de pecado, interpuso en nuestro avance […] una primera piedra en el camino […] el hombre, ya se sabe […] tropezará otra vez con la misma piedra […] hasta mi compañero de metal […] se quedó… de piedra».

Lo más asombroso es que Blanca profundiza en sus sentimientos hasta llegar al interior del ser humano; la forma que sugieren las palabras ahondan en el simbolismo y confrontan la identidad del individuo con la suya propia, anuncian los grandes enigmas universales como algo consustancial al hombre, de ahí que las constantes filosóficas propias de la evolución sean las que se plantea el autor.

La percepción del tiempo va unida al movimiento que, en su insistencia, hace que distingamos algún cambio en lo que nos rodea, el paso del día a la noche, del verano al otoño, de lo nuevo a lo viejo… Todo tiene una caducidad excepto el recuerdo de aquello que queda instalado en nuestra memoria para siempre.

La noche, asociada a la luna, es otra constante en este libro. En la realidad ficticia creada por el autor, la noche deja de ser inquietante y se transforma en luz por efecto de la luna; su llegada evidencia la perfección del universo, acogido en el mundo de los sueños, y contrasta con el día, tiempo tangible en el que la luz del sol moldea las formas que aparecen ante nosotros de manera tan clara, que llegan a adquirir la consistencia quebradiza del cristal. Así pues, nuestro escritor aprovecha la fuerza de la naturaleza, el paso del tiempo, la lluvia, el viento para dejarse llevar hasta la noche, momento en el que se aleja la preocupación que siente por el mundo, porque Darwin brilla en la oscuridad, le aporta la luz que necesita para «verse» por dentro, para conocerse a sí mismo, para ser consciente de su parte intuitiva, irracional, subjetiva. Durante la noche es capaz de percibir solamente la belleza del universo, «pero más etérea, hecha con el alma de la nuestra».

Así como la luna es símbolo de trasformación, Piel de hojalata es una sugerencia a modificar nuestra conciencia individual en conciencia genérica del hombre como parte del mundo, un ser que, como la naturaleza que lo acoge, es capaz de intuir y ansiar belleza y libertad. Darwin es esa luna, el cambio innato a la existencia, el espejo que devuelve nuestra imagen interior. En este sentido aparece el cuervo en dos ocasiones, la primera como víctima de las cacerías del hombre, causa por la que Darwin «temblaba de miedo» y la segunda, como anunciador del paso del tiempo «advierte que el reino de las tinieblas está alzando su manto sobre este otro». En ambas, el cuervo es un reflejo de lo que debemos aprender de nosotros mismos, comportarnos con bondad para poder descansar en paz. Sin duda enseñanzas que Björn recibió de pequeño «¿de mi abuelo quizás…?» y que él ha plasmado en este libro consiguiendo incluso que algunos capítulos funcionen como deliciosos cuentos independientes: La rana, De gigantes y colosos, Los otros mundos, La vaca…podrían formar parte de las fábulas más famosas de la antigua Grecia, enseñándonos paciencia, humildad, sencillez o altruismo.

Pero quiero destacar una afirmación de Björn Blanca Van Goch con la que no estoy de acuerdo: «solo soy poeta de boquilla.»

martes, 8 de septiembre de 2020

NUEVE SEMANAS



Nueve semanas es una novela trepidante y lo más curioso es que el lector tiene una visión retrospectiva del ritmo frenético con el que se suceden los hechos, efectivamente, en nueve semanas justas-justitas; pero también nos da una visión real de la escritura y de la publicación de la escritura, una visión parcial del erotismo y una visión ficticia de la realidad.

Los personajes se van convirtiendo en protagonistas indiscutibles conforme aparecen para formar una red, que abarca el universo narrado y se desprende realmente de la mirada que adopte cada uno. Es algo así como el perspectivismo múltiple de la literatura de los 60, en la que el lector necesita todas las perspectivas para ir eliminando los problemas o misterios que van surgiendo hasta que puede entender el objetivo que, en el caso que nos ocupa, es toda una declaración de intenciones: Escribir una novela a dos (o tres manos), algo que P.L. Salvador llevó a cabo realmente en 2020 con La extraña curación de Marta.

En Nueve semanas, la forma se adapta al contenido. Los protagonistas se multiplican, pero no es un protagonista múltiple el que se apodera de las páginas. Los diferentes protagonistas-autores se van nominando; siempre somos conscientes de quién escribe, «Soy Dedé», aunque todos imitan la forma de escribir de Bloss, de quien parte la idea. El estilo es único, si no se presentaran no habría forma de saber quién ha escrito qué; algo premonitorio para la escritura real de una futura novela. En este estilo lo que predomina en la forma es la experimentación, empezando porque la novela no es otra cosa que un diario en el que van anotando los hechos que suceden cada día.

Esta circunstancia, en la que convergen diferentes focalizaciones, afecta asimismo a la experimentación del contenido. En este tanteo práctico se multiplican los finales de palabras «escritor-tor-tor», como si se tratase de un juego infantil, un juego en el que los niños repiten palabras y se divierten al tiempo que, los no tan niños, irónicamente, recuerdan los grados del adjetivo «su cuenta abierta-abiertita […] Triste-muy triste-tristísimo». Un juego de intención machacona para que pueda ser entendido rápidamente. Esto es lo que ocurre con esta novela-diario en la que encontramos una acumulación exagerada de signos aclaratorios, la mayoría de veces colocados en un orden diferente al aconsejado o en lugares que no corresponden, «todos tenemos derecho a una segunda (o tercera [incluso cuarta {¿quinta}]) oportunidad».

También abundan las onomatopeyas «bla-bla-bla-bla» «¡aggghhh!» para imitar diferentes sonidos al tiempo que aportan cierta plasticidad al estilo, que destaca por la efectividad humorística en la narración. De hecho, esta novela podría ser catalogada de absurdo humorístico experimental si nos atenemos a la forma. El humor está presente en todas sus variantes, en la formación de palabras que nombran movimientos irreales, expuestos en paralelo con otros artísticos de la realidad, «se alegra de que yo deje el putaísmo».

Humor en la polisemia al comparar diferentes actividades, literarias y sexuales «tendré que pagarle y compartir lecho pero una escritora necesita experimentar».

El doble sentido es constante, P.L. Salvador juega con las palabras para que acuda a nuestra mente una mezcla de expectación e incongruencia. La ambigüedad se pierde en el contexto, aunque no siempre, por lo que, de forma experimental, es el propio personaje el que lleva a cabo la reinterpretación sorpresiva, dejándonos a los lectores la risa del chiste abierto e ingenioso «de la noche a la mañana he renunciado a la carne (de comer). Asegura que ya andaba en ello. Y que yo le he dado el empujón definitivo. Aún le daré alguno más…».

Asimismo hace gala de gran humor en el uso de palabras nuevas con plena conciencia de que no existen «anovelaré. La RAE […] seguro que no acepta mi variante», y en la rebelión a las normas ortográficas y literarias, «puedo escribir lo que quiera siempre que no me salga del guión (con tilde)».

El oxímoron tiene cabida a lo largo de la novela, la mayoría de veces también con resultado humorístico «vegetariana entomófoga». Y humorísticas son las palabras compuestas creadas a partir de la derivación «golfiferia». Los coloquialismos se utilizan, en ocasiones, para reforzar la forma de ser del personaje que está siendo descrito; los sinónimos refuerzan la situación humorística, al igual que los antónimos no referidos al mismo referente pero comparados en el significado «Lo del tanga me parece demasiado sucio (aunque la braguita estuviese limpia)». El sarcasmo hiperbólico aporta su punto de agudeza, de ahí que sonriamos, al menos, al leer, durante lo ocurrido el 22 de agosto «Salimos. Hace un calorcito de lo más agradable».

El recurso de la elipsis es bastante normal en el habla coloquial, pero el autor, reforzando más el ritmo dinámico narrativo, emplea la elipsis en situaciones no conocidas por el lector, lo que dificulta el entendimiento del contenido pero aumenta la socarronería «A estas alturas. Y ella aún menstrúa. Creo que tiene los mismos que yo. Lo suponía». Sin embargo en otros momentos la elipsis es la que aporta la fuerza y el dramatismo que caracteriza una conversación entre amigos; el humor que conlleva es precisamente lo que acerca al lector a la historia «¡Boquiabierta! […] cree que está embarazada. ¡Cuarenta y seis!».

El humor, en fin, y sobre todo el humor absurdo, llena las páginas con todas las formas posibles en que puede presentarse, con comparaciones animalizadoras afectuosas, «Esta mañana las he sacado a pasear», en coincidencias y chistes escatológicos «va a ser incinerado […] Los gusanos que se busquen la vida», en irrupciones de signos matemáticos en la escritura, «Saluda a la viuda2», y en una sucesión de signos aleatorios para insultar, al más puro estilo del cómic «¡Puta! ¡θ3 ζ ψ φ 7/8 ♀!».

Y si el humor aparece en todas sus variantes, P.L. Salvador es un maestro a la hora de usar el diminutivo; lejos de cansar, Bloss comienza a utilizar este diminutivo en su “estilo novelesco” y Dedé, Nené, el negro… todos lo añaden a la manera de escribir, desde el diminutivo afectivo «Coño, Blossy, ¿a qué viene eso?» para dejar claro al lector el nivel de cercanía que hay entre los personajes, al despectivo, para ir marcando el cambio de relación entre los participantes de la historia «le tengo un poco de manía (a Joselín)». Está claro que el diminutivo refuerza la función expresiva del texto, de ahí que la ironía quede remarcada «¿Cuántos comodines tendrá en la manga el competente Kladdín?» y la intención persuasiva que quiere tener con el lector, al reconvenir a un personaje que no está presente «Pepito-Pepito ¿qué vas a hacer ahora?». El rechazo a dicho personaje también puede quedar marcado con un diminutivo que exprese el enfado total «y a Pepín se le ha ido la mano» aunque en realidad minimice la amenaza de una imagen negativa de aquél a quien se refiere.

Pero no siempre es el diminutivo, a veces el hipocorístico denota una confianza absoluta con quien, en otro momento, ha supuesto un obstáculo «es lo que Pepe me aseguró», por lo que los insultos, los sentimientos peyorativos, no pueden ser tomados demasiado en serio. Son experimentos que se suceden en esta novela experimental. Nada es lo que parece. Incluso quien aparenta llevar las riendas en un principio, el protagonista, ya nos avisa de que nada es real, ni siquiera él mismo «no hay nada seguro […] Empezaré poniéndome un nombre […] Bloss». Así que no es raro que vaya cambiando de parecer y de forma de ser según con quién esté. No tiene una personalidad definida. Al principio se describe como un héroe novelesco, como un macho típico de película, alguien irreal que, sin embargo, se va haciendo más auténtico según experimenta, porque en esos momentos es cuando se porta como es y, en realidad, su experimentación reside en convertirse en el pretendido héroe. Por eso es necesario que esa imagen proyectada al principio quede destruida, y no será hasta el final de la novela cuando las bravuconerías del inicio cobren sentido, formando un círculo que lo oprime en un determinismo fatídico. Sin embargo el final podría ser diferente en la realidad ficticia que enmarca esa novela escrita a seis manos.

De hecho, Nueve semanas puede ser el experimento inicial (ficticio) que luego P.L. Salvador y Mercedes de Miguel llevarán a cabo en 2020. Lo ficcional y lo real se entremezclan constantemente, las alusiones literarias reales conviven con menciones a personajes reales que se comparan a los imaginarios, «Se da un aire a Juanjo Puigcorbé. Bueno su rostro es un poco más amable, pero los dos miran igual-igual».

Si en La extraña curación de Marta hay una parte que es casi un libreto teatral, en Nueve semanas tiene lugar el ensayo de una escena entre Églex y Nené, paradójicamente escrita por Églex para representarla, en un encuentro con Dedé, lo más natural posible. Nada es la verdad que aparenta. Los ocultamientos son habituales en la novela; conforme se va desarrollando la trama, se van abriendo misterios que creíamos resueltos anteriormente, ¿Quién es Bloss en realidad? ¿Qué relación tiene Dedé con su padre d. José? ¿Cuál es el verdadero vínculo entre José y Nené? ¿Qué papel juega Kladd en todo el asunto? ¿Hay realmente un negro o se trata de un escritor independiente que inventa una trama novelesca absoluta?

No cabe duda de que los experimentos formales y de contenido, la mezcla de términos tabú con otros coloquiales, cultos y en desuso, la duplicación de grafemas, palabras, parejas de personajes, enredos, acciones… permiten que la realidad propuesta sea ante todo ficticia. Asimismo, la velocidad hiperbólica de los sucesos queda acelerada aún más, si cabe, con la escritura rápida, algo que conmociona a lector al tiempo que, una vez retomado el ritmo normal, relaja su tensión, pues es consciente de que está leyendo una obra literaria, aunque en ocasiones nos hayamos identificado con los sentimientos del protagonista «Loquito (estoy)».

Y es una obra literaria absurda, deliciosa. Sin embargo destila cierta crítica al papel demiurgo que juegan las editoriales en la sociedad, y los efectos de los mass media en las publicaciones. Esta novela humorística segrega una clara dureza en el tratamiento que la publicidad otorga a la calidad de la literatura mediática y a la calidad del ser humano.

miércoles, 2 de septiembre de 2020

LECTURA FÁCIL



Lectura fácil es un título engañoso; se lee bien, en eso no hay problema. No hay palabras difíciles, no hay metáforas complicadas, no hay términos especializados al alcance de unos pocos. En ese sentido es un libro de lectura fácil. Lo complicado aparece en el fondo, cuando se quiere profundizar en lo que piden las cuatro protagonistas. Lo complicado está señalado en la propia portada, en el subtítulo, que es de mayor tamaño que el propio título: Ni amo, ni dios, ni marido, ni partido, ni de fútbol. Aquí está el contenido y aquí está el problema, porque la sociedad está conformada según una estructura más o menos rígida pero totalmente inflexible. Lo lógico es que todos se atengan, incluso disfruten, a las normas que obligan a determinados comportamientos en determinadas situaciones. Normas que, por otro lado, siguen siendo patriarcales. Así que si eres mujer lo tienes más difícil, si eres discapacitado también se complica la vida, si seres discapacitada, mujer y además bisexual está claro que supones una lacra a la que hay que ocultar para que el perfecto organigrama social siga su curso. No importan los sentimientos de la afectada, que por otro lado, si es discapacitada no serán muchos.

Con este sarcasmo y dureza hacia la sociedad actual está escrito Lectura fácil. Cristina Morales se apoya en cuatro discapacitadas con diferente disfunción intelectual para que nos acerquen el punto de vista que otras personas, no preparadas para vivir independientemente, tienen del funcionamiento de distintas instituciones. En el análisis de estas cuatro familiares vamos viendo sus gustos, sus necesidades, sus sentimientos y las coacciones que deben sufrir desde que son diagnosticadas.

Las cuatro se expresan libremente; irónicamente, al ser discapacitadas no entienden de eufemismos, así que el lenguaje utilizado por todas ellas es directo, tanto que a veces golpea con fuerza para que paremos a tomar aire y reflexionar.

En Lectura fácil encontramos una crítica a la democracia, sistema que pone en marcha un excesivo paternalismo, para que todos se adapten fácilmente a lo considerado “normal” «¿Por qué crees tú que al público se le debe enseñar a mirar? ¿También tú crees que la enseñanza es algo inocente? ¿También […] crees en la alfabetización al margen de la politización emancipadora?». Y está claro que los que no tienen un coeficiente intelectual estándar no pueden adaptarse fácilmente a las normas estándar. En este sentido las cuatro protagonistas contradicen, desde su posición, al sistema sociopolítico. Ángels tiene un 40% de discapacidad, ha leído el manual Lectura fácil y, siguiendo al pie de la letra sus indicaciones, está escribiendo una novela autobiográfica desde el WatShap. Patricia tiene un 52% «y subiendo porque aunque estoy bastante buena por un trastorno alimentario adolescente y […] trastorno del lenguaje, tengo un poco de esclerosis tuberosa en el lóbulo frontal y otro poco en los ojos». Marga, con un 66% de discapacidad intelectual, se ha dado cuenta de que no es normal y eso le ha hecho caer en una fuerte depresión que la obliga a tomar pastillas. Nati tiene un 70% a raíz de un accidente que sufrió en la universidad, a punto de obtener el doctorado.

Las cuatro son primas, además Nati y Patri son hermanas. Desde la niñez, excepto Nati, pasaron un calvario por centros para discapacitados, separadas de los pocos familiares que tenían, y de su pueblo.

Ahora han conseguido vivir organizadamente en un piso tutelado, cada una ayudando en lo que puede, hasta que Marga cree que debería salir de allí para estar con gente “normal” con la que realmente se pueda integrar y la haga ser más espabilada. Así que se va del piso y recala en una reunión de okupas, que la ayudan a entrar en otro «todo lo que quiero es no vivir más con estas tres retrasadas que me están volviendo a mí todavía más retrasada, porque tener esta depresión y darme cuenta de las cosas (o darme cuenta de las cosas y por tanto tener esta depresión) es lo mejor que me ha pasado en la vida». Pero Marga supone otro problema para esta sociedad que quiere integrarla. Tiene un apetito sexual increíble y, al igual que pusieron a dieta estricta a Ángels para que no comiera tanto, quieren esterilizar a Marga para que aplaque esta necesidad. En las declaraciones del «proceso de solicitud de autorización para la esterilización de incapaces» vemos la falta de libertad y el acoso al que son sometidas por parte de las instituciones «no solo viene a nuestra casa sino que pregunta por nosotras en el barrio, le pregunta al chino de abajo, les pregunta a los vecinos y pregunta en el centro cívico».

También podemos intuir la falta de profesionalidad con la que se diagnostican algunas “diversidades” o superponer al bienestar del discapacitado el ahorrar un dinero a las entidades autonómicas, «y por su desidia hacia el bien común le pusieron a la Marga un porcentaje más bajo del que le correspondía y […] en vez de su integración […] favoreciendo su marginación, que es lo contrario a la inclusión, lo contrario al bienestar y lo contrario a la democracia».

Lectura fácil es difícil; está escrita desde diferentes formatos, de manera que constituye la exposición de un yo narrativo que se acerca al yo ensayístico, reflexivo, desde variados discursos. La carga discursiva poética de Ángels, la lógica teórica de Patri, la exegética de Nati y la primaria de Marga consiguen que la novela genere una nueva especialidad de narración autorreflexiva, que va cuestionando a posteriori lo expuesto en el discurso, «¿Qué ahora la Marga en vez de 66% tiene un 86% de minusvalía porque no se puede preñar […] y entonces hay que “discapacitarla” o “diversificarle” el “chirri”? ¡Pues se le discapacita, se le diversifica y “pa” su casa con doscientos euros más de pensión al mes!».

Al tener las protagonistas un grado más o menos elevado de discapacidad, sus pensamientos no forman parte de lo que entendemos los “capacitados” por sociedad sino que se construyen en el terreno de lo discursivo, de lo ficticio, aunque la finalidad principal sea profundizar en la crítica al sistema social real.

La novela de Ángels constituye un texto metaliterario sobre cómo escribir, es una literatura que trata de sí misma, de modo que se convierte en narrativa metaficcional que pasa a ser performativa en los saltos temporales, en las digresiones que convierten el decir en hacer, «esto es una digresión» «esto se hace siempre en los libros para que los lectores se enteren mejor».

El humor inocente preside las páginas de la novela de Ángels, lo vemos en la polisemia «oraciones significa frases, no oraciones de rezar», en el empleo del género lingüístico «aunque se diga solo lector […] pude ser una mujer», o en la comprobación de definiciones «rebeldía es cuando no estás de acuerdo con una norma y te la saltas […] Soy una escritora rebelde». Y a través de este humor nos adentramos en la tristeza de quienes no pueden tomar iniciativas, de quienes no tienen derecho a la queja, a la disconformidad, de quienes deben obedecer bajo amenazas, de quienes temen a las represalias. Nos adentramos en una sociedad que no es perfecta y además es especialmente cruel con aquellos que no se ajustan al patrón, aunque se empeñe en aparentar que es políticamente correcta.

Mediante las diferentes perspectivas de las protagonistas, la autora propone la dirección en la que leer la novela. La idea que desarrolla una de ellas se transforma en diferente por parte de otra, sugiriendo en esta cadena una transformación del sistema. La novela de Cristina Morales se traslada a la crítica social y nos la presenta desde la intención de conformar una construcción estética. El pensamiento de Morales está en el acoplamiento de los 4 juicios que son de una claridad meridiana aunque vienen, paradójicamente, de cuatro discapacitadas.

La hibridez de formas escritas: fanzine, novela, diálogo, declaración… supone algo que singulariza la narrativa actual posmoderna. Lo visible del mundo queda fraccionado y disperso entre verdades absolutas o relativas en las que la identidad de cada protagonista se disuelve en los reflejos que proyecta su espejo; reflejos de trasfondo epistemológico del hombre o la sociedad. Las verdades relativas conforman la oposición entre ficción – realidad. La intertextualidad establece relaciones con la realidad, por lo que desvela diferentes niveles de lectura. De esta forma, la crítica a la comercialización, a la mediatización social y a la vulgarización de la literatura para hacerla accesible a un público amplio se expone oculta en un pensamiento que sobrepasa el coeficiente intelectual pretendido, porque queda oculto en la ficción novelesca e impide la mímesis realista. Esto da como resultado la ironía carente de toda la ingenuidad expuesta en la que el lector, como interpretante de la lectura de ese mundo fantástico, irreal, es de gran importancia.

Lectura fácil es una novela totalmente actual, un híbrido que reivindica simultáneamente la metanovela, la autobiografía, la novela policíaca o el ensayo. Todos estos subgéneros tienen entidad propia, y al desarrollarse en cada trama forman parte de la trama general: el estado de una sociedad excesivamente normalizada en la que las diferencias a esa norma tienen poca cabida, no son bien vistas o, como mucho, a la larga resultan molestas. De este modo la ficción de Lectura fácil es mínima o lo menos llamativo; lo que leemos, sin apenas darnos cuenta, es un ensayo, o la crónica, de este mundo ininteligible del que formamos parte.