miércoles, 20 de diciembre de 2023

PLANETA

La última novela que he leído es interesante, ágil, escabrosa más por lo sugerido que por lo detallado, con lo cual se puede seguir fácilmente, aunque alguna sorpresa haga renegar del ser humano o al menos cuestionar su humanidad. «…impactada por el contraste entre la fama del chico y lo poco que se prestan sus admiradores a soltar la guita […] El individualismo imperante no perdona».

La reflexión sobre nuestra capacidad para conservarnos y conservar está presente en el argumento de Planeta, la tercera entrega de la inspectora Camino Vargas, creo que una policía indispensable de la novela negra española. No sé cómo se las ingeniará Susana Martín Gijón, pero la saga de Vargas debería continuar.

En esta ocasión, una vez que aún no han cubierto el puesto de la jubilada Teresa, ocupado temporalmente por Evita, en Especie, caso en el que murió asesinada, que Águedo se encuentra de baja con una pierna rota, y que Fito debe ocuparse de graves problemas familiares en los que se ven envueltos su madre, su hermano, su pareja e incluso su suegro, los sucesos que asolan Sevilla tienen desbordado a un equipo de homicidios diezmado. Lupe Quintana y Pascual Molina serán pues, elementos clave en Planeta. Por eso, a pesar de que Camino está conviviendo por fin felizmente con su amor de toda la vida, Paco, ha de posponer las vacaciones programadas para enfrentarse a otra serie de horrores, de los que se creían libres. Los animalistas no han dejado de actuar. Es más, Camino y la comisaria Ángela Mora están en contacto con la policía de Italia y Estados Unidos pues definitivamente el asunto se ha hecho universal, «Tarda unos segundos en reconocer a Taylor, su enlace en Nueva York».

El planeta está en peligro. Los hombres lo están llevando a la quiebra y ahora hay toda una red de defensores que quieren castigar de manera ejemplar a la raza humana para que, por fin, sea consciente de las barbaridades cometidas. El problema es que nada que tenga que ver con el fanatismo puede considerarse ni advertencia ni ejemplo, solo locura, terror y más destrucción.

Los asesinos, no les daremos otro nombre, aprovechan las fuertes lluvias que están asolando Sevilla durante días para idear un plan que llevará a la capital andaluza al apocalipsis. El planteamiento es incómodo, no cabe duda; la denuncia social es patente, también la de la actuación política. Susana Martín llama al compromiso con lo que nos rodea, con lo que es nuestro y, por dejadez, por avaricia lo estamos destrozando. Por supuesto, los primeros a quienes pasa factura cualquier despropósito, son los más necesitados. La autora lo sabe y nos lo hace saber a todos.

El estilo tampoco nos deja indiferentes. La narración hace gala de un lenguaje directo, cargado de expresiones populares, términos usuales del andaluz, «malaje», que se mezclan con ironías y sarcasmos que aun en los momentos más duros nos sacan una sonrisa


—¿A un pescador furtivo? […]

—Y ha aparecido muerto en el tanque de los tiburones. Se lo han zampado […]

—Eso sí es justicia poética

Es este un libro que obliga a reflexionar, con la propia Camino, en el caso Especie y en el que, dos años atrás, dio lugar a las primeras acciones de lo que se consideró un asesino en serie hasta que salió a la luz el caso Progenie relacionado con el maltrato animal.


—¿Te refieres a…?

—El hombre cerdo, el hombre pato y el hombre pulpo. Fueron ellos.

Ahora, en Planeta, «Tiene razón inspectora. No son animalistas. Son ambientalistas».

Los personajes aparecidos en las entregas anteriores continúan en contacto con la inspectora Vargas, por lo que, a pesar de no haberlas leído, podemos intuir lo sucedido. Pero en esta ocasión, las vidas privadas de todos cobran mayor protagonismo, así los lectores somos testigos de cómo la vida no es un camino de rosas para ninguno de ellos: Camino y Paco deberán acostumbrarse a convivir en una realidad, no en el cuento de hadas imaginado al comienzo de una relación. Lupe continúa planteándose si merece la pena seguir en un matrimonio que, de puro rutinario, la asfixia. Fito nos mostrará la valentía y la honradez necesarias para salir, y mantenerse fuera, de un barrio marginado en el que la droga y la delincuencia son un modo de vida; su pareja, Susi, será fundamental en su estabilidad. Y veremos a Pascual, feliz al comprobar que su hija adolescente se siente orgullosa de él. Son datos familiares que consiguen que estos personajes nos sean imprescindibles. Asimismo, la italiana Bárbara Volpe, a pesar de un cáncer de huesos que la está minando, será fundamental en la resolución.

No cabe duda de que Martín Gijón ha sabido aunar la labor policíaca del conjunto con la existencia ordinaria de cada figura en una trama negrísima, que saca lo peor del ser humano. Somos vulnerables, está claro, pero los personajes de Planeta son capaces de convertirse en héroes en un momento, haciendo que no todo esté perdido y que merezca la pena habitar este mundo.

El narrador va cambiando el punto de vista, por eso a veces da la impresión de ser omnisciente «Al pronunciar esas palabras comprende en toda su magnitud lo que eso conlleva. Ni ella está dentro de una de sus pesadillas…», otras veces parece no saber más de lo que ve, por lo que se convierte en testigo «Tiene los ojos cerrados y ni tan siquiera parece haberla oído. Es como si hubiera entrado en un estado inerme…». En ocasiones, a pesar de usar la tercera persona, el narrador no es sino un personaje exponiéndose a sí mismo sus reflexiones, como en un monólogo interior en el que intercala la segunda persona: «Pero a su Dios nada de eso parece importarle. No hay más que ver cómo ha dejado morir a su suegra, qué barbaridad […] En esta vida solo cuenta el maldito dinero […] y nos lo quitas todo, coile, nos lo quitas todo».

Y por supuesto la trama, donde se van intercalando las pesquisas llevadas a cabo en Italia con las de Sevilla, consigue aumentar nuestra curiosidad. Los capítulos cortos, con finales impactantes, incrementan la tensión que, por momentos, se relaja con vocablos informales, «Al Matasanos se le ha acabado la paciencia […] —Pero sacadme este fiambre de aquí, YA».

Los pretendidos eufemismos dejan de serlo cuando la interpretación que hacemos de ellos deja de ser ambigua, entre otras razones porque el propio narrador los reemplaza por el término correcto, «El local es íntimo y acogedor, que viene a ser lo mismo que minúsculo pero dicho con más márketing». De ahí que los personajes, en especial la protagonista, se decidan a menudo por usar directamente tacos para que su irritación quede de manifiesto, «—A tomar por culo».

Las expresiones propias del lenguaje coloquial, vulgar a veces, tienen, paradójicamente, tintes positivos en la novela. Son disfemismos que aportan a la escritura de Martín Gijón grandes dosis de realismo y a la lectura, cierto humor necesario para relajar la tensión. Por supuesto, hay que leer la trilogía.

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