viernes, 13 de junio de 2025

LA IRA DE LOS HUMILLADOS

Petros Márkaris, después de treinta años, sigue denunciando las injusticias sociales. En la última entrega de la saga de Kostas Jaritos, La ira de los humillados, hay mayor carga de sátira social que de intriga policial; desde el primer momento casi, el Jefe de las Fuerzas de seguridad del Ática, junto a Antigoni Ferleki, la jefa de la Brigada de Homicidios, sospechan de quiénes podrían ser los asesinos de un profesor de matemáticas en la Facultad de Economía. El caso se va complicando cuando también matan a un profesor de instituto y, más tarde, atentan contra un jefe de una empresa tecnológica extranjera con sede en Atenas.

Los miembros de la policía no necesitan violencia ni engaños para que los culpables confiesen. Jaritos y Ferleki preguntan, razonan y los responsables hablan sobre lo sucedido. No hay violencia en la novela a pesar de los asesinatos. Sí hay crítica sociopolítica en las causas de la desaparición del estudio de las Humanidades; de la apatía que muestran los jóvenes hacia la cultura y las tradiciones: «La razón no es únicamente la reducción del interés de los estudiantes, sino también la progresiva marginación de los estudios humanísticos». Y hay crítica en las consecuencias: estamos creando sociedades sin arraigo, «El conocimiento de la historia y de la civilización es la base sobre la que se sustenta una ciudadanía concienciada».

Está claro que la denuncia le interesa a Márkaris, y además tiene razón. El problema del desprecio por las humanidades no es solo en Grecia; estamos acostumbrándonos a que vayan desapareciendo de los institutos el Latín, el Griego, la Cultura Clásica o las horas de Lengua y Literatura. Al mismo tiempo vamos asumiendo con relativa normalidad la corrupción; no solo en España, no solo en los políticos. La corrupción alcanza a todas las esferas y llega a todos los lugares. No nos importa que el mundo esté en manos de pederastas, asesinos o genocidas mientras no toquen nuestra escasa parcela. Nos vamos habituando a chillar sin pensar… Así nos va. Pero esto es otro tema que habría de ser tratado y cortado de raíz.

En La ira de los humillados, el autor expone qué ocurre cuando unos chicos han sufrido acoso en el instituto: un atosigamiento por parte de los profesores para que elijan ciertas materias tecnológicas porque son el futuro; burlas de los compañeros hacia los que destacan en “letras” por ser considerados “raritos”. Y ocurre que esos chicos terminan estudiando, trabajando en algo que no les gusta, algo que aumentará su frustración y el deprecio y odio hacia una sociedad a la que no aman. Algo que irá abarcando otras esferas hasta crear un nudo gordiano casi imposible de deshacer. Pero Kostas Jaritos tiene por bandera el respeto y el amor a la familia, a los necesitados y a los oprimidos. Solo con estos valores podrá resolver unos delitos que ya vamos admitiendo como parte del sistema «El miedo a ser víctimas los convirtió en victimarios».

Para este policía no hay partidos políticos sino personas y él sabrá distinguir quién merece la pena y tendrá en cuenta sus consejos. La novela está relatada por Jaritos, en primera persona del presente, momento a momento; de esta manera no olvida contar actos o hechos que podrían ser innecesarios porque no aportan nada para la resolución del caso pero confirman el carácter humilde de este jefe de Policía al que tampoco su último ascenso se le ha subido a la cabeza «Yo estaré presente, pero el interrogatorio lo haréis vosotros. Solo intervendré si es necesario».

Creo que su sencillez es lo que le hace no dar nada por sabido; por eso continúa, a pesar de los años, utilizando el diccionario cada vez que duda sobre algo; solo así podrá resolver un dilema sabiendo con seguridad a lo que se enfrenta. Solo así ironiza sobre un amor por la lengua que se mantiene intacto: «tecnología. f. […] Pobre Dimitrakos, algo sabes de economía, pero en tecnología eres un desastre, pensé mientras cerraba el diccionario».

La crítica social se amplía con cierto sarcasmo al referirse al ámbito político; el Ministro del Interior no se lo pone fácil y entre él y el Ministro de Educación no hay colaboración. Es una competición para ver quién sale indemne de los desórdenes sociales. No importa tanto la solución como ser culpabilizado. Sin embargo, se trata de Márkaris, fiel reflejo, creo, de su personaje, por lo que no incide demasiado en la dejación de responsabilidades de los políticos. No hace «leña del árbol caído»; se limita a exponer la realidad de una sociedad en la que destacan la escasez de recursos policiales, la mala estructuración urbanística y educativa o la falta de recursos para los inmigrantes…, lugares comunes que trata en su obra, que pueblan las páginas de sus novelas una y otra vez. En esta ocasión aparece algo nuevo que parece también de carácter universal: los pakistaníes que emigran a otros países y solucionan su vida con pequeños comercios de frutas y verduras, abiertos con horarios imposibles para el descanso «Ellos abren sus tiendas a primera hora de la mañana y cierran bien entrada la madrugada. Lo sé por un africano que tiene una tienda similar cerca de mi casa. El pakistaní nos ha dicho que vio…».

Pues sí, en este caso un pakistaní, que no es griego, ayuda a la policía griega a resolver el caso. Fuera de la novela, otro pakistaní llamó por teléfono al dueño de un bar, en Cartagena, cuando por la noche entraron a robarle aprovechando que había tenido que ir al hospital gravemente enfermo. No tiene que ver con La ira de los humillados pero al leer este pasaje me vino a la mente este suceso que viví en primera persona. A veces los humillados nos dan lecciones de civismo y convivencia.

Está claro que Márkaris escribe una novela cercana en la que detalla la forma de vida de Kostas Jaritos, una cotidianeidad que puede no ser tan usual, aunque sigue siendo envidiable, y una forma de trabajar que no requiere de héroes pero tampoco acepta canallas que pongan zancadillas


—Hay otro camino […] —dice Askalidis.

—¿Qué camino? —pregunto.

—…quizás debamos empezar por…

—Te felicito, Zanos. Es una idea muy buena…

—Hay un problema —interviene Kollas…

—En eso tienes razón —reconoce Antigoni.

Márkaris es el autor de la novela negra de intriga, social, política. Leyendo a este casi nonagenario de mente lúcida aún creemos en la justicia social y deseamos que sea leído por todos para que nos inculque su apoyo a los perdedores sociales.

Leyendo a este estambulí entendemos temas actuales y transformaciones sociales que han saltado de Grecia para conformar, al menos, un panorama europeo que va perdiendo valores morales y tradicionales.

martes, 3 de junio de 2025

ESE IMBÉCIL VA A ESCRIBIR UNA NOVELA

La última novela de Juan José Millás es perfecta, redonda; todo va teniendo un principio y una conclusión. El capítulo 1 se cierra en el 10; el 5, lo hace en el 11; el 6 en el 12. Esto crea una historia que toma trazas de vida real en la que se van clausurando etapas, hechos; historia y vida forman una unidad completa: «No había forma de hallar la frontera entre ambas».

La perífrasis ingresiva del título marca la constante incertidumbre de la novela (hasta que nos damos cuenta de que está escrita).

Entre sus páginas aparecen temas trascendentes, propios de Millás, como la muerte o la identidad, aunque creo que los ejes son el poder de la memoria y el poder del lenguaje, así que nos encontramos en una encrucijada que ya marcaron Vygotsky o Chomsky en el siglo XX al relacionar Pensamiento y Lenguaje.

El desencadenante de la novela del protagonista, Juanjo Millás, es escribir un reportaje —el último antes de jubilarse— sobre cualquier tema. Esto libera el recuerdo de su vida a partir de sucesos aislados. No hay, pues, una línea temporal, hay evocaciones que van tomando forma en la mente de un lector para constituir la historia del personaje. Una vez leída, encontramos el sentido de la dedicatoria, que no hace sino corroborar la pretendida veracidad. ¿Hasta dónde estamos: ante unas memorias, un ensayo novelado, una novela autobiográfica, una novela ficticia, una novela de formación…? El hecho de que el protagonista se llame como el autor, tenga aproximadamente su edad y se dedique a escribir confirma que puede ser autobiográfica, pero tratándose de Juan José Millás todo es posible: El periodismo y la novela siguen de la mano en esta obra; su estilo agudo, irónico, repleto de originales comparaciones con que explora la realidad resaltando lo absurdo del ser humano y la paradoja de la sociedad.

Ese imbécil va a escribir una novela es una novela corta, sin embargo la realidad está observada con profundidad. El humor hace que parezca una novela, pero la crítica social está en sus páginas y la reflexión sobre la naturaleza humana, también. En cualquier caso es difícil no sentirse reflejado en algún momento. Desde la primera página surge la conexión autor-lector y mientras leemos las andanzas del protagonista vamos reflexionando sobre nuestra propia actitud ante esos temas.

No sé si he entendido bien su postura ante la religión y la creencia en Dios. Ese personaje que estuvo tres años en el seminario y de forma absurda ejerce de cura en un momento de gravedad es el detonante para reflexionar sobre las preguntas trascendentes que surgen al cierre de toda una vida, cuando nos damos cuenta de que es imposible vivir sin creer en algo superior que nos sobrepasa, algo que nos sobrevive, algo eterno capaz de crear otras vidas, otros mundos, unos benevolentes, otros dañinos, algo que nos mueve a ser mejores o nos daña sin ser verdaderamente responsable. Ese algo, ser supremo, existe diferente para cada uno, «¿Sería la literatura, esa práctica tan antigua como la humanidad, una variante religiosa cuyo uso garantizara la salvación en el sentido más cristiano del término?».

Hay autores que tienen un sello personal en su escritura. Hay personas a las que el paso del tiempo no hace sino imprimirles una huella de sabiduría para entender la vida, o intentar entenderla, mientras siguen mejorando para vivir; son personas mayores, viejos que viven cada día porque quieren alcanzar una perfección no lograda. En el momento en que nos creemos insuperables, que lo tenemos todo, morimos: «somos seres en construcción, siempre incompletos. Pero es esa incompletud y el deseo de resolverla lo que nos empuja precisamente a vivir».

El autor, casi octogenario, tiene una mente lúcida, la observamos en sus artículos periodísticos de manera regular y en sus novelas, de manera puntual. El final de Ese imbécil va a escribir una novela no es, afortunadamente, el final de la carrera de Millás; aún sigue creyendo en la escritura, aún sigue uniendo retazos de sus experiencias o lo que las rodea, aún sigue formándose. Aún sigue vivo. Y con más fuerzas que nunca. Su última novela es increíble. Y, afortunadamente no es la última, «sigo en ello».

Y es asombrosa porque en poco más de 150 páginas aparecen casi todos los temas que hoy nos afectan como individuos y como sociedad.

Siguiendo su impronta, Millás deja que aparezcan de forma errática ciertos sucesos según vienen a su memoria. El primero, la aparición de un posible segundo padre, es la causa de los temas tratados: el problema de identidad «me extrañó que mi vida tuviera dos puertas como las dos puertas del banco». La dualidad va a formar parte de su vida «me obligó a funcionar con dos cabezas, una de ellas, invisible».

Otro tema es lo absurdo de la Iglesia que no duda en mezclar lo concreto y lo abstracto, lo místico inefable con lo tangible «se referían al papa como a la cabeza visible de la Iglesia (lo que significaba a la fuerza que había otra invisible)», y lo absurdo de un dios misericordioso que permite tanto sufrimiento inocente «…niños con cáncer, calvos por la quimioterapia. Parecían larvas de sí mismos […] mientras Dios tiraba de la cadena».

El absurdo de una sociedad que desmerece cualquier expresión artística, por considerar que no alcanza niveles culturales serios, «Los amigos que leen ensayos saben dónde herir a los novelistas bobos, valga la redundancia».

El absurdo de una sociedad que deposita su lealtad en quien no lo es con nadie excepto consigo mismo. Una sociedad que castiga, probablemente, a quien menos lo merece, «Mató a su hermano, traicionó a su padre, traicionó a Franco pero trajo la democracia […] traicionó a los españoles […] pero dimitió como un héroe». Pensamos y actuamos en función de diferentes puntos de vista; según interesa nos vamos acomodando en situaciones en las que encontramos cierto bienestar aunque en realidad suframos carencias; de esta forma, cuando experimentamos algún privilegio extraordinario sentimos que no nos pertenece, que estábamos bien. Pocas cosas son lo que parecen.

El que va a escribir una novela no es el protagonista aunque lo sea en realidad «Ese imbécil, me dije, va a escribir una novela». La función metaliteraria aparece constantemente: un tipo de novela se introduce en otro y amenaza con arruinarla pero en realidad surge otra diferente, ni mejor ni peor, o sí, según para quién. Lo importante es escribir, poner en orden nuestra mente.

Millás se pregunta constantemente, ante cada suceso recordado, si no sería digno de convertirlo en una historia, y nos lo cuenta y nos damos cuenta de que sí, es una historia.

A veces somos los protagonistas de nuestras anécdotas y otras, cedemos el papel a quienes nos rodean en una circunstancia determinada. El protagonista, Juanjo, asume el papel de narrador-protagonista del protagonista Pascual, una vez que este le cuenta su historia. Al final, la memoria es incapaz de discernir qué vivimos en primera persona y de qué fuimos testigos pero, en cierto momento, nos lo apropiamos. Todo lo que nos ocurre son historias que forman nuestra propia novela. Al final de la vida reflexionamos sobre ellas hasta rozar estados emocionales que no sospechábamos «¿Habría en esta historia un reportaje?» «le dije por si de aquel encuentro surgiera la posibilidad de un reportaje». Desde que nacemos vamos sufriendo percances y nos regeneramos. Son etapas. La vejez es la única en la que ya es imposible una reconstitución; en una sociedad como la nuestra, las posibilidades de vivir aumentan, pero sin una rehabilitación total. La importancia de lo que ocurre está en los párrafos anafóricos del capítulo 7, donde reflexiona sobre la vejez


Dijo que […] recuperación de esa cadera rota

Dijo que era un prejuicio

Dijo que […] adultos mayores […] personas agradecidas

Dijo que […] estaban muy solos

Dijo que el edadismo […] presente

Dijo que […] uso de pañales…

La vejez, última etapa en la que nos vamos acercando a la primera para completar ese círculo. Pero nada habrá terminado si creemos en la literatura. Ahí residirá siempre la vida.

jueves, 29 de mayo de 2025

LAS FUERZAS CONTRARIAS

La saga de Bevilacqua sigue su andadura. En esta ocasión el subteniente Vila debe hacerle frente, junto a su compañera Chamorro, a un asesinato, la muerte de dos ancianos que podrían haber sido víctimas del COVID o de cualquier vecino, la desaparición de otra mujer y la preocupación de que sus propios padres quedasen infectados.

A la incertidumbre de la resolución de los crímenes se une la soledad con la que deben afrontar su trabajo, por el confinamiento que sufrimos los españoles para evitar el contagio de uno de los virus que, con más fuerza, asoló medio mundo en los últimos tiempos. La incineración de los cadáveres no ayuda a la resolución de las muertes. Aun así, nuestra pareja veterana cuenta con la ayuda de la Guardia Civil de Toledo. Entre todos sacarán la verdad a la luz, «López estaba allí, dándome soporte desde su destino en Asuntos Internos […] no era de los que andaban escatimando a la hora de poner sus energías […] al servicio de sus compañeros […] lo que ahora me tocaba era corresponderle».

Lorenzo Silva sigue, en Las fuerzas contrarias, denunciando la corrupción; en esta ocasión la pillería en torno a una desgracia natural se pone de manifiesto, como es usual en el hombre. Parece que forme parte de la condición humana aprovecharse de los infortunios ajenos para beneficio individual.

Basada en la situación real que vivió el país al comienzo de 2020, cuando aún no teníamos claro cómo combatir el COVID, cuando los ancianos fueron los más afectados por sus condiciones fisiológicas, cuando los equipos debían trabajar en circunstancias difíciles por miedo al contagio, Rubén Bevilacqua razona cómo la pandemia no actuó para todos de la misma forma, «Esta gente es la que nos crio, la que nos dio una educación, la que nos ahorró el hambre y la injusticia que ellos conocieron […] no solo no acertamos a protegerlos ni a prestarles socorro, sino que los damos por muertos desde el portal». Mientras los asilos y residencias de ancianos fueron un caldo de cultivo o los padres de familia estables debían luchar con las tareas habituales, el trabajo on line desde casa, la formación de los niños también en casa, la falta de mascarillas y el agobio psicológico de no poder salir a la calle, otros apenas sufrieron las consecuencias devastadoras. Ya se sabe, las enfermedades, que no son justas y se ceban con los más necesitados, mientras que enriquecen a los más despreciables «La ruindad y la estupidez de algunos comportamientos […] le ponían difícil a uno estar a bien con la raza humana».

Lorenzo Silva ha confeccionado en Las fuerzas contrarias una novela policiaca en la que predomina la intriga y la crítica social. El trabajo de la Guardia Civil queda ensalzado hasta lo más alto. Ni uno solo olvida su misión; todos saben que están expuestos a un virus silencioso y mortal pero todos se apoyan para combatir, al menos, las muertes que ellos pueden aclarar «…recordarle a alguno que otro que no somos esbirros de nadie sino servidores de todos».

En primera persona Bevilacqua narra los hechos con un lenguaje culto, un tanto poético y refinado. Es un guardia civil no al uso que se enfrenta a la investigación criminal con la convicción de que forma parte de un equipo. El papel de la mujer queda ensalzado, como siempre, en su compañera, la sargento Virginia Chamorro, quien aporta ideas cruciales para la resolución. Tanto Virginia como Rubén son seres humanos antes que policías; con la experiencia, el idealismo de sus primeras andanzas se va transformando en realismo; saben a qué se enfrentan, conocen mejor el comportamiento de los hombres aunque nunca juzgan de antemano.

La narrativa de Silva sigue manteniendo cierta intertextualidad con otros autores y obras. La música es importante para acompañar los estados de ánimo de los personajes. Está claro que el nivel cultural de Bevilacqua no es el usual en un guardia civil. De alta formación, intenta ser una prueba de que la lectura es una buena consejera que influye en la personalidad del hombre.

A Bevilacqua no le hace falta la fuerza, convence con la palabra. Su equipo está alejado de la imagen a que nos tienen acostumbrados las series televisivas en las que, normalmente, alguno se deja corromper por los delincuentes o por el afán de ascender en el cuerpo. Con Bevilacqua y Chamorro no hay problema; todos trabajan siguiendo los cauces oficiales, en el apartado burocrático o en el seguimiento de las pesquisas, «El cabo Arnau era uno de esos idiotas que se creen lo que dicen creer; en su caso, que lo primero es estar donde sea necesario para prestar servicio a los ciudadanos y a la vez que la familia es la primera responsabilidad que tiene quien da el paso de formar una».

La colaboración es esencial para lograr el éxito en la investigación, por lo que las autoridades judiciales, forenses y otros expertos en ningún momento entorpecen sino todo lo contrario.

No cabe duda de que el autor está honrando a la Guardia Civil, cuerpo tan denostado y temido en nuestro país durante el siglo XX, para dar una imagen más moderna y humana.

Los viajes que Vila y Chamorro llevan a cabo, a Toledo y Badajoz en este caso, ayudan a tomar contacto con la Guardia Civil de otros lugares para dar una imagen más global del trabajo de investigación y de campo, ofreciendo al lector un proyecto en el que los ciudadanos podemos confiar plenamente, «—No es un examen, Dios me libre, quiero vuestro criterio […] Lo que no quiero es predisponeros ni condicionar vuestra apreciación; decidme vosotros, libremente y sin indicación de nadie, qué es lo que veis»; la dificultad del trabajo policial es evidente por lo que la intuición también tiene cabida, pero lo fundamental es que parte de su trabajo consiste en ponerse al día con la tecnología o lo que haga falta de forma que la edad no sea un impedimento social sino una ventaja.

Novela sin sobresaltos, es, sin embargo, un testigo directo de lo que supuso la pandemia en nuestro país: vidas diezmadas por el virus, por la acción o la falta de ella que algunos impusieron y que sacaron a la luz la peor cara de ciertos políticos, ávidos en echar tierra a la labor bienintencionada y efectiva de las fuerzas del orden y gubernamentales.

martes, 13 de mayo de 2025

HASTA QUE EMPIEZA A BRILLAR

No cabe duda, la literatura asombra de forma diferente cada vez que leemos un libro. Un buen libro. En este caso ha sido tal mi entusiasmo que le he echado un vistazo al diccionario, no al de la RAE como acostumbro sino al de María Moliner. Debo confesar, que lo tengo hace más de 25 años y sin embargo siempre he consultado el de la Academia, y lo confieso con algo de vergüenza después de leer la última novela de Andrés Neuman, porque el María Moliner es un diccionario que en casi todas las entradas detalla mucho más que cualquier otro. Sobre todo no da vueltas de una palabra a otra para, finalmente, llevarnos a la primera. Es más directo. Y después de leer Hasta que empieza a brillar lamento que, una vez más, no se le haga justicia a una mujer. Una republicana, en plena dictadura, tuvo el valor de emprender una obra monumental, casi sola, algo que no se había llevado a cabo nunca, así que de alguna forma enmendó la plana, sin querer, a los grandes lexicógrafos, gramáticos y lingüistas de nuestro país. Propuesta por Dámaso Alonso para entrar en la Real Academia, fue rechazada por algunos de los señores académicos, entre ellos uno de los censores más recelosos del momento, Camilo José Cela, al que la vida puso en su lugar al final de sus días.

Andrés Neuman hace gala, como es habitual, de una expresividad fuera de lo común para introducirse en el alma de María Moliner y mostrarla; honrando como es debido, por fin, a esta mujer increíble. Las contradicciones de María, su soledad, su miedo, su alegría y, sobre todo, su humanidad invaden las páginas de esta obra que puede ser una biografía novelada, una conjunto de relatos sobre diferentes acontecimientos en la vida de esta bibliotecaria, una novela ensayística o un ensayo poético, porque Hasta que empieza a brillar es una obra literaria global, con una prosa tan cuidada que da la impresión de ser lírica, con una protagonista tan fuerte que su humildad no hace sino añadir energía a esa personalidad arrolladora. María aparece en la obra como una superviviente del franquismo, del machismo, del patriarcado anulador que le tocó vivir. Rodeada de las personalidades más importantes e influyentes de la cultura, brilla con luz propia, como lo hacen las 80.000 entradas de su diccionario. Toda una vida consagrada a la palabra. Quince años dedicados a organizar las palabras para que puedan ser consultadas.

La vida de nuestra protagonista fue difícil, nacida en 1900, demostró desde pequeña un gran entusiasmo por el estudio en general y por las palabras en particular; brilló en el colegio y en la universidad y obtuvo importantes cargos en las bibliotecas que la República quiso poner a disposición del pueblo y sobre todo de las mujeres. Esta vida feliz en su ambiente laboral no se correspondió con la privada, pues su padre, ginecólogo de la Marina, apenas paraba en casa debido a sus viajes, hasta que abandonó a su familia formando otra en Argentina. Con el golpe de estado, la guerra y el franquismo, María Moliner fue destituida de sus cargos y con miedo a la censura, a la detención y a la muerte, se embarcó en la elaboración de un diccionario de uso. En Hasta que empieza a brillar están todas las vicisitudes, o las más importantes, de esta increíble mujer, desde 1900 hasta 1974; sin embargo Andrés Neuman rompe la línea temporal de la disposición discursiva, no solo con analepsis o prolepsis significativas: «don Enrique insistía en que acercar a sus hijos a la Institución Libre de Enseñanza resultaría provechoso para su educación. María procuraba concentrarse en ese acierto cuando se le agolpaban los reproches»; también la propia estructura envolvente divide la obra en cuatro partes: La visita I, La visita II, La visita III y La visita IV.

Las cuatro partes forman la visita que Dámaso Alonso le hace a María Moliner cuando deniegan su entrada en la RAE. La conversación que mantienen se rompe de forma abrupta durante cuatro veces, para incluir una serie de acontecimientos que cuentan la vida de María.

Cada parte de La visita termina con la misma frase que comienza la siguiente; de esta forma, esta visita de Dámaso queda como el colofón a la vida de la protagonista, la negación cobarde que le hicieron públicamente a su valía.


Los anteojos de Dámaso oscilaron.

—Te escucho, entonces

[…]

Los anteojos de Dámaso oscilaron.

—Te escucho, entonces.

—En fin, tengo entendido que Lapesa te llamó para contarte.

Durante este encuentro entre dos amigos, aparece, con unas pinceladas, el retrato de algunos académicos y del ambiente de la Institución, el papel de la mujer como autoridad, el reconocimiento que algunos le profesaban a María Moliner, el premio Nieto López que le ofrecieron «en compensación», la soledad que le deja el rechazo a su entrada, mayor que cuando Dámaso termina su visita «En cuanto Dámaso pisó la calle María hizo ademán de decir algo más, pero no se decidió […] cruzó los brazos sobre el pecho para defenderse del frío».

Una vez que termina la visita, el narrador vuelve al presente para «contar» los últimos años de la lexicógrafa, 1972-1975.

El tiempo que vivimos se concibe en esta obra como una unidad en la que permanecemos las personas, una unidad que asiste a nuestra evolución y se va amoldando a ella.

La narrativa de Neuman también se adapta a la personalidad de Moliner hasta que se iguala en la escritura. Las oraciones agramaticales, con apuntes morfológicos, con elipsis como su pensamiento, reflejan el estado mental de María en sus últimos tiempos

Regaba. No irrigaba.

Se le hacía muy (adverbio) difícil (adjetivo) seguir con eso (pronombre).

Llevaba revisado todo el primero y el principio. Del segundo.

Eso sí lo sabía.

Andrés Neuman le da una vuelta a esta demencia y deja ver la espiritualidad de una mujer, que es poesía, para que María Moliner viva eternamente a través de la palabra


Dobló hoja. Sellito.

(Es. Cue. La. De. In. Ge. Nie. Ros.)

Lápiz. Y escribió

Di-ccio-na-rio.

Mano. Tembló. Un poco

[…]

—Lo has sobrevivido

—Más o menos

—Sé que me entiendes, mamá

El autor quiere que su narración sea objetiva, de ahí que el punto de vista cambie en los diálogos. Algunos de ellos podrían funcionar de manera independiente como microrrelatos que expresan la lucha de toda una vida


—Se lo digo muy claro, señora. Si por mí fuera, yo quemaría la mitad de esos libros.

—Me alegra que lea tanto, caballero.

—Pero ahí los tiene […] aunque no nos gusten nada los comunistas.

[…]

—Tolstoi no era comunista. ¡Era terrateniente!

—Los comunistas siempre han sabido camuflarse.

El poder de la sugerencia es evidente; son breves reflexiones, tan íntimas que podrían funcionar como poemas. Diálogos concisos pero intensos y de tan vivos, líricos. Otros, cuentan con humor la razón que llevó a María a elaborar su diccionario, y otros parecen chistes en los que se desborda la ironía, el sarcasmo al reflejar el comportamiento paternalista de los hombres


—Ah, es usted, señora Moliner

—Sí, señor Suances, hoy también soy yo

—Su trabajo no está pasando inadvertido

—Es un honor que lo haya notado

Hasta que empieza a brillar carece de descripciones largas, el autor prefiere contar en escenas, algunas tan simbólicas que lo dicen todo, destacando el humor empleado para revelar el papel invisible de la mujer en la historia.

El libro funciona como biografía novelada, como sucesión de cuentos en los que aparecen microrrelatos. La poesía emana de cada página, las personificaciones abundan, las metáforas, sinestesias… El ritmo fluye en cada oración «Por la Insti caminaban zapatos nuevos y remendados, colonias cítricas y jabón a granel. Algunos estudiantes venían […] Otros […] Había quienes llegaban en coche con criada, y también quienes viajaban en tranvía con su madre, la criada».

La voz del narrador, en tercera persona, se confunde a veces con la de María Moliner, de forma tan honda que somos incapaces de distinguir cuándo se trata de uno u otra. Tanto, que tenemos la impresión de estar ante el propio autor. La figura de María tiene el ritmo de las palabras, a veces cuesta identificar quién comunica; las preguntas retóricas son reflexiones de todos los enamorados de la lectura. Cualquier término, elegido con acierto, puede significar la denuncia de una época, del ambiente destructivo, del ocultamiento de la mujer, de la situación vivida en España… Neuman, como Moliner, no necesita explicar hasta la saciedad, se vale del lirismo, del poder sugeridor de la palabra:


María escuchaba los discursos torcidos de eufemismos, todos esos epítetos temblando de carencias. Pujante, altivo, airoso, augusto, imperial. Y, cada dos por tres, viril.

martes, 6 de mayo de 2025

LA MUY CATASTRÓFICA VISITA AL ZOO


La muy catastrófica visita al zoo debería ser leída por todo el mundo. Los niños, en los colegios, para comentar después su lectura; seguro que los profesores aprendían mucho. Los padres, en las reuniones de la AMPA, para darse cuenta de que, a veces, usurpan, sin mala intención, el papel del profesor. Los profesores, en los claustros, para ser conscientes de que cada alumno es especial y como tal hay que tratarlo pero, al mismo tiempo, todos son iguales.

No estaría mal que los políticos también lo leyeran para reflexionar sobre el significado de esto que llevan entre manos y se llama democracia.

Joël Dicker lo ha vuelto a hacer; en esta ocasión con un libro infantil, escrito con tanto gusto, tanta pasión que agrada a todo el mundo. No sé si es una novela de aventuras; una novela epistolar, debido a que está narrada en forma de diario, aunque no escrito sino recordado por su protagonista; una novela infantil, ya que sus protagonistas son niños y son quienes se encargan de descubrir el misterio; un cuento, porque los personajes están conformados con pocos trazos, los más importantes. Somos los lectores quienes ponemos la imaginación a trabajar para darles forma, física y psicológica.

En fin, La muy catastrófica visita al zoo no “encaja” en ninguna normativa y sin embargo es un gran libro porque es literatura de la mejor. Dicker ha conseguido escribir un libro de misterio, didáctico, de aventuras, en el que no falta la crítica social, la llamada de atención al sistema educativo y, por supuesto, la moraleja. Con este libro, el autor se consagra como alguien capaz de usar cualquier registro y hacerlo bien.

La novela está escrita por una narradora adulta que, en primera persona, cuenta lo que les ocurrió a ella y sus compañeros cuando iban a un colegio especial. El colegio era pequeño, asistían solo seis niños, «Es un cole muy pequeñito porque solo hay una clase […] es muy guay […] Está Artie, que es hipocondríaco […] Está Thomas, que es superbueno en kárate […] Está Otto, cuyos padres viven cada uno en una casa distinta […] Por su cumple siempre pide enciclopedias y diccionarios […] Está Giovanni, que siempre va con camisa, incluso para jugar fuera. Sus padres tienen mucho dinero […] Está Yoshi, que no habla nunca […] estoy yo: Joséphine. Parece ser que no entiendo las cosas demasiado rápido».

Joséphine, a pesar de ser “especial” pudo ir a la universidad y ahora es escritora. Cuenta la historia de lo que les ocurrió un año, un poco antes de las vacaciones de Navidad, en el que vieron peligrar su colegio.

La escritura es fluida. Los lectores sacamos toda la ternura que llevamos dentro al leer las catástrofes encadenadas por las que pasa este grupo de niños, ayudados por su profesora, la señorita Jennings, por el director del cole de los “normales” y por la abuela de Giovanni, una experta en series policiacas.

Joséphine está diagnosticada como alumna de educación especial, sin embargo es observadora al máximo y sabe cuándo algo no va bien, momentos en los que decide evitar problemas y actuar con discreción, «me las zampé sin rechistar. Es lo que se llama ponerse de perfil bajo». Ella y sus compañeros disfrutan de un entorno apropiado, con una profesional que sabe cómo desarrollar sus habilidades, adaptándose a las necesidades individuales de cada uno. Cuando por motivos de fuerza mayor estos niños pasan al “cole normal” surgen las burlas, las peleas…, hasta que el director se da cuenta y con la ayuda de la señorita Jennings se comprometen a implementar una educación inclusiva.

Ojalá funcionen así todos los colegios, ojalá ningún niño se sienta inferior o superior a otro por ninguna razón. Nuestros protagonistas son todos diferentes y se apoyan entre ellos, disfrutan con las ventajas de unos y los éxitos de otros y cada uno, con sus características, es fundamental para que cualquier dificultad pueda superarse.

Esta es la moraleja principal: no debemos menospreciar a nadie porque todos somos valiosos si aprendemos a trabajar en equipo. Mientras llegamos a esta conclusión, reímos con los personajes secundarios porque vemos reflejados pensamientos habituales de la mayoría.


—Caso cerrado: ha sido el mudito el que lo ha atascado todo de tanto lavarse las manos y…

—¡No se debe designar a un niño por su discapacidad! —Se enfadó la señorita Jennings.

—Madre mía, si es que ya no se puede decir nada —se irritó el jefe de bomberos.

También aparecen sonrisas en las explicaciones (necesarias para Joséphine) de la polisemia «el culpable siempre tenía un móvil, pero no para hablar por teléfono…».

Y por supuesto, el trato que les damos a los niños es causa de llamada de atención, aunque al leer la explicación de la protagonista, sonriamos aun sabiendo que suele ocurrir, «se enfadó con nosotros porque nos habíamos comido toda la tarta que quería guardar “para unos invitados”. A mí me entraron ganas de hacerle notar a la madre que nosotros también éramos invitados».

La ternura que se desprende del relato está desde el comienzo, cuando los “especiales” deben enfrentarse a los “normales” y no terminan de encajar en los convencionalismos. Asimismo, Dicker no desperdicia la ocasión de poner en tela de juicio lo que se considera democracia, algo que parece que los adultos hemos asumido en teoría y, sin embargo, pocos lo llevamos a la práctica, al menos en según qué ocasiones; en otras, pensamos que los derechos se amplían a todos por igual en cualquier ámbito. Esto es especialmente grave en educación. Mientras cada profesional tiene libertad para realizar su trabajo y los demás confiamos en su capacidad, los profesores están sometidos constantemente al juicio de los padres y, como no todos los padres piensan de la misma manera, al final es el gremio de la enseñanza el que sale criticado, debiendo, en más de una ocasión, sucumbir a las exigencias de los demás, «al parecer, las normas del cole no se aplican a los padres porque, en cuanto el pobre Director abrió la boca, lo interrumpieron […] a los adultos se les permite portarse peor que mal».

Dicker recuerda a lo largo de La muy catastrófica visita al zoo que debemos cuidar lo que hacemos porque en ocasiones no se corresponde con lo que les enseñamos a los chicos. Probablemente todo funcionaría mejor, y la integración sería vista de manera normal, si los adultos enseñaran con el ejemplo, no solo con la teoría.

La última novela de este autor suizo orienta al lector mediante explicaciones infantiles que ponen de manifiesto una inocencia que sería deseable mantener durante toda la vida, al menos, no olvidarnos de ella. Leer esta novela con niños es bueno para saber qué pensamos, ellos y nosotros, de la democracia, la educación, papá Nöel, la censura y hasta dónde llegan los límites de cada uno. Genial. Entrañable. Divertida.

martes, 29 de abril de 2025

PÚSTULAS

No cabe duda de que Talentura es sinónimo de buena y diferente literatura; en esta ocasión ha apostado, de nuevo, por Raúl Ariza, una de las mejores voces de la narrativa actual, y si alguien lo dudaba no tiene más que leer su último libro: Pústulas, dividido de manera desigual en doce relatos y dos partes. La primera, Epidermis, contiene once historias, mientras que la segunda, Dermis, solo una: La vida desde mi ventana, cuyo protagonista es un mero observador de lo que ocurre en su entorno; conoce a los vecinos, está enamorado, pero no participa en una serie de acontecimientos espectaculares, que nos va relatando de forma lineal, en la plaza del barrio, llevados a cabo por unos vecinos con música y artificios en directo. Todos se implican en este evento y todos comparten felicidad excepto él que, aunque desea estar al lado de Maribel y su hijo Tito, expía sus pecados como si fuera el protagonista de la ópera que están representando. ¿Pretende redimirse a través del amor como Tannhäuser? En cualquier caso la algarabía de la plaza contrasta con su silencio y soledad.

Los relatos de Epidermis mantienen cierto tono decadente con el que puede enfatizar la desilusión de los protagonistas, Las últimas lluvias da fe de ello: «Dentro estoy a gusto, a pesar del calor». A través del declive expuesto aparece cierta búsqueda de la belleza que abre una finísima veta, índice de una personalidad celosa, controladora, capaz de albergar y mantener solo relaciones acaparadoras, tóxicas: «La caseta de mi familia a la que ella y yo venimos a refugiarnos, ocultarnos y a amarnos». El personaje pretende evadirse de la realidad con su «novia de siempre»; sin embargo, algo alerta al lector, se trata de dos adultos que continúan un amor «juvenil, irreal y apasionado». El protagonista nos transmite esta circunstancia como una heroicidad, pero esta proeza es en realidad una hombrada individual, por lo que cuando ella decide terminar con esa relación que ya no le aporta nada, él decide terminar con ella. El narrador, en sus recuerdos, explora las regiones más profundas de su sensibilidad y se revela como alguien que no acepta una catástrofe personal; pero es un cobarde, porque elimina lo que él cree que es la causa de su desgracia. 

En las reflexiones individuales de Epidermis aparece de forma tímida la crítica del autor hacia una iglesia que intenta aportar consuelo divino a cualquier depredador que se arrepienta en el último momento de su existencia. Será la justicia terrenal la encargada de castigar al asesino.

Hay otros relatos, como el que abre Pústulas, en donde el criminal es un maltratador que permanece inmune en una sociedad que lo acoge; deberá ser la propia naturaleza la que inflija el castigo, «Por culpa de la absoluta falta de ingesta y de las fiebres constantes, lucía unas ojeras profundas». En el nombre del Padre comienza in medias res para mostrar cómo se desarrolla un conflicto que empezó años antes. Con secuencias retrospectivas, el narrador, hijo del protagonista, va poniendo en conocimiento del lector la vida de este sádico que mantiene atemorizada a su familia desde el momento en que se casó.

Algunos relatos comienzan in extremis. En ellos la situación inicial coincide con el desenlace, justo antes de describir la coyuntura final. En Verso a verso, el narrador, en tercera persona, explicita una circunstancia en la que una pareja mantiene una situación desigual: él es quien habla «incandescente y envalentonado por la coca, mientras se le acerca hasta casi rozar su oreja con los labios tratando de salvar el barullo ambiental»; por su parte, «Ella esboza una sonrisa desganada». La situación es totalmente efectista y, una vez marcada, el narrador retrocede casi un mes para contar cómo se conocieron y qué hicieron hasta llegar al presente, en el que el desenlace, demoledor, es la consecuencia de esa situación final-inicial. Es lo que obtenemos al vendernos por interés, cuando sabemos que hemos tocado fondo pero aún seguimos intentando aparentar lo que nunca hemos llegado a ser.

Esta técnica utilizada por el autor nos deja intrigados desde el principio; una vez que conocemos el final, queremos saber más, queremos conocer cómo llegaron ahí y cómo termina realmente el cierre de la historia, el desenlace, el que reserva la información más importante, aunque el autor marca el tono del relato, como es habitual en él, desde el comienzo, «suaves y húmedos como el interior de tus muslos», «La fiesta se agota de forma alcohólica».

Si tuviera que definir la clave del estilo de Raúl Ariza, diría que es el uso inigualable de las oraciones subordinadas, que van apareciendo de forma encadenada como causa, consecuencia de la principal, como sintagmas nominales, adverbiales o adjetivales que completan la idea con precisión absoluta. Los lectores estamos deseosos de obtener más información, queremos entender la idea, queremos que, como en Maullidos nos vaya revelando detalles poco a poco, aunque sean demoledores «a Dios a veces también se le va la mano […] Jesús, el mayor de todos los vástagos de aquella esmirriada prole, tuvo que asumir el mando familiar…».

El factor común de la narrativa de Ariza —por lo tanto— es la oración larga, que imprime en el lector la sensación de reflexión. Aunque algunos relatos sean más cortos que otros, ninguno mantiene un ritmo rápido, todos invitan a leer con calma, algo que los reviste de atractivo; es la propia subordinada la que va generando interés a través de sus conectores «Desde el día de Todos los Santos; cuando […] que […] y […] para […] y […] y […] que […] por […] que […] hasta […] durante […] que…». Oraciones que pueden ocupar media página en las que se van dando a conocer relaciones tóxicas con una madre, los contrapuntos en relaciones amorosas, consecuencias de la invisibilidad (sobre todo de la mujer) la desubicación de la soledad, la necesidad de supervivencia y la aceptación de la derrota. Son relatos que se van pegando a nuestra piel y oprimen como Aquellos zapatos a su protagonista.

Otros recursos literarios conforman Pústulas como una joya que es conveniente releer: las metáforas literarias compiten con las meramente sexuales, «primero la encandiló con unos cumplidos en asonante». La personificación de símbolos religiosos y políticos constriñe con más fuerza a los desvalidos «Un rastro rancio de incienso, teñido de un azul peleón sobre el que destacaba un yugo con flechas bordado en rojo sangriento, le daba cada mañana los buenos días a la ciudad». Las comparaciones abstractas resultan evidentes por obvias. El uso de varias perífrasis verbales en un determinado contexto expresan diferentes matices de la significación del proceso narrativo «suele bajar», «puede encontrarse», «comienza a arrepentirse».

Escrito en párrafos anafóricos, Necedades, otorga notoriedad a «Algunas cosas no cambian nunca» como la desaparición de la intimidad familiar, ejecuciones y violaciones a los más débiles, engaños amorosos, el cuerpo se apaga a pesar de la mente o las relaciones frías sin amor.

El empleo de perífrasis enfatiza la información del narrador mientras crea sensaciones vertiginosas en el «desvarío corporal al que con frecuencia me someto».

La crítica irónica a la Iglesia deviene en sátira en ocasiones «antes de ser abatidos y silenciados por los que se sabían apostólicamente vencedores».

Merece la pena leer Pústulas. El estilo es apasionante. Y merece la pena el cambio de registro efectuado en Cienfuegos, en el que el humor irónico, poco reflexivo, insolente del protagonista pone en evidencia su cinismo y falta de valores. Raúl Ariza dramatiza lo cómico hasta la tragedia mientras lleva a cabo una apología del crimen y del machismo en un mundo excesivo y peligrosamente cercano.