Antes de empezar con la reflexión
sobre este libro quiero agradecer a Babelio la oportunidad que me ha dado de
conocerlo al obsequiármelo en su última masa
crítica. La labor de esta plataforma en favor de la lectura y la
transmisión cultural es encomiable.
Elegí esta novela porque soy una
enamorada del Siglo de Oro; de su literatura y arte en general. Por eso, al ver
el libro escrito por José Luis Alemán,
Juan
Rana, no lo dudé. Afortunadamente, me tocó.
La novela es muy curiosa: empieza en
1634, en Granada, donde Íñigo Narváez va a celebrar su decimoquinto cumpleaños,
momento en el que su padre ha decidido enviarlo a Madrid, al cuidado de
Calderón de la Barca para que haga de él un “hombre” en el sentido estricto de
la palabra.
El marqués de Valdemar, casi anciano,
detesta que su único hijo muestre a todas horas cierto amaneramiento, por lo
que, a pesar de que él quería enviarlo a Flandes, don Juan de Caramel propone
que estudie teología en Madrid pero, en realidad quiere introducirlo en alguna
compañía teatral para que lo enseñen a actuar y disimular la afectación, «tal vez agravando la voz, teniendo
movimientos más rudos y varoniles, apocando los gestos…». Y así, acompañado
de Juan Caramel llega a Madrid tras casi dos semanas de viaje y queda al cuidado
de Pedro Calderón de la Barca. Lo inscriben en teología, a pesar de ser apenas
un niño y conoce a la compañía donde el actor de mayor renombre, Juan Rana, lo
acoge.
Las andanzas de Íñigo, tanto en la
universidad como en el teatro apenas se describen; sí sabemos que es un chico
inteligente y llega a lo más alto en sus estudios, hasta formar parte de la
Inquisición con diecinueve años. En el teatro no actúa, aunque hace amigos que
lo salvan de más de un apuro.
Las casi cuatrocientas páginas de la
novela son un reflejo del Madrid del siglo XVII y de las penalidades que
hubieron de sufrir los cómicos. Imprescindibles para alegrar la vida de los
ciudadanos, fueron perseguidos por la Iglesia, por no ajustarse a la censura o
por mostrarse “desviados” en el comportamiento.
La vida fue dura para ellos. También
lo fue para los musulmanes que, pese a haber introducido costumbres mucho más
cívicas que las de los cristianos, estos no las continuaron por considerarlas
de “infieles”: «El Madrid musulmán estaba
ligado a las abluciones y al uso cotidiano del agua para el aseo. En esos
tiempos había baños públicos y alcantarillas por toda la ciudad».
Juan
Rana tiene un personaje colectivo: los habitantes
de Madrid; a expensas de las irregularidades de la Iglesia y la monarquía. De
eso sabían mucho los cómicos pues, a pesar de que debían pagar impuestos,
habían de atenerse a lo que unos y otros querían. El tribunal del Santo Oficio
tuvo hacia ellos especial inquina: Juan Rana fue procesado por sodomía, encarcelado
y liberado por intervención de la reina a cambio de que la hiciese reír. Este
hecho, real, está recogido en la novela.
Los privilegios de los que goza el
cómico en la novela fueron ciertos; a cambio llegó a identificarse tanto con el
personaje que a veces ni él mismo sabía si actuaba o no. Hubo de representar
obras escritas exclusivamente para él, por Calderón o Quiñones de Benavente,
tal y como recoge el libro de José Luis Alemán, donde también se deja ver que
parte de su éxito se debió a su indefinición sexual, de ahí que no fuera
conocido como Cosme Pérez sino por su apodo de significado ambiguo.
Y a este ambiente “indefinido” llega
Íñigo, niño que aprende de golpe las durezas de la vida, también las alegrías,
sobre todo las aportadas por los jóvenes actores Rosauro y Diego. Pero Íñigo
muestra unas ganas de venganza absoluta hacia su padre, un rencor desmedido y
una ira que le hace sentir admiración por las enseñanzas eclesiásticas y
devoción absoluta por el tribunal de la Inquisición. No es consciente de los
desmanes hasta que él, una vez forma parte de ellos, lamenta las consecuencias.
José Luis Alemán intenta una
vinculación con el lenguaje del Siglo de Oro, una reflexión sobre los límites
de la censura en el arte y una exposición detallada de la vida en el siglo
XVII. Nos enteramos de costumbres, «Esto
es un bodegón de puntapié. A los madrileños nos encanta comer fuera de casa…»;
del estado en que, a veces, era
ingerida la comida, «¿Por qué creéis, si
no, que un hojaldre se baña con tanto condimento»; sobre la condición de
los guardias reales, «son en su mayoría
milicias licenciadas con alguna parte amputada excepto la codicia […] se pasan
el día borrachos, entre juegos y fulanas»; el funcionamiento de los
corrales de comedias y su distribución también queda especificado, así como la
censura de obras «que no sea(n)
expurgada(s)».
En fin, en Juan Rana nos enteramos de
estrategias utilizadas para lograr la fama, de personajes que existieron en la
realidad, de su historia familiar y de la distribución de las calles. A veces
tenemos la impresión de seguir un plano de la ciudad «Cambiaron de ruta y se dirigieron […] Enseguida llegaron […] las
antorchas de la entrada deslucían…».
Hay que destacar la fidelidad
histórica del autor. Deduzco que, en su afán de mostrarse “más hombre”, Íñigo
consigue acabar con su sentimentalismo. Puede que sea por eso o por el rencor
al ser privado del cariño de sus padres o porque era de naturaleza implacable;
el caso es que es un personaje que no se hace de querer. No atiende a los
consejos de Juan Caramel, ni a los de Calderón; se mete en líos constantemente,
de los que lo salvan o bien sus preceptores o la gente de la farándula. Y
finalmente lleva a cabo una de las acciones más desalmadas que puede cometer un
ser humano. Pero son datos que aparecen en medio de otros asuntos, cuando han
pasado años en los que no somos capaces de distinguir la evolución o involución
del personaje.
Por otro lado, Juan Rana tampoco
mantiene una relación estrecha con Íñigo. Él debe ir lidiando su propia
historia. Parece que murió sin ser consciente de estar en la ruina a pesar de
que su fama se mantuvo hasta el último día, en 1672, año en el que también
fallece en la novela Juan Caramel, enamorado en secreto de la madre de Íñigo, y
cuyo entierro es una escusa para el reencuentro de Calderón y un Íñigo
cincuentón que aparece como hombre cabal religioso.
En fin, libro entretenido, aunque algo deslavazado, en el que asistimos con gusto a lo que pude ser una crónica del siglo XVII aunque algo perdidos en la fusión trama-personajes.