martes, 13 de mayo de 2025

HASTA QUE EMPIEZA A BRILLAR

No cabe duda, la literatura asombra de forma diferente cada vez que leemos un libro. Un buen libro. En este caso ha sido tal mi entusiasmo que le he echado un vistazo al diccionario, no al de la RAE como acostumbro sino al de María Moliner. Debo confesar, que lo tengo hace más de 25 años y sin embargo siempre he consultado el de la Academia, y lo confieso con algo de vergüenza después de leer la última novela de Andrés Neuman, porque el María Moliner es un diccionario que en casi todas las entradas detalla mucho más que cualquier otro. Sobre todo no da vueltas de una palabra a otra para, finalmente, llevarnos a la primera. Es más directo. Y después de leer Hasta que empieza a brillar lamento que, una vez más, no se le haga justicia a una mujer. Una republicana, en plena dictadura, tuvo el valor de emprender una obra monumental, casi sola, algo que no se había llevado a cabo nunca, así que de alguna forma enmendó la plana, sin querer, a los grandes lexicógrafos, gramáticos y lingüistas de nuestro país. Propuesta por Dámaso Alonso para entrar en la Real Academia, fue rechazada por algunos de los señores académicos, entre ellos uno de los censores más recelosos del momento, Camilo José Cela, al que la vida puso en su lugar al final de sus días.

Andrés Neuman hace gala, como es habitual, de una expresividad fuera de lo común para introducirse en el alma de María Moliner y mostrarla; honrando como es debido, por fin, a esta mujer increíble. Las contradicciones de María, su soledad, su miedo, su alegría y, sobre todo, su humanidad invaden las páginas de esta obra que puede ser una biografía novelada, una conjunto de relatos sobre diferentes acontecimientos en la vida de esta bibliotecaria, una novela ensayística o un ensayo poético, porque Hasta que empieza a brillar es una obra literaria global, con una prosa tan cuidada que da la impresión de ser lírica, con una protagonista tan fuerte que su humildad no hace sino añadir energía a esa personalidad arrolladora. María aparece en la obra como una superviviente del franquismo, del machismo, del patriarcado anulador que le tocó vivir. Rodeada de las personalidades más importantes e influyentes de la cultura, brilla con luz propia, como lo hacen las 80.000 entradas de su diccionario. Toda una vida consagrada a la palabra. Quince años dedicados a organizar las palabras para que puedan ser consultadas.

La vida de nuestra protagonista fue difícil, nacida en 1900, demostró desde pequeña un gran entusiasmo por el estudio en general y por las palabras en particular; brilló en el colegio y en la universidad y obtuvo importantes cargos en las bibliotecas que la República quiso poner a disposición del pueblo y sobre todo de las mujeres. Esta vida feliz en su ambiente laboral no se correspondió con la privada, pues su padre, ginecólogo de la Marina, apenas paraba en casa debido a sus viajes, hasta que abandonó a su familia formando otra en Argentina. Con el golpe de estado, la guerra y el franquismo, María Moliner fue destituida de sus cargos y con miedo a la censura, a la detención y a la muerte, se embarcó en la elaboración de un diccionario de uso. En Hasta que empieza a brillar están todas las vicisitudes, o las más importantes, de esta increíble mujer, desde 1900 hasta 1974; sin embargo Andrés Neuman rompe la línea temporal de la disposición discursiva, no solo con analepsis o prolepsis significativas: «don Enrique insistía en que acercar a sus hijos a la Institución Libre de Enseñanza resultaría provechoso para su educación. María procuraba concentrarse en ese acierto cuando se le agolpaban los reproches»; también la propia estructura envolvente divide la obra en cuatro partes: La visita I, La visita II, La visita III y La visita IV.

Las cuatro partes forman la visita que Dámaso Alonso le hace a María Moliner cuando deniegan su entrada en la RAE. La conversación que mantienen se rompe de forma abrupta durante cuatro veces, para incluir una serie de acontecimientos que cuentan la vida de María.

Cada parte de La visita termina con la misma frase que comienza la siguiente; de esta forma, esta visita de Dámaso queda como el colofón a la vida de la protagonista, la negación cobarde que le hicieron públicamente a su valía.


Los anteojos de Dámaso oscilaron.

—Te escucho, entonces

[…]

Los anteojos de Dámaso oscilaron.

—Te escucho, entonces.

—En fin, tengo entendido que Lapesa te llamó para contarte.

Durante este encuentro entre dos amigos, aparece, con unas pinceladas, el retrato de algunos académicos y del ambiente de la Institución, el papel de la mujer como autoridad, el reconocimiento que algunos le profesaban a María Moliner, el premio Nieto López que le ofrecieron «en compensación», la soledad que le deja el rechazo a su entrada, mayor que cuando Dámaso termina su visita «En cuanto Dámaso pisó la calle María hizo ademán de decir algo más, pero no se decidió […] cruzó los brazos sobre el pecho para defenderse del frío».

Una vez que termina la visita, el narrador vuelve al presente para «contar» los últimos años de la lexicógrafa, 1972-1975.

El tiempo que vivimos se concibe en esta obra como una unidad en la que permanecemos las personas, una unidad que asiste a nuestra evolución y se va amoldando a ella.

La narrativa de Neuman también se adapta a la personalidad de Moliner hasta que se iguala en la escritura. Las oraciones agramaticales, con apuntes morfológicos, con elipsis como su pensamiento, reflejan el estado mental de María en sus últimos tiempos

Regaba. No irrigaba.

Se le hacía muy (adverbio) difícil (adjetivo) seguir con eso (pronombre).

Llevaba revisado todo el primero y el principio. Del segundo.

Eso sí lo sabía.

Andrés Neuman le da una vuelta a esta demencia y deja ver la espiritualidad de una mujer, que es poesía, para que María Moliner viva eternamente a través de la palabra


Dobló hoja. Sellito.

(Es. Cue. La. De. In. Ge. Nie. Ros.)

Lápiz. Y escribió

Di-ccio-na-rio.

Mano. Tembló. Un poco

[…]

—Lo has sobrevivido

—Más o menos

—Sé que me entiendes, mamá

El autor quiere que su narración sea objetiva, de ahí que el punto de vista cambie en los diálogos. Algunos de ellos podrían funcionar de manera independiente como microrrelatos que expresan la lucha de toda una vida


—Se lo digo muy claro, señora. Si por mí fuera, yo quemaría la mitad de esos libros.

—Me alegra que lea tanto, caballero.

—Pero ahí los tiene […] aunque no nos gusten nada los comunistas.

[…]

—Tolstoi no era comunista. ¡Era terrateniente!

—Los comunistas siempre han sabido camuflarse.

El poder de la sugerencia es evidente; son breves reflexiones, tan íntimas que podrían funcionar como poemas. Diálogos concisos pero intensos y de tan vivos, líricos. Otros, cuentan con humor la razón que llevó a María a elaborar su diccionario, y otros parecen chistes en los que se desborda la ironía, el sarcasmo al reflejar el comportamiento paternalista de los hombres


—Ah, es usted, señora Moliner

—Sí, señor Suances, hoy también soy yo

—Su trabajo no está pasando inadvertido

—Es un honor que lo haya notado

Hasta que empieza a brillar carece de descripciones largas, el autor prefiere contar en escenas, algunas tan simbólicas que lo dicen todo, destacando el humor empleado para revelar el papel invisible de la mujer en la historia.

El libro funciona como biografía novelada, como sucesión de cuentos en los que aparecen microrrelatos. La poesía emana de cada página, las personificaciones abundan, las metáforas, sinestesias… El ritmo fluye en cada oración «Por la Insti caminaban zapatos nuevos y remendados, colonias cítricas y jabón a granel. Algunos estudiantes venían […] Otros […] Había quienes llegaban en coche con criada, y también quienes viajaban en tranvía con su madre, la criada».

La voz del narrador, en tercera persona, se confunde a veces con la de María Moliner, de forma tan honda que somos incapaces de distinguir cuándo se trata de uno u otra. Tanto, que tenemos la impresión de estar ante el propio autor. La figura de María tiene el ritmo de las palabras, a veces cuesta identificar quién comunica; las preguntas retóricas son reflexiones de todos los enamorados de la lectura. Cualquier término, elegido con acierto, puede significar la denuncia de una época, del ambiente destructivo, del ocultamiento de la mujer, de la situación vivida en España… Neuman, como Moliner, no necesita explicar hasta la saciedad, se vale del lirismo, del poder sugeridor de la palabra:


María escuchaba los discursos torcidos de eufemismos, todos esos epítetos temblando de carencias. Pujante, altivo, airoso, augusto, imperial. Y, cada dos por tres, viril.

martes, 6 de mayo de 2025

LA MUY CATASTRÓFICA VISITA AL ZOO


La muy catastrófica visita al zoo debería ser leída por todo el mundo. Los niños, en los colegios, para comentar después su lectura; seguro que los profesores aprendían mucho. Los padres, en las reuniones de la AMPA, para darse cuenta de que, a veces, usurpan, sin mala intención, el papel del profesor. Los profesores, en los claustros, para ser conscientes de que cada alumno es especial y como tal hay que tratarlo pero, al mismo tiempo, todos son iguales.

No estaría mal que los políticos también lo leyeran para reflexionar sobre el significado de esto que llevan entre manos y se llama democracia.

Joël Dicker lo ha vuelto a hacer; en esta ocasión con un libro infantil, escrito con tanto gusto, tanta pasión que agrada a todo el mundo. No sé si es una novela de aventuras; una novela epistolar, debido a que está narrada en forma de diario, aunque no escrito sino recordado por su protagonista; una novela infantil, ya que sus protagonistas son niños y son quienes se encargan de descubrir el misterio; un cuento, porque los personajes están conformados con pocos trazos, los más importantes. Somos los lectores quienes ponemos la imaginación a trabajar para darles forma, física y psicológica.

En fin, La muy catastrófica visita al zoo no “encaja” en ninguna normativa y sin embargo es un gran libro porque es literatura de la mejor. Dicker ha conseguido escribir un libro de misterio, didáctico, de aventuras, en el que no falta la crítica social, la llamada de atención al sistema educativo y, por supuesto, la moraleja. Con este libro, el autor se consagra como alguien capaz de usar cualquier registro y hacerlo bien.

La novela está escrita por una narradora adulta que, en primera persona, cuenta lo que les ocurrió a ella y sus compañeros cuando iban a un colegio especial. El colegio era pequeño, asistían solo seis niños, «Es un cole muy pequeñito porque solo hay una clase […] es muy guay […] Está Artie, que es hipocondríaco […] Está Thomas, que es superbueno en kárate […] Está Otto, cuyos padres viven cada uno en una casa distinta […] Por su cumple siempre pide enciclopedias y diccionarios […] Está Giovanni, que siempre va con camisa, incluso para jugar fuera. Sus padres tienen mucho dinero […] Está Yoshi, que no habla nunca […] estoy yo: Joséphine. Parece ser que no entiendo las cosas demasiado rápido».

Joséphine, a pesar de ser “especial” pudo ir a la universidad y ahora es escritora. Cuenta la historia de lo que les ocurrió un año, un poco antes de las vacaciones de Navidad, en el que vieron peligrar su colegio.

La escritura es fluida. Los lectores sacamos toda la ternura que llevamos dentro al leer las catástrofes encadenadas por las que pasa este grupo de niños, ayudados por su profesora, la señorita Jennings, por el director del cole de los “normales” y por la abuela de Giovanni, una experta en series policiacas.

Joséphine está diagnosticada como alumna de educación especial, sin embargo es observadora al máximo y sabe cuándo algo no va bien, momentos en los que decide evitar problemas y actuar con discreción, «me las zampé sin rechistar. Es lo que se llama ponerse de perfil bajo». Ella y sus compañeros disfrutan de un entorno apropiado, con una profesional que sabe cómo desarrollar sus habilidades, adaptándose a las necesidades individuales de cada uno. Cuando por motivos de fuerza mayor estos niños pasan al “cole normal” surgen las burlas, las peleas…, hasta que el director se da cuenta y con la ayuda de la señorita Jennings se comprometen a implementar una educación inclusiva.

Ojalá funcionen así todos los colegios, ojalá ningún niño se sienta inferior o superior a otro por ninguna razón. Nuestros protagonistas son todos diferentes y se apoyan entre ellos, disfrutan con las ventajas de unos y los éxitos de otros y cada uno, con sus características, es fundamental para que cualquier dificultad pueda superarse.

Esta es la moraleja principal: no debemos menospreciar a nadie porque todos somos valiosos si aprendemos a trabajar en equipo. Mientras llegamos a esta conclusión, reímos con los personajes secundarios porque vemos reflejados pensamientos habituales de la mayoría.


—Caso cerrado: ha sido el mudito el que lo ha atascado todo de tanto lavarse las manos y…

—¡No se debe designar a un niño por su discapacidad! —Se enfadó la señorita Jennings.

—Madre mía, si es que ya no se puede decir nada —se irritó el jefe de bomberos.

También aparecen sonrisas en las explicaciones (necesarias para Joséphine) de la polisemia «el culpable siempre tenía un móvil, pero no para hablar por teléfono…».

Y por supuesto, el trato que les damos a los niños es causa de llamada de atención, aunque al leer la explicación de la protagonista, sonriamos aun sabiendo que suele ocurrir, «se enfadó con nosotros porque nos habíamos comido toda la tarta que quería guardar “para unos invitados”. A mí me entraron ganas de hacerle notar a la madre que nosotros también éramos invitados».

La ternura que se desprende del relato está desde el comienzo, cuando los “especiales” deben enfrentarse a los “normales” y no terminan de encajar en los convencionalismos. Asimismo, Dicker no desperdicia la ocasión de poner en tela de juicio lo que se considera democracia, algo que parece que los adultos hemos asumido en teoría y, sin embargo, pocos lo llevamos a la práctica, al menos en según qué ocasiones; en otras, pensamos que los derechos se amplían a todos por igual en cualquier ámbito. Esto es especialmente grave en educación. Mientras cada profesional tiene libertad para realizar su trabajo y los demás confiamos en su capacidad, los profesores están sometidos constantemente al juicio de los padres y, como no todos los padres piensan de la misma manera, al final es el gremio de la enseñanza el que sale criticado, debiendo, en más de una ocasión, sucumbir a las exigencias de los demás, «al parecer, las normas del cole no se aplican a los padres porque, en cuanto el pobre Director abrió la boca, lo interrumpieron […] a los adultos se les permite portarse peor que mal».

Dicker recuerda a lo largo de La muy catastrófica visita al zoo que debemos cuidar lo que hacemos porque en ocasiones no se corresponde con lo que les enseñamos a los chicos. Probablemente todo funcionaría mejor, y la integración sería vista de manera normal, si los adultos enseñaran con el ejemplo, no solo con la teoría.

La última novela de este autor suizo orienta al lector mediante explicaciones infantiles que ponen de manifiesto una inocencia que sería deseable mantener durante toda la vida, al menos, no olvidarnos de ella. Leer esta novela con niños es bueno para saber qué pensamos, ellos y nosotros, de la democracia, la educación, papá Nöel, la censura y hasta dónde llegan los límites de cada uno. Genial. Entrañable. Divertida.

martes, 29 de abril de 2025

PÚSTULAS

No cabe duda de que Talentura es sinónimo de buena y diferente literatura; en esta ocasión ha apostado, de nuevo, por Raúl Ariza, una de las mejores voces de la narrativa actual, y si alguien lo dudaba no tiene más que leer su último libro: Pústulas, dividido de manera desigual en doce relatos y dos partes. La primera, Epidermis, contiene once historias, mientras que la segunda, Dermis, solo una: La vida desde mi ventana, cuyo protagonista es un mero observador de lo que ocurre en su entorno; conoce a los vecinos, está enamorado, pero no participa en una serie de acontecimientos espectaculares, que nos va relatando de forma lineal, en la plaza del barrio, llevados a cabo por unos vecinos con música y artificios en directo. Todos se implican en este evento y todos comparten felicidad excepto él que, aunque desea estar al lado de Maribel y su hijo Tito, expía sus pecados como si fuera el protagonista de la ópera que están representando. ¿Pretende redimirse a través del amor como Tannhäuser? En cualquier caso la algarabía de la plaza contrasta con su silencio y soledad.

Los relatos de Epidermis mantienen cierto tono decadente con el que puede enfatizar la desilusión de los protagonistas, Las últimas lluvias da fe de ello: «Dentro estoy a gusto, a pesar del calor». A través del declive expuesto aparece cierta búsqueda de la belleza que abre una finísima veta, índice de una personalidad celosa, controladora, capaz de albergar y mantener solo relaciones acaparadoras, tóxicas: «La caseta de mi familia a la que ella y yo venimos a refugiarnos, ocultarnos y a amarnos». El personaje pretende evadirse de la realidad con su «novia de siempre»; sin embargo, algo alerta al lector, se trata de dos adultos que continúan un amor «juvenil, irreal y apasionado». El protagonista nos transmite esta circunstancia como una heroicidad, pero esta proeza es en realidad una hombrada individual, por lo que cuando ella decide terminar con esa relación que ya no le aporta nada, él decide terminar con ella. El narrador, en sus recuerdos, explora las regiones más profundas de su sensibilidad y se revela como alguien que no acepta una catástrofe personal; pero es un cobarde, porque elimina lo que él cree que es la causa de su desgracia. 

En las reflexiones individuales de Epidermis aparece de forma tímida la crítica del autor hacia una iglesia que intenta aportar consuelo divino a cualquier depredador que se arrepienta en el último momento de su existencia. Será la justicia terrenal la encargada de castigar al asesino.

Hay otros relatos, como el que abre Pústulas, en donde el criminal es un maltratador que permanece inmune en una sociedad que lo acoge; deberá ser la propia naturaleza la que inflija el castigo, «Por culpa de la absoluta falta de ingesta y de las fiebres constantes, lucía unas ojeras profundas». En el nombre del Padre comienza in medias res para mostrar cómo se desarrolla un conflicto que empezó años antes. Con secuencias retrospectivas, el narrador, hijo del protagonista, va poniendo en conocimiento del lector la vida de este sádico que mantiene atemorizada a su familia desde el momento en que se casó.

Algunos relatos comienzan in extremis. En ellos la situación inicial coincide con el desenlace, justo antes de describir la coyuntura final. En Verso a verso, el narrador, en tercera persona, explicita una circunstancia en la que una pareja mantiene una situación desigual: él es quien habla «incandescente y envalentonado por la coca, mientras se le acerca hasta casi rozar su oreja con los labios tratando de salvar el barullo ambiental»; por su parte, «Ella esboza una sonrisa desganada». La situación es totalmente efectista y, una vez marcada, el narrador retrocede casi un mes para contar cómo se conocieron y qué hicieron hasta llegar al presente, en el que el desenlace, demoledor, es la consecuencia de esa situación final-inicial. Es lo que obtenemos al vendernos por interés, cuando sabemos que hemos tocado fondo pero aún seguimos intentando aparentar lo que nunca hemos llegado a ser.

Esta técnica utilizada por el autor nos deja intrigados desde el principio; una vez que conocemos el final, queremos saber más, queremos conocer cómo llegaron ahí y cómo termina realmente el cierre de la historia, el desenlace, el que reserva la información más importante, aunque el autor marca el tono del relato, como es habitual en él, desde el comienzo, «suaves y húmedos como el interior de tus muslos», «La fiesta se agota de forma alcohólica».

Si tuviera que definir la clave del estilo de Raúl Ariza, diría que es el uso inigualable de las oraciones subordinadas, que van apareciendo de forma encadenada como causa, consecuencia de la principal, como sintagmas nominales, adverbiales o adjetivales que completan la idea con precisión absoluta. Los lectores estamos deseosos de obtener más información, queremos entender la idea, queremos que, como en Maullidos nos vaya revelando detalles poco a poco, aunque sean demoledores «a Dios a veces también se le va la mano […] Jesús, el mayor de todos los vástagos de aquella esmirriada prole, tuvo que asumir el mando familiar…».

El factor común de la narrativa de Ariza —por lo tanto— es la oración larga, que imprime en el lector la sensación de reflexión. Aunque algunos relatos sean más cortos que otros, ninguno mantiene un ritmo rápido, todos invitan a leer con calma, algo que los reviste de atractivo; es la propia subordinada la que va generando interés a través de sus conectores «Desde el día de Todos los Santos; cuando […] que […] y […] para […] y […] y […] que […] por […] que […] hasta […] durante […] que…». Oraciones que pueden ocupar media página en las que se van dando a conocer relaciones tóxicas con una madre, los contrapuntos en relaciones amorosas, consecuencias de la invisibilidad (sobre todo de la mujer) la desubicación de la soledad, la necesidad de supervivencia y la aceptación de la derrota. Son relatos que se van pegando a nuestra piel y oprimen como Aquellos zapatos a su protagonista.

Otros recursos literarios conforman Pústulas como una joya que es conveniente releer: las metáforas literarias compiten con las meramente sexuales, «primero la encandiló con unos cumplidos en asonante». La personificación de símbolos religiosos y políticos constriñe con más fuerza a los desvalidos «Un rastro rancio de incienso, teñido de un azul peleón sobre el que destacaba un yugo con flechas bordado en rojo sangriento, le daba cada mañana los buenos días a la ciudad». Las comparaciones abstractas resultan evidentes por obvias. El uso de varias perífrasis verbales en un determinado contexto expresan diferentes matices de la significación del proceso narrativo «suele bajar», «puede encontrarse», «comienza a arrepentirse».

Escrito en párrafos anafóricos, Necedades, otorga notoriedad a «Algunas cosas no cambian nunca» como la desaparición de la intimidad familiar, ejecuciones y violaciones a los más débiles, engaños amorosos, el cuerpo se apaga a pesar de la mente o las relaciones frías sin amor.

El empleo de perífrasis enfatiza la información del narrador mientras crea sensaciones vertiginosas en el «desvarío corporal al que con frecuencia me someto».

La crítica irónica a la Iglesia deviene en sátira en ocasiones «antes de ser abatidos y silenciados por los que se sabían apostólicamente vencedores».

Merece la pena leer Pústulas. El estilo es apasionante. Y merece la pena el cambio de registro efectuado en Cienfuegos, en el que el humor irónico, poco reflexivo, insolente del protagonista pone en evidencia su cinismo y falta de valores. Raúl Ariza dramatiza lo cómico hasta la tragedia mientras lleva a cabo una apología del crimen y del machismo en un mundo excesivo y peligrosamente cercano.

martes, 22 de abril de 2025

MOSTURITO

Después de leer Mosturito uno se replantea el pasado, reconsidera al ser humano como tal.

Al revisar tiempos pretéritos ahora, hartos de añorar el vivir en la calle, el tener amigos con los que divertirse, tener libertad de horarios, tener las tardes libres para disfrutar… es conveniente que pensemos en la soledad de aquellos con los que nadie quería jugar, en el miedo de tantos otros de llegar a casa cuando el ambiente no era acogedor. Mucha calle, mucha libertad, pero también drogas, alcohol, vejaciones que nadie denunciaba porque era lo normal… Los pederastas existían y vivían como perfectos ciudadanos, los curas, también. Los maltratadores podían matar a palos a su mujer o a su hijo. No había compensaciones para las víctimas. Y todos callaban.

Al reflexionar hoy sobre el ser humano, a lo mejor nos damos cuenta de que no tiene tantos buenos sentimientos como creíamos; o están mal repartidos. En cualquier caso, después de leer la novela de Daniel Ruiz, comparamos lo que sucede en 2025 con lo que ocurría en los 80 y llegamos a la conclusión de que el Hombre es más despreciable de lo que pensamos. ¿Cómo toleramos el machismo? «El ventura tiene canas a los lados del pelo y unas gafas grandes y en realidad es un enano que no tiene ni dos guantazos».

Mosturito es una novela sobre la vida en los barrios de los años 80. Son personajes literarios pero es un texto real.

He leído la vida de Mosturito, Pedro Gotor Fernande, y aún llevo dentro la rabia, la pena, la compasión y las ganas de venganza.

La pobreza, la violencia y la miseria han hecho de Mosturito, Mostu, un pícaro que aprende a callar, a robar, a pensar y a sobrevivir con lo que tiene en cada momento. El amor por la Tata y la amistad del Zurdo le enseñan a ser fuerte y enfrentarse a todo con valentía.

Pedro, Periquillo, es un niño de diez u once años que vive con su Tata desde que su padre mató a su madre de una paliza y a él lo dejó deformado. Lo único que tiene en el mundo es a su tía y ella sobrevive como puede para cuidarlo, para enfrentarse a aquellos que abusan de él, se burlan, «Mosturito, Carastrujá» o le pegan. Son dos perdedores que se protegen mutuamente hasta que el niño conoce al Zurdo, un chico mayor, de la alta sociedad, drogadicto, que le demuestra su amistad y le da la oportunidad de demostrarse quién puede llegar a ser.

La historia es dura y de una ternura infinita. Es imposible no querer a ese niño contrahecho y a su tata, gorda, demasiado aficionada al alcohol, y desbordada de amor hacia su sobrino.

Y es imposible no admirar a Daniel Ruiz. La narración es fantástica. El narrador es el protagonista quien, desde su punto de vista cuenta en primera persona, y con un lenguaje oral, su historia plagada de términos del argot, tantos que a veces hemos de parar la lectura y volver atrás para entender lo que dice: «fumete, jarto, moni, palique, quinco…»; lenguaje que lo instala en un nivel sociocultural bajo. A Mosturito no le importa nombrar palabras tabú: culo grasiento, el cogollo… Las irregularidades sintácticas logran que prevalezca el sentimiento o aquello que le interesa remarcar; la dicción correcta es lo de menos. Lo observamos en oraciones agramaticales en las que queda claro dónde está la importancia del enunciado, «Está todo el día fumando, la Tata, y las paletas las tiene grises…» «y alguna vez el bocata la Tata lo tira demasiado flojito y acaba en el taller».

En la sintaxis elimina el superlativo y lo sustituye por la repetición del adjetivo en grado positivo o con expresiones propias de la jerga coloquial, «siento dolor fuerte fuerte» «de tela de lejos».

Creo que uno de los rasgos que más llama la atención es el uso continuado en la escritura de la variedad oral; el autor consigue formar nuevas palabras con todos los medios a su alcance:

– Usando escritura fonética: sielo.

Sufijaciones incorrectas, pintarraca, guapura, totalmente expresivas.

–Unión de palabras mediante haplología mentretenga, sahecho, carastrujá, pal otro lado, cagon tu madre.

–Palabras nuevas por asimilación de vocales dispierto, yanki (por yonki); o por disimilación, chiquetito.

–La composición según la fórmula verbo+ nombre también da resultado, agarraniños; o simplemente mediante apóstrofos, pal.

–Formación de palabras por supresión de sonidos, bien con aféresis: ira (mira), enga (venga), suntosociales, quillo; con síncopas: salío, hijosputa, masca (mastica), vi (voy) Gosgoblin (Go Go Goblin); con apócopes: zanca (zancadilla), pa (para), namenos; con la utilización de hipocorísticos: Puri, Periquín.

–Asimismo forma palabras mediante prótesis de sonidos: endiñarle. Y es común la trasposición, en la que usa metátesis: daleo la cabeza, mosturito, murciégalo.

–Forma palabras derivadas por similitud; así encontramos guarreosos, porquerioso… Pero no cabe duda de que la tendencia, sobre todo en la lengua oral, es a economizar sonidos y así podemos encontrar términos como oruta (eructa). Son palabras cargadas de sensibilidad que aportan una afectividad fuera de lo común en un niño por todo lo que lo rodea. A veces elimina signos ortográficos para incidir en la continuidad de lo que cuenta; esto unido al polisíndeton alarga el sufrimiento del protagonista, «y me ven de lejos y me dicen ira el mosturito ira el mosturito».

En los momentos más profundos, cuando habla de sí mismo en segunda persona nos proyecta hacia su propia intimidad y su propio dolor, «Tienen miedo. Todos tienen miedo de ti mosturito. La sensación es nueva, se parece a cuando estoy en la azotea y tengo vértigo y a la vez no me importaría tirarme».

El ritmo de la novela es ágil, influyen no solo las modalidades del lenguaje oral, también los capítulos cortos; las comparaciones con alusiones a la televisión de los 80; los latiguillos utilizados para terminar las frases, «también la Bombi, que es la de las tetas gordas y el pelo azul, quillo, Zurdo, llégate a por un litro, o qué», «y el padre cabrón tiene toda la cara de Gargamel»; al ritmo dinámico contribuyen, asimismo, la eliminación de la voz del narrador o la mezcla de exposición de hechos, pensamiento y diálogos, «la sujetan por detrás y le retienen el bate y ella sigue gritando y tranquila Tata, por dios Tata, tranquila».

A pesar de la historia despiadada, los recursos literarios bañan el argumento de dulzura, bien con elipsis, «A mi niño ni un pelo», bien con animalizaciones o cosificaciones «manos de choco gigante», «gran torre de carne». No cabe duda de que la pena es fundamental para exaltar el lirismo con metáforas «Me gustan las pecas de la Estrella, es como si alguien le hubiera echado una cucharada de canela en la nariz» o con oxímoros «Y el silencio es lo peor. Porque es un silencio lleno de ruido».

Y si no lloramos leyendo Mosturito es porque en este ambiente inhumano destaca el humor, la agudeza o la inocencia con la que Mostu describe los hechos, la ironía que emplea en momentos difíciles y su disposición para despreciar aquello que no le gusta, «vuelve con un mierdoso pastelito», «cara de burguer con extra de carne», «un cuadro de Jesucristo con los ojos azules y medio pelirrojo en el que Jesús parece un jipi gay», «es un tío calvo, encogido, bajito, se parece un poco a Filemón».

Y en esta ternura, con este humor, Daniel Ruiz pone en tela de juicio la desolación con la que los más pobres han de enfrentarse a la vida, al acoso que sufren los niños, el maltrato de género, el maltrato infantil, la pederastia, las pesadillas constantes de quienes los sufren, la pena, el miedo y la indefensión y sobre todo, el deseo de poder controlar sus vidas.

miércoles, 16 de abril de 2025

FERIÓPOLIS

Siempre me ha gustado la colección Barco de Vapor. Ahora estoy algo apartada de la literatura infantil y juvenil pero hace décadas esta colección ya era sinónimo de buenos libros; SM fue la primera editorial que impulsó una colección para un público infantil y eso es garantía, al menos, de que hay unos lectores que importan y que pueden leer historias que les hagan cuestionarse algunas situaciones.

Por otro lado, no hace mucho leí Piel de cordero, una novela de Ledicia Costas sobre brujas que me encantó. Su forma de escribir me llevó hasta la propia piel de esas mujeres que fueron perseguidas, torturadas y asesinadas.

Ahora me encuentro con que Feriópolis es el libro ganador del Premio El Barco de Vapor, escrito por Ledicia Costas y que en sus páginas hay una protagonista inquietante: la bruja del tren de la bruja.

No defrauda; la editorial ha presentado un libro precioso, con una portada como acolchada (puedes pasar el día con el libro entre las manos) en donde los colores malva, rosa y violeta predominan y en la que la cara, pretendidamente amenazadora, de una bruja no consigue intimidar, si tenemos en cuenta la actitud confiada de una niña colocada frente a ella.

La letra tiene un tamaño perfecto para ser leído con claridad. Los dibujos que acompañan al argumento siguen la línea de la portada, con vivos colores en los que el morado está presente. Al pasar las páginas nos invade la sensación de libertad y autenticidad. No olvidemos que el morado es un color asociado a la magia, al amor, a la justicia, a la valentía y a la imaginación. Y a la determinación de la mujer. Estos sentimientos se acrecientan tras cada capítulo, cuando estrellas de colores pastel inundan la página que anuncia el siguiente, sirviéndonos, a nosotros y a la protagonista, de guía y esperanza.

Feriópolis se lee con gusto. Ledicia Costas escribe de forma clara, sin bálsamos innecesarios pero su mensaje está lleno de cariño. El libro va dirigido a los niños, a los que lo pasan mal, por diversas razones, y a los que son felices, porque todos deben darse cuenta de que existen situaciones poco afortunadas para algunos a los que podemos ayudar con afecto y amistad.

El tema principal de este cuento es ancestral: el abandono que sufren algunos menores por su propia familia. Nos creemos que los derechos del niño han conseguido que existan familias de acogida, centros, escuelas… para que todos ellos se sientan protegidos, al menos aquí, en nuestra sociedad. Hoy no se ven niños solos por la calle. Sin embargo hay muchas formas de abandonar a un niño (y aquí está la lectura que un adulto hará de Feriópolis): instalando en ellos el miedo a la violencia física o psicológica, no teniendo en cuenta sus necesidades que le permitan crecer mentalmente, con chantajes emocionales que les impidan realizar actividades sin ningún tipo de culpa.

También se puede abandonar a un niño si no se le exige todo lo que puede dar de sí, o se le exige demasiado, si se le concede todo lo que pide o no se le concede nada. ¡Es tan difícil educar a un niño! Ledicia Costas escribe una historia en la que avisa a los adultos de que podemos abandonar a un menor cuando lo vemos como una carga, cuando no nos aporta alegría. Una historia que presenta a Lola, una niña huérfana que vive con sus tíos. Lola no se siente querida ni tenida en cuenta, sabe que es un estorbo, porque a los 10 años (a cualquier edad) los niños lo saben, son inteligentes. La autora propone una buena alternativa para que sea feliz. En el parque de atracciones, Lola encuentra a la bruja Alambritos y en ella verá la figura de una madre, alguien que la aconseja, que le enseña lo que deberá hacer cuando se encuentre en peligro, «El ejército de saltamontes nos rodeó al instante […] Estaba tan asustada que pensé que no iba a poder aguantar […] Pero entonces oí a Alambritos dentro de mi cabeza “Lola”, ha llegado el mom-nto de demostrar quién eres d- verd-d…”». Alambritos es un producto de su imaginación, fruto de las lecturas que tanto le gustan a Lola, y gracias a esas lecturas va cogiendo confianza en sí misma. El tren de la bruja la lleva por Feriópolis para darle seguridad a la hora de salir de situaciones que puedan ponerla en peligro «Y eso hice: darme volumen a mí misma».

Lola, en su mundo imaginado, es capaz de olvidarse de sus tíos, de obviarlos, y ser feliz con lo que le gusta, con su mundo mágico, con libros y con amigos, con gente que la quiere y la valora «...me dijo “necesito que me enseñes ese truco ya. Ha sido increíble”». Porque también los adultos podemos aprender de los niños y disfrutar de su cariño. Lola ha aprendido a ser feliz.

Ledicia Costas escribe una historia para niños en la que cede la palabra a Lola, de diez años, para que nos cuente, sin ningún tipo de veto, con algo de crudeza incluso, su historia. La vida no ha sonreído a esta niña que se ha convertido en una carga para sus tíos, quienes «me han dicho muchas veces que suelto muchas bobadas, así que hablo poco, pero pienso mucho». Gracias a eso, a que piensa mucho y lee, Lola puede crearse un mundo alternativo donde los libros y los amigos sean el apoyo constante que todos necesitamos. La protagonista de esta historia huye de su vida «—¡OJALÁ PUEDA MARCHARME DE ESTA APESTOSA CASA PARA SIEMPRE Y NO VOLVER NUNCA!» y decide habitar en un mundo maravilloso en el que es querida y valorada. Un mundo mágico que pude convertirse en real cuando descubra de todo lo que es capaz.

La autora vuelve a acercarnos a las brujas y a conectarlas con chicas; lo hizo en Piel de cordero y lo ha vuelto a conseguir en Feriópolis. La bruja es importante porque no necesita espiar a los niños para saber lo que hacen; lee sus pensamientos porque los quiere y los conoce, porque empatiza con ellos «no me meto dentro de tu cabeza: escucho dentro de la mía algunas de las cosas que piensas. Y tú también las mías, ¿o no? […] Imaginé que la bruja Alambritos no había tenido amigas pero no dije nada al respecto por no ponerla triste».

Costas se vuelve a rebelar y defiende el papel que les ha tocado vivir a las brujas en la sociedad; también en los cuentos ha ejercido de mala, ¿por qué? «Todos sonreían, como si no estuviesen secuestrados por una bruja. Aquella tropa no parecía estar sufriendo nada parecido a lo que habían vivido Hansel y Gretel».

La autora crea una ciudad mágica donde las estrellas son las encargadas de crear un universo abierto, libre y esperanzador para que Alambritos lo lleve a aquellos niños que lo necesitan «Corrían sobre dos de sus cinco puntas […] Allí dentro no había techo. Tan solo un cielo iluminado por cientos de estrellas […] Con el polvo que dejan fabricamos objetos brillantes».

Ojalá todos los niños tengan una Alambritos en su vida que los guíe, los proteja y les haga ver lo importantes que son para el resto de personas y para ellos mismos.

Ojalá Ledicia Costas siga escribiendo literatura para adultos o para niños, da igual; en cualquier caso, tras leerla, nos sentimos capaces de todo y unidos a todos.

jueves, 10 de abril de 2025

AY EL AMOR EL AMOR

La última entrega de Rocco Schiavone nos hace quererlo más. El narrador no se detiene en pequeños detalles, tampoco se alarga en descripciones exhaustivas, Rocco va directo al caso Y, curiosamente, no es él quien narra, pero a veces la figura del narrador se confunde con la del protagonista y con la del autor. Me gustaría preguntarle a Antonio Manzini qué tiene de Rocco, o viceversa. A lo mejor nada pero el personaje está pensado con tanto cariño que da la impresión de estar vivo.

Ay el amor el amor comienza con un narrador externo que, como si tuviera una cámara, va contando los últimos momentos de una operación de riñón. Todo va como debiera, «el doctor Negri se disponía a extirpar el riñón». Pero una hemorragia masiva, sin posibilidad de control, hace que, a pesar de todos los intentos, «A las 22 horas y 21 minutos, el cirujano Filipo Neri anunció la defunción del paciente».

La siguiente escena es una noticia periodística, «Muerte de un industrial» firmada por Sandra Buccelato, donde anuncia la disposición de la familia a denunciar la mala praxis del hospital por haber causado la muerte de Roberto Sirchia al ponerle sangre que no era de su grupo.

Seguidamente, pasamos a la resolución del caso. Schiavone también está hospitalizado; le han extirpado un riñón como resultado de un balazo durante un tiroteo en el que habían detenido a una banda de falsificadores. Rocco no cree que haya sido una negligencia por lo que, desde el hospital, ayudará a su equipo a resolver lo que parece un homicidio.

El subjefe sigue teniendo mal humor, sigue haciendo gala de cierta misantropía, pero está más vulnerable, puede que porque haya visto de cerca la muerte, puede que el hospital se preste a ello, aunque no ha sido suficiente para calmar su carácter dinámico. En el hospital se reúne con el equipo, en este caso algo cambiado, Antonio Scipione ha sido ascendido a subinspector. Su éxito profesional no lo va a librar de una hecatombe personal, que lo obligará a afrontar sus acciones de los últimos tiempos. Esto no quita para que como buen subinspector que admira a su superior, se haga eco de expresiones tan propias de Rocco «Lucrezia, perdóname, pero este fin de semana no puedes subir. Tenemos una tocada de cojones de décimo grado y debo estar operativo las 24 horas».

También habrá sorpresa para Ugo Casella, un agente de total confianza. D’Intino será el siguiente que nos sorprenda a todos hasta el final; su ineficacia va en aumento dando lugar a momentos histriónicos; y Deruta y Pierron continúan en su línea. La policía científica Michaela Gambino toma en este caso mayor relevancia. Ella y el forense Fumagalli, entre otros detalles, darán la clave para solucionar el caso. En la vida privada del subjefe Schiavone, Gabriele y su madre, Cecilia, también lo pillarán desprevenido, dejando abierta la relación que seguirán manteniendo. Habremos de esperar a la próxima entrega. No sólo estos personajes, los amigos de la infancia de Rocco protagonizarán, seguro, algún suceso. Por ahora, Seba nos ha tenido en vilo, sin saberlo, durante la trama causando al final un desconcierto considerable.

No hay problema si no se ha leído nada de esta saga, su poder de atracción es tal que no hace falta, además, a lo largo de la novela se van nombrando hechos de las anteriores que van poniendo en situación. Asimismo las apariciones de Marina, la mujer de Rocco, asesinada, son escasas. Continúan hablando aunque ella cree que debe rehacer su vida «El nuevo trato es que si hablas de recuerdos, me voy […] Se va de verdad».

En fin, como reza el título, todos quedan tocados por el amor, sentimiento que puede ser la causa de los actos más nobles o más abyectos. Así que habremos de leer la novela de Manzini para disfrutar del misterio, «una vez por el paraguas y otra vez por un gorrito de lana calado hasta las orejas, todavía no había conseguido verle la cara», de la ironía, de descripciones cargadas de comparaciones humorísticas y de los actos hiperbólicos de Rocco «Esa había sido su dieta desde hacía al menos tres días, café y cruasán para desayunar, café y cruasán al mediodía y café y cruasán para cenar, con una barrita de chocolate de postre».

Los hechos se van narrando básicamente en dos espacios, el hospital y la comisaría. Son dos centros de operaciones desde donde deciden qué hacer y adónde ir. No encontraremos grandes persecuciones, porque la resolución tendrá que ver con la inteligencia y los sospechosos están en su lugar habitual. Nadie desaparece. Todos están convencidos de su impunidad. Schiavone, por su parte, tiene tiempo de reflexionar sobre los riesgos del trabajo mientras recuerda a sus seres queridos y sus aficiones, «Y con un riñón menos […] la vida va quitándote pedazos uno a uno. ¿Cómo llego a la meta?».

También en los diálogos, Manzini deja su punto de vista en boca de Rocco «hazte a la idea de que esta operación te la han regalado todos los ciudadanos que sí pagan impuestos, so idiota. Te merecías haber nacido en Estados Unidos, donde las medicinas te las pagas tú solito»; reflexiones acertadas que describen la realidad con toda crudeza. Cuando le interesa algo, no frena y pone a su disposición todos los recursos de que dispone, incluso suplantación de identidad «—Comandante Minetti […] Guardia de finanzas. Se trata de una comprobación rápida». El humor no falta en el equipo. Todos han aprendido de su jefe, por eso, cuando es necesario, se saltan las normas que impedirían la resolución del caso, las de tráfico, las del juego o las del interrogatorio a los sospechosos: «El tercer golpe fue un puñetazo en el estómago que hizo que el técnico de laboratorio se desplomara en el suelo».

El fin lo permite casi todo si consiguen atrapar al culpable; para ello el narrador, con escenas más bien cortas, pasa de un personaje a otro sin terminar de aclarar nada. Los lectores sabemos menos que ellos, por eso crece nuestra tensión, pero como también crece el enredo, el disfrute está asegurado. Otro punto fuerte, sin duda, es el empleo del lenguaje: ironías, sarcasmo, polisemia, homonimia, mentiras, comparaciones hiperbólicas, epítetos que pretenden ser significadores de conductas, tecnicismos que responden a otros…


—El seiscientos por cien. Como máximo se puede decir el cien por cien.

—Lo sé, era una hipérbole.

—Sé que era una hipérbole, por eso le he respondido con una tautología.

—Cuántas cosas sabemos, ¿verdad señor Baldi?

—Bastantes…

Todo un arsenal de recursos literarios incisivos que se esfuman cuando se trata de las reflexiones íntimas de los personajes, en las que el amor y la amistad predominan sobre el interés.