Ha
sido un placer descubrir a Andrés Pociña. Otra alegría que me llevo de la Feria
del Libro de Madrid. Medea, Safo, Antígona son tres piezas dramáticas, como reza el
subtítulo, con un punto en común: tratan sobre tres mujeres de la Antigüedad
Clásica, si bien sólo una de ella es real. Pero tienen otra coincidencia que
las iguala; ahí empieza la magia del teatro, y es el punto de vista femenino de
las tres historias. He quedado gratamente sorprendida al descubrir una Medea
que, no es la malvada bruja que habíamos estudiado en la mitología sino que,
nos hace ver los hechos ocurridos con Jasón, razona sobre ellos y sobre las
circunstancias que la llevaron a matar a sus hijos. Situación que hoy no es
perdonable, dada nuestra sensibilidad tan distinta a la de la época Antigua;
aun así empatizamos con ella, por las circunstancias que rodearon al filicidio.
He
quedado en paz con la poesía, con Safo y con la emotividad que emana tanto su
forma de ser como su palabra; una mujer que a pesar de tener en contra a toda
su época, lucha por despertar el interés femenino en la cultura.
He
quedado arrobada con Antígona; es verdad que la fuerza de este mito siempre me
ha fascinado, pero al leer Antígona ante los jueces, la oleada
de rabia e impotencia que me ha invadido ha hecho que desee para mí su
integridad, su fuerza y su convicción ante los actos que lleva a cabo.
Lo
que más ha conseguido sobrecogerme es que el punto de vista femenino se lo ha
dado un hombre. (He investigado algo sobre él y sólo he visto títulos que aluden
a mujeres, lo que seguro me permitirá seguir leyéndolo).
Las
tres piezas dramáticas tienen diferentes estructuras: Medea en Camariñas es un monólogo en el que sin embargo entran a
escena otras mujeres cuyas funciones son la catártica y las de ayudar a que la
protagonista consiga establecer la de reflexión, la terapéutica y la
comunicativa, pues estas figurantes -lavanderas, como Medea- dan pie a la
protagonista para que se enfade, se entristezca o se emocione mientras cuenta
su versión de lo sucedido años atrás: por qué se unió a Jasón, por qué no se
separó de él, qué pasó con su hermano Apsirto y por qué llegó a matar a sus
hijos, hecho que será su condena durante toda su vida.
En
el monólogo mezcla su historia pasada con las acciones que hacen las demás en
el presente, y mezcla lo ocurrido con lo que después se escribió «¡Todo pura mentira! A mí me hace gracia ese
ingenio fantástico que tienen los hombres, os lo juro: son capaces de inventar
las cosas más estrafalarias del mundo para explicar las más sencillas; pero no
les ponen ningún sentido común. ¡Qué rabia da cuando se te resbala el jabón de
las manos y va a parar al fondo del agua! No te preocupes, Sabela; coge este
panal mío si quieres...» De esta forma la estructura mantiene una unidad,
todas las acciones forman un todo y ayudan a que la composición de los hechos
sea recordable.
En
el monólogo hay alusiones a los escritores de Medea, con lo que se mantiene la
idea de inmortalidad, de mito, aunque cambie la historia, sobre todo para
desmitificar a Jasón: «Jasón y los otros
estaban en el barco, preparados [...] dispuestos a huir si nos descubrían. En
realidad los que robamos la oveja y el carnero [...] fuimos yo y mi hermano
Apsirto [...] Apsirto [...] muerto de miedo dejó escapar la oveja [...] yo
arrastraba el carnero, más difícil de sujetar. De este modo fue como huyó Jasón
de Cólquide, así fue como huyó Medea del reino de su padre, de noche, a
escondidas [...] ¡Ya veis amigas, que leyenda más gloriosa!».
Es
muy importante la puesta en escena, el juego de acciones, la relación ente los
significantes y el referente. Importantes los signos no lingüísticos, las
miradas de aquéllas que no hablan. Importante la acción principal que se lleva
a escena: lavar la ropa sucia, signo inequívoco de purificación, no sólo para
Medea sino para la mujer en general «Sin
embargo no vayáis a pensar que yo me enamoré de Jasón. Os repito que esto fue
simplemente lo que más me fastidió, que todos cuantos hablan de mí, vosotras
mismas, no me mires así, Rosina, que imagino muy bien lo que diréis de mí
cuando no estoy delante [...] Porque si yo fuese bruja, como dicen [...] ya me
habría arreglado de otra forma en Camariñas, y sacaría para no tener que vivir
en esa pobre cabaña, llena de goteras».
Medea
representa la pasión sexual de la mujer llevada hasta sus últimas consecuencias
«Cuando miraba para ti, no sabías que
hacer, porque te venía como un escalofrío que te recorría el cuerpo...» por
lo que no es de extrañar que ella, que lo dio todo por un hombre del que se
siente despreciada, humillada, incluso violada, entre en una locura transitoria
cuando se va a ver desposeída de lo que más quiere «...que Jasón se va a casar con la hija de Creonte, que yo tengo que
marcharme de Corinto y, sin embargo, mis hijos [...] debían quedar con el
padre, que ya los cuidaría su nueva mujer...»
Todo
el monólogo destila una sensibilidad especial hacia la situación de la mujer.
Medea, apartada del resto de lavanderas al principio, es signo de soledad. El
silencio que la rodea es signo de la censura a la que ella, portavoz de muchas
mujeres, ha sido sometida; sin embargo aparece, al menos entre las mujeres, un
signo de comprensión al rodearla para seguir escuchando con interés su
historia.
Atardecer
en Mitilene, como
su nombre indica representa una charla entre Safo, mujer madura y un grupo de
alumnas, todas jóvenes. Además aparece un figurante, un portero que no dejará
de tener su punto irónico al final, sólo con gestos, ante la orden que le da
Safo, cuando todas se han ido a dormir.
El
escenario es de alegría, paredes blancas de un patio, macetas con flores de
colores, dos chicas pintando, una la pared, de blanco, otra los soportes de las
macetas, de verde. El resto está rodeando a Safo en sillas de anea. Destacan
pues los signos visuales, el atardecer alude a la madurez de la protagonista,
al momento propicio para las confidencias, a la nostalgia, pero ante todo a
tomar consciencia de lo que somos.
La
poetisa Safo va vestida de blanco, color que le aporta pureza aun a pesar de
sus años; está claro que por su posición y vestimenta es un referente para la
juventud. Todas las chicas llevan vestidos claros, símbolo de ingenuidad. El
significado de la escena, de ese signo teatral que han formado entre todos es
delicioso: se debe educar a la mujer no sólo para los trabajos del cuerpo, de
la casa, sino también en el espíritu, el arte, la cultura.
El
diálogo no defrauda, además de suponer un placer escuchar algunos de los versos
de esta mujer del siglo VI a.C.
Amor
agitó mis entrañas
como
un viento que baja el monte abatiendo las encinas
Es
un placer la llamada de atención que el autor, a través de la protagonista,
dirige a las mujeres jóvenes de hoy «...te
diría que últimamente nos estamos pasando un poco con tantos epitalamios. [...]
le estamos dando demasiada entrada a hombres hermosos en nuestros versos (se
queda callada, pensando). Quizá también en nuestras existencias. (Con
decisión). Es preciso retornar de nuevo a nosotras mismas. Antes que nada a nosotras.»
Básicamente
éste es el mundo de la representación, la enseñanzas de Safo a sus discípulas,
en las que predomina la verdad que debe rodear nuestra vida, la honradez, la
necesidad del estudio, de la cultura para ser mejores, y por supuesto el amor, pero
de una sensibilidad no usual entre los hombres de su época, por eso no es de
extrañar que, la mayoría de las veces, lo encontrara entre las propias mujeres
y
cuando ríes seductora. Esto
hace
saltar mi corazón dentro del pecho.
Aunque
debió luchar contra la época, contra los hombres, y contra la propias mujeres
en su recinto idílico pues todo, fuera de esas paredes, era una realidad burda,
brutal y despiadada... ¡Qué cerca tenemos nuestra sociedad a la suya! ¿Es que
el mundo no cambia?
Safo.- Había un barco de fuera [...] llevaban jóvenes
mujeres negras, todas con las manos atadas, supongo que para impedir que se
arrojaran al mar para escapar
[...]
Irina.- Y allí las venden como esclavas
Filenis.- Y cuando hay
menos suerte como putas.
Mégara.- ¿Y tú no
protestaste Safo?
Safo.- Lo hice ante la guardia del puerto. Me
contestaron, con más sorna que respeto [...] serían la primeras en quedarse sin
comer ni beber si insistía en mi denuncia.
Antígona
ante los jueces
es una obra teatral en un acto. La protagonista se convierte en acusada y
abogada del cargo que se le imputa: Desobedecer la ley impuesta por el rey que
consistía en la prohibición de enterrar a su hermano Polinices por considerarlo
un traidor y atentar contra Tebas.
Los
signos escénicos aportan interesantes significados que, como las obras
anteriores, acercan esta Antígona no sólo a la actualidad sino a la categoría
de personaje real.
En
el escenario hay un tribunal que presume estabilidad y justicia al estar
presidido por el rey Creonte con dos jueces y 2 juezas, lo que nos trae, no sin
un punto de ironía, a nuestra paridad actual.
Al
otro lado del escenario está el coro formado por cuatro hombres representantes
de cuatro pueblos diferentes, voces que se levantarán primero en defensa de
Antígona pero que poco a poco irán callando ante las órdenes del absolutista
Creonte. Asimismo hay un pueblo 5 en las primeras filas del público; una forma
de imbuirlo como personaje para hacerlo partícipe del conflicto de la
protagonista. Antígona queda en el centro, símbolo de la soledad. Es un signo
polisémico pues representa la soledad del hombre frente a la masa del pueblo.
Representa la indefensión del ser humano ante un dictador. Representa el
menosprecio de toda la sociedad hacia los sentimientos frente a las leyes
humanas. Representa la fragilidad de la mujer frente a la fiereza del hombre.
La
puesta en escena subyuga; destacaremos la función renovadora de códigos, la
función de reflexión; poco a poco van contando con analepsis los comienzos del
argumento, pues para captar rápidamente la atención del público, la obra
comienza in medias res, además de que, desde el principio el público de la sala
es tratado como público del juicio. La función revitalizante aparece en la
liberación de la mujer, ella es su propia defensora y ella es quien decide su
final, y por supuesto, al cuestionar las leyes partidistas que rigen un país se
incide en la función de crítica socio-política. En general la obra hace honor a
los cuatro verbos imprescindibles de la retórica aristotélica para el teatro: Movere, Conmovere, Docere y Delectare.
El
personaje de Antígona es único, de una fuerza increíble, adquirida, sin duda,
en su relación con los otros personajes. Antígona es una mujer joven; es la
única característica en la que incide el autor, pue según la mitología murió
joven. El resto de marcas que la caracterizan no tienen importancia, da igual
cómo vaya vestida o lo que lleve puesto. El personaje irá convirtiéndose en
persona, se hará creíble al interactuar
con los otros; mediante gestos, silencios, obviedades en el turno de palabra
que no respeta o su propia voz se va constituyendo en ser, nos va revelando su
interior. Antígona ocupa entonces, en el lector, un puesto entre los seres indefensos
que pueblan la sociedad, aquéllos que aun sabiendo que todo lo tienen perdido
no cambian su opinión ni reivindicación en lo más mínimo. Antígona es portadora
de un conflicto que, a lo largo de la trama, está inmerso en el conflicto de
otro personaje y unido, por medio del Pueblo 5, al conflicto del público. El
conflicto personal se hace grupal, social, humano y se convierte en Conflicto
Universal.
Si
tenemos en cuenta que cada conflicto de la obra representa un punto tensional,
podemos decir que el conflicto teatral es lo que más se parece a la vida.
Y si
tenemos en cuenta que la tensión de Antígona arrastra a la tensión de Creonte,
a las de los jueces y a las del propio público, llegamos a la conclusión de que
Antígona no es un simple personaje teatral, es un mito en el escenario, porque
universalmente nos identificamos con la defensa del amor.
La
Antígona de Pociña no incide tanto en la ley divina de a.C., según la cual
había que enterrar a los muertos para que su alma no vagara eternamente, sino
en la compasión, en la pena que le da dejar el cuerpo de su hermano, sin
abrazarlo, sin limpiarlo, sin cubrirlo tras su muerte.
Tres
joyas dramáticas que, indudablemente estoy deseando ver en escena cuanto antes.