martes, 29 de abril de 2025

PÚSTULAS

No cabe duda de que Talentura es sinónimo de buena y diferente literatura; en esta ocasión ha apostado, de nuevo, por Raúl Ariza, una de las mejores voces de la narrativa actual, y si alguien lo dudaba no tiene más que leer su último libro: Pústulas, dividido de manera desigual en doce relatos y dos partes. La primera, Epidermis, contiene once historias, mientras que la segunda, Dermis, solo una: La vida desde mi ventana, cuyo protagonista es un mero observador de lo que ocurre en su entorno; conoce a los vecinos, está enamorado, pero no participa en una serie de acontecimientos espectaculares, que nos va relatando de forma lineal, en la plaza del barrio, llevados a cabo por unos vecinos con música y artificios en directo. Todos se implican en este evento y todos comparten felicidad excepto él que, aunque desea estar al lado de Maribel y su hijo Tito, expía sus pecados como si fuera el protagonista de la ópera que están representando. ¿Pretende redimirse a través del amor como Tannhäuser? En cualquier caso la algarabía de la plaza contrasta con su silencio y soledad.

Los relatos de Epidermis mantienen cierto tono decadente con el que puede enfatizar la desilusión de los protagonistas, Las últimas lluvias da fe de ello: «Dentro estoy a gusto, a pesar del calor». A través del declive expuesto aparece cierta búsqueda de la belleza que abre una finísima veta, índice de una personalidad celosa, controladora, capaz de albergar y mantener solo relaciones acaparadoras, tóxicas: «La caseta de mi familia a la que ella y yo venimos a refugiarnos, ocultarnos y a amarnos». El personaje pretende evadirse de la realidad con su «novia de siempre»; sin embargo, algo alerta al lector, se trata de dos adultos que continúan un amor «juvenil, irreal y apasionado». El protagonista nos transmite esta circunstancia como una heroicidad, pero esta proeza es en realidad una hombrada individual, por lo que cuando ella decide terminar con esa relación que ya no le aporta nada, él decide terminar con ella. El narrador, en sus recuerdos, explora las regiones más profundas de su sensibilidad y se revela como alguien que no acepta una catástrofe personal; pero es un cobarde, porque elimina lo que él cree que es la causa de su desgracia. 

En las reflexiones individuales de Epidermis aparece de forma tímida la crítica del autor hacia una iglesia que intenta aportar consuelo divino a cualquier depredador que se arrepienta en el último momento de su existencia. Será la justicia terrenal la encargada de castigar al asesino.

Hay otros relatos, como el que abre Pústulas, en donde el criminal es un maltratador que permanece inmune en una sociedad que lo acoge; deberá ser la propia naturaleza la que inflija el castigo, «Por culpa de la absoluta falta de ingesta y de las fiebres constantes, lucía unas ojeras profundas». En el nombre del Padre comienza in medias res para mostrar cómo se desarrolla un conflicto que empezó años antes. Con secuencias retrospectivas, el narrador, hijo del protagonista, va poniendo en conocimiento del lector la vida de este sádico que mantiene atemorizada a su familia desde el momento en que se casó.

Algunos relatos comienzan in extremis. En ellos la situación inicial coincide con el desenlace, justo antes de describir la coyuntura final. En Verso a verso, el narrador, en tercera persona, explicita una circunstancia en la que una pareja mantiene una situación desigual: él es quien habla «incandescente y envalentonado por la coca, mientras se le acerca hasta casi rozar su oreja con los labios tratando de salvar el barullo ambiental»; por su parte, «Ella esboza una sonrisa desganada». La situación es totalmente efectista y, una vez marcada, el narrador retrocede casi un mes para contar cómo se conocieron y qué hicieron hasta llegar al presente, en el que el desenlace, demoledor, es la consecuencia de esa situación final-inicial. Es lo que obtenemos al vendernos por interés, cuando sabemos que hemos tocado fondo pero aún seguimos intentando aparentar lo que nunca hemos llegado a ser.

Esta técnica utilizada por el autor nos deja intrigados desde el principio; una vez que conocemos el final, queremos saber más, queremos conocer cómo llegaron ahí y cómo termina realmente el cierre de la historia, el desenlace, el que reserva la información más importante, aunque el autor marca el tono del relato, como es habitual en él, desde el comienzo, «suaves y húmedos como el interior de tus muslos», «La fiesta se agota de forma alcohólica».

Si tuviera que definir la clave del estilo de Raúl Ariza, diría que es el uso inigualable de las oraciones subordinadas, que van apareciendo de forma encadenada como causa, consecuencia de la principal, como sintagmas nominales, adverbiales o adjetivales que completan la idea con precisión absoluta. Los lectores estamos deseosos de obtener más información, queremos entender la idea, queremos que, como en Maullidos nos vaya revelando detalles poco a poco, aunque sean demoledores «a Dios a veces también se le va la mano […] Jesús, el mayor de todos los vástagos de aquella esmirriada prole, tuvo que asumir el mando familiar…».

El factor común de la narrativa de Ariza —por lo tanto— es la oración larga, que imprime en el lector la sensación de reflexión. Aunque algunos relatos sean más cortos que otros, ninguno mantiene un ritmo rápido, todos invitan a leer con calma, algo que los reviste de atractivo; es la propia subordinada la que va generando interés a través de sus conectores «Desde el día de Todos los Santos; cuando […] que […] y […] para […] y […] y […] que […] por […] que […] hasta […] durante […] que…». Oraciones que pueden ocupar media página en las que se van dando a conocer relaciones tóxicas con una madre, los contrapuntos en relaciones amorosas, consecuencias de la invisibilidad (sobre todo de la mujer) la desubicación de la soledad, la necesidad de supervivencia y la aceptación de la derrota. Son relatos que se van pegando a nuestra piel y oprimen como Aquellos zapatos a su protagonista.

Otros recursos literarios conforman Pústulas como una joya que es conveniente releer: las metáforas literarias compiten con las meramente sexuales, «primero la encandiló con unos cumplidos en asonante». La personificación de símbolos religiosos y políticos constriñe con más fuerza a los desvalidos «Un rastro rancio de incienso, teñido de un azul peleón sobre el que destacaba un yugo con flechas bordado en rojo sangriento, le daba cada mañana los buenos días a la ciudad». Las comparaciones abstractas resultan evidentes por obvias. El uso de varias perífrasis verbales en un determinado contexto expresan diferentes matices de la significación del proceso narrativo «suele bajar», «puede encontrarse», «comienza a arrepentirse».

Escrito en párrafos anafóricos, Necedades, otorga notoriedad a «Algunas cosas no cambian nunca» como la desaparición de la intimidad familiar, ejecuciones y violaciones a los más débiles, engaños amorosos, el cuerpo se apaga a pesar de la mente o las relaciones frías sin amor.

El empleo de perífrasis enfatiza la información del narrador mientras crea sensaciones vertiginosas en el «desvarío corporal al que con frecuencia me someto».

La crítica irónica a la Iglesia deviene en sátira en ocasiones «antes de ser abatidos y silenciados por los que se sabían apostólicamente vencedores».

Merece la pena leer Pústulas. El estilo es apasionante. Y merece la pena el cambio de registro efectuado en Cienfuegos, en el que el humor irónico, poco reflexivo, insolente del protagonista pone en evidencia su cinismo y falta de valores. Raúl Ariza dramatiza lo cómico hasta la tragedia mientras lleva a cabo una apología del crimen y del machismo en un mundo excesivo y peligrosamente cercano.

martes, 22 de abril de 2025

MOSTURITO

Después de leer Mosturito uno se replantea el pasado, reconsidera al ser humano como tal.

Al revisar tiempos pretéritos ahora, hartos de añorar el vivir en la calle, el tener amigos con los que divertirse, tener libertad de horarios, tener las tardes libres para disfrutar… es conveniente que pensemos en la soledad de aquellos con los que nadie quería jugar, en el miedo de tantos otros de llegar a casa cuando el ambiente no era acogedor. Mucha calle, mucha libertad, pero también drogas, alcohol, vejaciones que nadie denunciaba porque era lo normal… Los pederastas existían y vivían como perfectos ciudadanos, los curas, también. Los maltratadores podían matar a palos a su mujer o a su hijo. No había compensaciones para las víctimas. Y todos callaban.

Al reflexionar hoy sobre el ser humano, a lo mejor nos damos cuenta de que no tiene tantos buenos sentimientos como creíamos; o están mal repartidos. En cualquier caso, después de leer la novela de Daniel Ruiz, comparamos lo que sucede en 2025 con lo que ocurría en los 80 y llegamos a la conclusión de que el Hombre es más despreciable de lo que pensamos. ¿Cómo toleramos el machismo? «El ventura tiene canas a los lados del pelo y unas gafas grandes y en realidad es un enano que no tiene ni dos guantazos».

Mosturito es una novela sobre la vida en los barrios de los años 80. Son personajes literarios pero es un texto real.

He leído la vida de Mosturito, Pedro Gotor Fernande, y aún llevo dentro la rabia, la pena, la compasión y las ganas de venganza.

La pobreza, la violencia y la miseria han hecho de Mosturito, Mostu, un pícaro que aprende a callar, a robar, a pensar y a sobrevivir con lo que tiene en cada momento. El amor por la Tata y la amistad del Zurdo le enseñan a ser fuerte y enfrentarse a todo con valentía.

Pedro, Periquillo, es un niño de diez u once años que vive con su Tata desde que su padre mató a su madre de una paliza y a él lo dejó deformado. Lo único que tiene en el mundo es a su tía y ella sobrevive como puede para cuidarlo, para enfrentarse a aquellos que abusan de él, se burlan, «Mosturito, Carastrujá» o le pegan. Son dos perdedores que se protegen mutuamente hasta que el niño conoce al Zurdo, un chico mayor, de la alta sociedad, drogadicto, que le demuestra su amistad y le da la oportunidad de demostrarse quién puede llegar a ser.

La historia es dura y de una ternura infinita. Es imposible no querer a ese niño contrahecho y a su tata, gorda, demasiado aficionada al alcohol, y desbordada de amor hacia su sobrino.

Y es imposible no admirar a Daniel Ruiz. La narración es fantástica. El narrador es el protagonista quien, desde su punto de vista cuenta en primera persona, y con un lenguaje oral, su historia plagada de términos del argot, tantos que a veces hemos de parar la lectura y volver atrás para entender lo que dice: «fumete, jarto, moni, palique, quinco…»; lenguaje que lo instala en un nivel sociocultural bajo. A Mosturito no le importa nombrar palabras tabú: culo grasiento, el cogollo… Las irregularidades sintácticas logran que prevalezca el sentimiento o aquello que le interesa remarcar; la dicción correcta es lo de menos. Lo observamos en oraciones agramaticales en las que queda claro dónde está la importancia del enunciado, «Está todo el día fumando, la Tata, y las paletas las tiene grises…» «y alguna vez el bocata la Tata lo tira demasiado flojito y acaba en el taller».

En la sintaxis elimina el superlativo y lo sustituye por la repetición del adjetivo en grado positivo o con expresiones propias de la jerga coloquial, «siento dolor fuerte fuerte» «de tela de lejos».

Creo que uno de los rasgos que más llama la atención es el uso continuado en la escritura de la variedad oral; el autor consigue formar nuevas palabras con todos los medios a su alcance:

– Usando escritura fonética: sielo.

Sufijaciones incorrectas, pintarraca, guapura, totalmente expresivas.

–Unión de palabras mediante haplología mentretenga, sahecho, carastrujá, pal otro lado, cagon tu madre.

–Palabras nuevas por asimilación de vocales dispierto, yanki (por yonki); o por disimilación, chiquetito.

–La composición según la fórmula verbo+ nombre también da resultado, agarraniños; o simplemente mediante apóstrofos, pal.

–Formación de palabras por supresión de sonidos, bien con aféresis: ira (mira), enga (venga), suntosociales, quillo; con síncopas: salío, hijosputa, masca (mastica), vi (voy) Gosgoblin (Go Go Goblin); con apócopes: zanca (zancadilla), pa (para), namenos; con la utilización de hipocorísticos: Puri, Periquín.

–Asimismo forma palabras mediante prótesis de sonidos: endiñarle. Y es común la trasposición, en la que usa metátesis: daleo la cabeza, mosturito, murciégalo.

–Forma palabras derivadas por similitud; así encontramos guarreosos, porquerioso… Pero no cabe duda de que la tendencia, sobre todo en la lengua oral, es a economizar sonidos y así podemos encontrar términos como oruta (eructa). Son palabras cargadas de sensibilidad que aportan una afectividad fuera de lo común en un niño por todo lo que lo rodea. A veces elimina signos ortográficos para incidir en la continuidad de lo que cuenta; esto unido al polisíndeton alarga el sufrimiento del protagonista, «y me ven de lejos y me dicen ira el mosturito ira el mosturito».

En los momentos más profundos, cuando habla de sí mismo en segunda persona nos proyecta hacia su propia intimidad y su propio dolor, «Tienen miedo. Todos tienen miedo de ti mosturito. La sensación es nueva, se parece a cuando estoy en la azotea y tengo vértigo y a la vez no me importaría tirarme».

El ritmo de la novela es ágil, influyen no solo las modalidades del lenguaje oral, también los capítulos cortos; las comparaciones con alusiones a la televisión de los 80; los latiguillos utilizados para terminar las frases, «también la Bombi, que es la de las tetas gordas y el pelo azul, quillo, Zurdo, llégate a por un litro, o qué», «y el padre cabrón tiene toda la cara de Gargamel»; al ritmo dinámico contribuyen, asimismo, la eliminación de la voz del narrador o la mezcla de exposición de hechos, pensamiento y diálogos, «la sujetan por detrás y le retienen el bate y ella sigue gritando y tranquila Tata, por dios Tata, tranquila».

A pesar de la historia despiadada, los recursos literarios bañan el argumento de dulzura, bien con elipsis, «A mi niño ni un pelo», bien con animalizaciones o cosificaciones «manos de choco gigante», «gran torre de carne». No cabe duda de que la pena es fundamental para exaltar el lirismo con metáforas «Me gustan las pecas de la Estrella, es como si alguien le hubiera echado una cucharada de canela en la nariz» o con oxímoros «Y el silencio es lo peor. Porque es un silencio lleno de ruido».

Y si no lloramos leyendo Mosturito es porque en este ambiente inhumano destaca el humor, la agudeza o la inocencia con la que Mostu describe los hechos, la ironía que emplea en momentos difíciles y su disposición para despreciar aquello que no le gusta, «vuelve con un mierdoso pastelito», «cara de burguer con extra de carne», «un cuadro de Jesucristo con los ojos azules y medio pelirrojo en el que Jesús parece un jipi gay», «es un tío calvo, encogido, bajito, se parece un poco a Filemón».

Y en esta ternura, con este humor, Daniel Ruiz pone en tela de juicio la desolación con la que los más pobres han de enfrentarse a la vida, al acoso que sufren los niños, el maltrato de género, el maltrato infantil, la pederastia, las pesadillas constantes de quienes los sufren, la pena, el miedo y la indefensión y sobre todo, el deseo de poder controlar sus vidas.

miércoles, 16 de abril de 2025

FERIÓPOLIS

Siempre me ha gustado la colección Barco de Vapor. Ahora estoy algo apartada de la literatura infantil y juvenil pero hace décadas esta colección ya era sinónimo de buenos libros; SM fue la primera editorial que impulsó una colección para un público infantil y eso es garantía, al menos, de que hay unos lectores que importan y que pueden leer historias que les hagan cuestionarse algunas situaciones.

Por otro lado, no hace mucho leí Piel de cordero, una novela de Ledicia Costas sobre brujas que me encantó. Su forma de escribir me llevó hasta la propia piel de esas mujeres que fueron perseguidas, torturadas y asesinadas.

Ahora me encuentro con que Feriópolis es el libro ganador del Premio El Barco de Vapor, escrito por Ledicia Costas y que en sus páginas hay una protagonista inquietante: la bruja del tren de la bruja.

No defrauda; la editorial ha presentado un libro precioso, con una portada como acolchada (puedes pasar el día con el libro entre las manos) en donde los colores malva, rosa y violeta predominan y en la que la cara, pretendidamente amenazadora, de una bruja no consigue intimidar, si tenemos en cuenta la actitud confiada de una niña colocada frente a ella.

La letra tiene un tamaño perfecto para ser leído con claridad. Los dibujos que acompañan al argumento siguen la línea de la portada, con vivos colores en los que el morado está presente. Al pasar las páginas nos invade la sensación de libertad y autenticidad. No olvidemos que el morado es un color asociado a la magia, al amor, a la justicia, a la valentía y a la imaginación. Y a la determinación de la mujer. Estos sentimientos se acrecientan tras cada capítulo, cuando estrellas de colores pastel inundan la página que anuncia el siguiente, sirviéndonos, a nosotros y a la protagonista, de guía y esperanza.

Feriópolis se lee con gusto. Ledicia Costas escribe de forma clara, sin bálsamos innecesarios pero su mensaje está lleno de cariño. El libro va dirigido a los niños, a los que lo pasan mal, por diversas razones, y a los que son felices, porque todos deben darse cuenta de que existen situaciones poco afortunadas para algunos a los que podemos ayudar con afecto y amistad.

El tema principal de este cuento es ancestral: el abandono que sufren algunos menores por su propia familia. Nos creemos que los derechos del niño han conseguido que existan familias de acogida, centros, escuelas… para que todos ellos se sientan protegidos, al menos aquí, en nuestra sociedad. Hoy no se ven niños solos por la calle. Sin embargo hay muchas formas de abandonar a un niño (y aquí está la lectura que un adulto hará de Feriópolis): instalando en ellos el miedo a la violencia física o psicológica, no teniendo en cuenta sus necesidades que le permitan crecer mentalmente, con chantajes emocionales que les impidan realizar actividades sin ningún tipo de culpa.

También se puede abandonar a un niño si no se le exige todo lo que puede dar de sí, o se le exige demasiado, si se le concede todo lo que pide o no se le concede nada. ¡Es tan difícil educar a un niño! Ledicia Costas escribe una historia en la que avisa a los adultos de que podemos abandonar a un menor cuando lo vemos como una carga, cuando no nos aporta alegría. Una historia que presenta a Lola, una niña huérfana que vive con sus tíos. Lola no se siente querida ni tenida en cuenta, sabe que es un estorbo, porque a los 10 años (a cualquier edad) los niños lo saben, son inteligentes. La autora propone una buena alternativa para que sea feliz. En el parque de atracciones, Lola encuentra a la bruja Alambritos y en ella verá la figura de una madre, alguien que la aconseja, que le enseña lo que deberá hacer cuando se encuentre en peligro, «El ejército de saltamontes nos rodeó al instante […] Estaba tan asustada que pensé que no iba a poder aguantar […] Pero entonces oí a Alambritos dentro de mi cabeza “Lola”, ha llegado el mom-nto de demostrar quién eres d- verd-d…”». Alambritos es un producto de su imaginación, fruto de las lecturas que tanto le gustan a Lola, y gracias a esas lecturas va cogiendo confianza en sí misma. El tren de la bruja la lleva por Feriópolis para darle seguridad a la hora de salir de situaciones que puedan ponerla en peligro «Y eso hice: darme volumen a mí misma».

Lola, en su mundo imaginado, es capaz de olvidarse de sus tíos, de obviarlos, y ser feliz con lo que le gusta, con su mundo mágico, con libros y con amigos, con gente que la quiere y la valora «...me dijo “necesito que me enseñes ese truco ya. Ha sido increíble”». Porque también los adultos podemos aprender de los niños y disfrutar de su cariño. Lola ha aprendido a ser feliz.

Ledicia Costas escribe una historia para niños en la que cede la palabra a Lola, de diez años, para que nos cuente, sin ningún tipo de veto, con algo de crudeza incluso, su historia. La vida no ha sonreído a esta niña que se ha convertido en una carga para sus tíos, quienes «me han dicho muchas veces que suelto muchas bobadas, así que hablo poco, pero pienso mucho». Gracias a eso, a que piensa mucho y lee, Lola puede crearse un mundo alternativo donde los libros y los amigos sean el apoyo constante que todos necesitamos. La protagonista de esta historia huye de su vida «—¡OJALÁ PUEDA MARCHARME DE ESTA APESTOSA CASA PARA SIEMPRE Y NO VOLVER NUNCA!» y decide habitar en un mundo maravilloso en el que es querida y valorada. Un mundo mágico que pude convertirse en real cuando descubra de todo lo que es capaz.

La autora vuelve a acercarnos a las brujas y a conectarlas con chicas; lo hizo en Piel de cordero y lo ha vuelto a conseguir en Feriópolis. La bruja es importante porque no necesita espiar a los niños para saber lo que hacen; lee sus pensamientos porque los quiere y los conoce, porque empatiza con ellos «no me meto dentro de tu cabeza: escucho dentro de la mía algunas de las cosas que piensas. Y tú también las mías, ¿o no? […] Imaginé que la bruja Alambritos no había tenido amigas pero no dije nada al respecto por no ponerla triste».

Costas se vuelve a rebelar y defiende el papel que les ha tocado vivir a las brujas en la sociedad; también en los cuentos ha ejercido de mala, ¿por qué? «Todos sonreían, como si no estuviesen secuestrados por una bruja. Aquella tropa no parecía estar sufriendo nada parecido a lo que habían vivido Hansel y Gretel».

La autora crea una ciudad mágica donde las estrellas son las encargadas de crear un universo abierto, libre y esperanzador para que Alambritos lo lleve a aquellos niños que lo necesitan «Corrían sobre dos de sus cinco puntas […] Allí dentro no había techo. Tan solo un cielo iluminado por cientos de estrellas […] Con el polvo que dejan fabricamos objetos brillantes».

Ojalá todos los niños tengan una Alambritos en su vida que los guíe, los proteja y les haga ver lo importantes que son para el resto de personas y para ellos mismos.

Ojalá Ledicia Costas siga escribiendo literatura para adultos o para niños, da igual; en cualquier caso, tras leerla, nos sentimos capaces de todo y unidos a todos.

jueves, 10 de abril de 2025

AY EL AMOR EL AMOR

La última entrega de Rocco Schiavone nos hace quererlo más. El narrador no se detiene en pequeños detalles, tampoco se alarga en descripciones exhaustivas, Rocco va directo al caso Y, curiosamente, no es él quien narra, pero a veces la figura del narrador se confunde con la del protagonista y con la del autor. Me gustaría preguntarle a Antonio Manzini qué tiene de Rocco, o viceversa. A lo mejor nada pero el personaje está pensado con tanto cariño que da la impresión de estar vivo.

Ay el amor el amor comienza con un narrador externo que, como si tuviera una cámara, va contando los últimos momentos de una operación de riñón. Todo va como debiera, «el doctor Negri se disponía a extirpar el riñón». Pero una hemorragia masiva, sin posibilidad de control, hace que, a pesar de todos los intentos, «A las 22 horas y 21 minutos, el cirujano Filipo Neri anunció la defunción del paciente».

La siguiente escena es una noticia periodística, «Muerte de un industrial» firmada por Sandra Buccelato, donde anuncia la disposición de la familia a denunciar la mala praxis del hospital por haber causado la muerte de Roberto Sirchia al ponerle sangre que no era de su grupo.

Seguidamente, pasamos a la resolución del caso. Schiavone también está hospitalizado; le han extirpado un riñón como resultado de un balazo durante un tiroteo en el que habían detenido a una banda de falsificadores. Rocco no cree que haya sido una negligencia por lo que, desde el hospital, ayudará a su equipo a resolver lo que parece un homicidio.

El subjefe sigue teniendo mal humor, sigue haciendo gala de cierta misantropía, pero está más vulnerable, puede que porque haya visto de cerca la muerte, puede que el hospital se preste a ello, aunque no ha sido suficiente para calmar su carácter dinámico. En el hospital se reúne con el equipo, en este caso algo cambiado, Antonio Scipione ha sido ascendido a subinspector. Su éxito profesional no lo va a librar de una hecatombe personal, que lo obligará a afrontar sus acciones de los últimos tiempos. Esto no quita para que como buen subinspector que admira a su superior, se haga eco de expresiones tan propias de Rocco «Lucrezia, perdóname, pero este fin de semana no puedes subir. Tenemos una tocada de cojones de décimo grado y debo estar operativo las 24 horas».

También habrá sorpresa para Ugo Casella, un agente de total confianza. D’Intino será el siguiente que nos sorprenda a todos hasta el final; su ineficacia va en aumento dando lugar a momentos histriónicos; y Deruta y Pierron continúan en su línea. La policía científica Michaela Gambino toma en este caso mayor relevancia. Ella y el forense Fumagalli, entre otros detalles, darán la clave para solucionar el caso. En la vida privada del subjefe Schiavone, Gabriele y su madre, Cecilia, también lo pillarán desprevenido, dejando abierta la relación que seguirán manteniendo. Habremos de esperar a la próxima entrega. No sólo estos personajes, los amigos de la infancia de Rocco protagonizarán, seguro, algún suceso. Por ahora, Seba nos ha tenido en vilo, sin saberlo, durante la trama causando al final un desconcierto considerable.

No hay problema si no se ha leído nada de esta saga, su poder de atracción es tal que no hace falta, además, a lo largo de la novela se van nombrando hechos de las anteriores que van poniendo en situación. Asimismo las apariciones de Marina, la mujer de Rocco, asesinada, son escasas. Continúan hablando aunque ella cree que debe rehacer su vida «El nuevo trato es que si hablas de recuerdos, me voy […] Se va de verdad».

En fin, como reza el título, todos quedan tocados por el amor, sentimiento que puede ser la causa de los actos más nobles o más abyectos. Así que habremos de leer la novela de Manzini para disfrutar del misterio, «una vez por el paraguas y otra vez por un gorrito de lana calado hasta las orejas, todavía no había conseguido verle la cara», de la ironía, de descripciones cargadas de comparaciones humorísticas y de los actos hiperbólicos de Rocco «Esa había sido su dieta desde hacía al menos tres días, café y cruasán para desayunar, café y cruasán al mediodía y café y cruasán para cenar, con una barrita de chocolate de postre».

Los hechos se van narrando básicamente en dos espacios, el hospital y la comisaría. Son dos centros de operaciones desde donde deciden qué hacer y adónde ir. No encontraremos grandes persecuciones, porque la resolución tendrá que ver con la inteligencia y los sospechosos están en su lugar habitual. Nadie desaparece. Todos están convencidos de su impunidad. Schiavone, por su parte, tiene tiempo de reflexionar sobre los riesgos del trabajo mientras recuerda a sus seres queridos y sus aficiones, «Y con un riñón menos […] la vida va quitándote pedazos uno a uno. ¿Cómo llego a la meta?».

También en los diálogos, Manzini deja su punto de vista en boca de Rocco «hazte a la idea de que esta operación te la han regalado todos los ciudadanos que sí pagan impuestos, so idiota. Te merecías haber nacido en Estados Unidos, donde las medicinas te las pagas tú solito»; reflexiones acertadas que describen la realidad con toda crudeza. Cuando le interesa algo, no frena y pone a su disposición todos los recursos de que dispone, incluso suplantación de identidad «—Comandante Minetti […] Guardia de finanzas. Se trata de una comprobación rápida». El humor no falta en el equipo. Todos han aprendido de su jefe, por eso, cuando es necesario, se saltan las normas que impedirían la resolución del caso, las de tráfico, las del juego o las del interrogatorio a los sospechosos: «El tercer golpe fue un puñetazo en el estómago que hizo que el técnico de laboratorio se desplomara en el suelo».

El fin lo permite casi todo si consiguen atrapar al culpable; para ello el narrador, con escenas más bien cortas, pasa de un personaje a otro sin terminar de aclarar nada. Los lectores sabemos menos que ellos, por eso crece nuestra tensión, pero como también crece el enredo, el disfrute está asegurado. Otro punto fuerte, sin duda, es el empleo del lenguaje: ironías, sarcasmo, polisemia, homonimia, mentiras, comparaciones hiperbólicas, epítetos que pretenden ser significadores de conductas, tecnicismos que responden a otros…


—El seiscientos por cien. Como máximo se puede decir el cien por cien.

—Lo sé, era una hipérbole.

—Sé que era una hipérbole, por eso le he respondido con una tautología.

—Cuántas cosas sabemos, ¿verdad señor Baldi?

—Bastantes…

Todo un arsenal de recursos literarios incisivos que se esfuman cuando se trata de las reflexiones íntimas de los personajes, en las que el amor y la amistad predominan sobre el interés.

jueves, 3 de abril de 2025

NO SOY YO

El 23 de marzo de 2025, Juan José Millás razonaba en El País un deseo nada descabellado: Todos deberíamos empezar a caminar dándonos la espalda, dormir boca abajo; de esta forma no habría guerras, sería imposible. Así, al volver a mirarnos, a quedar frente a frente, sentiríamos para qué sirven los brazos y los labios. Esta reflexión me vino a la mente cuando empecé a leer el último libro de Belén Conde Durán: «La gente ya no se tocaba pero el caso de Soren era especial, el tacto era su forma de ver el mundo, de relacionarse con las cosas y con las personas».

Ahora que he terminado No soy yo –2081– dedico este análisis a Héctor y a Toñi y, con el permiso de Belén, traslado a ellos su dedicatoria, porque también ellos «valen todo el amor y toda la pena».

Quien haya leído algo de esta autora descubrirá en su última novela una serie de constantes:

Los protagonistas no se ajustan a la norma, aunque pueden desenvolverse sin problemas en la sociedad.

Las revueltas políticas son evidentes, no obstante el triunfo del bien tendrá lugar gracias al amor hacia los demás.

Los antihéroes no tienen cabida en la sociedad soñada.

Los nombres de los personajes recuerdan a los utilizados en sociedades inmemoriales de los cuentos maravillosos: Kalevi, Soren, Melkent, Alia, Élea, Klaus, Sven, Jonella… 

En la narración aparece cierto tono didáctico enfocado a promover valores morales «…lo saludó Kalevi con cortesía. Estaba resuelto a hacer las cosas bien desde el inicio, porque entendía que así tenía más posibilidades de conseguir lo que quería».

La lectura de No soy yo es cómoda; con un vocabulario coloquial, el narrador cuenta en tercera persona cómo Kalevi, el 1 de enero de 2081, tiene una reunión con su padre, Melkent de Nalis, archiduque de la región de Neo Svithiod, en la que le recuerda que, al ser mayor de edad debe casarse con una chica a la que han pagado para que lleve en su vientre al siguiente heredero, sin desvelar el secreto que, de salir a la luz, impediría mantener el archiducado. Los hechos son narrados de forma lineal hasta que Kalevi, ayudado por Soren, su primo lejano y enamorado, consigue sincerarse con el pueblo.

Kalevi y Soren serán testigos del asalto a la región por el ejército de la vecina Tasavolta, que toma Neo Svithiod hasta que pague la deuda contraída. Cuando el futuro archiduque es consciente de la ruina de su tierra, se compromete a reponer la situación anterior al desastre, al tiempo que hace público su secreto para empezar una nueva era de paz, igualdad y cooperación entre todos.

Estamos en 2081, la psicosis de las guerras vividas y las pandemias, unida al aumento de la tecnología, han hecho que la sociedad sea más individualista. El miedo a sufrir algún daño es el causante de que los habitantes vivan encerrados en sus casas, con todo tipo de comodidades, manteniendo contacto con el exterior a través de los medios informativos que, por supuesto, solo emiten lo que dicta el gobierno y lo que todos quieren oír. Fuera quedan los desheredados, gente sin posibles que malvive porque «así es la sociedad».

Los personajes representan tipos actuales. Los protagonistas presentan una “discapacidad” a la que han hecho frente de distinta manera; mientras Soren vive perfectamente integrado a pesar de su ceguera, Kalevi es obligado por su familia a ocultar su feminidad desde el momento en que nació mujer. Ser mujer no le permite tomar decisiones, ni estar al frente de un territorio en donde las relaciones sexuales apenas tienen lugar por miedo a contagios; los embarazos son a través de fecundación in vitro a demanda de los padres, quienes creen que tener una niña es como cualquier otra desgracia. Por eso Melkent y Alia deciden que esa hija será educada y tratada como un chico; pero este chico guarda para sí, en su angustia, más de una sorpresa.

Kalevi experimenta una disforia de género al enamorarse de Soren y mantener relaciones íntimas; no se siente cómodo con sus rasgos sexuales. Hasta ese momento no había supuesto ningún problema pues, a finales del siglo XXI el individualismo ha llegado a su grado máximo, los roces personales son inexistentes. Estamos en 2081 y la sociedad ha involucionado. La tecnología ocupa el eje por el que se mueven los humanos; los coches pueden autoconducirse o ser conducidos mediante información de coordenadas, «Kalevi iba en silencio escuchando la voz del intercomunicador. Era la que avisaba a Soren cada vez que tenía que girar hacia uno u otro lado y emitía chasquidos cuando ejecutaba una maniobra, para dar constancia de que se había llevado con éxito».

El ser humano vive de puertas para adentro, cada uno con sus circunstancias, rodeado de máquinas que aportan necesidades y caprichos, «Kalevi pasó el resto de la tarde cuidando de su bonsái digital». Es lógico pensar que las irregularidades de la actual sociedad vayan en aumento; empezamos a notar falta de empatía y amor hacia el ser humano, esto fomenta el egoísmo; solo pensamos en lo que recibimos a cambio de nuestro esfuerzo o de nada; los niños ya utilizan tamagotchis en los que cuidan a sus mascotas virtuales sin peligro de que en realidad mueran o sufran; la indiferencia hacia los animales y las personas va en aumento; con el aumento de la tecnología vamos destrozando el planeta, no es extraño que en unos años, los árboles y plantas sean también, en realidad, virtuales. Los adelantos sin embargo, nos hacen ser conscientes de los beneficios que tenemos a nuestro alcance; ya conocemos la función terapéutica de la luz, sabemos que la luz roja acelera nuestra recuperación muscular, reduce la fatiga y aumenta el rendimiento deportivo. La verde, además de regular el consumo energético, es relajante y tiene efectos calmantes en la migraña y el sueño; probablemente, dentro de 50 años algunas personas deban depender de ella por la falta de contacto con la naturaleza «…el recibidor, que estaba iluminado por una extraña luz verde. —La luz normal me molesta— le explicó Siv».

Belén Conde expone un mundo reducido a microentornos complacientes que hacen creer que los hombres forman parte de una comunidad en la que no existen problemas. Un mundo en el que no existe la libertad de expresión y donde las diferencias de clases son insalvables, «La gente iba a la cárcel por robar comida […] o por protestar contra las normas. Esto nunca era mostrado en los medios, de modo que técnicamente no existía». Cuando Kalevi sale de su zona de confort es consciente de las necesidades del pueblo. La diferencia de clases es enorme; también las de género. La mujer ha retrocedido hasta casi una época medieval; está en un plano inferior al del hombre. Kalevi necesita a Soren para que le haga ver el mundo desde otra perspectiva, solo así puede adaptarse a su entorno, cambiar su autoestima y llegar a la conclusión de que no merece la pena vivir presionado por la exigencia social y el sufrimiento individual, por eso termina aceptándose como es, alguien que puede desempeñar diversas funciones físicas y mentales, asumidas con gusto y amor: «Soy Kalevi de Nalis, un joven engañado durante mucho tiempo […] que va a instaurar cambios».

Los temas de esta novela son totalmente actuales: La ausencia de reflexión en una sociedad que, al no cuestionar las leyes, ve perjudicado el desarrollo económico, así como el bienestar emocional individual. Una sociedad en la que el arte no es importante, por lo que la imaginación se verá incapacitada para concebir un futuro mejor.

Una sociedad en la que no todos encajan; la angustia de los adolescentes los aboca al suicidio como salida a sus problemas; no se sienten identificados con las imposiciones y no saben cómo salir. La autora les propone, a través del narrador, que acudan a quien los quiere: «No tenía por qué sufrir, pero era egoísta tomar decisiones irreversibles sin antes pedir ayuda».

El problema de la identidad de género ha existido siempre, pero ahora se empieza a vivir no como tal sino como liberación. No todos se sienten identificados con su género de nacimiento; podemos experimentar atracción eróticoafectiva por personas del mismo género, de distinto al que somos o al que nos asociamos. Entramos en la pansexualidad, donde lo que importa son las personas «A mí no me gustan los hombres […] Tampoco las mujeres. Me gustas tú, ¿no lo entiendes?».

A lo largo de No soy yo, la autora discurre sobre las imposiciones sociales, familiares o personales. Todas son la causa de vidas sin afecto y, cuando obviamos los sentimientos, dejamos de ser personas «llegó a la conclusión de que una vida sin afecto no merecía la pena».