Acabo
de leer esta novela; en realidad podría haberlo hecho en el mismo momento en
que se publicó, 2016, pero por circunstancias que no vienen al caso, aunque
creo que algo tienen que ver con lo que ocurre en La carne, he “tenido” que
ir a la Feria del Libro de Madrid, ver a Rosa Montero y no poder dejar de saludarla porque no es sólo una de mis autoras
preferidas, me gustaría pensar que, de pertenecer a su círculo y vivir en
Madrid, podríamos haber congeniado a la perfección, incluso ser amigas. Puede
que sea totalmente pretencioso por mi parte, pero esta es la impresión que tuve
la primera vez que leí algo de ella, creo que fue Te trataré como a una reina, y el presentimiento que me invadió al
hablar con ella sobre la Historia del rey
transparente, por cierto, novela de 2005 que aún sigo recomendando a mis
alumnos.
El
caso es que he terminado La carne y
justo al final me ha decepcionado «Querido
lector, quisiera pedirte un favor. Y consiste en que guardes silencio [...]
porque, si se cuenta, se arruina la estructura, el ritmo y el misterio del
texto. Muchas gracias» ¡¿En serio?! Después de que tengo el libro lleno de
anotaciones, porque me ha fascinado (lo he leído en dos días, y eso que no
dispongo de mucho tiempo últimamente), ¿cómo voy a guardar silencio?... Pues,
intentaré hacerte caso, querida autora, y no desvelar demasiado de la trama. Sí
puedo decir, creo, que nada más empezar, se produce una expectación ansiosa en
el lector derivada de los temas universales que aparecen: el amor y el desamor,
la pasión y el dolor, el temor a la soledad y la fortaleza del ser humano, el
pánico a la derrota y la vitalidad ante ella, el miedo al fracaso personal y el
triunfo profesional o la frustración profesional y el triunfo personal. Son
temas absolutos, lo novedoso es que todos ellos están condicionados, tienen en
su origen en los malos tratos.
La carne es una novela en la que la fragilidad
de la persona aparece desde el mismo momento en que nacemos y no nos abandona
hasta la muerte, terrible consecuencia que se instala en el universo para
recordarnos precisamente que somos frágiles, que somos tan débiles que en
cualquier momento se pueden romper los hilos que nos mantienen.
¿Dónde
está el origen de la desgracia? ¿Es el propio destino? En este sentido, el
universo de La carne, el universo
real, no difiere tanto del que aparece en El peso del corazón y la
protagonista, Bruna Husky me ha recordado en numerosas ocasiones a Soledad;
Bruna sabe que está programada para vivir 10 años, Soledad ha cumplido 60, por
lo que también es plenamente consciente de su fecha de caducidad, ambas
perciben su debilidad, ambas piensan con tristeza en la muerte y a las dos las
embarga la soledad, aunque son mujeres duras, luchadoras, que intentan
fortalecerse tras cada caída para llegar con alegría al final y para vivir con
entusiasmo ese día a día que marca implacable el paso del tiempo.
Por
eso Soledad decide montar una exposición sobre Escritores malditos; malditos
porque fueron considerados malvados, miserables o de malas costumbres. En un
momento de la novela, a la arquitecta responsable se le ocurre, para la muestra,
el nombre de Escritores excéntricos, después de conocer que aparecerán William
Burroughs (se arrancó un dedo como prueba de amor a su degenerado amante),
Philip K. Dick (esquizofrénico), Pedro Luis de Gálvez (fusilado por los
fascistas —entre otras razones— por fanfarronear con que había matado en la
guerra a miles de ellos), Guy de Maupasant (sifilítico y suicida en potencia),
María Lejárraga (excluida socialmente por divorciarse de Martínez Sierra, para
quien había escrito toda su vida, a pesar de las infidelidades de él y haber
tenido un hijo con una actriz para la que María debía escribir papeles
teatrales), María Luisa Bombal y María Carolina Geel (dispararon por celos a
sus amantes), o Josefina Aznárez, única escritora ficticia de todos los
nombrados que formarán parte de la exposición, pero que sirve para hacer un
guiño a otros autores reales como Eslava Galán en Misterioso asesinato en casa de Cervantes «unos cuatro meses
después de que Josefina quedara huérfana, llegó a Santander un caballero de
mediana edad llamado Luis Freeman [...] Nadie sospechó ni por un instante que
ese tipo alto y bien plantado de suave acento extranjero fuera la pobre
Josefina.»
La
historia de Josefina Aznárez es una metanovela que aparece en La carne. Pero no sólo eso,
estructuralmente La carne guarda
sentido con el contenido, pues la exposición que Soledad quiere montar tendrá
forma de espiral, y como en una espiral vamos pasando de un escritor a otro, de
un personaje extraño al libro a otro que conecta a la perfección con alguno de La carne, de un suceso ficticio de otro
libro que se enreda en la realidad de esta novela «Soledad sabía bien cuál era su futuro, sabía en qué se iba a
convertir, porque Dolores era su retrato de Dorian Gray», a un sentimiento
ilusorio engarzado en otro real, de un libro casi real escrito por Montero a
otro ficcional escrito por Ana, la vecina de Soledad «...le puse de forma provisional El libro de las Anas, porque son historias de varias mujeres
jóvenes y sus relaciones amorosas que son un desastre [...] —Llámalo Crónica
del desamor. Seguro que le pega —dijo
Soledad».
Como
en el infierno de Dante vamos bajando esa espiral hasta llegar a lo más
profundo del ser humano, a la realidad total y absoluta, a la verdadera Rosa
Montero.
Pero
como en La loca de la casa, donde se
mezclan también literatura y vida, biografías y autobiografía, hemos de tener
en cuenta que lo más probable es que los sueños y la realidad se confundan
para, en la mayoría de casos, salvarnos de nuestros miedos, de la mediocridad.
No
sé por qué razón, en un principio, al ojear la sinopsis del libro, no me
apeteció leer La carne.
Inmediatamente me pasó por la cabeza Hombres desnudos, de Alicia Giménez
Barlett, y no tenía ganas de enfrentarme de nuevo a la humillación de sentirse
inútil o infravalorado en una sociedad dura hasta el extremo con el ser humano.
Nada más lejos de la realidad; la verdad es que fue la propia Rosa Montero
quien, en la Feria, me convenció de que no “sufriría” con el libro y, efectivamente,
me he alegrado enormemente de leerlo; si en Hombres
desnudos el lector experimenta una catarsis que lo deja en paz consigo
mismo, en La carne, no sólo el
lector, quiero creer que su escritura ha sido también catártica para la autora,
pues consigue mezclar la realidad y la ficción para que sea la propia vida la
que resulte una purificación. Al leerla, le lector se siente bien, se
identifica con Soledad, sufre con ella, la entiende, empatiza y, en muchas
ocasiones la admira, no sólo por su bondad, por su desprendimiento hacia los
demás, sino por su ironía, sarcasmo en ocasiones, y casi siempre su fino
sentido del humor a pesar de los horrores vividos: «En realidad, ahora Dolores se parecía de verdad a la madre de ambas. A
esa chiflada que las encerraba en un armario cuando salía —y salía todo el
rato—, supuestamente para que no se hicieran daño. A esa malvada. Hacía falta
ser mala para llamarlas Soledad y Dolores. Y lo peor es que las dos habían
cumplido el terrible mandato nominal».
Esa
liberación interior queda casi explícita en el texto «...hago lo mismo que con los personajes de mis novelas, te metes
dentro de esas vidas [...] es lo que decía el romano Terencio “nada de lo
humano me es ajeno”».
Montero
empatiza con sus personajes, con todos, por lo que consigue que los sueños
(espero que los suyos también) se hagan realidad.
Realidad-ficción,
catarsis lectora-catarsis creadora, literatura-vida, amor-desamor,
éxito-fracaso, humillación-dignidad... Lo que rige la novela es la dualidad;
como connota el título, la carne es la esencia del libro, pero no lo sería sin
el complemento de la mente. No sabemos si el cuerpo es el que aporta
sentimientos a la mente o es ésta la que condiciona, al menos de forma
subjetiva, a la carne. Parece que será el cuerpo el que domine, pero no todo es
lo que parece.
El
dualismo antitético comienza con el nombre de la protagonista Soledad Alegre; a
su vez se desdobla en Dolores Alegre, su gemela, a través de la cual nos
transmite el dolor atroz que atormenta su psique, aunque también lo haga el
deterioro físico.
Asimismo
hay un antagonismo entre los supuestos amantes, su edad no encaja aunque sus
mentes y sentimientos lo hacen perfectamente.
El
suspense narrativo es constante aunque la claridad y fluidez de la escritora transformará,
a cada paso, la angustia en ternura.
La
humillación de los protagonistas es evidente, pero el humor sutil con que
aceptan la vida arrebata gran parte de esa degradación.
Es
real como la vida misma, pero la magia de Rosa Montero envuelve todas y cada
una de las páginas.
«Escritores malditos», pero la maldita es esta sociedad que
los rechaza.