lunes, 20 de julio de 2015

EL CANTO DEL CUCO

Hay que ver… toda mi vida leyendo literatura española y, de un tiempo a esta parte, le estoy cogiendo el gustillo a la extranjera. Esta novela, El canto del cuco, me la regaló una alumna, Ariadna, por el Día del Libro. El autor, Robert Galbraith, no me sonaba de nada pero ella estaba segura de que yo sabía que en realidad era el seudónimo de J.K. Rowling… Pues no, Ari, no tenía ni idea; no he leído ni he visto ninguna película de Harry Potter y lo único que sabía de su autora es que prácticamente se había hecho de oro con la saga.

Así que, de nuevo, tengo algo que agradecer a mis alumnos, en este caso a Ariadna, que ha ampliado mi opinión sobre la novela de misterio, sobre Rowling y sobre la literatura inglesa.

Si hay algo que me ha llamado la atención es la perfecta estructura. El canto del cuco está compuesta por 557 páginas que se dividen en cinco partes, más un prólogo y un epílogo. Todas ellas van precedidas de una cita clásica que funciona como oráculo o premonición de lo que el lector irá descubriendo en cada una.

El Prólogo narra la muerte de la joven modelo Lula Landry, ocurrida tres meses antes del argumento en sí de la novela. Debido al carácter desequilibrado de la chica y la incongruente declaración de la única testigo, la policía llegó a la conclusión de que se había tratado de un suicidio. Una vez leído, cobra sentido aquello que Lucio Accio expuso en su tragedia Telephus «Infeliz el famoso del que alardean sus infortunios».

La Primera Parte está encabezada por una cita de Boecio en De consolatione philosophiae, «El más infeliz de los desafortunados es el que ha sido feliz». A lo largo de siete capítulos presenta la actual situación de los protagonistas: Cormoran Strike, detective venido a menos en el trabajo, en su familia, en su vida amorosa y en su físico, pues le falta una pierna, y John Bristow, hermano de Charlie, amigo de la infancia de Strike, muerto en un accidente, y hermano de Lula; Bristow quiere contratarlo para que investigue y demuestre que Lula Landry fue asesinada.

La Segunda Parte está formada por once capítulos que se abren con una cita de Virgilio «Aprendo a socorrer a los infelices» (La Eneida). Y así, cuando Strike empieza su investigación se da cuenta de que hay datos en la resolución del caso que no encajan. Está seguro de que la testigo oyó discutir a Lula Landry con un hombre segundos antes de verla caer por el balcón, aunque no entiende por qué enmascara la verdad con incongruencias.

La Tercera Parte vuelve a aludir a la Eneida, «Algún día será grato recordar estas cosas». Esta parte se compone de diez capítulos plagados de recuerdos de la vida de Strike, cómo empezó su relación con Charlotte a los 19 años y cómo, 15 años después, ha terminado de manera similar; cómo sus comienzos en su carrera de detective han sido igualmente turbulentos, hasta el punto de ser acosado por un marido celoso que lo contrató para vigilar a su mujer. Asimismo la investigación sigue su curso, centrada ahora en dos posibles sospechosos que en un futuro formarán parte fundamental en la evocación de los hechos.

La Cuarta Parte es la más extensa, son catorce capítulos en los que cobra sentido lo que Plinio El Viejo afirmó en Historia Naturalis «Y lo mejor es beneficiarse de los disparates de los demás». Aquí se desvela el porqué del título de la novela. Strike va despejando sus dudas aunque no las aclare aún al lector quien deberá llegar al final del proceso. Sólo entonces, una vez que sepa los hechos, encontrará sentido a los despropósitos, y entenderá por qué los personajes se empeñaron en determinadas afirmaciones absurdas. Los desatinos de los Bestigui serán claves para la resolución. El disparatado diseñador de Lula resultará casi un profeta en el caso y el insensato y sórdido mundo de los famosos cobrará sentido en el novio de Lula.

La Quinta Parte son dos capítulos que constituyen el desenlace. De ahí que la abra una cita de las Geórgicas «Afortunado quien ha podido conocer el porqué de las cosas» (Virgilio). Por eso, aunque no sepamos quién es el asesino hasta prácticamente el final, en la página 517 se descubre de forma indirecta. Strike irá desvelando paso a paso los hechos, remontándose al pasado anterior al suceso, cuando todo comenzó en realidad. El final es sorprendente. Aunque la realidad se mostrase desfigurada, todo encaja coherentemente. Lo que parecía increíble se confirma.

Pero aún hay un Epílogo, «Nada es del todo dichoso» (Odas. Horacio). En él, el narrador sitúa a los personajes diez días después de que se resolviera el caso y, como en la vida misma, observamos a personas felices pero no del todo.


En El canto del cuco no sólo la estructura es interesante, pues si el argumento es simple, los más de 27 personajes que aparecen lo van complicando hasta formar una espiral en la que todos son sospechosos en algún momento y en la que cada uno arrastra a otro, dando la impresión de que siempre se llega a un punto muerto.

John Bristow es el único superviviente de tres hermanos adoptados. El mayor, Charlie, murió en un accidente cuando era un niño. La menor, Lula Landry, muere al caer desde su balcón. Todo apunta a que se ha suicidado, sin embargo Bristow contrata a Cormorán Strike para que demuestre que ha sido un asesinato. Strike y su secretaria temporal, Robin Ellacott, descubrirán la verdad.

Los personajes pertenecen a un mundo caótico en el que el dinero, las drogas y la fama son lo más importante, por eso todos son portadores de algún detalle que los hace aparecer como posibles asesinos:
Alison, novia de Bristsow desde que murió Lula, es la secretaria de Tony Landry y Cyprian May; va con su novio más que por placer, por vigilarlo; además se muestra reacia a la investigación.
Tony Landry, tío de Lula y de Bristow; en realidad no quiere a ningún sobrino, y sus coartadas son cada vez más débiles.
Evan Duffield, novio de Lula; rockero, drogadicto, mantuvo con ella una relación tormentosa.
Deeby Mac, cantante que iba a vivir al edificio de Lula, pero llega cuando ésta cae y nunca ocupa su piso.
Guy Somé, diseñador de Lula; de ser sospechoso pasa a ser clave en la resolución del caso.
Los Bestigui, matrimonio caótico, él, productor de cine y mujeriego, quiere conseguir a Lula para su película pero ella no acepta. Ella, drogadicta, es la única que afirma ver caer a Lula después de discutir con alguien. Pero la señora Bestigui estaba drogada en aquel momento y las condiciones del edificio hacían imposible su declaración.
Kolovas-Jones, chófer de Lula, interesado en hablar con la prensa, siempre busca una oportunidad para salir en las revistas y dar el salto a la fama. Pero es quien pone en guardia a Strike sobre un papel que escribió Lula antes de morir y nunca apareció.
Ciara Porter, modelo, amiga de Lula, pero con menos carisma.
Bryony Radford, maquilladora de Lula, con algo de envidia por su suerte.
Rochelle Onifade, mendiga que coincidió con Lula en un hospital y llega a ser amiga de confianza, colmada de regalos ostentosos que nunca podría permitirse.
Madre real de Lula, drogadicta, no quiso a su hija, ahora ella está en la miseria.
Lady Bristow, madre adoptiva de Lula, enferma terminal, no soporta ver a Lula en un ambiente famoso porque apenas le queda tiempo para estar con ella.
Wilson, portero del edificio de Lula, muestra bastante confianza con Lula.
Cyprian May, socio del bufete de Bristow, junto con Tony Landry, quien mantiene una relación con su mujer, Úrsula, hermana de la señora Bestigui.

Hay más personajes, algunos aparecen sólo un momento para traer una nueva situación que se transforme en pista o la destruya porque, en realidad, es una novela de misterio. El lector descubre, acierta, se equivoca, se despista o ata cabos con el protagonista, Strike, manteniendo hasta el final, literalmente, el suspense.

En la narración destacan, sobre todo, las descripciones. Detalladas, minuciosas, a veces de una morosidad exasperante; acumulan datos que, si en un principio parecen sin importancia, cuando llegamos a la resolución entendemos su razón. Algunas, con un solo detalle, tiran por tierra todo el glamour de las estrellas «…cables enredados que no estaban unidos a ningún aparato, una baraja de cartas, un sórdido pañuelo manchado, diversos trozos de papel arrugado y sucio, una revista de música que mostraba una fotografía de Duffield en tristes tonos de blanco y negro en la portada,… Por fin desenterró un blando paquete de Gitanes de debajo del sofá…».

Otras, unen sensaciones olfativas, táctiles, visuales y auditivas, de forma que las imágenes resultantes son de gran plasticidad: «Un ligero olor a tila impregnaba el aire, pero no eclipsaba del todo el del desinfectante y el de la putrefacción corporal, olores que a Strike le recordaron el hospital donde había pasado meses desvalido… el cálido aire fresco y los lejanos gritos de los niños jugando entraban en la habitación. Se veían las ramas más altas de los frondosos plataneros iluminados por el sol».

En la narración, lo sórdido e impersonal de la vida de los famosos queda de manifiesto; uno a uno, los allegados a Lula Landry son entrevistados; ninguno de estos seres queridos contesta a las llamadas que ella les hizo antes de morir «—¿Dijo que era urgente y que no quería hablar de ello por teléfono? —Sí, pero eso fue sólo para obligarme a llamarla. Uno de sus jueguecitos. Lu podía ser celosa de cojones. Y jodidamente manipuladora.».

El narrador, en tercera persona omnisciente, cuenta los hechos de forma lineal, tal y como van sucediendo, aunque introduce algún monólogo interior del protagonista, y de su ayudante Robin; de esta forma conocemos algo de sus vidas, la boda inmediata de ella con su novio Mathew, bastante celoso, y el pasado terrible del detective, causante de su situación actual.

Sólo hay una cosa que no me ha quedado clara y es el sexo del narrador. No es que tenga importancia, pero durante toda la novela he tenido la impresión de que la voz del narrador era masculina, por eso me ha llamado la atención encontrarme con expresiones que parecen dichas por una mujer
            «Fue renqueando a hacer pis»
            «Un frenesí de llamadas»
            «Chaquetón de piel sintética de color magenta que no le favorecía ni por su altura ni por su anchura»
            «Su piel grasienta, que era del color de la tierra quemada»


Puede que esté equivocada; en cualquier caso es una nimiedad. Sólo un dato curioso. Lo que sí es importante es que ya ha salido El gusano de seda, la segunda novela de esta pareja de detectives; Robin ha caído en el atractivo mundo que le ha enseñado Strike, a pesar de las constantes quejas de su novio, y entra a formar parte de lo que parece será otra serie de Rowling.

sábado, 4 de julio de 2015

CRÍMENES QUE NO OLVIDARÉ


No había leído nada de Alicia Giménez Bartlett, pero me decidí por este libro porque la protagonista era Petra Delicado, e inmediatamente me vino a la memoria Ana Belén, hace muchos años, cuando ella daba vida a ese personaje en una serie de televisión y un casi desconocido Santiago Segura representaba al subinspector Fermín Garzón. Me gustó la serie, era la primera en la que una mujer ostentaba el cargo de inspectora de la Policía. Al menos la primera que yo veía. Cierto que otras detectives se le habían adelantado, Jessica Beatrix Fletcher en Se ha escrito un crimen o la anciana solitaria Miss Marple, personaje de Agatha Cristie; pero Fletcher es una escritora que, además y debido a la incompetencia policial, resuelve crímenes, y Marple es una vecina curiosa de St. Mary Mead. Ambas se hacen querer por el lector, o por el espectador; son atrevidas, optimistas, inteligentes y dejan por ello en evidencia más de un vez a la policía con la que colaboran. Pero Petra Delicado era diferente, más moderna, feminista, sarcástica, curtida, dura y, a veces, cariñosa, sin duda haciendo honor a su nombre. Por supuesto no colabora, ella es la Policía. A su lado, un compañero que también refleja su carácter mediante el apelativo, Fermín Garzón. ¡Hay que ver! El juego que ha dado el nombre desde la Epopeya Antigua…

Pues no he podido remediarlo, y conforme avanzaba en las páginas de Crímenes que no olvidaré iba estableciendo, a veces sin querer, comparaciones con otra policía de televisión, ésta más reciente, que supuso un éxito de audiencia e, inexplicablemente, ha desaparecido de las pantallas. Me refiero a Los misterios de Laura; es verdad que hace poco hicieron una adaptación americana, pero Debra Messing es más “americana” que María Pujalte, la actriz que da vida a Laura Lebrel… Continuamos con el significado patronímico. Ambas inspectoras, Petra y Laura, tienen una familia atípica, fruto de interponer constantemente su trabajo. Las dos portan como arma principal el instinto, y las dos mantienen con los subinspectores a su cargo una relación inseparable a pesar de tener caracteres diferentes pues, si Petra Delicado es “dura” y “sensible”, Fermín Garzón es “firme” e “inocente”. Asimismo Laura (“victoriosa” y “dotada para la caza”) es madre de dos gemelos y Petra, madrastra de otros dos. Los niños forman parte del día a día de estas profesionales que, rompiendo una lanza en favor de la mujer, consiguen resolver los crímenes sin apartarlos de su mente, o de su lado; de hecho estos pequeños adoran a los compañeros policiales de sus madres.

Los casos que se presentan en Crímenes que no olvidaré tienen pocas pistas, como en la vida real; así pues, cuentan con escasos recursos para resolverlos, por lo que Petra Delicado deberá hacer uso de su intuición en los interrogatorios, inventándose, a veces, situaciones para observar la reacción de los detenidos.

El libro está constituido por nueve relatos cortos publicados entre 1997 y 2014, recogidos por su autora en orden cronológico, gracias a lo cual podemos observar algunos cambios generales en la sociedad y en el funcionamiento particular de la policía.

El vocabulario empleado es más de la lengua oral que de la escrita, de ahí las comparaciones con las series de televisión; el estilo, fresco, ágil, perfecto para una lectura en la que, a pesar de las situaciones duras, podemos sumergirnos con total despreocupación. No es lo mismo, desde luego, que se describa un asesinato o un cadáver incidiendo en lo trágico o en lo morboso, a que aparezca a través de símiles culinarios “Cocido, el tipo estaba cocido. No quiero decir cocido o frito en el sentido coloquial de muerto, me refiero a cocido de verdad, cocinado, como pueda estarlo una langosta a la americana o un pollo al papillote”. Cuando un libro empieza así, el lector se prepara para pasar un rato, si no divertido, sí al menos relajado. Efectivamente las situaciones humorísticas apenas se dan, sin embargo el modo de expresarlas sí hace gala del humor. De hecho yo diría que los enunciados son polihumorísticos, pues si es cierto que la risa viene tras la ironía o el sarcasmo en la mayoría de expresiones, también acude al leer descripciones de imágenes que recuerdan al humor absurdo de Gómez de la Serna o La Codorniz “…dejamos al juez practicando el levantamiento de los cadáveres como una fúnebre halterofilia”. Y sin embargo, es un humor actual que ¡menos mal! se olvida de atender a lo tan manido políticamente correcto “Se llamaba Pepe Ruiz. Guardia de seguridad en una discoteca, «sinónimo de hijoputa», dijo el subinspector Garzón”. La narradora, la propia inspectora Delicado, termina de aportar el carácter real, confiriéndole en ocasiones, un tono periodístico, de crónica de sucesos y, en otras, con el estilo indirecto libre, de memorias: “Se trata de una palabra inglesa… Le encantó. Una lengua muy caritativa el inglés. Un borderline… Garzón… iba a incluir la palabra en su vocabulario, hay mucho borderline por ahí”.

El libro está redactado, no cabe duda, con humor, como imagino que debe ser el día a día de estos profesionales, conjugando a la perfección dosis de compasión y comprensión con otras de ironía que ayuden a sobrellevar tanta miseria.

La prosa de Alicia Giménez atrae, hay algo de magia en su forma de exponer los hechos y situaciones, da la impresión de que las palabras se unen solas, tal es la naturalidad con la que se cohesionan. No es extraño, sino todo lo contrario, que haya recibido este año el Premio Pepe Carvalho de novela negra. A esta doctora en literatura le gusta jugar con el idioma, bien con ironías que encierran verdades absolutas “se equivocan los que piensan que las miserias del mundo le importan a alguien realmente”, bien con comparaciones de obras artísticas “Bajo, fornido como el contrafuerte de una iglesia románica”, o expresiones multiculturales “Se va a armar la de Dios…Y la de Mahoma también”.

Las metáforas literarias aparecen a menudo “Su marido era un albañil en paro, que para completar el cuadro zolesco le daba a la botella”. Otras destilan humor por hiperbólicas “llorando lágrimas de lámpara antigua”. Encontramos guiños a cuentos, en una especie de metáfora fabulada “Garzón siguió actuando como Pepito Grillo”. Incluso el humor viene con regusto mítico o refranero “entre esa hora y las diez, ingresó en la sauna definitivamente para entregar su alma al vapor”. En diferentes ocasiones aparecen alusiones que mezclan de forma humorística dos artes, cine y literatura, y dos movimientos artísticos, surrealismo y costumbrismo: “Una historia a caballo entre Buñuel y los Álvarez Quintero que tanto Garzón como yo tardaremos años en olvidar”.

Las duras expresiones “ni puta idea” se suavizan a veces con exageraciones “el auténtico rey de la bronca era el monitor”. Y, rizando el rizo, la cosificación acude a través de personificaciones “aquel músculo vivo no se andaba con ambages ni medias tintas”.

En definitiva, las palabras se suceden coloquiales, duras, vulgares, exquisitas y cultas, literarias y de jerga, de forma que todas, en un mismo párrafo, dan como resultado una delicia de lectura: “Los protagonistas no eran precisamente Romeo y Julieta, Dante y Beatriz. Dos tipos zurrados por la vida, tronados, puteados, olvidados, sin cualidades, sin belleza, sin suerte. Pero nadie podía dudar de que su historia fuera a fin de cuentas, una historia de amor. Quizá se tratase de un amor astroso, de una pasión sin dimensiones épicas o poéticas, sin gracia, sin aliento divino, sin espíritu transgresor”.

Después de leer esto, no me explico los deslices sintácticos que aparecen en el libro. Creo que tres. Es cierto que no son muchos, aun así lo encuentro raro: “Estoy tranquila, y muy segura de que la decisión que he tomado: contar la verdad”. “Va a dirigida fomentar la convivencia”. “Y sin ni pizca de dignidad”.

Estoy convencida de que son deslices del ordenador. Imagino que a Giménez Bartlett no le habrá gustado verlos, por eso diré para su tranquilidad, que hasta los más grandes se han visto en situaciones parecidas:
“Hay erratas y erratones… En mi nombrado libro me atacó un erratón bastante sanguinario. Donde digo «el agua verde del idioma» la máquina se descompuso y apareció «el agua verde del idiota». Sentí el mordisco en el alma… ese idiota que sustituye al idioma es como un zapato desarmado en medio de las aguas del río”.

Para nacer he nacido. Pablo Neruda