domingo, 31 de agosto de 2014

MITO DE MADAME BOVARY

El último libro de estas vacaciones ha sido Madame Bovary. Ya lo había leído hace mucho tiempo, no recuerdo cuántos años han pasado pero sí que me impactó porque lo encontré atrevido para la época en la que Gustave Flaubert lo escribió, 1856. La protagonista me pareció una avanzada de su tiempo, una mujer que no anteponía nada a su felicidad o a sus intereses y que dejaba muy en entredicho el concepto tradicional de madre-ama de casa. La impresión que tuve fue la de estar ante un icono de la liberación de la mujer.


La novela está dividida en tres partes. En la primera conocemos cómo es Emma, una niña fantasiosa que incluso se inventa pecados para llamar la atención del cura; una chica que quiere cambios constantes, por eso acepta a Charles como marido aunque no lo quiera, previendo una vida de novela, y por eso entra en una depresión al ser consciente de la monotonía.
En la segunda parte se mudan de Tostes a Yonville, allí tiene a su hija y allí se enamora del pasante de notaría, León, pero éste se va a terminar sus estudios. Aparece Rodolphe, un embaucador sin escrúpulos que pretende otro trofeo más con ella mientras que Emma desea escaparse con él para tener una vida llena de aventuras. Lógicamente Rodolphe la abandona y esto hace que de nuevo caiga en otra depresión, hasta que su marido la lleva al teatro, en Rouen, y allí ve de nuevo a León quien, ahora sí está dispuesto a conquistarla.
En la tercera parte Emma aprende a mentir y consigue tener libertad para ir sola a la ciudad a verse con su amante todas las semanas, hasta que se harta de esta nueva rutina. Sus excesos van en aumento. Cuando es consciente de que el usurero Lheureux puede llevarla a la cárcel, pues ya nadie está dispuesto a prestarle dinero, decide quitarse la vida, y en el mismo almacén de la botica se toma el arsénico para regresar después a su casa y morir de forma lenta y dolorosa.
Pero si no consigue una vida y muerte de heroína romántica, su marido hace que tenga un entierro de novela; la viste de novia, con el pelo suelto y en tres ataúdes, uno de roble dentro de uno de caoba dentro de otro de plomo, cubierto a su vez por un paño verde. Con el paso del tiempo, Charles encuentra las cartas de amor de Rodolphe, aun así perdona a los dos y él muere de repente quedando su hija desamparada.
Hoy, después de la segunda lectura, casi me ha impactado más la personalidad pusilánime de Charles Bovary, quien me ha dado, junto a su hija, una pena tremenda. También mi sentimiento hacia la protagonista ha sido de lástima, porque Emma sufre constantemente, es un alma atormentada que puede no encajar del todo como “feminista” auténtica… ¿Por qué es, entonces, un mito? Indudablemente la obra es un mito; los momentos innovadores se suceden con los tradicionales de forma que, a veces, cuesta trabajo diferenciarlos. Flaubert abre la puerta a la novela moderna en cuanto que se olvida de los condicionamientos morales de la época y muestra, con todo detalle, el comportamiento inusual de una mujer casada del siglo XIX. “Madame Bovary” pertenece al Realismo, las descripciones y la objetividad del narrador así lo atestiguan y, sin embargo, el comportamiento de la protagonista es romántico. La técnica narrativa es innovadora, moderna, hay hasta tres narradores diferentes que aportan, con otros tantos puntos de vista, fluidez a las 430 páginas que conforman la novela. Otro toque moderno, rompedor, lo da Homais, el boticario de pensamiento anticlerical y, sin embargo nos reímos de él porque es un petulante, de hecho, al final queda retratado como un impío corrupto que busca figurar. Y ella, Emma Rouault, se salta las normas constantemente, pero también lo hacen sus amantes y no mueren retorciéndose de dolor sino que rehacen su vida sin problema.
No he podido remediarlo pero me han venido a la mente otros personajes literarios, rompedores del orden establecido que, al final pagan su atrevimiento, Celestina, Werther, son castigados por su inadaptación; Don Quijote puede ser quien más se le parezca desde el momento en que representa, como Emma, una actitud ante la vida (muy distintas las dos pero ambas modelos míticos del idealismo). Y así entramos en el mito de Madame Bovary, o en el bovarismo, que no es otra cosa que la insatisfacción crónica de una persona que tiene ilusiones y aspiraciones desproporcionadas a su realidad.
Y ahora podría identificar en este mito a bastantes personas reales; pero no es el momento, sino que es cierto que es un problema actual bastante común y podría ser motivo de debate. Ahora es el momento de profundizar en Emma y en pensar por qué su castigo no sólo le afecta a ella sino también a los que la quieren; da la impresión de estar ante un determinismo fatalista en el que se sumergen su marido y su hija y del que no saldrá ninguno de los dos.

Realmente creo que el mito de Madame Bovary es la fatalidad, el destino aciago de los que pretenden librarse de la realidad mediante sueños que toman por reales. Ahí reside el paralelismo con Don Quijote, Flaubert fue un apasionado de los clásicos del Siglo de Oro, Cervantes y Shakespeare a la cabeza, pero también leyó a Tirso y hay indicios de comportamiento donjuanesco en Emma Bovary; ésa es la liberación que enarbola. Una mujer que se comporta como un hombre, como un don Juan; engaña a su marido y se engaña a sí misma al creerse feliz pero incluso llega a hastiarse de su amante cuando la situación deja de suponer una novedad, porque lo que quiere es ser el centro de atención, mimada, admirada, halagada y sorprendida en todo momento, pero la realidad es más triste, monótona y previsible, y Emma no tolera la previsión, quiere ir de sorpresa en sorpresa haciendo lo que le apetece en ceda momento. Cuando se da cuenta de que no puede ser tan caótica, de que lo que ha conseguido es la ruina, la decepción y el abandono de quienes pensaba que la adoraban, se suicida. Sin pensarlo. Sin buscar una posible solución porque ella es instintiva y caótica, de ahí que levante pasiones, pero también que intimide.

martes, 19 de agosto de 2014

LA MUJER LOCA

Realmente la vida es un cúmulo de casualidades, puede que sean causalidades y entonces nos introducimos en la espiral de que no hay nada nuevo inventado sino que cada momento es sucesión del anterior, cada situación un continuo, cada pensamiento un déjà vu. Y si seguimos trazando estos círculos llegamos al gran planteamiento, ser o no ser, abordado en otro apartado, y que aquí retoma Juan José Millás. ¿Qué es la realidad? ¿el mundo que nos rodea o el universo novelado?

Esta es la sensación que me ha dejado La mujer loca, novela con la que, yo al menos, he recuperado al primer Millás. He vuelto a intuir estar ante un genio que además, o por eso, tiene un sentido del humor con el que se ríe de todo, incluso de él mismo y, sin embargo toma la vida con absoluta seriedad.

La mujer loca es una novela sobre la concepción de la novela. Una “metanovela” de estructura no lineal en la que el narrador no omnisciente Millás cuenta lo que le va contando a su vez el protagonista Millás, quien demuestra constantemente ser capaz de hacer dos cosas a la vez (pero, ¿los hombres no estaban incapacitados para eso?).

Millás, personaje, habla con su psicoterapeuta octogenaria mientras se desdobla en su otro Millás, al que siente como si se tratara de su gemelo o de él mismo, ya que a veces no lo diferencia de su otro yo. En este proceso discurre sobre la creación de esta novela, y de paso reflexiona junto a la pescadera en paro, Julia, sobre las condiciones laborales, la fidelidad, las relaciones familiares, los problemas de la escritura, las funciones de la gramática, los bloqueos de la mente (o desbloqueos)…, todo envuelto en el típico humor del autor, salpicado de sutiles toques de amargura. Si al lector le cuesta a veces diferenciar lo real de lo inventado, dónde empieza uno y dónde lo otro y qué debe tener en cuenta, la protagonista Julia, en su locura, va desgranando las verdades de la vida, y el protagonista Millás, en su otredad, llega a entenderse un poco mejor.

Pero este proceso Millás-Julia se desdobla en otro, Millás-Emérita, el cual aprovecha para abordar la eutanasia, el suicidio, el asesinato. Estas situaciones reales se abren a su vez a otras latentes en la imaginación.

Asimismo, la novela de forma intermitente se desdobla en una vía real extraída “Del diario de la vejez de Millás”, enfoque humorístico con el que el autor contempla las obsesiones propias de este periodo.


Pues la dualidad no termina ahí; en los dos últimos capítulos, el personaje-escritor se despide en un futuro hipotético de los que han conformado la novela, seres que no existen, que han poblado un desdoblamiento de la realidad.

miércoles, 13 de agosto de 2014

MENTES ATORMENTADAS

Estaba dando vueltas a mi cabeza lamentando olvidos imperdonables, cosas del calor, imagino, cuando me vinieron a la mente algunos autores que, aun en condiciones extremas (o precisamente por ello) tuvieron la lucidez suficiente para regalarnos verdaderas joyas literarias. Me acordé de Edgard Allan Poe y pensé hacerle un hueco en el Aurisecular.

No sabemos cómo andaba la mente de Poe pero no debía estar muy despejada teniendo en cuenta la temprana muerte de sus padres, la separación consecuente de sus hermanos cuando contaba 10 años, la escasez de dinero a la que lo sometió su tío-padre adoptivo, la caída en el alcohol y en el juego, el abandono de sus estudios universitarios, el alistamiento y expulsión del ejército, el vivir en la penuria, el casamiento con su prima de 13 años y la muerte por tuberculosis de ella diez años después, el estado depresivo que soportó, el malvivir como pordiosero de la caridad, y la incógnita de su muerte a los 40 años al aparecer en un callejón víctima de una embolia, cólera, tuberculosis o alcoholismo.

Y en medio de todo esto, de esta vida que no lo fue, aparece una obra variada, ingente, alabada por muchos, denostada por otros tantos, pero que no deja a nadie indiferente.

Allan Poe es el padre del terror, es único para hacernos sentir miedo, el mismo que probablemente experimentó durante su existencia, pero además conoce técnicas precisas para que aparezca en el lector la angustia o el desasosiego.

Una de ellas es la evocación al principio de cada historia de un escenario insólito, sombrío, con aguas estancadas, hedores en la noche, frías paredes, árboles carcomidos que contempla el narrador con apática curiosidad y que infunden en los personajes terror, sadismo, locura.

Otras técnicas, que en principio se apartan de lo tenebroso no son sino fruto de la no aceptación de lo indescifrable, es decir, en Poe aparece el análisis; los acertijos y  jeroglíficos (“La carta robada” “El escarabajo de oro”) muestran un ingenio absoluto.

Los fenómenos sobrenaturales se unen a la fantasía de los personajes (“El escarabajo de oro”) como uno de los rasgos principales que, no obstante, casi siempre aparece unido a la lógica de datos.

La locura de los personajes es lo que justifica acciones enfermizas (“Berenice”, “El corazón delator”) aunque estén fundamentadas en el razonamiento.

La metaliteratura es un recurso dual del que se vale para ahondar en la sensación de terror. En “La caída de la casa Usher”, el protagonista lee a su amigo Usher un pasaje de “Trist” (novela inventada para el cuento) y casualmente la novela y la “realidad” se mueven al unísono (ruidos secos, chirriantes, gran estrépito…) de forma que el lector real queda sobrecogido al mismo tiempo que los lectores de la novela inventada.

Hemos de destacar también el vocabulario de los “Cuentos”, un lenguaje culto y variado llena las páginas de tecnicismos de marinería, medicina, mitología, matemáticas o literatura; encontramos alusiones a hechos históricos o a personajes reales, que denotan su vasta cultura. Frente a ese léxico cuidado aparecen hablas dialectales, vulgares, con las que conforma otros personajes que dan el contrapunto humorístico (“El escarabajo de oro”). Y, por supuesto, recursos literarios que dotan de lirismo los cuentos de terror, como enumeraciones asindéticas para profundizar en el desaliento o la ansiedad (“La caída de la casa Usher”), ironías que funcionan como autocrítica humorística (“La carta robada”), juegos de palabras brillantes con los que se ríe del interlocutor (“La carta robada”)… Al leer este  cuento me vino a la mente otro genio de la ironía, Mariano José de Larra, nacido el mismo año que Poe, 1809, y muerto joven de forma violenta (suicidio), ¿coincidencias, caprichos del destino?

Pero el lenguaje es un arma poderosa, Poe lo sabe y lo utiliza para resaltar de forma constante sus obsesiones, de manera que el alcohol está presente en los cuentos como causante de los delirios del protagonista o desinhibidor de acciones (“La caída de la casa Usher”).

Asimismo los enterramientos prematuros  aparecen a menudo de diferentes maneras, emparedados (“El barril de amontillado”, “El gato negro”), en ataúdes o criptas (“La caída de la casa Usher”), pero vivos en estado cataléptico, o muertos a los que les “late” el corazón (“El corazón delator”). Son muertos prematuros, como aquéllos que rodearon al escritor durante su vida.

Es curioso pero normalmente cuando el protagonista entierra al antagonista comienza a sufrir una decadencia física y mental, aun así predomina la frialdad, el empeño en afrontar lo que viene después, que suele ser el terror máximo, porque la acción sucede en avance de menos a más, de ahí que las repeticiones de actos o términos marquen la inquietud o la angustia (“Ligeia”).

A veces el protagonista queda enterrado metafóricamente, como el pasajero de “El manuscrito hallado en una botella”, que tras naufragar, logra subirse a un barco gigantesco,  espíritu de la vejez,  en el que poco a poco se integra con sus tripulantes sin que le hagan caso. Siempre la noche, el viento, el hielo, el agua… Siempre avanzando con estrépito hacia el sur… Y en esa precipitación excitante los pasajeros recorren la cubierta con paso trémulo hasta que… ¡oh Dios mío!... ¡Se va a pique!

miércoles, 6 de agosto de 2014

EL GRAN FRÍO

Acabo de leer El gran frío, de Rosa Ribas y Sabine Hofman.
Estas escritoras ya editaron una novela entre las dos el año pasado, Don de lenguas, en la que la protagonista, Ana Martí, hija y nieta de periodistas sigue los pasos de la familia, pero a ella le toca desenvolverse en una época nada favorable para los españoles en general y para la mujer en particular. En los años 50 las mujeres no solían hacer periodismo de investigación, pero ella se las apaña para ayudar a la policía a resolver un asesinato aunque luego deba ocultar a los lectores datos que el régimen de la época censuraría.
En esta segunda entrega, de lo que parece se puede convertir en serie, Ana Martí ha cambiado de periódico (por razones políticas) y publica noticias bajo seudónimos (por idénticas razones). Y de nuevo, lo que en un principio parecía un caso de arrobo religioso, una niña a la que le sangran manos y pies como si se tratase del mismo Cristo, se convierte en un horror para la periodista que debe aclarar una serie de muertes con lo que parece la oposición del pueblo entero.
Y, aprovechando que el invierno de 1956 fue uno de los más fríos, y la protagonista queda atrapada en un aislado pueblo de Teruel, las autoras de El gran frío denuncian con una claridad pasmosa la dureza de lo que se conoce como la España profunda. Ana debe luchar contra las propias mujeres para que la tomen en serio, pues lo que prevalece es la incultura, la fe absoluta que lleva a un fanatismo intransigente y que no es otra cosa que el miedo a descubrir algo nuevo, diferente, desconocido.
El horror de la vida en los pueblos queda patente en la novela, el miedo a denunciar por las posibles represalias, aceptando incluso el ser torturados como animales desprovistos de toda dignidad, envueltos en un falso orgullo que no lleva más que al rencor. La admisión de un determinismo feroz, causado por la falta de conocimientos científicos, que desemboca en la necesidad de creer en fantasías y supersticiones para todo a lo que no se encuentra respuesta. El tópico de las figuras autoritarias, cacique, cura, guardia, alcalde, maestro, queda de alguna forma desbaratado. Esto es lo que tiene vivir sin más expectativas que las que conocemos, las que nos rodean, dando la espalda a otras costumbres, otras posibilidades, otros razonamientos, otros saberes.
Por eso no me extrañó cuando el cacique del pueblo, don Julián Maestre, le contesta a Ana Martí con una cita de Hamlet (lo que dice el príncipe a su amigo al hacerle jurar que no dirá que ha visto el espectro) “Hay más cosas entre el cielo y la tierra, Horacio, que las que sospecha tu filosofía”. Y efectivamente hay más cosas en la novela para poder entender el “milagro” de la santita con estigmas y los asesinatos. Y será Ana Martí quien los descubra; y nos enteremos en un momento porque la novela se lee del tirón, desde el principio te atrapa la prosa ágil y el suspense.
Y desde el principio, algunas curiosidades sobre nuestras costumbres nos hacen entender algo mejor la tradición de nuestro país; la falta de higiene no es otra cosa que un rechazo hacia los árabes, que, según los españoles se lavaban a menudo. La historia de la marquesa de Villasante, que rota de dolor por la muerte de su hija, decidió cortar trocitos de su cuerpo para que estuviera con ella de alguna manera; cuando encontraron las manos en formol, inventaron una cancioncilla que terminaba: “Moraleja: esconde la mano que viene la vieja”

Me alegro de incorporar otra “detective” a mis lecturas.