miércoles, 29 de noviembre de 2023

BUENOS TIEMPOS

Ante todo, y de nuevo, quiero agradecer a Babelio sus iniciativas, esta vez, en concreto, su Masa crítica, que me ha permitido conocer a una autora hasta hoy oculta para mí.

Me ha gustado la escritura de Victoria González Torralba. Es una narrativa clásica en la que abundantes descripciones conviven en armonía con metáforas, personificaciones, animalizaciones, cosificaciones… En fin, ahora entraremos en ello, pero el conjunto resultante es bastante lírico, algo inusual en la novela policíaca. Y la denomino así porque así lo hace Siruela, pero la policía no aparece… ¿o sí? En realidad quien lleva el peso de la investigación es Laura, una chica de clase baja que poco a poco nos va introduciendo en su vida, propia de lo que en Francia (en el siglo XIX) se denominó roman-feuilleton. De hecho, Buenos tiempos, por sus capítulos cortos, su estilo, y la intriga final de cada uno podría haber sido publicado en un periódico poco a poco, por entregas. Pero son otros tiempos y ahora es difícil la venta de diarios en papel.

El caso es que los lectores comenzamos a leer Buenos tiempos bastante confiados, tranquilos y a cada capítulo que terminamos se va apoderando de nosotros una inquietud mayor; hasta el final.

Vaya por delante que no le atribuyo a “folletín” ninguna característica peyorativa, todo lo contrario, creo que es una mezcla de prosa basada en la realidad —propia del periódico—, sobre todo de célebres crímenes, y narrativa ficcional, algo que le da cierta constitución de literatura popular amena. Y así se lee Buenos tiempos, de forma placentera, porque el resultado es bastante atractivo.

Laura va componiendo un retrato de sí misma, hasta que la conocemos y nos apenamos de ella porque su vida ha sido bastante aciaga. Abandonada por su padre, siendo muy pequeña, y privada de su madre cuando, según las habladurías, se tiró a las vías del tren, queda a cargo de unos tíos que no le permiten estudiar, la ponen a trabajar en un bar de la playa y más tarde, también a limpiar casas. Laura lo acepta todo, casi como una liberación, pues no soporta estar en casa de sus parientes, hasta que un día su tío la insulta y le da un bofetón; esto hace que se vaya de allí y se refugie en la casa donde ha sido contratada para limpiar. Allí se enfrentará a los sentimientos contradictorios que Álex Lobo le produce.

Asimismo la relación de confianza que tenía con Juan Sil, el propietario del bar donde trabaja, se ve empañada por ciertos comentarios sobre quién era en realidad su padre. Su nerviosismo va en aumento cuando se siente acosada por el Hombre de los perros, alguien a quien no conoce del todo pero parece que él sí sabe quién fue su familia en realidad. Allá donde vaya él estará allí, a veces para protegerla, pero nunca se sabe. Todo esto hace que no perciba seguridad plena excepto con Antonio, un turista que la introduce en la lectura.

Nada es lo que parece, la trama da un giro tras otro hasta que Laura intuye la realidad y, ayudada por sus verdaderos amigos, logra saber qué ocurrió realmente con sus padres, quiénes fueron y cuál será su futuro. Un futuro en el que ahora sí se adivinan buenos tiempos.

Victoria González plasma con gran acierto la vida en la costa de los años 70 en una España que aún arrastraba la lacra franquista, sobre todo para las mujeres y, aún más, mujeres de clase baja, sin un hombre que las pudiera situar con comodidad en la sociedad. Laura tiene ese pensamiento femenino, del que algún resto queda en ciertas mujeres y hombres, «A la escuela había ido lo imprescindible. No se me daba mal pero convenía colaborar en la economía familiar […] los libros siempre acaban siendo un estorbo, corroboró mi tío. Estaba todo dicho».

No fue solo la mujer quien tuvo dificultades; los niños, en general, pero ante todo los pobres o hijos de republicanos, eran sobreexplotados, no decidían sus actividades, no cobraban por sus trabajos y sus esperanzas de futuro eran inexistentes, rotas por abusos, «Lo peor llegaba por las noches […] Me angustiaba pensar en mi vida, un fardo cargado de trabajo y desamparo que, con el paso de los años, solo lograría cubrir con un manto de resignación».

La idea de que el trabajo dignifica y libera está presente en Laura; de hecho ella experimenta cierta redención cuando es contratada como sirvienta «Trabajar en la Casa de las Buganvillas me convirtió en otra persona. Mientras […] lavaba […] cepillaba suelos […] descubrí […] que uno puede ser uno mismo sin percibir su existencia como una carga».

La imagen de culpabilidad de la mujer era usual para los hombres. Ella era responsable de todo lo que le ocurriera, incluso de las posibles violaciones que sufriera. Por eso no se denunciaban, la mujer vivía en una culpa constante que la atemorizaba; sin embargo para el hombre había un rasero diferente, de forma que lo moral, lo ético no era igual entre los sexos, para ellos todo estaba asumido como normal, «Los protagonistas de esta historia ganaron peso, perdieron pelo y la satisfacción que antes hallaban en juergas y viajes, empezaron a encontrarla en el amor y la familia».

La idea del subdesarrollo, ya apenas latente, se observa en las apreciaciones de Laura sobre lo extranjero o sobre los turistas de ciudad. Lo mejor, no cabe duda, era el contacto con la naturaleza y las costumbres adquiridas en nuestro país «¿Por qué llevaban calcetines blancos bajo las sandalias?» «Deseábamos mudar nuestra piel por la suya y, al mismo tiempo, reprochábamos […] su desconocimiento sobre cualquier asunto que tuviera que ver con la tierra…».

Pero Laura es en realidad una poeta, sus reflexiones son líricas, «sumaba años suficientes como para prestarle más atención a los recuerdos que a los sueños».

El pensamiento de la protagonista inunda la novela, no solo nos regala poesía sino que, con minuciosas descripciones, recrea la idea que llena su mente hasta que los lectores somos capaces de verla, de ponernos en su lugar y sentir lo mismo que ella. A veces tiene la necesidad de ausentarse por un momento de la narración para introducir cualquier tema que complete nuestra visión del entorno; las digresiones abundan en la trama para aclarar datos importantes sobre quién construyó la Casa de las Buganvillas, sobre la importancia del vestido en la mujer, «imprescindible para su exhibición social», o para incluir leyendas hiperbólicas que enriquecen el argumento.

Abundan en Laura las comparaciones poéticas «Mis emociones eran como el agua reposada de un estanque», las personificaciones «Hasta el mar tenía un aspecto apesadumbrado», las cosificaciones que aportan cierta belleza clásica, «…su rostro, que adquirió una consistencia pétrea, de estatua antigua», las metáforas que empequeñecen al hombre mientras ensalzan a la naturaleza, «Los paisajes también mueren si nadie los recuerda».

La protagonista, a pesar de su juventud, ha experimentado lo suficiente como para ser capaz de sentenciar reglas inamovibles que, a modo de aforismos, funcionan como norma, «Los borrachos son como animales sin domesticar».

Victoria González Torralba ha escrito algo más que una novela policíaca, su narrativa es un homenaje a la literatura clásica, por eso encontramos guiños a otros escritores, como a Susana Martín en Especie, «El pulpo había cambiado de color. Aún se movía pero yo sabía que estaba muerto»; a Guillermo Borao en La sastrería de Scaramuzzelli, «llegó un punto en que solo se sentían bien vestidas si era ella quien las aconsejaba»; a Stevenson en La isla del tesoro «Te gustará»; o a cualquier italiano que, como Sciascia, haya escrito sobre la mafia «Él no perdona. Nunca […] Tuve que emplearme a fondo para que se conformara con un solo dedo de Salvador».

Buen descubrimiento el que me ha permitido Babelio. Será obligado seguir a Victoria González.

domingo, 19 de noviembre de 2023

ROSY & JOHN

Rosy & John, o Jean, no son una pareja al uso aunque el título nos lleve a equívocos. Son madre e hijo. Tampoco tienen una relación maternofilial normal.

Rosy & John no es una novela negra al uso. Sin embargo los protagonistas pueden ser prototipos del noir más profundo. Pierre Lemaitre es un maestro indiscutible de la novela negra. No necesita mucho: dos personajes, menos de 200 páginas, tres días, un espacio reducido, al igual que el tiempo, como puede ser la sala de interrogatorios de la comisaría y el lector no puede soltar el libro desde que comienza a acompañar a Camille Verhoeven, el comandante que, ni mucho menos, es el investigador usual del género. Con una sensibilidad fuera de lo común, no deja ningún cabo suelto; prácticamente dirige los casos, desde que se presentan. Sin abandonar su sexto sentido, avalado por los resultados de los informes, consigue que en los actos del sospechoso se planteen enigmas que tienen en vilo al lector.

Quienes lo conocemos de Irene sabemos que su personalidad, de alguna forma atormentada por su condición física, es brillante, sarcástica consigo mismo y completamente humana con los demás. Ha sufrido lo suficiente como para empatizar con aquellos que no se ajustan a la norma.

Lo mejor de Verhoeven es que, a pesar de su pequeña estatura, a pesar de no emplear la violencia, a pesar de dar la impresión de estar en un segundo plano para que el verdadero protagonista sea el sospechoso, es el eje principal del caso y la narración.

Rosy & John es un premio Goncourt, en pequeña dosis, como su protagonista, y como él, no necesita nada más para cautivar al lector.

Lemaitre hace gala de un estilo impecable en el que se apoya para construir un argumento sencillo que, presentado mediante una trama alejada de problemas, el rigor lógico desaparece ante la lógica de la investigación. Nos desafía y nos obsesiona con sus preguntas al tiempo que nos seduce con su perfecta narrativa.

El autor da una vuelta de tuerca al investigador policial y, por contraste con el comportamiento de algunos compañeros, lo erige como representante de la evolución moral del policía.

En esta novela somos conscientes de que la tortura no es un método fiable para conocer la verdad y, sin embargo, se sigue utilizando con aquellos que representan un grave problema social.

La situación es ambigua, los personajes, madre e hijo, viven juntos, a pesar de que Jean pase de la treintena. Solitario, solo le queda su madre; no obstante, según los vecinos, las discusiones subidas de tono son frecuentes. Pero lo ha perdido todo, el trabajo, su novia y las esperanzas. Cuando encarcelan a Rosie, por el asesinato de la novia de Jean, este coloca un obús en un sitio céntrico de París y se entrega en comisaría alegando que hay otros seis obuses más enterrados y cada día explotará uno si no declaran a su madre inocente, la sueltan, les dan pasaportes falsos y los llevan, con dinero, fuera del país.

En ese momento comienza una carrera policial para descubrir dónde pueden estar las bombas y cómo conseguir que Jean confiese antes de que aparezcan las primeras víctimas. Pero Camille Verhoeven cree que hay algo más, que Jean guarda un as bajo la manga y no podrán averiguarlo si no se atienen a sus peticiones.

La escritura de Lemaitre es mágica, directa; atrae poderosamente, bien por las frases cortas que aumentan un ritmo narrativo en genial contraste con la falta de acción, bien por la expresión en presente que aporta una inmediatez desesperante a lo ocurrido, incluso el pasado se narra en presente y el lector lo vive de forma actual.

La novela comienza, de forma inesperada, in medias res. Una hora de reloj hace las veces de título del capítulo del primer día: «17,00 h» y abre una serie de suposiciones que, en una enumeración asindética, advierten de la rapidez con que puede cambiar la vida «Las cosas decisivas ocurren en menos de una décima de segundo».

Las suposiciones del principio adquieren realidad cuando más adelante se presentan como imágenes cinematográficas surrealistas, «ve los tubos de metal dispersarse por el cielo, como fuegos artificiales, y descender sobre ella a una velocidad tan lenta como inexorable…».

El siguiente apartado de la novela, «17,01 h». En una décima de segundo ha cambiado la vida de algunos. Una décima de segundo puede suponer un microrrelato —como los que Lemaitre hace de alguno de sus párrafos— que cuenta la vida de personas en unas pocas líneas.

El narrador omnisciente, en tercera persona, se dirige al lector para asegurarse su atención «Llamémosle Jean […] ya volveremos a ello más adelante. Por el momento, pues, Jean».

A veces se permite se permite el uso de aforismos para denunciar algunas actitudes sociales «En eso consiste una democracia moderna: un país en el que los profesionales han tomado el poder».

Asimismo la tensión generada por la propia situación angustiosa, se elimina en ocasiones con la cantidad justa de humor, a veces negro, otras, irónico y las más, con grandes dosis de sarcasmo. Es increíble cómo en una realidad tan angustiosa y dramática, la redacción sea tan desenfadada; el lector puede esbozar una sonrisa con cotidianeidades que censuran a quien las protagoniza, «La suya (su madre) tiene treinta años, pero la madurez de una adolescente […] es bastante olvidadiza, y pasa de un pensamiento a otro con una velocidad pasmosa». El humor está en las impresiones del propio narrador, «El hombre entonces le asegurará que lo entiende (venga ya…)»; en metonimias sobre el protagonista, «Camille es un metro cuarenta y cinco de cólera», o en impresiones cínicas que tuvieron de él «Lástima que los misóginos no te conozcan, les ayudaría a relativizar»; en personificaciones que humanizan a los animales, «mientras la gata, sentada en una esquina de la mesa, se hace la indiferente»; en hipérboles imposibles «Perder un dedo, en esta profesión no significa nada, pero cuando uno se cree inmortal es un fracaso»; y sobre todo en sarcasmos que encierran un inteligente y desenfadado humor negro «Es un buen chico. No haría daño a una mosca […] Lo que se dice moscas no ha matado ni una en la rue Joseph-Merlin».

La resolución de Rosy & John es ingeniosa por realista. Los lectores sentimos que no podía ocurrir nada diferente en un final que parece parodiar la novela negra americana, en la que los personajes protagonizan una rocambolesca historia romántica y el autor, Pierre Lemaitre, sobrepasa a su protagonista, «Verhoeven está a dos dedos de leyenda».

Lemaitre orienta la novela desde un punto de vista opuesto a los hechos, esto supone que el lector vaya descubriendo lo ocurrido al mismo tiempo que el comandante y supone, también, que Camille deba ver la situación desde otro enfoque al esperado.

Cuando leí Irene quedé fascinada por la escritura y desolada por el final; juré que no volvería a leer algo tan doloroso. Pero mi hijo está maravillado con la trilogía de Camille Verhoeven, así que dejándome llevar por él me “he atrevido” con Rosy & John y estoy deseando retomar a Camille con Alex.

miércoles, 15 de noviembre de 2023

LAS FORMAS DEL QUERER


Hay libros que están bien escritos, que se llevan premios importantes; libros que se leen con gusto, con interés incluso y, sin embargo, cuando los acabas tienes la impresión de que ha faltado algo. No sé, al menos a mí, al terminar Las formas del querer me ha faltado una resolución más literaria, quizás más benevolente con los propios protagonistas, porque Noray ha hecho desde pequeñita aquello que quiso o lo que su mente le permitió, pero la situación en la que se encuentra Ismael y, sobre todo Estrella, no es justa; son una consecuencia más de las enfermedades mentales.

Las formas del querer no es una novela que tenga acción, Inés Martín Rodrigo escribe de forma pausada porque tiene clara la importancia del recuerdo y la función de la escritura como alivio del recuerdo. El lector se sumerge en la historia familiar de Noray y no tiene prisa por saber qué ocurrió ni cuándo; de hecho, llama la atención el no encontrar años exactos o tiempo concreto transcurrido, «mi bisabuela Aurora y la tía Eulalia, que eran más viejas ya que la tana…». Solo hay una fecha precisa en la novela y tampoco trata con claridad lo ocurrido, aunque lo sepamos; pero no hay nombres, no hay personajes específicos que intervengan «aquel lunes aciago del segundo mes del calendario de 1981 se quedó en un susto gordo […] Los tanques regresaron a los cuarteles […] terminó silenciado por la sensatez de la mayoría de los que entonces vestían uniforme. Entre ellos, mi abuelo Tomás».

Noray cuenta la historia de su familia, antepasados humildes que experimentaron el valor de la amistad y la ayuda cuando las circunstancias no eran favorables.

Noray tiene una relación especial con sus abuelos maternos, ha pasado con ellos temporadas de vacaciones y se ha sentido querida por ambos y apoyada sin objeciones. A pesar de todo, puede que, por haber visto morir a su abuelo paterno de repente, cuando era muy pequeña, se activara en su cerebro una alarma que hizo que se obsesionara con cuidar de todo y de todos los que estaban a su alrededor. El fracaso familiar de sus padres le parece que ha podido ser por su culpa. También cree que debía haber sabido proteger más a su hermana para que no se fuera a Edimburgo con su novio. Noray tiene miedo de que la abandonen pero también teme ocasionar daño a los que la rodean. Probablemente por eso cuando se enamora de Ismael se siente aterrada, porque no cree que pueda salir bien y le hace daño una y otra vez y lo rechaza hasta que él se casa con Estrella. Con la muerte de sus abuelos, Tomás y Carmen, de la que también se siente responsable, termina de hundirse. Mientras está en coma, en el hospital, Ismael lee su manuscrito esperando que despierte.

Unas memorias dan para mucho, en ellas no solo se cuentan los hechos sino también los porqués y sus consecuencias.

El estilo de Inés Martín es desenfadado, incluso encontramos alguna pincelada de humor (también reposado), consecuencia de la disparidad de opiniones en ciertos matices de la vida «y al llegar a casa a comer, a eso de las cuatro, gracias a las ventajas que según sus compañeros tenía la jornada intensiva en verano, aunque él no terminaba de vérselas…», o de la falta de prudencia que muestran algunos de los que nos rodean, «A doña Concha le extrañó que llevara unos días —“dos, por lo menos”, según explicó— sin salir de casa, y decidió “tomar cartas en el asunto […] bajó a avisar al portero».

La forma de escribir de la autora es atractiva. La novela está llena de frases hechas y expresiones coloquiales que acercan lo escrito al día a día del lector «haz de tu capa un sayo», «aventurarles el oro y el moro», «va a ser pan comido», «más lista que los ratones coloraos», «más cursi que un repollo con lazos», «otro vino que bueno lo hizo», «los que no comulgan con las ruedas de molino del Régimen». Asimismo las comparaciones son con imágenes comunes y familiares para todos «Comía cual pajarillo». Y sin embargo también abundan los dialectalismos, algunos se entienden por el contexto, otros hemos de buscarlos para quedarnos con una agradable sensación, la de encontrar sentido a expresiones que, en un principio, nos parecen arbitrarias: «mestresiesta» (mientras la siesta), «cenachos» (capazos con asas), «sincio» (deseo de alguna cosa), «pindia» (empinada), «tarama» (leña delgada)…

En las formas del querer hay más de un narrador; las memorias íntimas de Noray están en bastardilla hasta que la letra continúa normal para dar paso a la memoria familiar, que también está escrita por ella en primera persona. El presente, lo que ocurre en la actualidad, está narrado en tercera persona y permite al lector enterarse de los hechos protagonizados, en ese momento, por Ismael, «Apurado, salió de la habitación y, ya en el pasillo, […] respondió a la llamada de su mujer».

Al final, conocemos perfectamente la historia, incluso sabemos algo de lo que más tarde ocurrirá, pero por efecto de las prolepsis no lo tenemos claro, por lo que nuestra inquietud e interés por conocer se acrecientan «y Paco acabó dando, de alguna manera, su vida por él. Pero no quiero adelantarme en mi narración, todo llegará cuando deba».

Además de la historia familiar, tal como reza el título, la novela es un cúmulo de sentimientos que Martín Rodrigo despierta en el lector: la hipocresía de algunos actos religiosos que, a veces, se acercan más a un carnaval que a cualquier rito; la depresión, que tanto daño hace y tanto dolor causó en quienes la sufrieron cuando no se sabía que era una enfermedad mental, cuando había que esconderla porque casi era peor el trato recibido en los manicomios que aguantarla; el horror cuando a esa depresión se le sumaba, sobre todo en las chicas, la anorexia o la bulimia porque, en bastantes ocasiones, no se podía poner remedio y las consecuencias eran órganos dañados o la muerte.

Las enfermedades mentales no se conocían, se pensaba, en general, que uno podía curarse con un mínimo de interés. Los suicidios, casi todos consecuencia de la depresión, eran tomados como una falta cometida contra Dios, por interponerse en sus decisiones, por eso había que ocultarlos, cuando se podía, para poder ser enterrados con los miembros de la familia fallecidos.

Y curiosamente, o resultado de la barbarie y el analfabetismo más profundo y doloroso, los homosexuales eran tratados como enfermos, pero enfermos depravados; la cura estaba muy clara, por lo que las distintas inclinaciones sexuales eran perseguidas; cuando se era diferente, aun ocultándolo, si alguien lo sospechaba podía tomarse la justicia por su mano, como cualquier dios, y torturar o matar a quienes no se atenían a la norma «Pero llegaron tarde. Cuando se presentaron en la prisión, el director les comunicó, con la cara de lameculos que según mi abuelo Dios le había dado, que la noche anterior Manolín había provocado una pelea y le habían rajado la barriga».

Caben muchos sentimientos en la novela y, por supuesto, todas las formas del querer, todas bellas y todas distintas: la que demuestra confianza «Pero el querer tiene muchas formas, y esto es por el bien de los dos. confía en mí, mujer»; la homosexual «…la Trini, que decidió vivir su vida sin importarle lo que dijera la gente»; la amistad verdadera «que es más importante que el amor en su forma romántica»; la aceptación de un amigo de nuestro amigo «la aceptó en su vida»; la amistad entre personas de diferente sexo «quererse como hermanos»; el amor a los abuelos «formas complementarias de amar, nunca excluyentes»; amor rutinario aun siendo infieles, por lo que duele «se nos desbarató la vida»; amor más allá del amor y de la vida «de la forma más dolorosa y generosa posible»; amor en un arrebato «la que se experimenta a primera vista»; amor a pesar de no ser correspondido «varias personas involucradas y todas terminan sufriendo».

Solo por reflexionar sobre el amor, ya merece la pena leer la novela.

miércoles, 8 de noviembre de 2023

DOS DÍAS DE MAYO

Qué sensación de derrota al terminar de leer Dos días de mayo. Aunque se sabe el final desde el principio. Da igual. Como todas las novelas de la serie del inspector Miquel Mascarell, esta es un testimonio de la condena, aún mayor, de la posguerra, en una España en la que los vencedores se negaban a hablar de guerra; para ellos fue un alzamiento, el que llevó a cabo el caudillo para la gloria de España aunque la mitad de los españoles siguieran muriendo de hambre, enfermedades, miseria o torturas del estado. Una verdadera derrota.

Pero Jordi Sierra i Fabra consigue que, aun en la amargura más absoluta, leamos con avidez esperando, en lo más profundo de nuestros corazones, que cuatro locos, idealistas, hubieran podido cambiar el rumbo de la historia, pero Mascarell lo recuerda en dos ocasiones «la historia no se cambia, continúa».

Miquel ya no vive en la República, ha sido encarcelado, torturado, ha pasado ocho años y medio de trabajos forzados levantando el Valle de los caídos, aun así no puede dejar de investigar, como Sierra i Fabra quien, setenta y un años después de que Franco diera el golpe de estado que llevó a nuestro país a una guerra despiadada, cruel y sin sentido, escribe esta novela recogiendo documentos históricos de medios como La Vanguardia o El mundo deportivo, que siguen conservando una memoria histórica. Es triste pero cierto, no podemos olvidar un solo momento de la barbarie para no volverla a repetir. Estas novelas deberían formar parte de la educación de todos aquellos que no vivieron la guerra porque, además de estar basadas en una realidad histórica, relativamente reciente, están escritas con un estilo impecable. El ritmo es dinámico, yo diría que en esta más que en ninguna de las anteriores, porque incluso en las descripciones, Jordi Sierra es un maestro; con dos pinceladas es capaz de reflejar la cotidianeidad de ambientes determinados; no sobra ni falta nada para que los lectores nos hagamos una idea del ambiente que se vivía no solo en la calle, todo era motivo de alerta, más el alrededor de cualquier hospital, «Por un lado, los que salían y se entretenían hablando de lo que acababan de ver u oír, aliviados o tristes; por el otro, los que se disponían a entrar y aguardaban a los rezagados haciendo comentarios cargados de preocupación ante lo que se iban a encontrar».

La novela se lee con una facilidad asombrosa y estamos deseando saber qué le ocurrirá a Mascarell pues no solo se enfrentará a la policía, también se las verá con un pendenciero al más puro estilo español: la familia Fernández ha conseguido con trapicheos, robar durante la república, en la guerra y ahora en el régimen fascista, ayudando a la policía para que esta haga la vista gorda ante sus chanchullos, «No soy republicano, ni soy fascista. Soy de mí mismo. Mi patria es mi casa […] No me cae bien ese gordito de voz aflautada […] Pero, mire, la verdad, mande quien mande a mí me joderá lo mismo […] El enemigo del pueblo es siempre el poder».

En Dos días de mayo, Patro se encuentra de viaje, visitando a una prima enferma y Miquel la echa de menos; se despierta el lunes, 30 de mayo, con la visita de un chaval que le avisa de la muerte de Mateo Galvany, su antiguo jefe y compañero republicano. Lo han atropellado; pero parece que el atropello ha sido intencionado, así que María, la hija de Mateo, le pide que se entere por qué lo mataron después de haber estado unos días en comisaría siendo torturado.

El antiguo inspector se enfrentará a la trama desquiciada de cuatro personas para matar a Franco durante su visita a Barcelona los dos últimos días de mayo de 1949. El argumento es interesante; en casi 300 páginas, Sierra detalla a la perfección los pasos que da el protagonista hasta descubrir qué trataba su amigo al que hacía meses que no veía. Al reencontrarse con la hija de Mateo, deshecha y atemorizada, no puede evitar recuerdos que intercala en sus diálogos y en las opiniones del narrador omnisciente, con los que conocemos un poco mejor al exinspector


Miquel le puso un vaso en la mano

—Bebe

Le obedeció y él hizo lo mismo después de sentarse en otra de las sillas. Se quedó con sed, pero ni quiso volver a dejarla sola.

«quizás podrías arreglarte con ella»

—Cuéntame eso, María

Y en este caos y desgracia, aún el autor, fiel a la realidad, despliega cierto humor en la cotidianeidad. La clasificación de los taxistas es increíble, por lo real. Poco han cambiado, 


…el taxista que le condujo a la dirección de Enric Macià. Era de los habladores. El tiempo, el calor, los peatones imprudentes, los motoristas, los guardias urbanos que les tenían manía […]
—¿Y usted a qué se dedica? le preguntó no a las primeras pero sí a las segundas.
—Soy inspector de taxis —le dijo.
Fue suficiente para que cerrara la boca

Y la inocencia de criaturas que, a pesar de contar muy pocos años, ya saben buscarse una vida que solo les traerá más miseria, «era muy bonita, unos ocho o nueve años […] llevaba un vestido ajado, descolorido, el cabello ralo y sucio […] sus ojos, por increíble que pareciera, eran transparentes […] como faros en la oscuridad de su piel aceitunada […] una muñeca todavía perfecta, al borde de la rotura que la vida y la miseria le impondrían». Miquel sabe de lo que habla y cada vez que se encuentra ante niñas desprotegidas piensa en la suerte que ha tenido con Patro, un premio que le permitirá, a pesar de todo, vivir feliz sus últimos años «A sus años, hacer el amor le liberaba, le proporcionaba vitalidad y energía, entusiasmo y optimismo. El cansancio de no hacer nada era mayor y más duro».

Desde Cuatro días de enero, el inspector Mascarell tuvo que solucionar casos para empresarios o policía del nuevo régimen. En Dos días de mayo los implicados son republicanos, pero no nos equivoquemos, la policía sin escrúpulos supo acercarse a quienes les servían de confidentes y Jordi Sierra i Fabra no desperdicia ningún argumento para denunciar las atrocidades que se cometían en las comisarías, contra quienes en algún momento fueron sospechosos de pensar de manera diferente a la establecida por el régimen. Al terminar de leer esta novela no podemos evitar preguntarnos, al igual que lo hace el narrador, si es conveniente olvidar las humillaciones, el daño físico y moral, el dolor producido por las consecuencias de la actuación inhumana de los vencedores de la guerra, si es más beneficioso tragar con todo para poder salir adelante, o es más acertado seguir luchando por los derechos que, como seres humanos, tenemos todos.

miércoles, 1 de noviembre de 2023

DESAFÍO 59'

Una de las características de la novela negra es que el autor aprovecha alguna debilidad de la policía, los investigadores, las víctimas o los asesinos para criticar determinados aspectos de la sociedad, gobierno, educación, administración… Desafío 59’ es diferente; algo más de 500 páginas en las que lo más importante es destacar el comportamiento humano ante situaciones límite. Lo normal es que ese comportamiento oscile entre la desorientación ante lo inesperado y el nerviosismo de lo esperado cuando es consciente del castigo al error.

La psicología de las mentes privilegiadas puede parecer una red en la que las posibilidades van creciendo exponencialmente hasta dar la impresión de que no son mentes humanas. Por otro lado también existen cerebros que consiguen proclamar que el hombre, como tal, no está perdido.

Leyendo a Javier Marín tengo la sensación de que ha intentado plasmar un futuro desasosegante, algo descabellado y de ciencia ficción, pero si profundizamos en su novela y en la vida real, llegaremos a la conclusión de que lo expuesto no es tan irracional, de que el cerebro psicótico cuenta hoy con la ayuda de una inteligencia artificial que, en algunos casos, intimida.

Desafío 59’ es una novela negra discrepante: el tema es el comportamiento humano, la lucha por demostrar que, al margen de normas y encasillamientos, podemos ser personas, «Es algo que tengo que acabar para poder seguir con mi vida».

El autor idea una mente asesina capaz de arrastrar a otras más débiles o igual de ambiciosas, para crear una organización mundial criminal, con el objetivo evidente de estar por encima y dominar el planeta.

Pero este cerebro no puede conseguirlo solo, por lo que utiliza todos los recursos a su alcance, normalmente comprando a quienes van a ayudarle y, todos los que se resistan en un principio hasta que puedan ser doblegados, serán objeto de chantajes, «aquel individuo le mostró, a través de los cristales del coche, la imagen de su mujer llevando de la mano a su hija camino del colegio»; advertencias más o menos veladas, «Pronto lo descubrirá, no sea impaciente. Ya que se ha tomado tantas molestias para conocerme, es justo que los incluya en el plan»; amenazas directas, «Es una pena que esta cruzada en la que ha permanecido ocupada todo este tiempo con sus amigos llegue a su fin»; y pistas insuficientes para llevar a buen término la investigación, «La única pista posible, para ambos, eran aquellas inscripciones».

El título lo dice todo. La estructura es tan simple y compleja como el desafío al que una persona pueda ser sometida sin posibilidad de dar marcha atrás. Encerrada en una habitación, la víctima deberá, si quiere salir, dar con la solución a un enigma en 59 minutos; conforme va acertando o fallando, las máquinas le permiten continuar o lo castigan debilitándola, hasta que le resulta imposible pensar para resolver el acertijo, por lo que, cuando el tiempo termina, la persona muere brutalmente. Después, unos encargados de limpieza dejarán el cuerpo en su domicilio con incriminaciones a los seres más allegados; de esta forma, el caso queda cerrado y el verdadero asesino puede continuar con su plan.

Marín aporta a la novela las dosis justas de terror, sadismo, misterio y tensión. De hecho, la intriga va creciendo conforme vamos aclarando, o nos lo aclaran, quién es el asesino. Hay mucho en juego, no solo las víctimas elegidas, también los familiares afectados, la credibilidad de la policía y la confianza en los compañeros. Estamos seguros de que todo se desarrolla según lo esperado, pero esa seguridad se tambalea constantemente.

En cuanto a los personajes, creo que forman un conjunto, hasta adecuar un todo, mientras avanza la trama contra el criminal, quien tampoco actúa solo. El caso es que no encuentro ningún protagonista destacado. Es cierto que la inspectora Diana es fundamental; probablemente la más humana de todos. Apenada por la muerte de Joan, el amor de su vida, es capaz de empatizar con los que sufren; por eso, desde el principio sabe que Samuel, el principal sospechoso de la muerte de Andrea, su compañera de piso, no ha matado a nadie. Asimismo, Diana confía en Ayla desde que la ve en la discoteca sin saber que ella también va detrás de los crímenes horribles cometidos en Murcia y Valencia

El ambiente en el que circulan: grandes oficinas, empresas importantes, sectores prestigiosos y absorbentes… es bastante realista; no estamos en tugurios de alcohol barato y marihuana. Nos movemos en locales de diseño, con trabajadores exóticos, inteligentes, drogas renovadas y de eficacia imprevista y controlada. Esto por la parte antagonista y oponente. Por el contrario, los ayudantes del bien son algo típicos: el inocente y tímido chaval inteligente, la policía buena, dispuesta a llegar hasta el final, el compañero fiel incapaz de saltarse las normas, el que no está inclinado a colaborar, porque está cómodo esperando la jubilación, pero ayuda, los de fuerzas especiales sin nada que perder para organizar el contrataque… Pero estos ayudantes, aunque al principio parecen arquetipos, van evolucionando durante el trato con el resto, hasta conformar un grupo bien avenido capaz de enfrentarse al verdadero protagonista, el desafío.

Que lo venzan o no es otra historia, habrá que leer la novela para estar seguros. O no. Porque esta es una característica del autor: no dar tregua ni cuando creemos que la ha dado; la experimentamos en la trilogía de Marco Duarte y ahora, el tándem Ayla-Diana puede hacerle frente a otros desafíos si Javier se anima.

La novela es ágil, el estilo sencillo, coloquial, pero de sintaxis intachable, algo de agradecer frente a las patadas al idioma que campan felices en diferentes libros actuales. Javier Marín escribe bien, y es, además, imaginativo e intuitivo. Los capítulos varían, el narrador, en tercera persona va presentando a los personajes, «Alfonso Díaz no era un comisario al uso […] se había ganado el respeto de todos […] haciendo gala de una fuerte personalidad y determinación».

En otras ocasiones, el narrador describe al personaje y durante todo el capítulo no da su nombre; más adelante sabremos de quién se trata por algún rasgo específico, «Se deshizo la coleta con la que mantenía el largo cabello rubio y se inclinó sobre el lavabo para refrescarse […] comprendió que no, que sus ojos no la habían engañado». A veces el espacio es diferente y, mediante analepsis nos enteramos del pasado de los protagonistas. Todos se encuentran en situaciones parecidas, «mi mujer ha muerto, la han asesinado. Me acusan de ello […] Ah, añada fuga temeraria a la lista». Poco a poco irán conformando un grupo sólido con un fin: terminar con los asesinatos y descubrir al culpable.

El diario de Andrea servirá al lector para enterarse, en primera persona, de lo que supuso para ella sospechar del director de las empresas dedicadas a robótica, fibra óptica, marketing, perfumes o ropa de grandes firmas. Andrea, periodista por cuenta propia, quiere trabajar allí para conocer mejor al carismático director; algo que ha utilizado Javier Marín para homenajear al desaparecido Enrique Laso, el escritor autopublicado más influyente hasta ahora, reconocido por grandes escritores y colaborador de multinacionales, «Enrique Laso siempre me ha parecido una figura enigmática, no solo por el indiscutible éxito de las empresas que ha levantado desde cero, sino también por su toma de decisiones […] su carisma, su altruismo, su don de gentes y su sonrisa perfecta…»

Personalmente no conocí a Enrique Laso ni el leído sus novelas. Sí he conocido a Javier Marín, he hablado con él y he leído todas sus novelas. Esto consiguió que me formara una imagen de él bastante positiva. Tras este homenaje a Laso estoy convencida de que Javier es, además de buen escritor, una persona bella y me alegro de que forme parte de mi vida.