lunes, 26 de agosto de 2019

EL PERRO DE TERRACOTA



Dicen que no hay dos sin tres, así que leeré el tercer libro del detective más humano (probablemente) que se haya creado. En la segunda entrega, El perro de terracota, Salvo Montalbano se ha ido perfilando en cada página, con sus actos, su palabra, su pensamiento (al que hemos tenido acceso gracias a las habilidades del narrador), hasta mostrarnos un retrato completo, auténtico, sin complejos, tan sencillo que, si no fuera porque en una investigación casi imposible todo le va encajando de manera increíble, parece real.

El caso es que, real o ficticio, Montalbano cae bien, aunque se salte las reglas según considere, aunque no sirva para trabajar en grupo, aunque no esté preparado para una relación de pareja. También es cierto que Livia, su novia casi invisible, no tiene apenas protagonismo; aparece en los sueños o en la realidad de Salvo cuando éste necesita un poco de cariño… poco tiempo, el suficiente para coger aire y seguir con sus pesquisas, lo que de verdad le acapara de forma entusiasta todo el tiempo.

Y no es de extrañar, pues nuestro detective se mueve en un mundo casi idílico. Andrea Camilleri ha conseguido, con Vigata, un reducto en el que predomina la buena vida, la camaradería, la ayuda, a pesar de todas las interferencias tóxicas que se cruzan en el camino de sus habitantes. Y son bastantes. El autor no duda en criticar una sociedad, de finales del XX, que ha cambiado muy poco respecto de la que nos encontramos. Seguimos teniendo problemas (ahora agravados) con la inmigración, con la mafia, con abusos sexuales en el seno de las familias, con la expoliación… En fin, que nadie piense que va a leer una novela desfasada.

El argumento no es simple, aunque en manos del mago Camilleri todo parezca natural. Un mafioso arrepentido decide vengarse de otro y, aprovechando que está a las puertas de la muerte, le da un soplo a Montalbano para que pueda incautar un alijo de armas importante. Hasta aquí todo bien, al menos sencillo, pero el robo a un supermercado en el que, misteriosamente no roban nada sino que el dueño asegura que, al hallarse la furgoneta llena con la mercancía sustraída, ha debido tratarse de una broma, y la aparición de una segunda cueva (tras aquélla en la que encontraron las armas) ocupada por una pareja de jóvenes asesinados cincuenta años atrás, escoltados por una vasija con agua, otra con monedas y un perro de terracota, va enredando la trama de tal manera que incluso Montalbano necesitará de algún que otro golpe de buena suerte para conseguir un final espectacular.

No voy a desvelar nada, pero me gustaría incidir en que, a pesar de que la traducción no es excelente, la maestría de Camilleri es evidente en el uso de repeticiones para aclarar lo infausto de aquello a lo que se enfrentará el personaje, «se sumió en unas negras reflexiones que se volvieron todavía más negras, de ser ello posible…», para constatar lo raro de la situación «la cabina estaba milagrosamente en su sitio, el teléfono milagrosamente funcionaba», para dar una orden en la que es necesario que obedezcan escrupulosamente, «Llama enseguida a Tortorella y dile… Dile que tú no puedes ir… No, diles más bien… Mejor todavía, llama y dile que avise…», para reforzar la situación humorística, «permanecía de pie con los brazos en alto, a la espera de que las fuerzas del orden pusieran un poco de orden en todo el follón que estaban armando». Repeticiones, en fin, que funcionan como ningún otro recurso cuando se quiere describir a alguien con sarcasmo haciendo hincapié en lo feo «Bajito, con bigotito de rabo de ratón, sonrisita antipática […] zapatos marrones, pantalones marrones, camisa marrón, corbata marrón, todo él una pesadilla en marrón».

Pero no sólo disfrutamos con ellas, el humor aparece en las costumbres supersticiosas

—Mire que tenemos que cumplir la promesa de las cincuenta mil liras por barba a San Calogero
[…]
—…San Calogero es, ¿cómo diría?, un tipo que no está para puñetas
—¿Bromea usted?
[…]
—… se le hace una promesa al santo y después no la cumple […] le ocurre otro accidente y, como mínimo, pierde las piernas ¿me he explicado?

Las descripciones hiperbólicas son dignas de la literatura del Siglo de Oro «El que hablaba era un esqueleto. Jamás en su vida había visto Montalbano una persona tan flaca. O mejor dicho, las había visto en su lecho de muerte, resecas y consumidas por la enfermedad».

Los diálogos ágiles, ricos, sugerentes son lo mejor de la novela, y está llena de ellos… ya comenté en La forma del agua que la novela es como un guion. De hecho en El perro de terracota, felizmente aparece Catarella para deleitarnos con sus incongruencias, al ser «corto de entendederas y lento de reflejos»; despropósitos tan acertados que es imposible olvidarlos, tanto que uno de ellos que aparece en esta novela, me recordó claramente a la escena que se expuso en la serie de televisión, en la que el susodicho Catarella recibe una carta “personal” para Montalbano; le da la noticia pero no la carta, porque «era personal, se tenía que entregar a la persona […] Está donde tiene que estar. Donde la persona vive personalmente». Realmente, aunque Catarella ingresase «en el cuerpo de policía por ser pariente lejano del exonmipotente honorable Cusumano», nos hace pasar buenos ratos con sus escasas intervenciones. Otro toque humorístico.

La pincelada melancólica corre a cargo del guiño constante al padre de la novela negra española, «Se duchó, leyó unas cuantas páginas del libro de Montalbán casi sin enterarse» «Pensó que, en cuestión de gustos, estaba más próximo a Maigret que a Pepe Carvalho…» «Acababa de recordar que había terminado la novela de Montalbán y no tenía nada más para leer». Asimismo aparecen, de una u otra forma, autores estimados por Camilleri, como Faulkner, Shakespeare, Umberto Eco, Jorge Luis Borges, de quien uno de los personajes toma su apariencia «el comisario comprendió dónde había visto al anciano» y, por supuesto, la gran maestra del estructuralismo, Julia Kristeva, porque Camilleri es un apasionado del lenguaje, por lo que no duda en jugar con él para extraer todas sus posibilidades: «me extraña que usted que sabe leer y escribir, no comprenda que las palabras no son iguales. Hago que me detengan, no me entrego».

De ahí que los coloquialismos sean usuales en el narrador «el kilo largo de mostachones que se había zampado», incluso tacos, a los que son todos aficionados en la comisaría «los dos sargentos o como coño los llamaran ahora» «—Coño, sí señor», o expresiones relajadas «—¡Hoy no saldrá bien una mierda!». Asimismo la polisemia es bastante útil para que surja la imagen precisa en el lector «Llegó al aprisco a las cinco […] los amantes, los adúlteros y los novios, abandonaban el lugar y desmontaban (“no solo la tienda”, pensó Montalbano)», y por supuesto los refranes y dichos populares también son rentables en ocasiones «Cuando se arma jaleo y se revuelve el agua, el pez se escapa».

En realidad la opinión de los personajes se funde con la del narrador, o la de éste con las personas sencillas de Vigata, así Camilleri establece una crítica social desde diferentes puntos de vista. Con ironía reclama, desde nuestro lector Montalbano, más cultura «a pesar de sus buenas lecturas, seguía siendo un lince de mucho cuidado», desde la propia prensa, más pertinencia «Un comisario identifica un perro de terracota muerto hace 50 años», y desde la propia mafia, más honradez, «que era un hombre de honor en la época en la que la palabra honor significaba algo».

Es una pena, pues nuestro siciliano murió, como todo hombre coherente, pidiendo un mundo sin fronteras, pacífico «la vasija de barro, que pertenece por tanto a la leyenda cristiana, puede convivir con el perro, que pertenece a la invención poética del Corán, sólo si uno tiene una visión global de todas las variantes que las distintas culturas le han aportado». No lo hemos logrado, pero podemos intentarlo si llegamos a valorar a un Montalbano que ya en esta entrega se nos muestra más emotivo, aunque interesado, más solo e individualista aunque melancólico, más débil en sus convicciones sexuales-amorosas aunque con fuerte determinación para ayudar a quienes lo necesitan, más gastrónomo y más lector, probablemente por eso no tema reírse de sí mismo cuando la ocasión lo requiere «el comisario se dio cuenta de que había dejado de ser un héroe de película de gánsters para convertirse en un personaje de una película de Bud Abbott y Lou Costello».

Es bueno leer a gente buena. Te deja en paz con el mundo.

2 comentarios:

  1. Hago pocas incursiones en la novela negra porque no me suelen gustar los clichés y los veo por doquier, y porque no me hace plantearme demasiadas cosas excepto quien es el asesino de turno. Pero después de leer esta reseña acabo de darme cuenta de que seguramente no se mirar bien y de que , al menos con Camilleri, me estoy perdiendo algo grande.

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  2. En realidad es un hombre grande, aunque haya muerto sigue ofreciendo consejos de cómo vivir, qué es lo importante, y dónde y a qué hay que ponerle fin cuanto antes.
    ¡Seguimos leyendo!

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