Hace
tiempo que no disfrutaba tanto con un libro. Es de los que he leído dos veces,
una por puro placer, porque no podía dejar de leer y no quería, siquiera,
marcar ni una palabra. Después sí, después me he detenido en los grabados, en las
fotografías que abren algunos capítulos, en las páginas negras que separan
otros capítulos y que llevan pegadas una fotografía de Fernando Villanueva en
el anverso y una frase de la novela en el reverso, que alude a la foto y al
título del capítulo…
Pero
hay más, la edición de Dilatando mentes incorpora dibujos a plumilla (o
carboncillo), partituras, poemas, fotogramas de películas, carteles, cuadros,
fotografías costumbristas de la España de los años 20 y 30, explicaciones de
mitos de José Ángel de Dios… Seguro que me olvido de algo. Ahora tengo el libro
en la mano y Ojos verdes, negra sombra se me antoja una joya barroca, y su
autor, Javier Quevedo, un artista en
el más pleno sentido de la palabra, porque escribe una novela y sentimos la
música que nombra, porque escribe un texto y vemos las imágenes descritas como
si estuviésemos delante de una pantalla de cine.
De
hecho, las alusiones cinematográficas juegan hasta el final con la realidad y
el argumento de la novela. En 2008, en Bullas (¡qué ironía!) fue encontrado el
cadáver de un hombre en una tinaja de una bodega. En 2012, en la serie
televisiva Los misterios de Laura, el
cadáver de la supuesta inspectora Lebrel es descubierto en una cuba de vino.
Más tarde, en Olmos y Robles (2015)
también aparece el cuerpo de un hombre en un tonel. Los personajes de Ojos verdes… llevan a cabo también esta
estrategia porque la consideran la más segura, «¿quién en sus cabales pondría en duda que una barrica de vino solo
contiene vino?».
No solo son estos guiños a escenas determinadas, los diálogos se insertan en la narración con descripciones de movimientos tan detallados que parecen escenas de película, por momentos las palabras se vuelven imágenes y adquieren una dinámica de alta carga emocional
—Aurelia…
La
sevillana se dio la vuelta, y con una soltura […] adoptó la pose servil pero
regia que había caracterizado sus años de servidumbre.
—Usted
dirá.
Rosalía
compuso una mueca de reproche […] lo que su voz dijo fue otra cosa.
—Que
estoy muy contenta de tenerte aquí.
Es
un estilo vitalista más que realista, un estilo que capta el ambiente en el que
las protagonistas están condicionadas por unas circunstancias que las obligan a
actuar de forma concreta. Nos encontramos ante una narración tridimensional que
tiene siempre presente el cortijo andaluz, el pazo gallego y el pasado largo e
incierto de ambas tierras que viene a instalarse en un futuro rápido y feliz.
Es una narración metáfora de la condición de la mujer y de la condición de la
mujer homosexual. La finalidad de esta técnica cinematográfica es ofrecernos el
alma de los personajes en sus gestos y palabras.
Hacía
tiempo que no leía algo así, con el ritmo apasionado de la Andalucía más honda
y el misterio sugerente de la Galicia más profunda. La novela es una mezcla de
géneros entre los que sobresale el costumbrismo, pero no debemos pasar por alto
el misterio, terror y, por supuesto, el romanticismo más puro. Javier Quevedo
consigue un efecto impresionante en el lector, pues abre de forma continua
sentimientos de ira, de desencanto, de alivio, incluso de gozo total ante
escenas de violencia extrema. A lo largo de la lectura la incertidumbre y la
ansiedad se apoderan de nosotros porque no encontramos claro el final, parece
evidente pero todo pude ocurrir porque el autor, como los buenos guionistas de
cine o dramaturgos del Siglo de Oro, alarga la resolución hasta el último
momento.
Entonces
todo cobra sentido y la profecía que las tres hermanas Heredia le hacen a
Aurelia al principio, cierra la historia enlazando a todos los momentos con los
personajes que la protagonizaron.
La
profecía es ambigua porque lo irreal intensifica la realidad, las leyendas se
introducen en los hechos sucedidos para desembocar en un realismo mágico
especial, un nuevo realismo mágico local, fruto de temores irracionales, «Aquellos minutos finales eran la
sublimación del sentimiento de derrota que había ido espesando desde la primera
mañana que la Bruta dio sangre en vez de leche».
Javier
Quevedo expone una sociedad rural de principios del XX (que llegará mucho más
allá) en la que la mujer tiene un papel sumiso y denigrante. En Ojos verdes, negra sombra hay mujeres
que han sufrido la violencia masculina, incluso de aquellos cuya función era
cuidarlas y quererlas. La figura del padre cae desde su pedestal para mostrarse
cobarde, ruin e incluso depravada. No es de extrañar la ironía con la que se
dibuja a una mujer acomplejada que llega a ser la peor enemiga de la propia
mujer, pues no duda en cosificarse, en ponerse fecha de caducidad «¿Qué buscas? ¿Que se pase la edad? […] ¿Y
cuando se te caigan las carnes, qué?». La voz de Gudelia se revuelve y nos
llega hoy, sarcástica ¿Es por eso por lo que necesitamos sentirnos jóvenes a
costa de lo que sea? ¿A quién queremos atraer? ¿Se pierde la capacidad de
atracción con la edad?
La
condición de la mujer, sometida a los caprichos del hombre si no quería ser
relegada socialmente, duele no solo por tener conciencia de los malos tratos «El bofetón, tan seco que hizo que se
golpeara la cabeza contra la pared, la dejó aturdida». La mujer debía
mantenerse en su papel cosificado para poder sobrevivir, por eso los consejos
que el refranero tenía para el sexo femenino eran advertencias aprendidas y
asimiladas por todas porque, en general, no podían tener personalidad, eran
parte de un colectivo infantilizado al que constantemente había que enseñar.
Papel asumido hasta el punto de que, aun hoy, las propias mujeres se hacen eco
de los refranes, se sienten inseguras y variables. La ironía del autor está en
el giro con el que cambia un refrán y que representa una esperanza, «“Suerte tenemos de que se haya interesado
por ti” Lo cual significaba que en boca cerrada no entran moscas […] Que la
mujer honrada, la pierna quebrada y en casa, Rosalía “y que a quien mal árbol
se arrima, mal rayo le parta”».
La tensión aumenta en ambientes relajados cuando aparece la presión y rigidez del cacique, machista, todopoderoso, amenazante, ante cuya alusión todos se sienten coaccionados por miedo a quedar desprotegidos «El sacerdote sonrió con un nerviosismo impropio en él». Sin embargo la ira del hombre no es más que el fruto de su impotencia, necesita de otros estímulos para sentirse por encima: maltrato físico, comentarios viciosos o humillantes, o actos que menosprecian para que nadie olvide quién es el supremo.
La
religión está unida a la superstición y al hombre, la mujer no puede esperar
ayuda, por eso aparece la Pastoriña, figura de virgen pagana que de alguna
manera será la desencadenante de la situación final; no es extraño que sea la
portadora de las características que conforman el título, «Una virgen preciosa de piel oscura como una sombra y con un par de
ojos más verdes que los tuyos».
Tampoco
es raro que las tres hermanas Heredia estén presentes en el argumento como una
nueva Santísima Trinidad que, por ser femenina, ayuda a la mujer dándole fe
para conseguir lo que más desea; un sutil cambio en la precepción de la
religión, otro punto de vista para reflexionar sobre la importancia de imágenes
omnipotentes con las que sentirnos identificados, «en el patio sevillano de tres hermanas que en realidad parecían una
sola».
y tres
mujeres se unen sin saberlo para cambiar la situación humillante que las
circunda, Balbina, que decide vivir sola sin ver a la comunidad de su entorno,
Clara, que olvida el qué dirán y el dinero para vivir con quien ama de verdad y
Aurelia, que se enfrenta a quienes la rodean sin avergonzarse de su sexualidad.
Tres mujeres que aportan una esperanza al futuro. También aparecen dos hombres
diferentes en la historia (no en vano sus nombres son significativos), Barrabás
incluye en su diálogo una parte del título de la novela para adelantar, de
forma premonitoria, su papel; su intento de suicidio se transformará en crimen
con el que hará justicia a las hermanas Quiroga y a Aurelia «Se me había metido esa idea en el
entrecejo, como una negra sombra».
La
otra mitad del título aparece en la descripción de Liberto, otro personaje
masculino fundamental para el desenlace de la novela y para la sociedad real «Ojos verdes tenía Liberto, no
enjuiciadores».
Ojos verdes, negra sombra es un canto a la libertad, a la
igualdad, y Javier Quevedo Puchal lo expone con un estilo en el que amalgama
expresiones propias del lenguaje vulgar con apócopes, contracciones, síncopas,
aféresis… «pué, pa’l, saboría, jamía,
picás, no ni ná», con expresiones del lenguaje castizo «A mí me palpita […] Eso, mal agüero que no falte», onomatopeyas «el frufrús de los helechos», con
expresiones humorísticas por contraste entre el significante y el significado «No querrás que lo llame don Pepón, con el
medio metro mal contao que tiene», con palabras vulgares formadas por
semejanza en los significantes «criticaciones»,
expresiones populares «alma de cántaro»
y típicas gallegas «abelurio, cheirón,
cacholán».
En
un alarde barroco, Quevedo une la concatenación con antónimos, oxímoron,
sinestesia, elipsis y epanadiplosis para reflejar el sentimiento caótico y
dramático de la situación, un sentimiento armónico a pesar de la falta de
razonamiento «Tanto que, cuanto más la
miraba más distinta la veía. Y cuanto más distinta… Así fue como empezó todo.
Así, mirando y mirando, empezó su ceguera […] La boca latía granas maduras. El
vestido, fuego […] Virgen y sacerdotisa, virtud y pecado. Deseo, Ay, deseo…».
Las
hipérboles aportan matices peyorativos al papel del hombre en la sociedad
machista «Liberto encontró la habitación
tan abotargada de testosterona que enseguida dedujo lo que era: el despacho del
señor Vidal».
El
diminutivo enfatiza las supersticiones, «toditas
las noches». Las descripciones minuciosas adquieren agilidad con
comparaciones humorísticas y a veces la prosa se torna poesía con anáforas que
abren paralelismos quiasmáticos que refuerzan la igualación de sus significados
sinestésicos. De esta forma el autor consigue que el silencio comunicativo sea
una muestra de cariño
Por
primera vez en su vida, el mutismo de su hermana le provocó cierta ternura. Por
primera vez, agradeció en silencio la opacidad de los secretos.
Con
las digresiones, el autor puede interrumpir el curso de la narración para
reflexionar sobre la realidad, y que el lector se distancie de la ficción. En
el diálogo entre Balbina y Clara, aparecen las reflexiones y deseos de ésta en
los que, en una autoguiño, la voz de Quevedo Puchal se implica del todo «Que sus deseos se convirtieran en una
caligrafía caótica pero libre. Que su voluntad fuera la suma cuyo resultado
jamás era el mismo».
Leí Cuerpos descosidos y vi en el caos estructural un orden argumental perfecto con el que Javier Quevedo me atrapó. Leo Ojos verdes, negra sombra y he de confesar que me rindo como lectora ante la claridad, la pasión y la valentía que este caótico desprende.
Compré este libro simplemente porque amo el manejo del lenguaje del autor. No me preocupé mucho sobre la sinopsis. Después de leer tu análisis he comprobado que no es, para nada, lo que esperaba... ¡y has conseguido que mis ganas de empezarlo crezcan!
ResponderEliminarLeer a Javier Quevedo es disfrutar, reflexionar, aprender, reflexionar... Me encanta
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