Hace
unos días recibí un regalo de un amigo escritor e instagramer. Era ¡una caja
con libros! Lo mejor, que son de diferentes géneros y temas, pero al ver dos
obras de Terencio, no lo dudé.
¡Empiezo por el teatro! Me apasiona, y si el autor es maestro de maestros no
tiene precio. ¡Gracias Ángel! Con esta primera obra, La que vino de Andros, he
recordado al autor, pues, aunque no la había leído, he podido constatar el
estilo, ¡tan moderno!, del que alguien del siglo II a.C. hacía gala. De hecho,
hasta nuestro siglo XVIII, al menos, llegó su influencia, aunque probablemente
autores posteriores también siguieron a este dramaturgo.
El
libreto, reeditado en 2001 por Ediciones Clásicas es una joya. Tiene el tamaño
ideal para leerlo en cualquier sitio y en la primera parte encontramos unas
indicaciones de Juan Luis Arcaz y Antonio López, profesores de la Universidad
Complutense, que nos ponen en antecedentes sobre la obra de manera que, al
leerla, nos abra la mente a distintas interpretaciones.
El
título ya nos hace pensar en lo poco que hemos cambiado. La obra se desarrolla
en Atenas y, sin embargo, la causante de todo el enredo es, en apariencia, de
Andros, por lo que resultará complicada su aceptación en una familia ateniense
adinerada. Solo cuando se descubra que, en realidad, Gliceria no es de la isla
sino de Atenas recibirá el total beneplácito.
Han
pasado veintitrés siglos y el problema de la inmigración sigue latente.
Gliceria no ha variado su comportamiento, tampoco su situación, y de repente es
vista con otros ojos por los ancianos de Atenas porque «sabe que Gliceria es una ciudadana ateniense». Deberíamos meditar
sobre esta manera de pensar que tenemos hacia quienes desconocemos o
consideramos inferiores.
Terencio
dejó frases para la posteridad. La más conocida, y que lo define como persona
humilde, probablemente por su condición de esclavo liberto, es «Hombre soy y nada humano me es ajeno».
El protagonista Pánfilo y su esclavo Davo dan fé de ello. Pánfilo hace honor a
su nombre “amor por todos”, por eso mantiene una lucha consigo mismo, porque
quiere a Gliceria, la ha dejado embarazada y le ha prometido casarse con ella,
pero su padre, Simón, ha concertado su boda con Filomena, hija de Cremes.
Simón
no acepta a Gliceria desde que llegó de Andros con su hermana Crisis; Pánfilo decide
hacerse cargo de ella pero se entera de los planes de su padre. Davo lo
convence de que puede arreglarlo todo para que sea Simón quien anule la boda,
pues el hijo no quiere faltar a la palabra dada a su prometida ni al respeto y
obediencia debidos a su padre.
Sin
embargo Davos embrolla más el asunto y cuando ya parece inevitable el
casamiento con Filomena, llega de Andros Critón, quien asegura que Gliceria era
en realidad Pasíbula, una niña criada por su familia a causa del naufragio que
la llevó hasta allí. Cremes, padre de Filomena, reconoce los hechos y a su hija
perdida, por lo que, como en cualquier comedia, todo termina bien.
Lo
mejor de la obra es la caracterización de los personajes, definidos con gran carga
psicológica. Los hombres de la aristocracia hablan, se enfadan, pero actúan
poco, razonan más y están dispuestos a aceptar el destino antes que causarle
daño al otro, pues ven que no ha habido mala intención sino acatamiento a las
normas establecidas. Pero es una comedia de enredo y serán los engaños de Davo,
el esclavo, antecedente del gracioso en la comedia aurisecular, los que
intenten burlar dichas normas. Davo da muestras de lo que será el criado del
siglo XVII, listo y con gran imaginación, con recursos para paliar cualquier
problema aunque no actúe tanto por interés económico como por lealtad a su amo,
quien representa la antítesis anímica de su criado
PÁNFILO.- Te lo ruego. Líbrame, desgraciado de mí, lo antes posible de este miedo.
DAVO.- Venga, te libro: Ya no te la da
Cremes como esposa.
PÁNFILO.- ¿Cómo lo sabes?
DAVO.- Lo sé. […] Entretanto, mientras
regreso, me asalta una sospecha a partir de los propios hechos: “¡Ahí está! De
viandas, poquísimo; él mismo triste; de repente el casamiento no cuadra”
En La que vino de Andros cada personaje
tiene una característica específica, y la de Davo es su facilidad para salirse
con la suya mediante ardides y mentiras, algo que se va poniendo en su contra
pues obtiene efectos indeseados y al final todo se resuelve a través de la
verdad.
La
característica de Pánfilo es la lealtad. La del joven Carino, enamorado de
Filomena, es la melancolía, causada por su amor idealizado. Por supuesto Simón
posee un alto sentido de la moral y entre él y Cremes exponen los valores,
discutibles, de la aristocracia. No cabe duda de que esta exposición de
caracteres la veremos durante nuestro teatro aurisecular y La verdad sospechosa de Juan Ruiz de Alarcón tiene muchos puntos en
común con las diferentes personalidades de esta obra de Terencio.
Cuando
Pánfilo expresa su monólogo lamentándose de su mala suerte en el amor recuerda,
con algunas expresiones, al Segismundo calderoniano «¿Con tanta tenacidad se empeña, desdichado de mí, en arrastrarme lejos
de Gliceria? […] ¿Puede haber hombre tan desgraciado o infeliz como yo? […] ¡En
nombre de los dioses…». Y, por supuesto, la peripecia sufrida por Gliceria
de pequeña, la vemos trasladada a La
ilustre fregona de Cervantes.
Davo
será el encargado de recordar algunas actitudes de los poderosos que, ante el
amor, entre otros aspectos, no piensan en la mujer sino en sus intereses, «Como si fuese absolutamente necesario que
si no se la da a éste te la entregue a ti como esposa, sin visitar ni suplicar
a los amigos del viejo ni rondarlos». Esta actitud también la denunciará,
en el siglo XVIII, Moratín con El sí de
las niñas.
Y
puestos a denunciar costumbres, una de total actualidad y que al parecer va
implícita en el ser humano es el morbo que sentimos hacia la desgracia ajena;
por eso Davo ve normal que Pánfilo no se haya enterado del castigo que le
impuso Simón, «como es costumbre de los
hombres, es que tú te has enterado de la desgracia que me ha tocado a mí antes
de que yo lo hiciera del bien que a ti te ha sucedido».
Los
juegos de palabras, con paronomasias, aliteraciones o dobles sentidos son
propios de los personajes, incluso de los criados; este recurso, propio del
estilo de Terencio, dota a sus personajes de un razonamiento excelente en
algunos casos, en otros de gran inteligencia y en todos del gusto por la frase
bien dicha y el buen uso del lenguaje. Apenas hay diferencia en las expresiones
entre amos y esclavos.
Sosia
alude con asertividad a un dicho actual; si hoy es aconsejable tener de todo en
su justa medida, en la Grecia antigua el liberto se lo corrobora a su señor,
con cierta ironía hacia la falta de pasión que su hijo muestra en el amor, «es provechoso en la vida: nada en demasía».
La excesiva compostura que Pánfilo manifiesta es tomada como hipocresía por Sosia,
el criado de su padre, quien con cierto sarcasmo así se lo hace saber, «Inteligentemente construyó su vida; y es
que en estos tiempos la complacencia engendra amigos, la verdad, odio». Es
tan clara esta aseveración que parece formulada en la actualidad.
El
esclavo Davo demuestra conocer a Sófocles al responder con una intertextualidad;
cuando le dice a Simón que no entiende lo que quiere decir que «todos los que tienen un amor difícilmente
soportan que se les case» y éste le responde ¿Ah, no?, Sosia declara «No: soy Davo, no Edipo».
Asimismo
razona con humor, basado en la paranomasia, que el proyecto de Pánfilo «es empresa de dementes, no de amantes».
Humor también en la queja de Pánfilo al igualar con rotundidad su matrimonio
impuesto a la mayor de las desgracias «Pánfilo,
hoy tienes que casarte; prepárate, vete a casa. Me dio la impresión de que me decía
vete inmediatamente y ahórcate».
También
la criada Misis tiene un juego interesante de palabras entre la distribución de
las personas verbales «bien que éste
hable con ella, bien que yo le diga a éste algo de ella».
Humor
en la conformidad moral que el esclavo Birria aconseja a Carino con un juego
antitético entre el poder y el querer «Por
Polux, que ya que no puede ser lo que quieres, quieras lo que es posible».
Teniendo en cuenta que esta petición la hace por un hijo de Zeus, recuerda
irremediablemente al conformismo que predica la religión católica.
Pánfilo
también juega humorísticamente con el diferente significado entre dos términos
paranomásicos para evitar enfrentamientos con su esclavo, «Este momento solo me permite que me prevenga, no que me vengue de ti».
Humor,
en fin, en la designación de su criado con un escueto epíteto con lo que
consigue una gran agudeza al recordar de forma humorística la épica
CARINO.- ¿Qué hombre hizo eso?
PÁNFILO.- Davo…
CARINO.- ¿Davo?
PÁNFILO.- …el liante
Es
un lujo, al que todos tenemos acceso, leer y disfrutar con los clásicos, pues
nos aconsejan, nos hacen reflexionar y, sobre todo, nos divierten.