¡Vaya
libro! He terminado Irène. No cabe duda de que es novela negra. Y un homenaje a la
novela negra. Y al cine negro. Pero también tiene grandes dosis de
sensibilidad, algo inusual en el subgénero negro. Desde las primeras páginas
conectamos con el protagonista porque entendemos que ha debido pasarlo mal en
su infancia, adolescencia, juventud… No es fácil crecer en un ambiente casi
selecto, con una madre pintora de cierto éxito que no supo controlar su
adicción en el embarazo, provocando una hipotrofia en su futuro hijo. Y así nos
encontramos con que «Desde lo alto de su
definitivo metro cuarenta y cinco, Camille no sabía, en aquella época, a quién
odiaba más, a esa madre envenenadora que le había fabricado como una pálida
copia de Toulouse-Lautrec solo que menos deforme, a ese padre tranquilo […] o a
su propio reflejo en el espejo: a los dieciséis años, todo un hombre que se
había quedado a medio hacer».
Pero
tiene otras cualidades, entre ellas es inteligente y tenaz, por lo que después
de terminar Derecho ha llegado a comandante de la Brigada Criminal y se ha
casado, en su madurez, con Irene, una chica dulce y alegre que ha sabido
apreciar su sentido del humor. Y están esperando un hijo en el que tiene todas
sus esperanzas puestas y con quien vislumbra un futuro feliz.
El
narrador, en tercera persona, nos va poniendo al tanto de la vida íntima de
Camille Verhoeven, con pequeñas dosis diseminadas por la novela, porque lo
principal es que se ha producido un asesinato doble en Courbevoie, una masacre
en la que los cuerpos de dos chicas han aparecido mutilados en un caos
perfectamente estudiado. El dueño del apartamento reconoce que lo alquilaron
con un año de antelación, solo para unos días. Camille intuye algo diferente e
inquietante en la escena «—La huella del
dedo, allí, en la pared, es demasiado perfecta para ser involuntaria […] hay
todo lo necesario, teléfono, contestador, salvo lo esencial: no hay línea».
Efectivamente,
el equipo de investigación llega a la conclusión de que es un escenario
preparado, sacado precisamente de una novela negra, American Psycho, de B. E. Ellis. Poco a poco van descubriendo que
los crímenes basados en novelas comenzaron en el 2000, cuando trataron de
imitar El crimen de Orcival, de Gaboriau y el de Roseanna
(de Sjöwall y Wahlöö); en 2001 escandalizaron la puesta en escena del asesinato
que ocurre en Laidlaw, de Mcllvanney,
y la recreación del sucedido en La dalia
negra, de Ellroy y finalmente la de American
Psycho, en 2003. Tres años preparando y cometiendo los homicidios de seis
mujeres con las mismas características y en el mismo lugar que los narrados en
la ficción.
No
cabe duda de que el autor es un psicópata que intenta una representación de la
realidad. Además graba, como si fuera un director de cine que expone al público
la ficción que ha preparado basada en la propia ficción. Es como representar
una metanovela.
El
comandante Verhoeven y su equipo investigan contra reloj pues, para rizar el
rizo, el asesino se pone en contacto personalmente con Camille para confirmarle
su obra inacabada. Camille se rodea de unos compañeros a quienes admira y,
sobre todo, en quienes confía. Los sospechosos, un librero y un profesor de
universidad, eruditos en novela negra, ayudarán a resolver dudas. Pero podrían
actuar así para despistar. Mientras tanto, el periódico Le matin anuncia los hechos antes de que el comandante avise a sus
superiores, lo que nos previene de un delator cercano que tiene contacto
directo con el periodista Buisson quien, como es lógico, no desvela su fuente.
El
equipo consigue atar cabos hasta que el lector no puede desviar la mirada de
las páginas porque intuye el final. Por supuesto, lo presiente cuando Pierre Lemaitre quiere. Antes ha jugado
con nosotros, nos ha llevado de un lugar a otro, de un sospechoso a otro, hasta
que estamos seguros (porque nos ha sido revelado). En esos momentos necesitamos
llegar al final para saber cómo termina. También el narrador, que como si fuese
él quien rueda ahora una película, salta de una escena a otra dejando a medias los
diálogos, cambia de personaje sin explicar ni describir del todo las acciones,
la información se ajusta al ritmo frenético de la narración, que es el de la
búsqueda excitada, para que, inacabada, la termine el lector,
Camille
entra en el cuarto de baño, se sube a la papelera para mirarse en el espejo.
Es
un buen golpe […]
Verhoeven
se vuelve bruscamente. Brieuc está en el umbral de la puerta […]
—Creo
que cogí unas cajas para mi hijo […] Deben estar en el sótano. Si quieren echar
un vistazo…
El
coche va demasiado deprisa. Esta vez es Louis quien conduce…
Y
así, el lector, leyendo de forma desordenada, con el equipo, la última novela,
llega al final de la escrita por Pierre Lemaitre, donde todo encaja a la
perfección, los días transcurren y la policía hace su trabajo con precisión, de
manera que apenas notamos que la historia fluye hasta que estamos inmersos,
irreversiblemente, en ella.
Una
novela dura, negra, pero excepcional. Original, inteligente y, probablemente,
uno de los mayores reconocimientos al género y a los grandes de la literatura.
Pero
no todo es terror o espanto en Irène.
Camille conoce a su equipo y nos lo muestra desde la ironía, pero con cierto
cariño. Conocemos a Armand, ordenado, minucioso, eficiente y tacaño en demasía,
hasta en informaciones falsas para que hablen los sospechosos
Armand
se decidió a entrar
—Acabamos
de encontrar a Marco. Tenía razón, está en un estado lamentable.
Camille,
fingiendo sorpresa, miró a Armand.
—¿Dónde?
—En
su casa.
Camille
miró a su compañero con lástima: Armand ahorraba hasta en imaginación.
Conocemos
al comisario Le Guen, fatalista, probablemente porque «llevaba veinte años a régimen sin haber
perdido un solo gramo». Jean Claude
Maleval, un joven que «abusaba de todo,
de la noche, de las chicas, del cuerpo […] Maleval tenía el perfil de un futuro
corrupto». Y Louis, elegante, rico, culto, con talento, «odiaba la religiosidad y por ende el
voluntariado y la caridad. Se preguntó qué podría hacer, buscó un lugar
miserable. Y de pronto lo vio todo claro: ingresaría en la policía».
Por supuesto también Camille queda descrito, por sus actos,
como observador minucioso, algo inseguro en cuanto a su persona pero seguro y
pertinaz en el trabajo, bromista con sus compañeros y sarcástico o cortante con
quienes no le caen bien.
La brigada Verhoeven no es al uso, tampoco la novela. Desde
el principio, el narrador crea emociones en el lector con diferentes estilos,
la prosa poética, al referirse a Irene, contrasta con la irónica cuando alude a
Camille y la cruel y descarnada con la que relata lo concerniente al psicópata.
Es difícil no sentirse atraídos por Camille y casi imposible no admirarnos ante
la relación que ha establecido con su mujer.
En el aspecto social, la novela toma conciencia de los
problemas comunitarios a los que nos enfrentamos desde que el hombre es un ser
civilizado y consigue que seamos conscientes de la maldad y corrupción que nos
rodea.
Pierre Lemaitre es el autor de una novela criminal, diferente en el estilo y en el protagonista. Aunque el asesino sea el centro, el autor da voz a los personajes secundarios que ayudan, con las investigaciones, a ceder el puesto protagonista a la propia novela, al género negro que aumenta su popularidad cuando trasciende de las páginas al cine. A todo color el asesino está vigilando siempre la escena, como un dios que decide la suerte de las mujeres cuando él lo ve oportuno. La mujer es un medio para darle fama y poder cuando deje expuesta su obra. El asesino se vale del universo ficticio para crear su realidad basada en la ficción. La policía vive una realidad sacada de la peor pesadilla. Nada tiene sentido hasta que Camille encuentra luz en la novela negra. Fantástica.