Después
de leer Los poderosos lo quieren todo me viene a la mente la palabra
experimentación. No es que el autor haya ensayado con alguna técnica nueva
(pues todas se muestran en alguna parte de nuestra literatura) pero creo que
hasta ahora no había encontrado tantas juntas: Los nombres ridículos que
parodian una característica de quien los porta han aparecido desde los griegos
clásicos, y por supuesto causan hilaridad al tiempo que ayudan a hacernos una
idea de cómo será el nominado. Los poderosos de esta historia son Hermógenes Arbusto, su mujer Ilustración Frondoso y sus hijas Maribel y Verónica Arbusto Frondoso; por
el contrario el méndigo es Martínez,
en claro apellido usual español que parodia la indiferencia e indolencia de los
españoles. Igualmente, el político Luis
Lajodiste, monseñor Lacón y Grelos, la inmigrante Altagracia Miamol, la prostituta Magdalena Desamants, el empresario Serafí Nadal-Zambomba y su auxiliar de contabilidad Florencio Capullo, el periodista Palito Escobosa o el canónigo Verdura conforman toda una
galería de personajes tipo que, por desgracia, pueblan nuestra sociedad actual,
por lo que se deforman, como tantas personas reales, hasta convertirse en
esperpentos.
La
incursión del diablo es también una baza atractiva, mucho más que los ángeles o
el propio dios, asimismo muy socorridos para aportar ese punto de poder que nos
beneficia, pero carentes de la sensualidad y sexualidad desenfrenada del
demonio; la última incorporación es Lucifer, una serie de televisión entretenida
cuyo protagonista intenta ayudar a una policía porque lo atrae
irremediablemente ya que es la única que no ha sucumbido a sus encantos. Sin
embargo Forcas, el diablo de José Mª Guelbenzu, termina haciendo una chapuza de trabajo, descubre la imaginación
y siente que su realidad se tambalea «Traidores
sentimientos». Será desterrado del infierno, aunque eso no le suponga un
problema.
La
venta del alma al diablo ha estado en las páginas de la literatura desde hace
siglos; en la mente del ser humano probablemente desde que tiene uso de razón.
Es muy tentador olvidarse de las normas, hacer lo que nos venga en gana en todo
momento sin tener que pagar las consecuencias; todo lo contrario, disfrutaremos
de belleza, o poder, o dinero, o éxito, o todo junto; es verdad que a cambio
padeceremos durante toda la eternidad, pero quién piensa en eso si vamos a
tener nuestros deseos al alcance de la mano para beneficiarnos cuando queramos.
El
alemán Spies, en el siglo XVI, planteó la historia del teólogo Fausto, que
quiere vender su alma al diablo a cambio de someterlo a sus órdenes durante 24
años. Continúa el mito fáustico con Goethe (alcanzando su cota máxima) y a
partir de ahí muchos escritores han sucumbido a la tentación de experimentar
con las pasiones del ser humano, Wilde, Calderón, Shakespeare... El problema es
que no sería ético vencer al mal, el propio Goethe lo dijo «Las grandes pasiones son enfermedades incurables. Lo que podría
curarlas las haría verdaderamente peligrosas»; por eso, todos aquellos que
intentan burlar la ley divina o humana mueren de forma violenta y a manos del
diablo, recordando una vez más su penar eterno.
Sin
embargo, Forcas no ha hecho bien su trabajo por lo que el castigo de Hermógenes
Arbusto queda como una parodia, sin darle tiempo a verlo venir, sin reflexionar
sobre las consecuencias de sus actos.
Que
un personaje encarne un mito es normal, incluso se ha dado el hecho de que dos
mitos se igualen, no en vano se considera
a don Juan el Fausto español, pero cuando un personaje es el símbolo de
Fausto, del tío Gilito, del padre de la bella durmiente y del Cid, la historia
sobrepasa cualquier razonamiento y se incluye en los límites del tebeo, de la
burla. Efectivamente, no sólo los personajes, la trama está construida como un
tablado de marionetas, el propio título de los capítulos nos va dando pistas: Arriba el telón... Se amplía el escenario...
Continúa la ficción... y, como ya hiciera Valle Inclán en su momento,
Guelbenzu se basa en un cuento infantil (o varios) y deforma cualquier valor
tradicional para construir una sátira paródica del poder estatal y
eclesiástico, de la clase alta española y de tantos literatos que escriben
exclusivamente por el premio, olvidándose de la verdadera pasión por la
literatura «Naturalmente, no todos los
asistentes respondían al mismo talante; también había jóvenes en los que,
[...], el empeño literario surfeaba sobre el oleaje de las bajas pasiones». Los
poderosos lo quieren todo es una parodia de la ambición desmedida y una sátira
hacia todos aquellos que se aferran a lo material olvidando los sentimientos y
la imaginación. De hecho, cuando Forcas descubre estas cualidades deja de ser
demonio para convertirse en un ser humano. Fantástica comparación, más si
tenemos en cuenta el título de la obra noventayochista Tablado de marionetas: para educación de príncipes (la pena es que
probablemente no la lea quien debiera).
La
última experimentación que he encontrado (y por favor, si alguien ha visto
otra, ruego que lo diga) es la relación directa entre autor y personajes.
Unamuno, también de la generación del 98, ya hizo que Augusto, el personaje de Niebla se rebelara contra su no
existencia; cuando el autor “lo mata”, le envía un telegrama «enhorabuena, se ha salido usted con la suya».
Ahora
es el narrador quien, quejándose del anonimato al que está sometido, cobra vida
propia y establece su historia en paralelo con la trama de la familia Arbusto
Frondoso: «Irrumpe el narrador», «El
narrador de nuevo», «El narrador exige un descanso» (y como el autor no
atiende a su propuestas) «El narrador
precisa por su cuenta», «el narrador se impacienta», hasta que «el narrador toma decisiones», consiguiendo
«un final precipitado», broche de
humor fantástico en el que el propio Guelbenzu debe terminar la obra como
puede; al quedarse sin narrador van pasando por delante del lector una serie de
imágenes que describen (como una secuencia de cine mudo) el final de la novela,
aunque el «Punto final» sea una
escena teatral (de nuevo el tablado esperpéntico) entre el plumillas y Tomás Beovide,
los dos pretendientes de las hermanas Arbusto Frondoso.
Fantástico
recorrido por la literatura, como hemos comprobado, por lo que la novela no es
sólo una parodia, sino un homenaje a la buena literatura y a los buenos
escritores, y por contraposición una burla irónica a los que han brillado de
manera incomprensible, y a la imposibilidad de unir la belleza del arte
literario con la fealdad del sistema educativo.
Y,
por supuesto, merece la pena dar un repaso al estilo, en el que en clave
paródica encontramos variados recursos, como descripciones gradatorias
ascendentes para reforzar la ausencia de gusto en algunos millonarios «...En realidad, y siendo un poquito
críticos, la casa parecía una tienda...» o personificaciones de plantas que
animalizan, por contraste, a los humanos «...más
sucios que deteriorados, con breves balcones atiborrados de tablas de planchar,
bicicletas, armarios de cocina [...] De cuando en cuando asomaban unos geranios
sin mucha convicción». Las metáforas sirven para criticar a algunos
inversionistas
...(su
interlocutor) Tenía un parche en el ojo izquierdo, pata de palo y un pañuelo de
lunares anudado a la cabeza... —No pretenderá usted [...] —Amigo, ¿por quién me
toma? Yo soy un profesional —alardeó el pirata—, y por eso sé que no tiene
usted un duro que rascar. —Volvía a tener el aspecto de ejecutivo trajeado...
Los
juegos de palabras basados en la similitud de significantes ayudan a conformar
una sociedad inculta, pero rica «Ah, ya
lo entiendo: la maceta es una figura retórica. Una metástasis. —Metáfora
—precisó Ilustra desconcertada.»
Las
descripciones de los personajes y sus actos son de gran precisión gracias a la
utilización de coloquialismos metafóricos, vulgarismos e incluso la unión de
coloquialismos a imágenes humorísticas «Hijo,
no sé qué te pasa, que estás hecho un hurón», «...su hija Verónica y un
tirillas que debía doblarla la edad estaban pelando la pava», «...salió de naja
en dirección contraria y salvó el muro de protección con agilidad digna de un
contorsionista de circo».
Afloran
los guiños a los grandes escritores, aunque de forma sutil. La llamada al Carpe Diem que Góngora hiciera en su
soneto Mientras por competir con tu
cabello, aparece en Tomás Beovide «Todo
lo que él sentía dentro de sí no podía quedarse en humo, en aire, en nada»,
recordando al último verso del poema gongorino «en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada». La novela no
sólo alude a la Edad de Oro y Plata de las letras españolas. Hasta la Edad
Media nos retrotraemos al leer «Hermógenes
[...] se limitó a echarles una de sus famosas miradas feroces, tan famosas y
tan feroces que se dice que, en su juventud, acojonó a un oso pardo en los
Montes de León». Claro recuerdo de nuestro Cid Campeador y su episodio del
león en el robledal de Corpes.
Otro
rasgo de estilo, humorístico, es que al narrador, omnisciente, lo saca de su
error algún personaje que aparece de repente, mientras aquél continúa su relato
«María Ilustración [...] avizoraba el
encuentro desde detrás de una columna jónica que formaba parte del decorado
(“Dórica”, le susurró un camarero al pasar) con el corazón palpitante». Las
comparaciones que igualan la consideración y la delincuencia son primordialmente
sarcásticas «cuyos preciosos conocimientos
en materia fiscal, con especial referencia al blanqueo, ocultamiento de
capitales y evasión eran harto reconocidos tanto en los más respetados círculos
empresariales como entre la delincuencia internacional».
Los poderosos lo quieren todo es una parodia de nuestra sociedad
actual ¿Somos conscientes de que todos formamos esta sociedad? ¿Somos
conscientes de que la mayoría somos Martínez? ¿Somos conscientes de que
sufrimos y permitimos los abusos? Ahí reside el punto amargo de la sátira.