Está
claro que la novela negra es un buen reflejo social, por eso es tan diferente
la del norte respecto de la meridional. La manera de afrontar los casos tiene
que ver con el temperamento de los habitantes, sin olvidar la importancia de
las condiciones climáticas. Sin embargo después de leer novelas protagonizadas
por detectives españoles, italianos o griegos debo reconocer que los fines para
cometer asesinatos son similares en todo el mundo. La corrupción, que salpica a
cualquier esfera, no tiene lugares predilectos. Las ansias de poder a cualquier
precio, tampoco. El miedo a lo desconocido, menos aún.
Los
perros de Riga no
es una novela negra al uso, más bien es de intriga, y no es que necesite
catalogarla pero llama la atención que, frente a una policía letona
conspiradora, sin escrúpulos ni sentimientos se mueva Kurt Wallander, nuestro
policía sueco preferido, en una posición excesivamente sensible. Va desarmado,
se emociona con detalles de la vida de los que sufren pero en los que aún no se
atreve a confiar, se enamora casi al instante de alguien que acaba de conocer y
reflexiona sobre la vida espiritual a pesar del miedo que lo atenaza en todo
momento. Creo que en este caso se sobrepone el plano existencial a la realidad,
«La noche que pasaron en la iglesia fue
un punto de inflexión en la existencia de Kurt Wallander».
Tras
la segunda novela que leo, pienso que Henning
Mankell ha dejado a la vista que en su obra prima el respeto por el ser
humano, la denuncia a países que viven en pésimas condiciones y la acusación
hacia su propio país, un lugar en el que se vive bien pero que queda lejos de
esa imagen paradisíaca que tenemos de Suecia en nuestra mente.
Cerca
de la costa de Ystad llega un bote con dos hombres muertos de un tiro en el
pecho, sin embargo todo apunta a que fueron asesinados en otro lugar y metidos
en el bote a la deriva.
Cuando
el equipo de Wallander empieza a investigar se ve sobrepasado, pues aparecen
especialistas de homicidios y narcóticos para colaborar, así como el Ministerio
de Asuntos Exteriores. El caso se abre con aspectos intrigantes e inquietantes «Sus empastes están hechos por un dentista
[…] ruso. […] Antes de matarlos los habían torturado: los habían quemado,
despellejado y además tenían los dedos machacados».
Al ser
naturales de Letonia, envían de allí al mayor Liepa para que resuelva el caso
y, después de trabajar unos días con Kurt Wallander, regresa a su país. Desde
Letonia requieren al policía sueco, pues Liepa ha desaparecido nada más llegar.
Al tomar contacto con los Estados Bálticos es cuando el caso se complica con un
tema del que tanto sabemos por aquí: el intento de golpe de estado por parte de
una facción policial avalada por Rusia.
Mankell
esboza una imagen crítica de la Europa del este; encontramos un compromiso
político-social con los países aquejados por una dictadura. El retrato de
Letonia es lamentable, lleno de contrastes, donde la gran mayoría vive sumida
en la pobreza y el miedo a expresar la propia opinión ante desconocidos. Nunca
se sabe quién escucha o qué puede pasar. Las reflexiones que Wallander lleva a
cabo sobre los países bálticos son constantes, «este es un país pobre […] Durante años hemos vivido encerrados en una
jaula […] se abrieron las esclusas a una oleada de avidez, avidez por todo lo
que antes nos habíamos visto forzados a contemplar a distancia».
¿Será
cierto que los países que han pasado por una dictadura están más predispuestos
a la corrupción?
El
caso es que Wallander se fija en que mientras hay penurias para el pueblo,
también circula —para determinados bolsillos— el alcohol «una copa de whisky que costó casi lo mismo que la cena», la
prostitución y las drogas. La situación llega
a ser tan agobiante para el policía, que le viene a la mente la entrada al
Infierno de La Divina Comedia cuando pretende salir de
Lituania, «Kurt Wallander tenía miedo.
Más adelante recordaría los últimos pasos que dio en tierra lituana frente a la
frontera letona como un andar de paralítico hacia un país desde el que podría
gritar las palabras de Dante: ¡Abandonad toda la esperanza los que entréis
aquí!».
Seguro
que lo recordará siempre, al igual que por su mente pasan las experiencias
vividas en Asesinos sin rostro, «cuando
luchaban mano a mano por resolver el brutal asesinato de los dos ancianos de
Lenarp», y las reflexiones que su amigo y compañero, muerto de cáncer,
compartía con él constantemente, «Intentaba
imaginarse las respuestas y reacciones de Rydberg y unas veces lo lograba y
otras solo veía ante sí su cara demacrada en el lecho de muerte».
En Los perros de Riga, la solidaridad y
disposición de Wallander a ayudar a quien lo necesite es evidente y su rasgo más característico; su
físico no es destacable, siempre en lucha por bajar de peso aunque no pueda
dejar la comida basura y siempre en lucha por controlar su ira aunque no
consiga dejar la bebida; sin embargo su preocupación por el bienestar de los
demás es algo prioritario, por eso no duda en trasladarse a un país cuyas
condiciones de vida son infinitamente peores y las posibilidades que tiene para
desenmascarar el intento de golpe de estado, imposibles. Pero debe ayudar a
aquellos dispuestos a dar su vida por un futuro mejor. Y la novela se nos
presenta tan realista que tenemos la impresión de irrealidad. La investigación
apenas avanza, ¿qué puede hacer uno solo contra todo un complot mundial? Los
sucesos se ralentizan y el lector, durante un tiempo, solo es consciente del
miedo de Wallander, «comprendió que iba a
morir y cerró los ojos». Pero es una novela y en este caso, el protagonista
se verá salvado por quien menos se lo espera. La trama está tan argumentada con
la humanidad de Kurt Wallander que no deja traslucir en realidad su valentía.
La imaginamos, aunque es evidente que cuenta con mucha ayuda y mucha suerte.
Probablemente por eso es más humano que cualquier otro detective de novela
negra. Probablemente Henning Mankell escriba una novela negra más realista que
la de cualquier otro escritor. No le importa denunciar los problemas entre los
funcionarios, sobre todo los del departamento policial en Suecia: el bajo
sueldo, la escasa preparación o los escándalos judiciales, «desde el ministerio […] A veces me dejan de lado a mí, otras es al
ministro de Justicia a quien engañan, pero la mayoría de las veces a quien no
le dicen más que una ínfima parte de lo que realmente está sucediendo es al
pueblo sueco».
Los perros de Riga no son perros, son sombras que se mueven, cobardes, detrás de Wallander, detrás de quienes intenten un mundo mejor, más justo. Y como sombras permanecen a pesar de los esfuerzos de Mankell, a pesar de los esfuerzos de tantos por denunciarlo. Porque, aunque sean muchos, la jauría es peligrosa y no tiene conciencia.