Empecé
a leer este libro con una ilusión tremenda; de hecho lo compré entusiasmada
porque desde pequeña me ha gustado leer sobre los famosos. Considero que la
vida de unas persona influye sobremanera en su obra, así que, una vez conozco a
un autor me agrada profundizar en sus orígenes, en su manera de vivir para
relacionarlo con su labor artística. He de reconocer que no siempre encuentro
causalidades –no todos tienen una obra tan “autobiográfica” como Kafka o Poe–,
y que en numerosas ocasiones he pensado que mejor no saber la vida de
determinados genios, según el nivel de egoísmo y dureza mostrados para con el
resto de los mortales. A veces incluso considero que la humanidad debería haber
hecho el vacío a determinados famosos, pero así somos; nos mostramos
inclementes con algunos, dejándolos morir en la miseria para encumbrarlos post mortem, mientras que somos
permisivos con otros hasta convertirlos en inhumanos en vida.
Todo
este preámbulo para llegar a la conclusión de que La pasión de ser mujer me
ha defraudado. Ya había leído otros libros de biografías, recomiendo
encarecidamente Vidas escritas de
Javier Marías (1992) y, por supuesto Historias
de mujeres de Rosa Montero (1995), pero éste tenía algo novedoso; para cada
protagonista, de un total de doce, hay dos partes diferenciadas; en la primera,
Eugenia Tusquets intenta novelar un episodio de la vida de la mujer referida y
en la segunda, Susana Frouchtmann delimita el contexto real de ese episodio.
Sin embargo, esta idea más que original se ha convertido con el paso de las
páginas en rutinaria.
Las
doce mujeres que componen La pasión de
ser mujer son (fueron) excepcionales en su trabajo. Todas debieron
enfrentarse a diferentes adversidades para salir adelante, por lo que todas son
admirables en cuanto que destacaron por su valía en un mundo gobernado por
hombres y que, según la época, ha sido especialmente cruel con la mujer. Por
todo ello debemos valorar lo interesante de esas mujeres, el esfuerzo por la
superación, por la reivindicación de derechos, a veces incluso desde el
silencio, desde lo más hondo del ser; un esfuerzo para ellas mismas ya que no
buscan fama, ni ovaciones, ni privilegios, sólo quieren ser consecuentes con
aquello que les dicta su moral, que no siempre va a coincidir con la establecida
socialmente. De hecho, en ocasiones han pagado un precio muy alto por el
triunfo, el rechazo de determinados círculos comunitarios.
Es
gratificante saber que Hedy Lamarr, una de las mujeres más bellas de todos los
tiempos, antepuso su inteligencia a su físico y consiguió no sólo ser un mito
erótico del cine sino aportar una serie de inventos científicos, entre ellos el
espectro expandido, gracias al cual la telecomunicación y la tecnología digital
experimentaron avances importantes.
Es
muy satisfactorio conocer a mujeres que, como Madame de Staël se enfrentaron en
el siglo XVIII a los más poderosos. Ni siquiera Napoleón, al exiliarla,
consiguió hacerla cambiar de ideas feministas. Es cierto que Germaine de Staël
pertenecía a la aristocracia, así que el dinero, e incluso el poder, no le
faltaron y pudo crear uno de los centros literarios más importantes en Paris al
tiempo que se dedicaba a la política.
María
Callas constituye todo un ejemplo de superación al modelar su voz y su cuerpo
hasta llegar a diva del bel canto, y todo se fue desmoronando cuando fue
rechazada por Onássis, quien la sustituyó por Jackeline Kennedy.
También
Pardo Bazán hubo de enfrentarse a la sociedad de principios del XX que no entendía
cómo una aristócrata aprobaba ideas provocadoras del Naturalismo francés;
tampoco le perdonó que defendiera la educación de la mujer, de ahí que fuera
tratada incluso con desprecio por algunos de sus coetáneos.
Las
novelas de Virginia Wolf adquieren más valor, si cabe, al enterarnos de su
infancia en la que fue violada por sus hermanastros y después condenada a
tratar con ellos hasta el final. Eran otros tiempos nada fáciles para la mujer,
por lo que en estos casos no extraña que terminaran quitándose la vida.
Deslumbran
mujeres que, como Raquel Meller, supieron salir de un pasado humilde y difícil
para convertirse en iconos mundiales. No nos sorprende por lo tanto, incluso
resulta curioso, saber que viajaba siempre exigiendo numerosas excentricidades,
como si quisiera resarcirse de todo aquello que la vida le negó durante un
tiempo.
Y es
interesante descubrir a determinadas escritoras que, como Anaïs Nin, a pesar de
llevar vidas tortuosas en las que la polémica, la inestabilidad, el
inconformismo y la falta de sentimientos están presentes día a día, son capaces
de escribir obras en las que reivindican una libertad absoluta para la mujer.
Me
atrae especialmente el hecho de que entre estas mujeres apasionantes predominen
las dedicadas a la literatura; puede ser porque el escribir haya constituido
uno de los oficios más empleados por el sexo femenino.
Está
claro que el lenguaje es un arma poderosa a través del cual se desvela el
rechazo o la aprobación del autor ante determinados sucesos; esto provoca en el
lector diferentes pulsiones que consiguen hacerlo vibrar tanto si es para
ponerse a favor como en contra de lo escrito. Esto no me ha ocurrido durante la
lectura de La pasión de ser mujer; yo
no he sentido ese apasionamiento que deberían haber puesto las autoras al
escribir el libro. Me ha dado la impresión de estar ante una obra plana, sin
sobresaltos; de hecho, si se conoce la obra de la autora relatada la lectura
deviene en cansada. Falta la chispa que todo libro debe tener para enganchar al
lector. Apenas hay diferencia de estilo entre la parte novelada y la biográfica
–a no ser por la persona narrativa–, por lo que, en ocasiones no tiene sentido
la separación ya que la biográfica puede convertirse en una repetición –más
exacta, eso sí– de la novela.
En
la parte novelada, la tercera persona del narrador omnisciente no resulta
creíble «Y no es este su caso, no puede
decirse que a Mercè le esté pasando lo mismo. En absoluto. Ella nunca se ha
sometido a nada ni a nadie» es todo demasiado académico, como sacado
directamente de la biografía «Otro de sus
bloqueos creativos; suele ocurrirle si escribe sin parar durante horas.
Necesita airearse. Decide salir a la calle […] Ella está enfrascada en la plaza
del Diamant, en la Gracia depauperada durante las postrimerías de la guerra
civil…». Los diálogos son tan trascendentales que no resultan creíbles. A
veces tenemos la sensación de estar ante la misma voz, ya sea la del narrador o
la de la protagonista; incluso en la técnica del monólogo interior, más que una
conciencia parece una exposición «…Su
prematuro matrimonio, cuando era casi una niña, con el tío recién llegado de
América, enérgico y atractivo, pero con quien rompió, por lo menos internamente,
al cabo de pocos meses, ya embarazada de su único hijo» (Eugenia Tusquets) «…en octubre de 1928 se casaba con su
sobrina Mercè, previa dispensa papal. Ella tenía veinte años, él catorce más.
[…] Nueve meses más tarde nació Jordi, su único hijo. Para entonces Mercè ya
era una casada defraudada e insatisfecha. Joan no se parecía al hombre que
había idealizado. (Susana Frouchtmann)»
Y no
sólo he encontrado descuidos en el estilo, también la ortografía y las
fechas han sufrido algún que otro
desliz: «el enlace (de Pardo Bazán) tuvo lugar con el máximo boato el 10 de
julio de 1968», «…edad que entonces se consideraba sino vieja sí muy adulta»,
«Jamás entregué mi corazón tan enteramente que no pudiera recuperarlo cuando lo
consideraba absolutamente necesario».
Asimismo
creo que hay alguna que otra afirmación desafortunada por parte de nuestras
autoras «No deja de ser gracioso que el
escritor Juan Valera informara a doña Emilia de que la causa de la negativa era
la antigüedad de los sillones de la institución, en cuyos asientos ella no
cabría. Encantadora forma de ningunearla y además llamarla gorda» Si «gracioso» y «encantadora» tienen intención irónica, no ha quedado claro en el
texto.
En
cuanto a la pregunta final que, con motivo de Santa Teresa de Jesús, se hace
Susana Frouchtmann, me atrevo a contestar que ¡por supuesto! Dentro de cinco
siglos sobrevivirán las reliquias –esperemos que trocitos de cuerpo, no–, el
recuerdo, la leyenda de Lennon, Michael Jackson, Elvis Presley o Jimi Hendrix
entre otros, como perduran desde hace tres los de Mozart o cualquiera que
constituya un mito, porque el ser humano se sentirá identificado con ellos o
intentará imitarlos y, porque han dejado algo muy valioso en el campo –en este
caso– de la música. Asimismo, y sin quitarle mérito a la labor religiosa y
literaria de Teresa de Cepeda, hemos de tener en cuenta que la Iglesia está por
medio y hará todo lo posible por mantener con vida eternamente a Teresa y a
todos los demás santos. No la infravaloremos, por algo está en la cumbre del
poder desde hace miles de años.