jueves, 3 de abril de 2025

NO SOY YO

El 23 de marzo de 2025, Juan José Millás razonaba en El País un deseo nada descabellado: Todos deberíamos empezar a caminar dándonos la espalda, dormir boca abajo; de esta forma no habría guerras, sería imposible. Así, al volver a mirarnos, a quedar frente a frente, sentiríamos para qué sirven los brazos y los labios. Esta reflexión me vino a la mente cuando empecé a leer el último libro de Belén Conde Durán: «La gente ya no se tocaba pero el caso de Soren era especial, el tacto era su forma de ver el mundo, de relacionarse con las cosas y con las personas».

Ahora que he terminado No soy yo –2081– dedico este análisis a Héctor y a Toñi y, con el permiso de Belén, traslado a ellos su dedicatoria, porque también ellos «valen todo el amor y toda la pena».

Quien haya leído algo de esta autora descubrirá en su última novela una serie de constantes:

Los protagonistas no se ajustan a la norma, aunque pueden desenvolverse sin problemas en la sociedad.

Las revueltas políticas son evidentes, no obstante el triunfo del bien tendrá lugar gracias al amor hacia los demás.

Los antihéroes no tienen cabida en la sociedad soñada.

Los nombres de los personajes recuerdan a los utilizados en sociedades inmemoriales de los cuentos maravillosos: Kalevi, Soren, Melkent, Alia, Élea, Klaus, Sven, Jonella… 

En la narración aparece cierto tono didáctico enfocado a promover valores morales «…lo saludó Kalevi con cortesía. Estaba resuelto a hacer las cosas bien desde el inicio, porque entendía que así tenía más posibilidades de conseguir lo que quería».

La lectura de No soy yo es cómoda; con un vocabulario coloquial, el narrador cuenta en tercera persona cómo Kalevi, el 1 de enero de 2081, tiene una reunión con su padre, Melkent de Nalis, archiduque de la región de Neo Svithiod, en la que le recuerda que, al ser mayor de edad debe casarse con una chica a la que han pagado para que lleve en su vientre al siguiente heredero, sin desvelar el secreto que, de salir a la luz, impediría mantener el archiducado. Los hechos son narrados de forma lineal hasta que Kalevi, ayudado por Soren, su primo lejano y enamorado, consigue sincerarse con el pueblo.

Kalevi y Soren serán testigos del asalto a la región por el ejército de la vecina Tasavolta, que toma Neo Svithiod hasta que pague la deuda contraída. Cuando el futuro archiduque es consciente de la ruina de su tierra, se compromete a reponer la situación anterior al desastre, al tiempo que hace público su secreto para empezar una nueva era de paz, igualdad y cooperación entre todos.

Estamos en 2081, la psicosis de las guerras vividas y las pandemias, unida al aumento de la tecnología, han hecho que la sociedad sea más individualista. El miedo a sufrir algún daño es el causante de que los habitantes vivan encerrados en sus casas, con todo tipo de comodidades, manteniendo contacto con el exterior a través de los medios informativos que, por supuesto, solo emiten lo que dicta el gobierno y lo que todos quieren oír. Fuera quedan los desheredados, gente sin posibles que malvive porque «así es la sociedad».

Los personajes representan tipos actuales. Los protagonistas presentan una “discapacidad” a la que han hecho frente de distinta manera; mientras Soren vive perfectamente integrado a pesar de su ceguera, Kalevi es obligado por su familia a ocultar su feminidad desde el momento en que nació mujer. Ser mujer no le permite tomar decisiones, ni estar al frente de un territorio en donde las relaciones sexuales apenas tienen lugar por miedo a contagios; los embarazos son a través de fecundación in vitro a demanda de los padres, quienes creen que tener una niña es como cualquier otra desgracia. Por eso Melkent y Alia deciden que esa hija será educada y tratada como un chico; pero este chico guarda para sí, en su angustia, más de una sorpresa.

Kalevi experimenta una disforia de género al enamorarse de Soren y mantener relaciones íntimas; no se siente cómodo con sus rasgos sexuales. Hasta ese momento no había supuesto ningún problema pues, a finales del siglo XXI el individualismo ha llegado a su grado máximo, los roces personales son inexistentes. Estamos en 2081 y la sociedad ha involucionado. La tecnología ocupa el eje por el que se mueven los humanos; los coches pueden autoconducirse o ser conducidos mediante información de coordenadas, «Kalevi iba en silencio escuchando la voz del intercomunicador. Era la que avisaba a Soren cada vez que tenía que girar hacia uno u otro lado y emitía chasquidos cuando ejecutaba una maniobra, para dar constancia de que se había llevado con éxito».

El ser humano vive de puertas para adentro, cada uno con sus circunstancias, rodeado de máquinas que aportan necesidades y caprichos, «Kalevi pasó el resto de la tarde cuidando de su bonsái digital». Es lógico pensar que las irregularidades de la actual sociedad vayan en aumento; empezamos a notar falta de empatía y amor hacia el ser humano, esto fomenta el egoísmo; solo pensamos en lo que recibimos a cambio de nuestro esfuerzo o de nada; los niños ya utilizan tamagotchis en los que cuidan a sus mascotas virtuales sin peligro de que en realidad mueran o sufran; la indiferencia hacia los animales y las personas va en aumento; con el aumento de la tecnología vamos destrozando el planeta, no es extraño que en unos años, los árboles y plantas sean también, en realidad, virtuales. Los adelantos sin embargo, nos hacen ser conscientes de los beneficios que tenemos a nuestro alcance; ya conocemos la función terapéutica de la luz, sabemos que la luz roja acelera nuestra recuperación muscular, reduce la fatiga y aumenta el rendimiento deportivo. La verde, además de regular el consumo energético, es relajante y tiene efectos calmantes en la migraña y el sueño; probablemente, dentro de 50 años algunas personas deban depender de ella por la falta de contacto con la naturaleza «…el recibidor, que estaba iluminado por una extraña luz verde. —La luz normal me molesta— le explicó Siv».

Belén Conde expone un mundo reducido a microentornos complacientes que hacen creer que los hombres forman parte de una comunidad en la que no existen problemas. Un mundo en el que no existe la libertad de expresión y donde las diferencias de clases son insalvables, «La gente iba a la cárcel por robar comida […] o por protestar contra las normas. Esto nunca era mostrado en los medios, de modo que técnicamente no existía». Cuando Kalevi sale de su zona de confort es consciente de las necesidades del pueblo. La diferencia de clases es enorme; también las de género. La mujer ha retrocedido hasta casi una época medieval; está en un plano inferior al del hombre. Kalevi necesita a Soren para que le haga ver el mundo desde otra perspectiva, solo así puede adaptarse a su entorno, cambiar su autoestima y llegar a la conclusión de que no merece la pena vivir presionado por la exigencia social y el sufrimiento individual, por eso termina aceptándose como es, alguien que puede desempeñar diversas funciones físicas y mentales, asumidas con gusto y amor: «Soy Kalevi de Nalis, un joven engañado durante mucho tiempo […] que va a instaurar cambios».

Los temas de esta novela son totalmente actuales: La ausencia de reflexión en una sociedad que, al no cuestionar las leyes, ve perjudicado el desarrollo económico, así como el bienestar emocional individual. Una sociedad en la que el arte no es importante, por lo que la imaginación se verá incapacitada para concebir un futuro mejor.

Una sociedad en la que no todos encajan; la angustia de los adolescentes los aboca al suicidio como salida a sus problemas; no se sienten identificados con las imposiciones y no saben cómo salir. La autora les propone, a través del narrador, que acudan a quien los quiere: «No tenía por qué sufrir, pero era egoísta tomar decisiones irreversibles sin antes pedir ayuda».

El problema de la identidad de género ha existido siempre, pero ahora se empieza a vivir no como tal sino como liberación. No todos se sienten identificados con su género de nacimiento; podemos experimentar atracción eróticoafectiva por personas del mismo género, de distinto al que somos o al que nos asociamos. Entramos en la pansexualidad, donde lo que importa son las personas «A mí no me gustan los hombres […] Tampoco las mujeres. Me gustas tú, ¿no lo entiendes?».

A lo largo de No soy yo, la autora discurre sobre las imposiciones sociales, familiares o personales. Todas son la causa de vidas sin afecto y, cuando obviamos los sentimientos, dejamos de ser personas «llegó a la conclusión de que una vida sin afecto no merecía la pena».

sábado, 22 de marzo de 2025

DICEN QUE TE QUISE TANTO

Acabo de disfrutar con una novela de las que llamo clásicas. Es una novela de amor, pero tiene su punto de historia. Es una novela, pero podría tratarse del relato verídico de una persona, de una familia, de un país.

Es una novela que narra, pero las palabras transmiten imágenes.

El tiempo de la novela es caprichoso; de forma lineal transcurre en los dos primeros días de 2009, pero mediante analepsis nos retrotrae hasta finales de la década de los 50 o principios de los 60, cuando Laura e Isabel son dos niñas que se conocen en la finca de esta, Las Correntías.

Es una novela que ves mientras la lees, como esas grandes novelas que aparecen en televisión y que, siendo reflejo del pasado, apuestan por un futuro mejor «¡Cómo ha cambiado la vida —se admira Isabel de vuelta al siglo XXI—. ¡Cómo se abusaba de quienes no tenían nada! ¡Ojalá que nunca vuelvan a repetirse escenas como aquellas!».

Dicen que te quise tanto es una novela que merece la pena leer, porque la autora Mar Moreno ha puesto su alma en ella. El narrador muestra, con términos sensoriales, sentimientos que aluden a los cinco sentidos: El sonido de los villancicos, el olor de los jazmines, el sabor de un merengue, la visión de los árboles, el tacto del frío aumentan su poder sensorial cuando generan en nuestra mente imágenes asociadas que nos conmueven «Mientras camina, recibiendo en su rostro el helado beso de buenas noches del mes recién llegado, se acuerda de lo que las Navidades le gustaban a su madre».

La estructura externa de la novela es muy sencilla: son dos días, durante los cuales Isabel León llega a La Carolina, desde Madrid; va al cementerio, a casa de su prima, al hotel donde se hospeda, da un paseo por el pueblo, por la finca, va al notario y vende Las Correntías a don Juan Casas Heredia. Será este quien dé la última sorpresa a Isabel. Ella no lo espera, pero se queda con la sensación de que el tiempo lo pone finalmente todo en su sitio, «Al cabo de los años las decisiones políticas y humanitarias de su abuelo Alberto, consideradas durante tanto tiempo como errores, se habían convertido en aciertos Aún puede Isabel volver al cementerio para despedirse de Laura antes de regresar a Madrid».

La estructura interna es más complicada. El narrador consigue que los lectores conozcamos a estas dos mujeres de diferente clase social, unidas por el querer, capaces de cambiar, con esfuerzo y decisión, una antes que otra, y gritar a todos su amor. Eran tiempos difíciles, tiempos en los que las relaciones entre diferentes estatus eran impensables, tiempos en los que la homosexualidad era perseguida y castigada. Isabel, ahora con 60 años, piensa que su vida está hecha y vuelve al pueblo para arreglar su situación respecto a la finca que ha pertenecido a su familia, pero vivirá algo más; los recuerdos la llevan a momentos que creía olvidados, revive en ellos las experiencias y hasta lo más insignificante cobra sentido. Aparece en la novela el presente anímico y es en él donde Isabel valora su vida, en él Isabel revive feliz sus circunstancias porque prevalece lo bueno que descubrió con Laura. Ha aceptado su realidad y está dispuesta a afrontar el futuro, consciente del pasado y coherente con lo que ha significado su relación con Laura. Ahora sabe qué es lo verdaderamente importante. No elimina el dolor, pero da sentido a todo al aceptar sus experiencias. Isabel, por fin se siente libre, ha aprendido la lección que con tanto amor le enseñó Laura, «su espalda se ha enderezado dejando atrás el gesto apesadumbrado y corvo al que ya se había acostumbrado […] Laura la acompañará en cada sonrisa de su vida […] Tiene ganas de volver a Madrid, a su hogar».

El estilo es impresionista; junto a las reflexiones largas, meditadas, aparece una prosa poética, evocadora para que Isabel reflexione sobre su relación con los demás y consigo misma, sobre su papel y el papel de la mujer en la sociedad. 

Los recuerdos de más de cincuenta años se analizan según evocaciones sensoriales, sin embargo los lectores construimos la historia con sensación de continuidad.

El narrador, en tercera persona, mezcla en su relato descripciones y reflexiones en primera persona dando la impresión de que es la voz de Isabel la que va contando todo, «Cómo no cuestionarse tantas indecisiones, tantas ambigüedades que, intentando confundir a los demás, solo acabaron por confundir a la única persona que he amado en mi vida». Asimismo, en los diálogos tenemos la impresión, a veces, de que es la voz del narrador el que los reproduce, como si contara los hechos a un espectador atento. Por supuesto, la voz de Laura aparece en la novela, no solo en los diálogos traídos en las analepsis, también en las cartas que le envía a Isabel; el deseo y amor entre ambas se pone de manifiesto. Laura aporta la valentía que contrasta con el miedo de Isabel. Las contradicciones de esta son el resultado de los sentimientos de ambas.

No solo las analepsis enredan en el presente, también las prolepsis van avisando de sucesos futuros, que mantienen la atención del lector mientras colocan al narrador como un dios que todo lo sabe sobre las protagonistas, sobre el pueblo y sobre el propio país. El juego de voces difumina estos elementos narrativos con gran acierto «Las dos chicas disfrutaron de los dulces y siguieron charlando felices, ajenas por completo a la red que el despiadado futuro estaba comenzando a tejer para atraparlas».

Abundan las metáforas poéticas, significantes del amor por Laura y, sobre todo, del amor de Laura. Son metáforas que en ocasiones implican al universo, en otras, las imágenes dibujan la grandeza del verdadero amor cuidado, aunque oculto, que hubieron de mantener las protagonistas.

Los párrafos anafóricos agrandan el amor y lo acogen en secreto,


Cajas, repite Isabel, cajas amontonadas […]

Cajas reposando ajenas al paso del tiempo […]

Cajas atestadas de recuerdos […]

Cajas que convivían con el eco de la voz de Laura […]

Cajas impregnadas con el olor de Laura […]

Cajas entre sombras […]

Y entre estas metáforas, poesía y belleza aparece la denuncia de los temas más duros vividos en los últimos tiempos: el maltrato animal, que era algo habitual en algunos sectores. La subordinación, indiferencia, invisibilidad de la mujer en la segunda mitad del siglo XX. El acatamiento de la mujer, por miedo a perder lo que tenía, durante el franquismo. La vida hipotecada de la mujer, por miedo a enfadar. El acoso sufrido y callado al ser visto como algo normal, algo a lo que el hombre tenía derecho. El interés de la iglesia y de la clase alta en la incultura del pueblo. La prepotencia de los fascistas para esconder su ineptitud. El miedo irracional a perder el poder. La desgracia de ser homosexual, y el terror a ser descubierto como “desviado”.

Mar Moreno deja una impronta optimista en las imágenes de comienzos del siglo XXI, imágenes que confirman un cambio, efectivamente, pero no radical. Ojalá vayan desapareciendo los desheredados a los que se les prohíben privilegios que gozamos, por ahora, el resto de la sociedad.

«allí estaban los otros con sus ropas sucias, con las manos encallecidas, las uñas negras de tierra y de aceite, allí estaban sus hijos, ateridos de frío con agujeros y manchas de grasa en los calzones y en los leotardos después de restregarse todo el día por el suelo o dormir en los capachos».

sábado, 15 de marzo de 2025

EL ÁRBOL DE LA CIENCIA

Es curioso cómo una novela escrita hace un siglo refleja una sociedad tan diferente en algunos aspectos y tan parecida a la actual. El lector de El árbol de la ciencia no permanece indiferente, enfadado en algunos momentos, sí; asombrado, también; apático, nunca. Pío Baroja deja que veamos en el protagonista, Andrés Hurtado, un alter ego de su personalidad sin miedo a que lo tachemos de asocial, hipersensible o incluso depresivo.

El joven Andrés estudia medicina en la capital y como gran observador actúa, como el propio Baroja, de cronista de su época. Leyendo esta novela somos conscientes de las preocupaciones culturales y estéticas que Hurtado-Baroja percibía ausentes en España. El protagonista vive, estudia y trabaja en Madrid, Valencia, País Vasco y un pueblo (inventado) fronterizo entre Castilla y Andalucía. Da igual, lo que predomina en todos sitios es el afán por el dinero de los poderosos —porque este les acarreará más poder—, el trato vejatorio que la sociedad da al pueblo —asumido con total normalidad— y la corrupción de los estamentos gubernamentales y eclesiásticos, que no dejan de sacar provecho de las injusticias y barbaridades. Baroja escribe con total libertad, con un estilo vivo, repleto de diálogos en los que los personajes se definen y donde el protagonista puede reflejar sus preocupaciones por la falta de cultura general. El tema principal de la novela es la importancia de la Ciencia para el progreso, y de la filosofía como medio de conocimiento del hombre.

Andrés está continuamente razonando sobre esto y es en la religión y la superstición donde ve el problema mayor que rodea a la sociedad y que es la base de determinadas costumbres que constriñen el desarrollo individual y de la comunidad. La higiene es fundamental, por ejemplo y, ante la falta de esta, Hurtado se obsesiona y la predica no solo como preventiva de enfermedades sino también como terapia.

Asimismo, ante la falta de interés por evolucionar, Andrés se va debilitando, cada vez está de peor humor, por lo que decide comer menos y hacer más ejercicio, algo que da resultado en su ánimo; sin embargo su fobia social va en aumento y debe abandonar el puesto que ocupaba de médico de higiene. No aguanta ser testigo del trato vejatorio que se daba a la mujer, a la que se prostituía y maltrataba con el beneplácito de la policía y de la Iglesia. Al aceptar otro trabajo, para atender a los pobres, su ánimo empeora. «Aquellos desdichados no comprendían todavía que la solidaridad del pobre podía acabar con el rico y no sabían más que lamentarse estérilmente de su estado».

Andrés Hurtado es un inadaptado. La amistad de su tío Iturrioz es la base de la novela para dialogar sobre el funcionamiento social, algo que entiende el protagonista pero no se ve capaz de cambiar; todos parecen haberse acomodado en su estatus y haber asumido su destino.

Las descripciones realistas, minuciosas del narrador pintan a personas y paisajes. Hurtado cree que la falta de trabajo intelectual animaliza al hombre, por lo que no hay solución; el ser humano es cruel, dañino; la amargura del protagonista se transforma en cinismo e ironía al caracterizar los hechos, «El español todavía no sabe enseñar; es demasiado fanático, demasiado vago y casi siempre demasiado farsante. Los profesores no tienen más finalidad que cobrar su sueldo…».

El léxico descalificativo y las metáforas empequeñecedoras abundan en la descripción de personajes secundarios, que son quienes van conformando una sociedad defectuosa y una personalidad tímida y deprimida en el protagonista; personajes como el tío Garrota quien a pesar de participar en crímenes y maltratar a su mujer hasta que se suicida, sale en libertad porque no es él el que la mata directamente. El propio Hurtado, en contra de todo el pueblo, no permite que se le culpe por esa muerte. Andrés debe salir de allí; cuando llega a Madrid las cosas no mejoran pues, a pesar de conocer su valía, su amigo, Julio Arancil, le da de lado porque prefiere otro socio que aporte dinero.

Por otro lado, Fermín Ibarra, otro amigo, también le influye en su ánimo al decidir marcharse a Bélgica para trabajar en un taller, porque le fastidia la ignorancia de España, que «no habla más que de políticos y de toreros. Es una vergüenza».

Lulú es quien más contribuye en la mejora de su carácter. Ambos se complementan y se quieren. El destino de Lulú será determinante para el protagonista.

Andrés Hurtado vive en una sociedad que no se cuestiona nada por miedo al cambio, a lo nuevo. El hombre, egoísta por naturaleza, es quien hace la sociedad dañina para el propio hombre, por eso solo funciona bajo la promesa de obtener paraísos como sea «Los semitas inventaron un paraíso materialista […] el cristianismo […] colocó el paraíso al final y fuera de la vida del hombre y los anarquistas […] ponen su paraíso en la vida y en la tierra. En todas partes y en todas épocas los conductores de hombres son prometedores de paraísos».

Baroja no se oculta para opinar; así, bajo la perspectiva de Hurtado expresa sus sentimientos, incluso sus esperanzas, «Con nuestras fuerzas vamos siendo dueños del mundo». Pero el fracaso ante la ilusión es evidente; Baroja es realista y ve, con certeza, un futuro malogrado por todos aquellos que no quieren una renovación o la temen; Andrés se va quedando más solo, es un marginado en un mundo dominado por la corrupción.

Hemos llegado a ese futuro y asistimos, impotentes, al triunfo aplastante, humillante, cruel del poder

Hurtado no ve sentido a su existencia. El autor espera que hoy encontremos nuestro paraíso no en el árbol de la vida sino en el de la ciencia, para que la incultura no sea la que nos enmarque y deje de afectar a la educación social, intelectual, sexual.

Intentemos eliminar el pesimismo desmedido de Andrés «—¡Qué van ustedes hacer! ¡Es imposible! Lo único que pueden ustedes hacer es marcharse de aquí».

sábado, 8 de marzo de 2025

DIÁLOGO Y VALORACIÓN

Muchísimas gracias, Babelio, porque de nuevo habéis conseguido estimular mi cerebro con una nueva lectura. En esta ocasión he tenido la impresión de volver a estudiar; recordaba algunos conceptos pero me he asombrado con lo aprendido y sobre todo con lo que he reflexionado durante el análisis de Diálogo y valoración. El libro de José M. Ramírez es un estudio ensayístico sobre el lenguaje y la comunicación y, aunque parezca increíble, es un canto a la paz entre los hombres, porque no hay nada mejor que dialogar para modelar y regular nuestro propio pensamiento, para poder empatizar con los demás y conocerlos. Por lo que también agradezco que haya personas como este autor, capaces de analizar el lenguaje como una actividad cotidiana del hombre, y agradezco a Lingua & Semiosis (La vieja factoría) que publique este estudio.

Ojalá yo sea capaz de resumirlo con claridad.

Diálogo y valoración está dividido en tres partes:

La primera es un recorrido por la historia para conocer algunas teorías de lingüistas y filósofos que han estudiado el lenguaje.

La naturaleza de los valores se estudia de manera objetiva en una rama de la filosofía, la axiología. Qué es lo bueno o lo importante son preguntas constantes en el hombre, por lo que valorar forma parte del acto comunicativo, es decir, la axiología también está presente en la lingüística porque filosóficamente es incompleta: no todos pueden valorar algo que no conocen; al incluir el lenguaje, sí podemos valorar diferentes preguntas u opiniones. Hacemos juicios de valor, donde entran las emociones, son subjetivos, mientras que los juicios de la lógica son intelectuales, imparciales.

Desde la Antigüedad, la sociedad ha dado valor a las entidades que formaban parte de ella, valores que se pretendían objetivos y que estaban considerados como la normativa por la que se regía dicha sociedad. Los filósofos de la Antigüedad estudiaron la valoración. Mientras Protágoras concedía al hombre la capacidad de valorar la realidad con cierta base pragmática: según la situación, para unos es bello y para otros no, Platón creía que las cosas tenían naturaleza estable, luego no todos los hombres podrían medirlas La dicotomía objetivo – subjetivo llegó hasta el siglo XIX con el positivismo de Augusto Comte, pero deja poco espacio para la pragmática pues reduce las leyes que conforman el mundo a la observación y experimentación (falta valorar y jerarquizar).

La pragmática aporta la visión interactiva de la conciencia. Al darse un proceso social interactivo llegamos a la autoconciencia, es decir, nos formamos individualmente según la comunicación social. El lenguaje es la base de la comunicación.

Morris propone tres perspectivas de estudio en la comunicación: la semántica, que estudia el significado de los signos, la sintaxis, la relación entre ellos y la pragmática, la interpretación que hacemos.

Dewey se introduce en la Teoría de la valoración y afirma que no solo pertenece a la filosofía sino también a la lingüística. Saussure es quien da nombre a la Lingüística, como ciencia de la lengua y distingue entre lengua (social) y habla (individual).

El lenguaje queda explicado por la lengua y su contexto. El signo lingüístico adquiere su valor según la relación entre el significante y el significado, tiene carácter lineal, es arbitrario, inmutable y mutable en el tiempo; el valor deriva de la oposición de un signo con los que le preceden y siguen en el contexto.

Bally introdujo la estilística, y se centró en el lenguaje cotidiano en donde los sentimientos son fundamentales. Los juicios de valor son, por lo tanto, subjetivos, por lo que el lenguaje falsea la realidad sin proponérselo. Modificamos la lengua al hablar para influir en el interlocutor.

Bajtin y Voloshinov tienen en cuenta el diálogo: Todo texto es un diálogo porque implica una esfera sociocultural en la que interactuamos. Para la comprensión influyen los saberes compartidos y la experiencia previa. El diálogo se re-valoriza con el tiempo porque interviene la ideología social: ideas, creencias, pensamientos que representan la verdad para un grupo. Voloshinov establece la ideología en lingüística: los signos tienen un valor, se emiten con una intención interpretada por el receptor según el contexto en el que se enmarque el enunciado.

Habermas se centra en la valoración como el motor del lenguaje. A través del diálogo y la valoración vamos conociendo y transformando el mundo. El diálogo y la valoración influyen en el pensamiento, pero hemos de tener en cuenta la teoría de la estimulación porque al valorar empleamos el afecto.

Van Dijk tiene en cuenta el modelo contextual comunicativo que abarca a los interlocutores, lo valorado, el propósito, el entorno, los valores sociales, la ideología individual y social, el espacio, tiempo, canal… Todo influye en la comunicación. Es cierto que no todos valoramos algo de la misma manera pero, en general, hay unos valores sociales que marcan la verdad de los conceptos que nos rodean.

José M. Ramírez propone una hipótesis axiológica para desentrañar la estructura de los valores que intervienen en una comunicación. A través de estos valores nos comunicamos y conformamos nuestra verdad, puede no coincidir, pero seguro que mejoraremos la comunicación, nos entenderemos mejor.

El autor afirma que el lenguaje es característico del ser humano. Los hombres hemos de tener en cuenta dos valores que nos ayudan a reflexionar, imaginar y producir la réplica: la semejanza y la autonomía.

En la Parte II, Ramírez analiza seis obras diferentes de Ramón y Cajal en las que sigue una estrategia discursiva: todo está sujeto a valoraciones. Incluso la rectitud normativa va cambiando con el tiempo, por lo que la verdad proposicional también puede hacerlo. Hay que tener en cuenta tres funciones en el discurso: la estimativa, la autorreguladora y la motivadora, según tres principios de valor clásicos: Verdad – Bien – Belleza.

En la Parte III se expanden estos tres principios o esferas de valor en el pensamiento y la comunicación.

José M. Ramírez concluye, de los trabajos de Ramón y Cajal, que la valoración individual puede cambiar según el género del texto y algunas valoraciones se explican según un modelo contextual que sirve de interfaz entre lo que sabemos y relatamos. En todos los textos abundan las apreciaciones estéticas individuales, por lo que los valores ideológicos van cambiando, es decir la ideología no es un sistema sino un proceso. No todo sistema es ideológico. Los valores sociales aparecen cuando se abre y cierra un sistema, están en la interacción y permiten juzgar, autorregular y motivar nuestra conducta.

Las esferas de valor (o ámbitos donde se agrupan los valores) eran tres, pero Ramírez recuerda que no hay que olvidar la funcionalidad y la esfera de transformación de la realidad. Teniendo esto en cuenta, nuestro doctor en filología asegura que hemos de tener en cuenta una esfera de valor que reúna todos los factores humanos necesarios para la comunicación: la asequibilidad de conceptos a los que nos referimos, la usabilidad…; como los factores se multiplicarían en cada situación, Ramírez propone como esfera de valor: el diálogo, porque rodea a los interlocutores, agrupa su intercambio semiótico, normaliza el intercambio…, podría llamarse semioesfera dialógica e influye en las demás esferas de valor (porque el verdadero significado de una comunicación concreta depende de ella).

De alguna manera volvemos a Saussure: los enunciados son adecuados para los que pueden interpretarlos. La producción y comprensión van unidas; son procesos que dependen de la mutua valoración de los interlocutores.

Si entendemos la sociedad como contexto se puede concluir, según Ramírez (y yo estoy totalmente de acuerdo), que los que formamos parte de ella hemos de dialogar partiendo de la base de que todos somos iguales y gozamos de libertad. Todos formamos parte de una sociedad humanista que se comunica. En esta sociedad (¿utópica según lo que estamos viendo?) se valorará el diálogo como lo que es: un intercambio semiótico de valores.

¡Bravo!

sábado, 1 de marzo de 2025

RUMBO SUR

Puede que no haya entendido bien los relatos, probablemente las sutilezas del autor me pasen desapercibidas; estoy segura de que Guido Finzi pretendía exponer en Rumbo Sur algún pensamiento filosófico sobre lo dura que es la vida, la soledad del ser humano o lo costoso que supone ser un hombre en la sociedad actual. Pero he leído todos los relatos y en la mayoría he encontrado misoginia o machismo, también xenofobia en algunos. No obstante soy partidaria de leer de todo para entender otros pensamientos diferentes al mío, por eso postulé por este libro en Masa Crítica de Babelio y por eso, una vez más, estoy agradecida por el regalo y la oportunidad de conocer a este autor.

Los 43 relatos que conforman este libro ocupan apenas 190 páginas. La expresión es concisa, a veces tanto que se echa en falta algún dato más porque cuando la lectura se va a poner interesante, corta el relato. Es el caso de Matador, en el que tras mostrar una ficha del protagonista, algo superficial, expone un hecho que sirve de nudo bastante sugestivo: «El tipo viene comprobando cómo la gente que detesta va muriendo de diferentes cánceres […] El pendejo al que descubrió pintando una esvástica en la pared del edificio donde vivían sus padres o el maricón que le miraba lo que tenía entre las manos mientras orinaba…». Probablemente el relato es ese, al menos su mensaje porque el autor prefiere no contar cómo sabe ese secreto «es algo que queda entre los dos» y pide que todo siga en secreto «porque nadie va a creerles. La gente no es tan crédula. ¿O sí?»

Es cierto que algunos comienzos atraen, por el punto irónico de los que engloban descripciones bastante atractivas, capaces de evocar vivas imágenes que seducen al lector con la lírica que encierran, «Apoyado en la barra, con mi cinzano a mi diestra y disfrutando del analgésico ruido provocado por el chaparrón que caía afuera, me entretenía buscando apellidos fonéticamente interesantes en las esquelas de La Nación».

Y los lectores intuimos algo sugestivo en la continuación, derivado de la lluvia o de la esquela y, sin embargo, lo que sucede es que, casi siempre, el protagonista se topa con mujeres despampanantes que dan pie a la trama, como si las mujeres normales no fuesen capaces de despertar ningún interés. Estas mujeres no solo avivan su imaginación; en la mayoría de los casos son recuerdos vividos, por lo que llama la atención la vida sexual tan agitada de los protagonistas.

En fin, creo que el problema es la mujer o la convivencia que el protagonista tiene con ellas, porque los últimos cinco relatos (sin personajes femeninos) son, creo, los mejores. El resto podrían ser acontecimientos que se cuentan entre amigos mientras toman un café juntos. Son relatos de encuentros casuales y la reacción que despiertan esos encuentros; podrían ser historias reales o basadas en la sospecha de habladurías.

El zurdo Villalta nos sobrecoge con la vida de un chaval del estrato más bajo de la sociedad que llega a ser encumbrado por su habilidad en el fútbol…, hasta que sufre un accidente en la rodilla. Muy profesional critica a los gorilas que solo saben obedecer por dinero, sin pensar. 

La relación con los judíos y el sufrimiento por el que han pasado a lo largo de la historia se ve reflejado en los dos últimos relatos, Courage y Aparición nocturna.

En estos relatos el destino aparece irremediablemente determinista, aportando a la historia cierta pátina existencialista; pero en cuanto aparece una mujer, lo hace también la soledad que provoca en el protagonista, probablemente por el comportamiento machista que muestra con ellas, el caso es que en ningún momento el hombre admite que le preocupa lo que piensan o sienten las mujeres, más bien suponen una carga de la que hay que desprenderse antes o después, no importan las consecuencias. Por eso se queda solo, no importa si es él quien las echa de su lado o son ellas las que se van. «No me respondió. Simplemente me dedicó una enigmática sonrisa a través de la ventanilla, y desapareció entre el tráfico».

La mayoría de mujeres son personajes complejos en mayor o menor medida, que luchan con problemas de identidad, mujeres que de alguna forma le piden ayuda y lo que consiguen es ignorancia por su parte, «se lo di, con las últimas cifras cambiadas, y la vi desaparecer hacia la calle» o desprecio absoluto. No las ayuda, no perdona, es rencoroso y las ofende con sus palabras, «¿qué carajo me querés decir con eso?, ¿te pensás que ando tan mal como para querer volver a estar con una turra como vos?».

Me ha quedado una sensación rara al leer Rumbo Sur porque hay un protagonista que normalmente se llama como el autor, Guido Finci, que como él es escritor. periodista y que viaja por el mundo contándole a sus amigos sus “penas" y vanagloriándose de sus conquistas amorosas, sin darse cuenta de que lo que queda de manifiesto en esos cuentos no es amor.

Como buen hombre tradicional, religioso, cuando se ve apurado apela a Dios y a su ayuda celestial, pero ni siquiera así es capaz de cumplir las promesas que le hace «Presa de la culpa encendí velas en casa […] acudí a la sinagoga a prometer a Dios que si se salvaba, no solo iba a dejar de verme con Graciela, sino que abandonaría cualquier afán donjuanesco en lo que me restara de vida […] hasta hoy, a escasas cuadras de la casa de Graciela con una erección que no se me va».

No cumple las promesas porque no se puede unir el respeto a los seres queridos, a la mujer, con la superstición religiosa. El hombre se apoya en tópicos para eludir responsabilidades.

Lo siento pero he visto en estos relatos la imagen de un machismo que debemos eliminar de la sociedad. Tanto las mujeres como los hombres somos mucho más que un envase.

sábado, 22 de febrero de 2025

LA CABEZA PERDIDA DE DAMASCENO MONTEIRO

Esta es una  novela corta, que se lee rápido porque el argumento es muy interesante. Durante la lectura tenemos la impresión de que todo podía formar parte de la realidad y, al final, somos conscientes de que realidad y ficción no son tan diferentes. Antonio Tabucchi consiguió, después de escribir La cabeza perdida de Damasceno Monteiro, que se reabriese el caso. Tuvo que ser un duro golpe para los poderes públicos del estado portugués de finales del siglo XX. Y, sin embargo, el suceso es tan actual que asusta; podría formar parte de la cotidianeidad de España, Europa, América… No avanzamos. La justicia no es la misma para los que tienen dinero o para los que no; para quienes, a pesar de los derechos conseguidos, piensan de forma distinta al juez que lleva el caso; para los que viven o no según las reglas de una normalidad que se va quedando obsoleta.

No conocía a Antonio Tabucchi, no había leído nada de él y es un referente de la literatura italiana del siglo XX. Leyendo esta novela nos damos cuenta de por qué recibió un Premio de periodismo en España y somos conscientes de su afán por mantener viva la memoria, no solo la histórica, también la personal. Es importante recordar de dónde venimos y cuáles son los verdaderos valores que tuvimos en la infancia, porque serán los que marquen nuestro comportamiento.

En La cabeza perdida de Damasceno Monteiro, Manolo, el jefe de un clan gitano que vive a las afueras de Oporto, se encuentra una madrugada el cuerpo sin cabeza de un hombre. Él no puede denunciarlo en comisaría porque no lo van a creer, pero al Acontecimiento, un periódico de Lisboa, llega la noticia. El director envía a cubrir el caso a Firmino, con una dieta ajustada y la estancia pagada en la pensión de doña Rosa, una mujer que apenas sale a la calle pero está al corriente de todo lo que pasa en Oporto y conoce a todos los que pueden ayudar al periodista para esclarecer los hechos. Firmino se va encontrando con gente valiente que no tiene miedo a declarar. La cabeza es pescada en el río y el primero que tiene opción a fotografiarla, antes de llevarla a comisaría, es nuestro periodista. También encuentra al compañero del muerto, quien propicia la identificación del cadáver y explica quién, cuándo y por qué lo mataron.

Doña Rosa pone en contacto al plumilla del Acontecimiento con el mejor abogado de aquellos a los que la justicia no va a hacerles caso, Loton, apodado así por su parecido con el actor Charles Laughton, quien le va indicando a Firmino a quién debe entrevistar y cuándo publicar las entrevistas, de manera que a la hora del juicio todo el mundo haya podido saber lo ocurrido.

Tabucchi refleja en Loton la búsqueda de la identidad humana y la suya propia a través de la memoria. El abogado se siente diferente al resto de la mayoría: obeso, de familia adinerada, sin verdaderos amigos, es un estudioso de Pessoa y Borges. Loton, que es incapaz de vivir en plenitud a causa de su físico y su infancia desamparada, intenta que su naturaleza y experiencia sean el portavoz de los necesitados, de los marginados exentos de credibilidad social; imbuido de cierto determinismo existencialista, considera que la identidad humana se forma entre la realidad y la ficción, tomando los sueños y los recuerdos como partes de esa ficción que no es sino una alteración de lo que hemos vivido en realidad. Partiendo de esta premisa va desentrañando el posible acontecimiento y las causas. Los recuerdos no son lo que pasó sino retazos que la memoria evoca intercalando lo imaginado o soñado en lo vivido, «los sueños no se explican, no suceden en el mundo de lo formulable como quiere hacernos creer el doctor Freud, solo quería decirle que el tiempo puede empezar así, dentro de nuestros sueños».

La novela participa de una estética reflexiva y crítica porque a una fantástica literatura se unen otros géneros como el ensayístico y el periodístico. Las entrevistas que Firmino refleja en su periódico son un ejemplo de entereza, propia del periodismo contrastado y valiente y que empieza a echarse en falta.

El estilo es reflejo de la complejidad de la existencia. Leyendo a Tabucchi nos damos cuenta de que la vida hay que ordenarla continuamente porque nuestra realidad no es predecible, no hay un orden que nos ampara a todos, por lo que para seguir adelante debemos reordenar nuestro entorno y, sobre todo, nuestro propio espacio personal. Loton le hace ver a Firmino que el sentido de la vida está en nuestra constante reflexión: el tiempo y el espacio son irrelevantes, todo es ambiguo; ni siquiera podemos valorar la ausencia o la muerte por nosotros mismos sino por el reflejo que vemos en los otros. La novela expone que no se puede conocer la realidad porque siempre la vemos a través de filtros perceptuales de los otros o de los nuestros individuales. Por eso las descripciones son lentas y van cargadas de digresiones sobre el paso del tiempo, las diferentes expectativas y los cambios en la realidad, «pero él era viejo sólo en el alma y en la mente, en el cuerpo no, porque conservaba todavía su virilidad, solo que con su mujer su virilidad era inútil, porque ella era una mujer vieja».

Además de la injusticia que supone la impunidad de que se revisten los poderosos, Tabucchi destaca la bondad de los hombres rectos, que en muchos casos se confunde con ingenuidad; Doña Rosa es una maestra de ello, también el director del periódico, el amigo de Damasceno y, por supuesto nuestros protagonistas Firmino y Loton.

En esta certeza de injusticia y confusiones de realidad que marcan un estilo lento y reflexivo, aparecen con asiduidad pequeños rastros de humor, fruto, no cabe duda, del optimismo y la esperanza en el futuro del autor.

El humor critica la superioridad de los ricos; refleja la objetividad de la que tratan de hacer gala algunos personajes humildes, como doña Rosa o Manolo el gitano, cuando hablan de sí mismos en tercera persona. Humor contrastivo entre la flema del director del periódico y la ansiedad del novato, que marca los cambios entre madurez y juventud. Humor para poner de relieve la escasez de medios con que cuenta el periódico. Humor negro que, dados los acontecimientos, raya en el absurdo «En el periódico respondía el contestador automático. Firmino dejó un mensaje para el director. —Soy Firmino, la testa del decapitado ha sido repescada en el río por un pescador de cadáveres. La he fotografiado…».

La resignación de los pobres ante la falta de comodidades y de cultura es uno de los temas que engloba este existencialismo. El racismo, las artimañas policiales y la tortura unidos al poder y a la religión están también presentes, «el concepto es básicamente el mismo: yo no soy responsable […] me lo ha ordenado mi capitán […] me lo ha ordenado mi general; o bien el estado. O bien Dios».

Temas distintos, con mayor o menor grado de profundidad, quedan tratados en La cabeza perdida de Damasceno Monteiro, desde el desajuste inmobiliario de finales del siglo XX hasta los sueños y el paso del tiempo, desde la búsqueda del bienestar material hasta la búsqueda de la identidad humana. Porque lo que Antonio Tabucchi deja claro es la universalidad de la literatura: «en literatura todo está relacionado con todo».

domingo, 16 de febrero de 2025

ANIMALES DIFÍCILES

Siempre es reconfortante leer a Rosa Montero; su imaginación va más allá de la realidad que encontramos en páginas de ciencia ficción incluso, como es el caso de su última novela, la última (por ahora) de la saga de Bruna Husky, Animales difíciles.

Bruna es una androide re-reprogramada. Primero la hicieron como rep de combate, alta, fuerte, poderosa… pero su ingeniero le introdujo su memoria humana por lo que Bruna estaba dotada de unos sentimientos que, todo hay que decirlo, no tienen todos los hombres.

Por causas de su trabajo, a punto de morir, es salvada por el inspector Lizard in extremis.

Ahora, en Animales difíciles, aparece reconstruida de nuevo como rep de cálculo. Su cuerpo no es el que era, pequeño, sin fuerzas, casi invisible para los demás. Tampoco su cerebro, capaz de investigar lo que sea, resolver mentalmente cualquier problema matemático, geométrico o físico y recordar en momentos clave hechos definitivos para la humanidad, ocurridos tiempo atrás, miles de años incluso. Husky lo recuerda todo y nos lo recuerda, porque no es bueno vivir con pretensiones de progreso o poder cuando se ataca sin piedad a los más vulnerables, a los que no tienen nada. Porque las limpiezas étnicas no han traído más que sufrimiento y, además, no han dado resultado, aunque insistamos.

En la época de Husky hay una Zona Cero donde se hacinan los humanos de categoría inferior, sin apenas oxígeno para vivir. En la nuestra encontramos demasiadas zonas cero, donde los habitantes menos afortunados mueren sin que los privilegiados resolvamos con efectividad esta situación «Gabi era la niña rusa de la Zona Cero que Husky había rescatado sin querer en una frontera con los territorios contaminados».

Bruna tiene presente más que nunca la memoria histórica. Y como su memoria no deja de funcionar, recuerda su cuerpo anterior, su fuerza, su capacidad de reacción inmediata… y se enfurece con esta Bruna débil que tiene miedo, es insegura y puede ser derrotada con facilidad. La memoria de Rosa Montero y su imaginación y sus señas de identidad y ese temor constante a la muerte que ve tan cercana están en Bruna Husky. Es como si en Animales difíciles, Rosa le hubiera insuflado una parte de sí misma a su protagonista.

También la ha dotado con su capacidad de amar; estoy convencida, por lo que leo de Rosa Montero, de que el amor hacia todo preside su vida, hacia animales, personas, naturaleza… Hablar de Rosa es hablar de amor por la vida y rechazo a las injusticias y a las manifestaciones soberbias de poder.

Desde que leí Historia del rey transparente he intuido a la autora en sus novelas. En esta más que nunca, puede que porque, a pesar de ser ciencia ficción, es la más realista de las que ha escrito. Cuando en 2011 escribió la primera novela de esta saga, Lágrimas en la lluvia ya advirtió de que aunque era ciencia ficción, también se trataba de su novela más realista y política; siguió la línea con El peso del corazón y Los tiempos del odio. Las imágenes de Animales difíciles podrían ocupar las pantallas de un informativo actual.

La autora no se reprime. En el argumento hay un presidente de los EUT, Dong, que en realidad solo se mueve para fortalecer a empresas que le aportarán el control total del universo, que solo les interesa a él y a quienes como él quieren ostentar el poder aunque sea de pequeñas porciones del pastel, «irregularidades laborales, denuncias del trato de favor fiscal y legal que la empresa recibe en todo el mundo, falta de transparencia en sus movimientos […] es una megaempresa terrible, manda más que el gobierno de los EUT, ella es quien pone y quita presidentes, Dong es su esclavo y Ortiz, la esclava de Dong».

Montero está exponiendo una sociedad de 2111 y resulta que la vivimos casi exacta en 2025. Hoy triunfa quien más dinero tiene, la cultura es lo de menos (tenemos políticos que no han estudiado, apenas han trabajado, pero envenenan las conciencias asegurando que solo vale lo que ellos dicen, haciendo creer a las masas que son los elegidos, por lo que deben desprenderse de los que se diferencian en la piel, religión o estatus económico). Es necesario estar ante una sociedad crédula que no razona, para manejarla. Una sociedad que se contente con ser joven; es muy fácil asociar juventud, belleza y bondad «casi nadie, excepto los muy pobres o unos pocos frikis como Yiannis, dejaba que su cuerpo envejeciera tanto sin aplicarle remedios estéticos»

La autora advierte de que en la historia puede triunfar el mal pero es momentáneo, todo se ajusta tarde o temprano porque no puede triunfar el dinero de manera permanente si la gran mayoría no lo tiene.

Rosa Montero remueve conciencias en Animales difíciles, también otros escritores, otros artistas (la entrega de los Premios Goya es una muestra)… el problema es que quienes «eligen esa forma de suicidio que es la ignorancia» no leen, viven aferrados a los bulos que lanzan por las redes sociales «grupos radicales para crear conflictos sociales de los que puedan beneficiarse»; viven adorando a personas que ofrecen imposibles para el bienestar común: «La presidenta […] aprobar un decreto ley que permitiría que todos los ciudadanos de la región española pudieran convertirse en Kéfalos, si ese era su deseo […] nuestro gobierno siempre luchará por la libertad —peroró, enardecida. Y luego pestañeó con coqueta complacencia».

En fin, esto lo estamos viendo y no hemos llegado al siglo XXII ¿A nadie más le da miedo?

Pero afortunadamente Rosa Montero recibió en 2017 el Premio Nacional de las Letras, por su trayectoria literaria y periodística comprometidas y sobre todo esperanzadoras. Por eso en Animales difíciles Husky, acompañada de sus fieles Paul Lizard, Bartolo y el inolvidable archivero Yiannis, abren una puerta a la ilusión y al optimismo, una puerta que nos permitirá vivir en paz. Solo cuando se consiga, podremos ver la muerte como parte de un proceso natural «Es posible que haya perdido el miedo a morir».

En fin, no sé vosotros, yo le daría el Nobel de la Paz a Rosa Montero.