miércoles, 26 de junio de 2019

ARDIENTE PACIENCIA


Cuando alguien toma una frase o un verso del poeta admirado para que dé título a su libro es síntoma de que nos vamos a encontrar ante una literatura respetuosa.

Cuando el verso del poeta admirado anuncia una novela sobre otro poeta es señal de que la trama va a estar cargada de metáforas.

Cuando finalmente leemos la novela y encontramos en sus páginas la grandeza moral del maestro sólo superada por la tremenda sencillez y valentía del alumno es que estamos ante una obra maestra.

En su discurso de recepción del Premio Nobel, Pablo Neruda terminó aludiendo al modernista, poco valorado en su época, mucho hoy día, Rimbaud, «Al amanecer, armados de una ardiente paciencia, entraremos en las espléndidas ciudades».

Pablo Neruda es el poeta del amor, pero su Canto General es un saludo a los luchadores por la libertad, una exaltación de la solidaridad y una denuncia a los traidores y dictadores.

Asimismo Antonio Skármeta reclama incansable una sociedad honrada y libre, en la que todos podamos convivir sin odios ni envidias, y nos regala, nos regaló en 1986, Ardiente paciencia, concebida inicialmente (1983) como guion cinematográfico y obra teatral. También Mario, el protagonista, lucha apasionadamente por aquello en lo que cree y espera su momento, sin importarle las consecuencias.

He releído el libro y he descubierto una prosa sencilla, repleta de guiños al lenguaje popular, al refranero, a los medios de comunicación como la televisión y el cine, y a la música de los 70,

Mario Jiménez jamás había usado corbata, pero antes de entrar se arregló el cuello de la camisa como si llevara una y trató, con algún éxito, de abreviar con dos golpes de peineta su melena heredada de fotos de los Beatles. —Vengo por el aviso— declamó al funcionario, con una sonrisa que emulaba la de Burt Lancaster.

El estilo es fresco, ágil, rebosante de ironías y denuncias políticas que enaltecen la vida natural del pueblo, la espontaneidad de su gente, la humildad y el orgullo de pertenecer a un colectivo «estos brujos de cuello y corbata que sabotean la producción […] y que complotan para derrocar al gobierno del pueblo». Una narración fluida, cargada de humor, de paralelismos, comparaciones, anáforas, metáforas, con los que alaba la bondad, la pasión, el amor, la literatura y el proceso de la escritura, «el viento revuelve la nieve como un molino de harina. La nieve sube y sube, me trepa por la piel. Me hace un triste rey con su túnica blanca. Ya llega a mi boca, ya me tapa los labios, ya no me salen las palabras». Ardiente paciencia es una novela del post boom latinoamericano que reclama para la cultura el puesto más alto en la sociedad, aunque debamos esperar eternamente.

Creo que no descubro nada nuevo; la novela es suficientemente conocida. Tampoco quiero desvelar datos clave a quienes no la hayan leído, pero me gustaría aportar mi granito de arena para homenajear a Skármeta por compartir con los lectores una parte de su vida, por delatar la acción destructiva que todas las dictaduras tienen, por reflejar con ironía, humor y claridad la vida dura, sencilla, sin alicientes, aunque esperanzada de los oprimidos, «en cuanto el telegrafista gritó a distancia “Correo de Pablo Neruda para Mario Jiménez” alzando en una mano un paquete con no tantas estampitas como un pasaporte chileno […] y en la otra una pulcra carta, el cartero flotó sobre la arena y le arrebató ambos objetos».

La generación de los novísimos en Latinoamérica nos deja el regusto amargo de los proyectos de democratización. Pero en Skármeta esta reminiscencia es siempre agridulce pues, ante todo, hace brillar la bondad del ser humano, los buenos sentimientos.

En Ardiente paciencia construye un retrato de Neruda inolvidable pues resalta lo que consiguió el premio Nobel, hacer que escribir poesía pareciese fácil. Por eso Mario quiere ser poeta. Cualquier lector, tras leer esta novela, quiere ser escritor; las estructuras complejas, laberínticas del Boom han sido sustituidas por otra sencilla, accesible, que encierra un argumento natural y de una clara organización. Leemos la trama de un tirón, sin dificultad, como si las referencias clásicas fueran innatas, consustanciales a la historia política de los 70, a la crítica hacia una sociedad atrasada e ineficaz: «—Sí —dijo— tomándose su vaso de vino, y luciendo el mismo entusiasmo con que Sócrates bebió la cicuta».

El lector disfruta a lo largo de la novela, y reflexiona hondamente al final con la realidad presente en la ficción que consigue resaltar, ante todo, la función emotiva, por el valor testimonial que aportan los datos históricos del asesinato de Salvador Allende y la muerte de Pablo Neruda casi al mismo tiempo.

Aunque la sencillez es el reflejo de la debilidad y miseria en la que puede quedar un pueblo asolado por el poder, paradójicamente la naturalidad es la fuerza y atractivo de San Antonio. Todo es tan original que se agranda; la sexualidad, parte fundamental de lo espontáneo, está presente en los protagonistas, Mario y Beatriz, en todo momento; los amantes se entregan al sexo como quien descubre lo más placentero, de ahí que la metáfora para expresar el acto sexual venga de otra actividad atractiva para los ciudadanos, «La boda tuvo lugar dos meses después […] de que se hubiera abierto el marcador. Rosa […] no pasó por alto que las lides, a partir de la regocijada inauguración del campeonato, empezaban a tener lugar en enfrentamientos matutinos, diurnos y nocturnos».

Asimismo la descripción hiperbólica del orgasmo se convierte en una sucesión de metáforas, sinestesias, animalizaciones, personificaciones e imágenes oníricas, casi surrealistas, que recuerdan a escenas sacadas del mejor realismo mágico «Y acto seguido, promulgó un orgasmo tan estruendoso, burbujeante, desaforado, bizarro, bárbaro y apocalíptico que los gallos creyeron que había amanecido y empezaron a cacarear con las crestas inflamadas, que los perros confundieron el aullido con la sirena del nocturno del sur y le ladraron a la luna como siguiendo un incomprensible convenio…».

La descripción detallista, minuciosa, sensual del acto queda acentuada por el sencillo, pero inteligente, diálogo final en el que el humor, derivado de la evidencia, encierra todo un pensamiento filosófico

—Bueno, suegra. Olvídese de la vergüenza que esta noche estamos celebrando.
—¿Celebrando qué? —rugió la viuda.
—El premio Nobel de don Pablo. ¡No ve que ganamos, señora!
—¿Ganamos? […] —“vamos arando, dijo la mosca” concluyó antes de asestar el portazo.

Han pasado treinta y tres años desde que Antonio Skármeta escribió Ardiente paciencia. Da igual. Hay que leerla. Es universal.

domingo, 23 de junio de 2019

HISTORIA DE UN AMOR TURBIO


Tenía muchas ganas de leer esta novela, un reto como todas las de principios del siglo XX. Estar escrita, además, por el cuentista nº 1 de Latinoamérica, Horacio Quiroga, aseguraba encontrar el horror que esconde la naturaleza y su presión sobre el ser humano; aseguraba un estilo sobrio, preciso, de gran contención verbal. Sin embargo, estas características, del todo acertadas en la narrativa breve suponen un contratiempo en la extensa, si dejan a la vista unos personajes faltos de evolución psicológica.

Precisamente éste es uno de los inconvenientes de Historia de un amor turbio. Comienza con un narrador en tercera persona, omnisciente, que retrata a alguien refinado, culto, tal como demuestra la sinestesia evocadora de un pasado mejor y la metáfora empequeñecedora que compara el lugar donde se encuentra con el anterior, «La angosta franja de cielo recuadrada en lo alto, evocábale la inmensidad de sus mañanas de campo, sus tempranas recorridas de monte, donde no se oían ruidos sino roces, en el aire húmedo y picante de hongos y troncos carcomidos».

Esta minuciosidad en la descripción, lo mejor de la novela, plagada de imágenes, metáforas y comparaciones nos lleva a un realismo que, en ocasiones recuerda a Chejov mientras que la ironía, reforzada por la hipérbole, nos acerca al romanticismo de Poe «Quien le detenía era un muchacho de antes, asombrosamente gordo y de frente estrechísima, al cual lo ligaba tanta amistad como la que tuviera con el cartero». También en el diálogo, bastante absurdo por parte del chico, encontramos que, con humor, el narrador lanza una dura crítica a la sociedad «la dosis de corrupción civilizadora que se necesita para convertir en ese imbécil escéptico a un honrado muchacho». Esta crítica va en aumento, ahora con sarcasmo, al animalizar al personaje, «Pero Rohán se había cansado ya del excelente animalito, y caminaba solo».

Si este primer capítulo hubiese conformado un cuento, tendría un final cerrado y se mantendría en la línea sencilla y directa de los grandes cuentistas antes nombrados, él incluido. Pero Quiroga no pretendía sino una novela, por lo que advierte que la trama empieza «ahora», mediante una analepsis, «volvió al pasado». Es en el capítulo II donde ya no tenemos la impresión de estar ante una novela, y tampoco ante la eficacia demostrada por Allan Poe, pues los personajes carecen de la profundidad propia de los del estadounidense). Todo queda narrado con bastante superficialidad; encontramos frases inacabadas fruto, en ocasiones, de un uso excesivo del lenguaje oral; a veces podemos entender el significado «Cómo de un padre como yo… Y no se preocupó más de su hijo», pero otras es casi imposible «—¡Sobre todo lo que decía hoy! —Eso más que nada. Figúrese que una vez…».

Hay situaciones en las que la narración ofrece datos que parecen importantes para entender un futuro cambio en la personalidad de un determinado personaje, o simplemente para conocerlo mejor, pero el lector se lleva una decepción pues estas referencias no se retoman. Es el caso de los gestos involuntarios que Mercedes realiza con sus manos al ponerse nerviosa desde que soñó, siendo niña «que un pájaro le devoraba las manos a picotazos» ¿Es por eso por lo que aprende a tocar el piano? Está claro que el piano le sirve como relajación, pero en realidad no siente la música «Iba a la sala, paseaba aburrida, tocaba un momento el piano en sordina, miraba uno a uno los cuadros […] volvía aburrida a la cama» ¿Realiza estas acciones por su carácter nervioso? ¿Qué tiene que ver entonces el sueño de los pájaros? Son lagunas que conforman una narración insustancial.

Asimismo, en diferentes circunstancias, los diálogos quedan inacabados porque en realidad la conversación llevada a cabo no es importante para el argumento, «Usted ha estado ocho años, es inteligente, sabe francés…».

Todo lo señalado hace de Historia de un amor turbio una novela de poca calidad. Podría ser un cuento en el que se retrata a unos personajes tipo: la madre, típica dama insulsa, inoportuna, indiscreta, cuya única finalidad es conseguir casar a sus hijas con hombres pertenecientes a una elevada capa social y con dinero, sin importarle su felicidad. El narrador, omnisciente parcial, eco del propio Quiroga, no pierde ocasión para criticar a la burguesía y su modo de vida superficial:

—¡Cuándo va a vernos Rohán! —quejóse la madre, aunque en verdad la queja era por el calor que hervía dentro de su enorme corsé—.

Las hijas, que, aunque son tres, la mayor, Lola, se casa enseguida y desaparece; sólo la describe al principio, pero nunca más se la nombra, como si ese personaje se hubiera olvidado. Por lo tanto, nos quedan Mercedes y Eglé que, junto al protagonista, Rohán, configuran uno de los tríos amorosos más turbios de la novela romántica.

Mercedes es una chica amargada. Teniendo en cuenta que ha sido preparada para el matrimonio y nada más, su vida se limita a hacer apariciones en sociedad, acompañada de su madre y hermanas. Es normal que se ponga nerviosa al ver que el tiempo pasa y no consigue al marido anhelado. No podemos llegar a tener certeza de si el amor que siente por Rohán es verdadero o fruto de la desesperación por salir de casa. Lo que está claro es que no es cierto que «Mercedes y Rohán se querían cordialmente», afirmación del narrador que, llegados a este punto, ya sabemos que ha enfocado su relato en el punto de vista del protagonista.

Mercedes siente atracción por Rohán y, a su vez, celos de Eglé, algo inaudito teniendo en cuenta que la edad de la pequeña era de 9 años cuando conoció al hombre de 20. Pero él la mortifica, de broma o no tanto, «hemos decidido con Eglé que los besos que le doy no son para ella» (a pesar de la sintaxis incorrecta podemos deducir que Eglé y él hablan de Mercedes), por eso la chica contesta dolida, «—¡Ah, no! ¡Si es por eso, puede evitarlos, amigo!».

Rohán se va a París durante ocho años, por decisión de su padre, para ver si se interesa por algo, empresa en la que fracasa porque a este caballero sólo le importa él mismo. A su vuelta, Mercedes es capaz de humillarse ante él quien, a pesar de provocarla constantemente, y besarla incluso, la rechaza de forma brusca, «¡Pero es idiota lo que está haciendo […] le juro que no estoy absolutamente enamorado de usted […] —¿Hasta mañana, no? […] ¿Usted me hace el amor, Rohán? —De ninguna manera».

Eglé es un caso único, quiere a Rohán desde que tenía 9 años, debe aguantar los flirteos de éste con Mercedes, su prolongada ausencia y sus inseguridades hasta que finalmente consigue ser su novia. Pero no está convencida del amor que él le asegura, de sus cambios de humor, sus desplantes, sus reproches… Sorpresivamente, demuestra el carácter más firme de todos y, lamentándolo de todo corazón, lo deja, pues se da cuenta de que es un hombre envenenado, que sólo puede traerle dolor. Eglé siente pánico ante su novio y sus reacciones, no obstante es capaz de romper con él, «—Mira —le dijo Eglé, con la voz rota de embargo—: Yo creo que no podemos ser felices así… Mejor es que dejemos…».

Eglé quedará soltera, también Mercedes, probablemente porque en sus vidas entró Rohán, un señorito con dinero, acostumbrado a vivir de su padre, sin ganas ni entusiasmo por trabajar o realizar cualquier cosa que no sea en beneficio propio y sin esfuerzo. El interés que muestra hacia algo, sea lo que sea, decae enseguida. De hecho, tras tanto tiempo deseando ser novio de Eglé se cansa a los dos meses, «Pasaron dos largos meses, y Rohán comenzó a hallar un poco largas sus visitas». Se siente poderoso ante una niña «—¿Y te casarás conmigo?». Este principio de acoso es el anunciador de lo que será luego su relación con ella, la humilla flirteando con su hermana, se siente superior a su novia, indispensable para ella «—¿Le agrada que haya venido? […] —¿Por qué? —preguntó al fin. —Por lo pronto —respondió él secamente— porque creía que eso le iba a agradar».

Realmente, es el típico maltratador, que se arrepiente nada más hacer o decir algo que hiera a su novia Eglé o a Mercedes «—Tengo ganas de llorar —dijo Mercedes suavemente […] —¡Pobrecita! ¡Pobre, mi amor…».

Rohán es un egoísta con todo lo que le rodea; este sentimiento lo convierte ante Eglé en machista «—¡Qué sabes tú […] Tú no sabes nada. […] Eglé perdonaba, con la misma débil sonrisa». Y se convierte ante las dos hermanas en maltratador psicológico, capaz de abusar de ambas incluso físicamente «Rohán la siguió (a Mercedes) y, mudo, atrájola violentamente a sí. La besaba aquí y allá…». En realidad es un desequilibrado acosador que no quiere a ninguna pero juega con las dos, incluso cuando le dice a Eglé que se le ha ido la pasión porque quiere más de ella y no se lo da. Pero la joven se da cuenta de lo que pretende en realidad y de lo que la ha hecho pasar, «pocas novias soportarían lo que me están diciendo». Lo deja, y cinco años después sigue sin querer estar a su lado aunque él piense que «Eglé tenía ya veintidós años y no quería quedar soltera». De esta forma como un héroe romántico mimetizado con la naturaleza abandona para siempre a la familia «Mientras miraba por la ventanilla, en el crepúsculo frío, las flores heladas de cardo que se desmenuzaban volando al paso del tren». Pero ya es tarde. No es creíble.

Indudablemente hay que leer sus cuentos, porque Quiroga es uno de los mejores en este género.

sábado, 22 de junio de 2019

TODAS HIEREN Y UNA MATA


En el panorama teatral actual, hablar de ÁlvaroTato es casi imposible porque todo se ha dicho ya. Ha llegado a la cima. Es un referente en la construcción del espectáculo y en la elaboración del texto. Cuando leo algo con chispa pienso que ya está. La obra se hace sola. Empiezo a imaginar y soy capaz de ver en mi mente la representación. Claro, en mi mente. A la hora de la verdad hace falta un gran equipo creativo. Porque para representar a Álvaro Tato hay que estar a la altura de este poeta y dramaturgo de manera que el texto no desmerezca lo más mínimo. O simplemente intentarlo y, por supuesto, disfrutar. Este año, 2019, hemos tenido la suerte de contar con Todas hieren y una mata, título que alude al refrán referido al paso del tiempo: todas las horas hieren y una mata, y Tato juega con él para acercarlo al amor: Todas las flechas hieren y una mata.

Esta mezcla de sentidos queda asentada en el cronotopo de la obra; así pues, podemos estar en el Siglo de Oro, podemos pasar al siglo XXI, podemos ser actores, oyentes o espectadores… Es teatro, y su magia nos envuelve desde la primera palabra. La obra lo tiene todo. Todo lo necesario para cumplir con las funciones del teatro, entretener (con la originalísima puesta en escena), divertir (con el empleo de la palabra), admirar (con la combinación de registros y formas del lenguaje, en prosa o en verso), sensibilizar, o lo que es lo mismo, remarcar la función social (y la última obra de Tato, a través del humor, reflexiona e intenta comprender la complejidad del ser humano, el pensamiento del hombre y la mujer, y nos provoca para que nuestra opinión salga a la luz)y, por supuesto, la función catártica.

Todas hieren y una mata tiene algo de cuento de hadas pues alude al intimismo de la mujer, a su magia, al simbolismo del tiempo (y cómo influye en la mujer). Al ver a Alba, a Aurora, a Teresa y a la bruja no nos extrañamos de que puedan convivir, de que pertenezcan a siglos diferentes, sean la misma persona o su evolución a lo largo del tiempo. Los espectadores, o lectores, sentimos una especie de purificación del espíritu al conseguir ser nosotros, en nuestro interior, como esos personajes protagonistas definitivos de su destino, que no se han doblegado, que han llegado donde querían. Esta finalidad catártica es la magia del teatro y en esta obra está desde la primera página.

Siempre he creído que los clásicos son actuales, en alguna ocasión lo he dicho y he intentado demostrarlo, pero Álvaro Tato, con su obra, consigue que el verso sea la forma normal de comunicación, que la capa y la espada puedan convivir con los móviles, que exista un amor puro, verdadero, sin violencias en cualquier época y que la cultura, la palabra sea el arma que convence, apostando siempre por la libertad del más débil, que lamentablemente en la sociedad actual sigue siendo la mujer.

La obra está dividida en tres jornadas, como mandaba el Arte nuevo de hacer comedias en este tiempo; también como los grandes dramaturgos del siglo XVII combina el verso con la prosa, en este caso es un indicador del cambio de época y un guiño al más grande novelista de todos los tiempos

Os decía que algún imitador de Lope pudo escribir esta misteriosa pieza de la que solo nos ha llegado la primera jornada.

Asimismo, tal y como era usual en alguna representación del Siglo de Oro, encontramos el recurso del metateatro

Ya suena la música, ya comienza la escena del bosque.

Y como dictó el Fénix de los ingenios, la métrica se ajusta al personaje y al asunto tratado, aunque Álvaro Tato le da una vuelta, pues si el caballero utiliza el soneto para referirse a los asuntos amorosos

Dicen que es una flecha cada hora
que alza el vuelo cazándonos sin ruido

también lo hace su criado para, con humor, recordarle que es mejor preocuparse por el cuerpo que por el espíritu

No soy mágico, brujo ni profeta,
mas traigo este presagio en el coleto:
si me encuentran oculto bajo un seto
sajarán mi gaznate cual chuleta.

Los recursos literarios son variados, los juegos de palabras abundan, tal como era normal en el siglo XVII. El amor y la muerte que provoca el desengaño están a la orden del día del enamorado, mientras que el criado teme más por el sufrimiento corporal, que puede manifestarse en términos hiperbólicos

DON DANIEL.- […]
                          ¡ay si me amara la muerte
                          o diera muerte al amor!
                          […]
DON DANIEL.- Tengo el alma en carne viva
PICO.-               Tengo una astilla en un dedo
                          ¡Me rindo!

El legado que hace Pico al creer cercana la muerte es una suerte de anáforas y paralelismos con los que iguala, histriónicamente, los elementos enumerados y, cuando conocemos que aún está soltero, la carcajada es mayor:

Lego a mi esposa mi hacienda
lego a mi esposa mis huesos
[…]
Lego a mi esposa mis hijos
lego a mi esposa mis hijas
[…]
y mi ropa si estoy muerto
y no he de resucitar
[…]
mis gallinas, mis capones,
mis cabrillas, mis cabrones,
y otra cosa que me callo.

El quiasmo con su poder de extrañamiento, acrecienta el humor de la respuesta, y el encabalgamiento de algunos versos consigue unir el siglo XVII al XXI sin ningún tipo de asombro

BRUJA.-           […]
                          ¿sois cazadores furtivos?
PICO.-               Más bien furtivos cazados
BRUJA.-           Entonces sabréis decirme
                          en qué siglo nos hallamos
PICO.-               En el diecisiete, madre,
                          del calendario cristiano
BRUJA.-           Pues hoy la penicilina
                          aún no se habrá inventado
                          ni puedo llamar al uno
                          uno dos para llevaros
                          a urgencias en ambulancia.

El diálogo es ingenioso hasta no poder más, el juego metateatral sigue hasta el final de la obra, las metáforas aluden a la vida rural del siglo XVI «En su enagua la noche / guarda una estrella» y los guiños a Lope son enternecedores, pues si nos conmovió su definición del amor en un soneto, Tato nos entusiasma con su descripción del clásico, en un soneto totalmente paralelo al del Fénix:

Despertarse, soñar, estar contento
[…]
cumplir un sueño y no querer que acabe,
vivir miles de vidas. Esto es
un clásico. Quien lo probó lo sabe.

En cuanto a las acotaciones. Álvaro Tato pretende indicar cómo han de moverse los actores, pero no hay exceso de ellas, sólo para momentos cruciales en los que entra o sale de escena algún personaje «(Salen de su escondite don Daniel y Pico)» o momentos impactantes en los que el personaje debe utilizar algo específico «(Saca el teléfono móvil)», para otros en los que tiene singular importancia la proxémica «(Aparte a Pico)», o bien para marcar aquella información dirigida especialmente al espectador «(Aparte) (Ya el sol sale en mi corazón oscuro) (Se aleja)».

Asimismo, en ocasiones la acotación va dirigida a que el personaje realice un gesto ilustrador que acompañe a lo que está diciendo, de forma que la escena refuerce los tintes humorísticos expresados con la palabra

PICO.-               […]
                          ¿No me hizo él pecador?
                          (Al cielo) Conmigo no ha de valer
                          tan indigna triquiñuela,…

No quiero revelar el texto porque hay que leerlo o, si se puede, verlo representado. En cualquier caso es un seguro de diversión y asombro. Álvaro Tato mejora a cada paso, Cuando pensábamos estar ante una obra perfecta, escribe otra que la supera ¡Increíble!

domingo, 16 de junio de 2019

LOS DOS HIDALGOS DE VERONA



Para leer Los dos hidalgos de Verona sólo hay que tener ganas de disfrutar. Lo ideal es ver la representación, aún hoy sigue vigente casi cuatrocientos años después, pero se puede pasar un rato agradable leyendo el texto, porque indudablemente el mérito, casi en su totalidad reside en el lenguaje. Completamente actual; los chistes se entienden perfectamente, los dobles sentidos de las palabras y expresiones se interpretan con acierto aunque algunas estén en desuso. La obra merece ser leída con detenimiento porque todo en ella es divertido. El argumento es el de una típica comedia de enredo: Proteo y Valentín son dos caballeros de Verona, amigos, y diferentes en el modo de pensar; mientras Proteo quiere sentar la cabeza con su enamorada Julia, Valentín pretende ir a Milán a enriquecerse culturalmente. Pero el padre de Proteo cree que le irá bien ir a Milán pues «Tengo la impresión de que no será nada si no adquiere experiencia e instrucción».

Cuando debe partir, Proteo ya duda de su compromiso y al llegar a Milán se encuentra con que Valentín se ha enamorado de Silvia. Él también lo hace, y para obtenerla inventa una mentira tras otra hasta traicionar a su amigo, consiguiendo que el duque, padre de Silvia, lo destierre. Julia, prometida de Proteo, teme que éste la haya olvidado, así que se disfraza de hombre y va a Milán a recuperarlo. Silvia rechaza, por su parte, a Proteo y, gracias a una cuadrilla de bandidos que los raptan, se desvela la verdad, quedando juntos los enamorados y Proteo con Julia.

A pesar de estar bastante tipificada, en Los dos hidalgos de Verona encontramos escenas muy actuales y otras que podríamos considerar un precedente del teatro del absurdo, como la del asesinato confesado que, en principio, no entendemos su relevancia, hasta que nos damos cuenta de que es una forma como otra cualquiera de dejar a los bandidos en ridículo; de hecho el protagonista, tras confesar esto, y admitir que sabe idiomas, se erige como jefe de la banda, que, por otro lado, también es absurda su existencia en la obra.

BANDIDO 1º.-  —¿Qué habéis sido desterrado de allí?
                          […]
VALENTÍN.- Por una falta que me es doloroso recordar. He matado a un hombre.
                          […]
BANDIDO 1º.-  Por casualidad, ¿sabéis idiomas?
                          […]
BANDIDO 2º.-  …¿Queréis ser nuestro capitán, convertir en virtud la necesidad…
                          […]
BANDIDO 1º.-  Pero si rehúsas nuestra oferta te daremos muerte.

Pero ahí está, una banda de salteadores de caminos que roban a los ricos para dárselo a los pobres. Y así, de repente, nuestro caballero Valentín, tal como pronostica su nombre, se convierte en un nuevo Robin Hood capaz de demostrar su valor y bondad al perdonarle la vida al Duque de Milán, el mismo que hizo todo lo que estuvo en su mano para evitar que se casara con su hija Silvia.

Otra escena descabellada es la que encabeza Lanza, a modo de monólogo actual, para presentar a su perro Crab, al que se llevará en el viaje que deber realizar con su amo Proteo. En principio el perro no tiene otro objetivo que el de reforzar la necedad de Lanza, sin embargo su intervención en la trama confirmará el poco apego que siente por su dueño y la lealtad absoluta de éste hacia Crab, configurando entre ambos una situación histriónica por la inversión de papeles: «Amigo, vais a zurrar a ese perro, ¿no es eso? ¡Vive Dios! ¡Pues claro! —me contestó. Eso será una injusticia —repliqué— pues he sido yo quien ha cometido la falta. Con lo que sin más ceremonia me echaron a la calle a puntapiés».

En general, todas sus intervenciones desvelan la bondad y sensibilidad de Lanza, el típico criado simple al servicio del antihéroe Proteo, un cobarde que quiere llevar a cabo sus apetencias mudables a base de mentiras, con las que perjudica a su amigo, a su prometida y a la prometida de su amigo. Pero sus mentiras son tan grandes y van implicando a tantos que, al final, no dan sino pena, por eso tendrá su merecido y deberá pedir perdón y acatar la decisión de la mujer que, en esta obra, no es la inconstante:

JULIA.- …Pero ante el pudor, menos afrenta hay en la mujer con cambiar de traje que en el hombre con cambiar de sentimientos.
PROTEO.- ¡Que en el hombre con cambiar de sentimientos! Es verdad. ¡Oh, cielos! El hombre sería perfecto si fuese constante. Este solo defecto es origen de todas sus faltas, y, le arrastra a todos los pecados.

Valentín es el galán que se enamora de Silvia, la hija del Duque de Milán, comprometida por su parte con Turio, otro caballero veleidoso; pero cuando ve que Silvia no lo quiere no intenta imponerse por la fuerza, mostrando asimismo un razonamiento bastante actual «Loco por demás es quien arriesga la vida por una mujer de quien no es amado».

Relámpago es el criado de Valentín, portador de un humor inteligente, a veces filosófico, otras despreocupado y siempre dueño de la palabra justa. Sus apariciones no son muy numerosas, sólo para hacernos ver el pensamiento irónico que Shakespeare tenía hacia determinados estamentos sociales, como la paradoja humorística que utiliza al ver a los bandidos: «Mi amo, haceos de los suyos ¡Es una honrada cuadrilla de ladrones», o la evidencia con la que alerta a Valentín

RELÁMPAGO.- Mi amo, el señor Turio os pone muchos ojos
VALENTÍN.- Lo sé, es por amor
RELÁMPAGO.- Pero no a vos

Por eso, la inteligencia de Relámpago está por encima de la de Proteo y Valentín. Al igual que el ingenio de Shakespeare está por encima del de cualquiera. Los juegos de palabras son incontables y expuestos de todas formas: Hay similicadencias imposibles que aligeran el ritmo “zapatos – botas – bote – voto”; epanadiplosis de vocativos con los que el hombre, inconscientemente, quiere dar fe de la maldad de la mujer «¡Tú, Julia, tú me has metamorfoseado».

Derivativos falsos que implican insultos:

PROTEO.- Una pastura te hubiera sentado bien
RELÁMPAGO.- Que ella me dé la pastura pero dadme vos la pasta

Metáforas amorosas «Los fuegos concentrados son los que abrasan» y eróticas «¡Ten piedad del hambre que he sufrido tanto tiempo!». Los antónimos recalcan la bobería: rápido – lento, cuerdo – loco; las metáforas enredan las acciones y sentimientos «Pues está ciego, y siéndolo, ¿cómo ha podido venir hasta vos?»; y las antítesis remarcan la evidencia «¿no es un ángel del cielo? —No; pero es una maravilla terrestre».

En fin, la trama, las acciones, los pensamientos, van encaminados a advertir de los peligro del amor impuesto, de las traiciones que somos capaces de cometer, de las injusticias que nos rodean y del poder de la mujer. Todo en un tono burlesco, deliciosamente intrigante.

lunes, 10 de junio de 2019

ROJA CAPERUCITA



El título es muy significativo, al utilizar el adjetivo como epíteto, recoge en su simbolismo toda la importancia que la protagonista va a tener en esta obra teatral. Lo importante del personaje es la fuerza, el apasionamiento, la voluntad que, de haber sido Caperucita roja, no hubiéramos encontrado. Sólo al leer Roja Caperucita ya sabemos que no será la niña desvalida que conocemos, por lo que el cambio experimentado en el título original advierte del cambio de contenido. En efecto, Caperucita no es una niña, es una adolescente que, al alcanzar los 15 años decide huir de la monotonía de su casa y cumplir su sueño, investigar en aquello que se le tenía prohibido. De esta manera irá a casa de su abuela atravesando el bosque prohibido en el que, como antítesis del paraíso, la claridad viene de la luna; no hay sol en ese bosque, pero todos acuden a él atraídos por la protección, la inconsciencia y el peligro que representa la luna. Este espacio tiene un jefe, asimismo contraposición del propio Dios, el Lobo, símbolo de valor, de fuerza, de la irracionalidad latente, de la libertad y del mal; es quien gobierna en ese bosque atípico, y su planteamiento vital consiste en adorar a la luna y en que lo obedezcan a él, por ello se rodea de los seres más anodinos. Liendres, su Amante y el Leñador han llegado a ese bosque pretendiendo olvidar algo de sus vidas y, desde entonces, se dedican a complacer al lobo: «Dejad de mendigar. Nosotros solo comemos lo que nos da el Lobo.»

Pero allí irá Caperucita, y ni los ruegos de su madre, ni la violencia de su abuela conseguirán que dé marcha atrás, al contrario, demostrará a todos que su valor es similar al del lobo, y sus ambiciones van más allá que las de éste: «Si tenéis miedo, subíos a los árboles». Caperucita intentará hacerse con el poder, pues este afán es atrayente e ilimitado. La lucha entre ambos candidatos por gobernar el bosque demostrará a los demás que todo puede devenir a peor cuando pensamos que hemos tocado fondo.

La obra es totalmente insólita, no sólo los personajes no son los mismos que en el cuento original, sino que son simbólicos. Todos representan un ser social real que, en un momento determinado, se da cuenta de sus actos, se desprecia por ellos e intenta evadirse en un mundo paralelo onírico, perteneciente al inconsciente, al sueño, a la muerte.

El bosque de Roja Caperucita es un bosque sin árboles «Porque el Lobo los mandó cortar […] Para ver mejor a la luna». Nos encontramos con un lugar paradisíaco al que le han eliminado la fuerza vital indestructible, eterna que simboliza el árbol, así pues ha sido desposeído de su característica sagrada. El lobo, símbolo irracional, se siente atraído por el poder femenino, pero algo le ocurrió con una mujer, por eso ha ido al bosque a refugiarse y por eso trata mal a su Amante, un personaje plano, lastimoso, capaz de hacer lo que sea con tal de que el lobo la quiera «Me llamarás Caperucita Roja. Y cuando hagamos el amor, cerrarás los ojos y te imaginarás que soy ella». Frase terrible con la que David Llorente quiere hacer una llamada de atención a la mujer: no hay que estar con un hombre a la fuerza, en el amor no se puede coaccionar a nadie, porque se cae en la posibilidad del desprecio, la humillación y el maltrato «Porque no eres nadie. Nada. Vete. No vuelvas a molestarme nunca más».

Ésta es la Amante, alguien despechado, por eso ayuda a Caperucita a que salga del bosque, para no tener rival, aunque ella no lo quiera y se lo advierta «Puedes guardártelo. No me interesa ese animal». La Abuela aparece también con un carácter opuesto al del cuento. Ya no es la ancianita indefensa, amable y digna de lástima. Es una mujer llena de rencor y odio que no duda en atacar a su propia nieta y decirle una verdad traumática la primera vez que la ve

Niña estúpida (salta sobre ella)
¡Qué hace! No, no, déjeme. No me toque. No, por favor. ¡No!

Por esta razón el lobo se comerá a la Abuela y no por simple crueldad como en el cuento original.

El leñador del cuento tradicional es el héroe que ahuyenta y mata a los malos, como el lobo. Es el salvador de Caperucita, el poseedor de la fuerza y la justicia. En la obra de Llorente el Leñador es alguien torturado por su pasado en el mundo real, que va al bosque para ocultar sus temores y termina obedeciendo al lobo, como todos. Caperucita lo sabe y se lo dice «Tú también eres un cobarde».

Liendres es el personaje que aporta algo de humor. De escasa inteligencia, está en el bosque porque se considera imprescindible para el lobo, por eso acata sus órdenes sin pensar. Sus respuestas, de doble sentido, son las que harán asomar una sonrisa en el espectador

Liendres, Liendres
Sí, mi señor
Tenemos que impedir que Caperucita salga del bosque
[…]
…nadie ha encontrado la salida del bosque, ¿por qué debemos suponer que Caperucita la encontrará?
[…] Porque todos vosotros sois unos imbéciles…
Claro, señor, claro […] ¡La encontraré antes de que encuentre el camino! Sí… y cuando la encuentre, señor, la agarraré de los pelos y la traeré arrastrando hasta usted.

Por último la Madre de Caperucita no quiere que su hija vaya al bosque, pero ésta no la obedecerá, como toda adolescente. Tampoco quiere que Caperucita se sienta atraída por la luna. Ahí reside su secreto y su temor. Y puede que al final se cumpla.

 Aunque parezca que el conflicto entre los personajes es externo, cada uno libra su propia batalla contra su propia alma. Desde este punto de vista la acción dramática es verosímil, los personajes describen una verdad sin necesidad de reproducir la realidad; son, pues, simbólicos. En ningún momento nos extraña que personas hablen con animales como si todos pertenecieran a la misma especie, y es que, en realidad, ya nos previene Caperucita cuando avisa al lobo, «Somos animales. Somos salvajes. Y libres. No tenemos que seguir las reglas de los hombres». Efectivamente, estamos en un cronotopo libre, el que da la literatura; podemos soñar con una verdad artística que, sin embargo, se aproxima peligrosamente al mundo real, gobernado también por la ambición, en el que los sentimientos van desapareciendo en favor de los intereses.

La combinación de humanos y animales, animaliza nuestra sociedad que, aunque parece que avanza, sigue un proceso de embrutecimiento cada vez más refinado. Una sociedad que se deja llevar por los impulsos de aquéllos que dominan.

Para resaltar la mezcla de animales y personas, el autor no coloca el nombre de quien habla en cada momento. No hace falta. Los diálogos son lo suficientemente explícitos como para indicar quién tiene la palabra en cada momento.

Sólo hay cuatro acotaciones en el texto y son para señalar movimientos diferentes que realizarán los personajes, sobre todo al final de la obra. El resto del libreto, probablemente porque el autor también es director teatral, permite una representación libre para los diferentes directores de escena que se atrevan a poner sobre las tablas esta obra fuerte, dura, valiente.