Acabo de leer un libro
que no sé cómo catalogar, ¿de cuentos?, ¿narrativa breve?, ¿novela? Y es que
resulta complicado, pues formalmente son dieciséis cuentos cuyo contenido no
sólo se refiere a Argentina, aunque marque la historia de ese país y se centre
sobre todo en el periodo de la dictadura de Videla. Plagado pues, de horrores,
como los vividos en cualquier régimen dictatorial, Historia argentina
representa la realidad atroz, sangrienta y despiadada que le tocó vivir a este
pueblo tan cercano y tan alejado de nosotros al mismo tiempo. Y, como esta
realidad geográfica, física, los cuentos se superponen unos a otros y se van
acercando o alejando en el tiempo, de manera que analepsis y prolepsis aparecen
entre ellos para advertirnos de que no es sólo la historia de un país, o el
espanto vivido en él; Argentina es una metáfora, la gran metonimia de la
familia como institución universal que acoge, o debería, y protege a los seres
que pertenecen a ella.
De este modo, Blanco fue
ennegreciéndose hasta convertirse en el primer caballo/libro de toda la
historia argentina, de toda la historia de este mundo que ahora es redondo como
una naranja china, me dicen.
Rodrigo
Fresán
compone la historia del ser humano, su inocencia, su bondad, transformadas
fácilmente en perversión, en avaricia, en egoísmo. Los cuentos que forman el
libro son una representación de lo más oscuro del hombre, hasta dónde es capaz
de llegar, de corromperse, de embrutecerse. No hemos cambiado tanto con el paso
del tiempo. Podemos manifestar toda la alegría del mundo mientras escondemos
los pensamientos más siniestros. La realidad y la ficción se confunden, somos
incapaces de distinguir dónde empieza una y termina la otra porque a veces los
sueños se producen estando despiertos, y otras, lo real está difuminado por una
capa embustera que no nos deja verlo. De ahí que el autor haga constantes
referencias al cine; para el protagonista es significativa la película Fantasía (1940), de Walt Disney, que supuso todo un éxito por su carácter experimental.
No había diálogos, estos quedaron sustituidos por piezas de música clásica que
conseguían expresar todo lo que ocurría en la película. Ésta comienza como si
estuviésemos en un teatro en penumbra; las siluetas de los músicos se van
acomodando para afinar sus instrumentos. Otros instrumentos salen a la luz y
tocan tres tipos de música: narrativa (que cuenta), ilustrativa (que evoca) y
absoluta (existe por sí misma). En Fantasía
aparecen abstracciones que mezclan el cielo con elementos geométricos. El nuevo
universo va acomodándose a la perfección en la tierra, los peces, las flores,
la nieve, las hadas… hasta que Mickey Mouse toma el gorro del mago y consigue
que una escoba acarree agua desde una fuente, pero se queda dormido y todo se
inunda. Mickey destruye la escoba para eliminar el conjuro pero cada pedazo se
convierte en otra escoba que realiza el mismo trabajo hasta que el alboroto, el
caos resultante despierta al mago y termina el hechizo. Cuando todo parece
volver a la normalidad, aparecen seres mitológicos y animales de la tierra que
se unen bailando y terminan en otro estropicio, las montañas se convierten en
demonios hasta que cesan las pesadillas y la película llega a su fin con
antorchas en procesión que penetran en un bosque catedral.
He comentado, por encima,
la película porque cuando el protagonista de Historia argentina la ve, siendo un niño de ocho años, múltiples
veces, intenta hacer en su casa lo mismo que el aprendiz de brujo y consigue
algo parecido en su vida, traer el caos, retomar cierta armonía y establecerlo
de nuevo
Cuando ocurre esto, nada mejor que
ponerse a pensar en “El
aprendiz de brujo. Escobas y baldes fuera
de control ante la mirada perpleja de un ratón que acaba de alterar el orden
del universo. Por más que el psiquiatra decía que no tengo que pensar en eso,
juro que me siento mucho mejor cuando lo hago. En serio.
El problema es que la
película de Disney pertenece a la fantasía; la realidad es mucho más cruel, en
los sueños que la ocupan van apareciendo monstruos, fantasmas del pasado y
otros del presente, que no le darán tregua, hasta que él mismo se ve atrapado
por todos ellos y se convierte en otro monstruo; torturas, personas arrojadas
desde los aviones, secuestros, desapariciones, dolor… la realidad es mucho más
dura que la ficción.
Belushi empieza y termina en sí mismo.
Igual que Javier, pero con otro estilo. El solipsismo de Belushi es
consecuencia del profundo desinterés que siente por todo lo que le rodea […]
sabe poco acerca del planeta donde vive. Ni siquiera sabe que el verdadero
Belushi murió reventado por las drogas.
Por eso, el protagonista,
con nombres diferentes en cada cuento, decide escribir una biografía, que
resulta ser la suya propia, metáfora de la de su país. Él, como un aprendiz de
mago invoca palabras que, si en un principio salen de forma ordenada, sin
dificultad, pronto se mezclarán, las fechas, los lugares, los sentimientos, lo
real y lo imaginario, aquellas sensaciones que invaden al ver un cuadro, al
escuchar una música se unen de manera que no sabe distinguir qué pertenece a la
literatura, al sueño, a la imaginación o a la realidad, reflejando en la
escritura el mismo caos en el que vivimos.
Como verá, amigo, crecí entre mentiras
y me nutrí de ellas hasta llegar a ser quien soy. No hay día en que, repasando
la historia familiar, no salte una imprecisión sospechosa, una errata
perfectamente invisible para todos aquellos que no conocen el exquisito método
de esta disciplina.
Rodrigo Fresán tiene muy
presente la guerra y sus consecuencias; el protagonista está obsesionado con El aprendiz de brujo hasta que veinte
años después ve Lawrence de Arabia,
la otra película que marca su vida; considerada una de las mejores de la
historia, comienza con la muerte de Lawrence a causa de un accidente de moto.
Tras el funeral un periodista recaba información sobre el personaje, con pocos
resultados: tenía un carácter inadaptado y grandes conocimientos; este oficial
británico es enviado al desierto para apoyar a los árabes contra Turquía. Los
árabes tienen plena confianza en él, pero sus superiores británicos creen que
se ha vuelto loco. Lawrence termina con éxito su misión aunque fracasa en el
intento de una Arabia independiente.
En Historia argentina también el protagonista es un inadaptado aunque
quiere ayudar a su país escribiendo su historia, empresa en la que fracasa; no
hay final feliz para ella.
El hombre descubre que ha llegado a
México diez años ante que Cortés […] salvar el Imperio azteca. El hombre se
hace amigo de Moctezuma, le enseña español […] Cuando Cortés desembarca en las
playas de México, el emperador de los aztecas le pregunta en perfecto español
cómo anda la reina […] Cortés se enfurece, quema sus naves y destruye el
Imperio azteca.
No hay final feliz para
el hombre si olvida las equivocaciones, pues volverá a caer en las mismas, si
olvida los errores y las tropelías porque volverá a cometerlos. De ahí la
importancia de la palabra escrita y de la memoria histórica. Creo que eso es lo
que nos quiere transmitir Rodrigo Fresán, y lo hace mediante una escritura
caótica, los cuentos se continúan, se superponen, se adelantan, se quedan
aislados; el protagonista se desdobla, los personajes no tienen identidad
propia, y se vuelven a cometer los mismos fallos, por eso los dos primeros
personajes que abren el libro, y mueren en un naufragio, aparecen después. Todo
es un ciclo que vuelve al mismo sitio, al horror, la desesperación y la muerte.
¿Cómo es posible que no nos demos cuenta?
Mi historia personal, como la historia
de mi país de origen hoy inexistente, está confundida. Las fechas se superponen
[…] Quizá convenga aclarar aquí que casi toda la gente nacida en un hoy
inexistente país de origen no sólo tenía pésima memoria sino que también parecía
enorgullecerse de ello.
Formalmente, sin embargo,
la escritura hace gala de una fresca ironía, de una lucidez maravillosa, en la
que se conjuga el humor de los hermanos Marx con el absurdo y el realismo
mágico
Discutíamos por todo […] porque me
pasaba todo el tiempo levitando en mi cuarto (no levitaba tanto, apenas unos
centímetros) […] Empecé a correr como un loco hasta casa, agitando los brazos
—típico síntoma de craniostenosis—, y llamé a mi novia a Buenos Aires. A mi
otra novia, la de antes, la que iba al taller literario conmigo, la que se
llamaba Mariana […] me dijo que estaba embarazada […] le dije que me había
cambiado el color de los ojos […] Yo iba a tener un hijo, iba a escribir un
libro. Así que salí a buscar un árbol, de pronto se hizo impostergable que
alguien me viera plantando un árbol.
Es la única esperanza que
vemos para el hombre en Historia
Argentina, vivir el presente con inocencia, con humor, pues si lo meditamos
demasiado, podríamos volvernos locos… aunque bien pensado puede que un mundo de
locos funcionase mejor que el nuestro.
Libro más que
recomendable; a pesar de que podamos liarnos con los cuentos y los
protagonistas, es posible leer cada historia de manera independiente y en
nuestra cara aparecerá una sonrisa, por la sencillez de planteamientos y el
humor ingenuo, aunque en ocasiones se transforme en una mueca de dolor, porque
la realidad es siempre atroz y el hombre, el ser capaz de las mayores
atrocidades.
Dios existe, estoy seguro de ello; la
existencia de alguien superior es la única explicación posible para tanta
prueba y error.