Alex es la continuación de Irène
y yo, como el comandante Verhoeven, he debido recuperarme durante años del
trauma que me supuso leerla. Él aún no está restablecido del todo pero el jefe
Le Guen, lo “convencerá” para volver a lo que realmente hace bien. Así que este
caso es una especie de catarsis para Camille y para el lector.
No
es necesario haber leído Irène para
enterarnos de Alex. El narrador, con alusiones,
nos va poniendo al tanto, «No volvieron a
verla con vida. Eso hundió a Camille […] cuando empezó a delirar tuvo que ser
hospitalizado […] Desde entonces solo acepta casos menores…» No es
necesario haber leído Irène pero sí
conveniente. Siempre merece la pena leer a Pierre Lemaitre.
Alex es una novela dura, inquietante; a veces levantamos la
vista del papel porque no somos capaces de seguir enfrentándonos a unos hechos
que, por ser tan fieles reproducciones de la realidad, consideramos imposibles.
Pero son posibles. El narrador mira fijamente al personaje y se introduce en su
mente para que los lectores seamos testigos de lo que ocurre. Parece
ominisciente, pero no lo es, «Irène había
hecho que su interior se fortaleciera. Camille nunca habría sido tan… Sin
Irène, le faltaban incluso palabras»; el narrador va descubriendo el porqué
de los actos de unos y otros con el devenir de los hechos, con la ayuda de
Camille quien, una y otra vez no está contento con los resultados. El
protagonista aún está afectado por lo que le ocurrió a Irène, se culpa de su
muerte; no llegó a tiempo de salvarla, tampoco a su hijo. Camille ha estado
cuatro años alejado de casos graves porque el sentimiento de culpabilidad se
había apoderado de su mente y no le permitía ningún atisbo de redención.
Su
madre también ha muerto. Verhoeven está solo y debe enfrentarse al secuestro de
una chica que nadie sabe quién es ni por qué la han raptado. Sabe que el tiempo
es fundamental. No puede permitirse llegar tarde otra vez, y la chica lleva
desaparecida una semana. Cuando el secuestrador, Trevieux, se dirigía al
almacén donde estaba la víctima, la policía lo está esperando, pero en su huida,
prefiere lanzarse a los coches y morir atropellado antes que revelarles dónde
retiene a su víctima. Mientras, el equipo de Camille consigue entrar en la nave
pero allí no hay nadie. Una especie de jaula destrozada, rastros de sangre y
ratas. Nada de la secuestrada. Solo los lectores sabemos que se trata de Alex
porque la hemos acompañado en su tortura sádica, horrorosa, y nos hemos
admirado de que haya podido idear algo tan siniestro para poder escapar.
Lemaitre
sabe que el ser humano es capaz de cometer las mayores atrocidades para
continuar viviendo aunque la vida no merezca la pena; aunque solo se vislumbre
dolor, humillación y miedo, el hombre seguirá luchando por respirar.
Las
descripciones del narrador son creíbles, verosímiles, porque mezclan lo que
hacen los personajes y las causas de esos actos. Todo nos descoloca en un
principio. Conforme vamos llegando al final, cuando Camille, Louis y Armand
quieren desvelarnos lo que han ido descubriendo, somos conscientes de que
aquello que nos parecía horroroso, fruto de una mente perturbada no es ni más
ni menos que algo que se puede dar en la sociedad. Y quienes comenten los actos
más depravados pueden convivir con una familia, con unos compañeros, con un
colectivo que les abre sus brazos y los protege porque nadie puede adivinar
nada extraño en su comportamiento y si alguien lo hace, sabe que es mejor no
inmiscuirse en la vida de lo demás. Así somos. En el fondo inhumanos. Lemaitre
rechaza cualquier atisbo de sentimentalismo y muestra al ser humano
objetivamente, con toques de cruda realidad.
Por
mucho que intentemos mirar hacia otro lado, esta es la sociedad que vamos
creando poco a poco. Cada vez más sofisticada, puede. Cada vez más depravada,
también.
El
lenguaje es una seña de identidad del autor pues en todo momento es coloquial y
crítico. Aprovecha digresiones para exponer la situación actual de Camille o
para, haciendo gala de una ironía total, describir el carácter tacaño de Armand
«apura su caña hasta terminarla y pide de
inmediato una bolsa de patatas fritas y más aceitunas a cargo de quien pague la
cuenta». A través de personificaciones, las sensaciones del ser humano se
acrecientan, «el cáñamo parece retorcerse
de dolor»; el sarcasmo no salpica solo a los criminales, también al propio
Camille. Las ironías hacia su estatura son constantes «quiere demostrarle al comandante sus dotes de buen conductor, la
sirena aúlla […] mientras los pies de Camille se balancean a un palmo del suelo
y se agarra con la mano derecha al cinturón de seguridad». El humor negro
del que hace gala el protagonista es el humor negro del narrador; el dolor y la
desesperación de Alex también nos llega a través de éste, el carácter tranquilo
de Louis y el del avaro bondadoso —aunque pueda parecer un oxímoron— Armand
están presentes en todo momento. La relación entre ellos es un escape a la
tensión de la trama.
Alex muestra en todo momento una relación estrecha entre los
personajes y su entorno, cómo les afecta a todos, las dudas que se plantean,
las causas y consecuencias de sus movimientos, que no son sino el testimonio de
problemas de la existencia humana. La idea de la novela es desesperanzadora
porque Lemaitre la transmite de la forma más verídica posible y con ello
proclama una denuncia rotunda a estos males que nos aquejan como sociedad y que
no son tratados desde la familia, desde las escuelas, desde el trabajo o
incluso desde las fuerzas del orden público «¡Un
rapto! Es una atracción, un espectáculo […] El rumor se extiende […] todos los
vecinos del barrio están excitados ante esa situación inesperada […] poco a
poco el rumor se debilita, el interés se desvanece […] se escuchan las primeras
quejas desde las ventanas. “Queremos dormir. Ahora queremos silencio”».
La reflexión que hacemos al terminar es devastadora, por eso Alex, esta novela negrísima, queda al mismo nivel que las escritas por los más grandes de la literatura, porque Pierre Lemaitre ha dibujado la degradación de una sociedad a través del sufrimiento de los más débiles. El lector indaga, mientras lee esta novela, en la propia conciencia y en la obsesión que parece prevalecer por causar daño; en lo dañados que podemos dejar un cuerpo y una mente con torturas físicas y psicológicas que, a diferencia de las anteriores, no cicatrizarán nunca.
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