Rosy
& John, o
Jean, no son una pareja al uso aunque el título nos lleve a equívocos. Son
madre e hijo. Tampoco tienen una relación maternofilial normal.
Rosy & John no es una novela negra al uso. Sin
embargo los protagonistas pueden ser prototipos del noir más profundo. Pierre Lemaitre es un maestro indiscutible de la novela negra. No necesita mucho:
dos personajes, menos de 200 páginas, tres días, un espacio reducido, al igual
que el tiempo, como puede ser la sala de interrogatorios de la comisaría y el
lector no puede soltar el libro desde que comienza a acompañar a Camille
Verhoeven, el comandante que, ni mucho menos, es el investigador usual del
género. Con una sensibilidad fuera de lo común, no deja ningún cabo suelto;
prácticamente dirige los casos, desde que se presentan. Sin abandonar su sexto
sentido, avalado por los resultados de los informes, consigue que en los actos
del sospechoso se planteen enigmas que tienen en vilo al lector.
Quienes
lo conocemos de Irene sabemos que su personalidad, de alguna forma atormentada
por su condición física, es brillante, sarcástica consigo mismo y completamente
humana con los demás. Ha sufrido lo suficiente como para empatizar con aquellos
que no se ajustan a la norma.
Lo
mejor de Verhoeven es que, a pesar de su pequeña estatura, a pesar de no
emplear la violencia, a pesar de dar la impresión de estar en un segundo plano
para que el verdadero protagonista sea el sospechoso, es el eje principal del
caso y la narración.
Rosy & John es un premio Goncourt, en pequeña
dosis, como su protagonista, y como él, no necesita nada más para cautivar al
lector.
Lemaitre
hace gala de un estilo impecable en el que se apoya para construir un argumento
sencillo que, presentado mediante una trama alejada de problemas, el rigor
lógico desaparece ante la lógica de la investigación. Nos desafía y nos
obsesiona con sus preguntas al tiempo que nos seduce con su perfecta narrativa.
El
autor da una vuelta de tuerca al investigador policial y, por contraste con el
comportamiento de algunos compañeros, lo erige como representante de la
evolución moral del policía.
En
esta novela somos conscientes de que la tortura no es un método fiable para
conocer la verdad y, sin embargo, se sigue utilizando con aquellos que
representan un grave problema social.
La
situación es ambigua, los personajes, madre e hijo, viven juntos, a pesar de
que Jean pase de la treintena. Solitario, solo le queda su madre; no obstante,
según los vecinos, las discusiones subidas de tono son frecuentes. Pero lo ha
perdido todo, el trabajo, su novia y las esperanzas. Cuando encarcelan a Rosie,
por el asesinato de la novia de Jean, este coloca un obús en un sitio céntrico
de París y se entrega en comisaría alegando que hay otros seis obuses más
enterrados y cada día explotará uno si no declaran a su madre inocente, la
sueltan, les dan pasaportes falsos y los llevan, con dinero, fuera del país.
En
ese momento comienza una carrera policial para descubrir dónde pueden estar las
bombas y cómo conseguir que Jean confiese antes de que aparezcan las primeras
víctimas. Pero Camille Verhoeven cree que hay algo más, que Jean guarda un as
bajo la manga y no podrán averiguarlo si no se atienen a sus peticiones.
La
escritura de Lemaitre es mágica, directa; atrae poderosamente, bien por las frases
cortas que aumentan un ritmo narrativo en genial contraste con la falta de
acción, bien por la expresión en presente que aporta una inmediatez
desesperante a lo ocurrido, incluso el pasado se narra en presente y el lector
lo vive de forma actual.
La
novela comienza, de forma inesperada, in
medias res. Una hora de reloj hace las veces de título del capítulo del
primer día: «17,00 h» y abre una
serie de suposiciones que, en una enumeración asindética, advierten de la
rapidez con que puede cambiar la vida «Las
cosas decisivas ocurren en menos de una décima de segundo».
Las
suposiciones del principio adquieren realidad cuando más adelante se presentan
como imágenes cinematográficas surrealistas, «ve los tubos de metal dispersarse por el cielo, como fuegos
artificiales, y descender sobre ella a una velocidad tan lenta como
inexorable…».
El
siguiente apartado de la novela, «17,01
h». En una décima de segundo ha cambiado la vida de algunos. Una décima de
segundo puede suponer un microrrelato —como los que Lemaitre hace de alguno de
sus párrafos— que cuenta la vida de personas en unas pocas líneas.
El
narrador omnisciente, en tercera persona, se dirige al lector para asegurarse
su atención «Llamémosle Jean […] ya
volveremos a ello más adelante. Por el momento, pues, Jean».
A
veces se permite se permite el uso de aforismos para denunciar algunas
actitudes sociales «En eso consiste una
democracia moderna: un país en el que los profesionales han tomado el poder».
Asimismo
la tensión generada por la propia situación angustiosa, se elimina en ocasiones
con la cantidad justa de humor, a veces negro, otras, irónico y las más, con
grandes dosis de sarcasmo. Es increíble cómo en una realidad tan angustiosa y
dramática, la redacción sea tan desenfadada; el lector puede esbozar una
sonrisa con cotidianeidades que censuran a quien las protagoniza, «La suya (su madre) tiene treinta años, pero
la madurez de una adolescente […] es bastante olvidadiza, y pasa de un
pensamiento a otro con una velocidad pasmosa». El humor está en las
impresiones del propio narrador, «El
hombre entonces le asegurará que lo entiende (venga ya…)»; en metonimias
sobre el protagonista, «Camille es un
metro cuarenta y cinco de cólera», o en impresiones cínicas que tuvieron de
él «Lástima que los misóginos no te
conozcan, les ayudaría a relativizar»; en personificaciones que humanizan a
los animales, «mientras la gata, sentada
en una esquina de la mesa, se hace la indiferente»; en hipérboles
imposibles «Perder un dedo, en esta
profesión no significa nada, pero cuando uno se cree inmortal es un fracaso»;
y sobre todo en sarcasmos que encierran un inteligente y desenfadado humor
negro «Es un buen chico. No haría daño a
una mosca […] Lo que se dice moscas no ha matado ni una en la rue Joseph-Merlin».
La
resolución de Rosy & John es
ingeniosa por realista. Los lectores sentimos que no podía ocurrir nada
diferente en un final que parece parodiar la novela negra americana, en la que
los personajes protagonizan una rocambolesca historia romántica y el autor,
Pierre Lemaitre, sobrepasa a su protagonista, «Verhoeven está a dos dedos de leyenda».
Lemaitre
orienta la novela desde un punto de vista opuesto a los hechos, esto supone que
el lector vaya descubriendo lo ocurrido al mismo tiempo que el comandante y
supone, también, que Camille deba ver la situación desde otro enfoque al
esperado.
Cuando leí Irene quedé fascinada por la escritura y desolada por el final; juré que no volvería a leer algo tan doloroso. Pero mi hijo está maravillado con la trilogía de Camille Verhoeven, así que dejándome llevar por él me “he atrevido” con Rosy & John y estoy deseando retomar a Camille con Alex.
No hay comentarios:
Publicar un comentario