lunes, 30 de agosto de 2021

IRENE

¡Vaya libro! He terminado Irène. No cabe duda de que es novela negra. Y un homenaje a la novela negra. Y al cine negro. Pero también tiene grandes dosis de sensibilidad, algo inusual en el subgénero negro. Desde las primeras páginas conectamos con el protagonista porque entendemos que ha debido pasarlo mal en su infancia, adolescencia, juventud… No es fácil crecer en un ambiente casi selecto, con una madre pintora de cierto éxito que no supo controlar su adicción en el embarazo, provocando una hipotrofia en su futuro hijo. Y así nos encontramos con que «Desde lo alto de su definitivo metro cuarenta y cinco, Camille no sabía, en aquella época, a quién odiaba más, a esa madre envenenadora que le había fabricado como una pálida copia de Toulouse-Lautrec solo que menos deforme, a ese padre tranquilo […] o a su propio reflejo en el espejo: a los dieciséis años, todo un hombre que se había quedado a medio hacer».

Pero tiene otras cualidades, entre ellas es inteligente y tenaz, por lo que después de terminar Derecho ha llegado a comandante de la Brigada Criminal y se ha casado, en su madurez, con Irene, una chica dulce y alegre que ha sabido apreciar su sentido del humor. Y están esperando un hijo en el que tiene todas sus esperanzas puestas y con quien vislumbra un futuro feliz.

El narrador, en tercera persona, nos va poniendo al tanto de la vida íntima de Camille Verhoeven, con pequeñas dosis diseminadas por la novela, porque lo principal es que se ha producido un asesinato doble en Courbevoie, una masacre en la que los cuerpos de dos chicas han aparecido mutilados en un caos perfectamente estudiado. El dueño del apartamento reconoce que lo alquilaron con un año de antelación, solo para unos días. Camille intuye algo diferente e inquietante en la escena «—La huella del dedo, allí, en la pared, es demasiado perfecta para ser involuntaria […] hay todo lo necesario, teléfono, contestador, salvo lo esencial: no hay línea».

Efectivamente, el equipo de investigación llega a la conclusión de que es un escenario preparado, sacado precisamente de una novela negra, American Psycho, de B. E. Ellis. Poco a poco van descubriendo que los crímenes basados en novelas comenzaron en el 2000, cuando trataron de imitar El crimen de Orcival, de Gaboriau y el de Roseanna (de Sjöwall y Wahlöö); en 2001 escandalizaron la puesta en escena del asesinato que ocurre en Laidlaw, de Mcllvanney, y la recreación del sucedido en La dalia negra, de Ellroy y finalmente la de American Psycho, en 2003. Tres años preparando y cometiendo los homicidios de seis mujeres con las mismas características y en el mismo lugar que los narrados en la ficción.

No cabe duda de que el autor es un psicópata que intenta una representación de la realidad. Además graba, como si fuera un director de cine que expone al público la ficción que ha preparado basada en la propia ficción. Es como representar una metanovela.

El comandante Verhoeven y su equipo investigan contra reloj pues, para rizar el rizo, el asesino se pone en contacto personalmente con Camille para confirmarle su obra inacabada. Camille se rodea de unos compañeros a quienes admira y, sobre todo, en quienes confía. Los sospechosos, un librero y un profesor de universidad, eruditos en novela negra, ayudarán a resolver dudas. Pero podrían actuar así para despistar. Mientras tanto, el periódico Le matin anuncia los hechos antes de que el comandante avise a sus superiores, lo que nos previene de un delator cercano que tiene contacto directo con el periodista Buisson quien, como es lógico, no desvela su fuente.

El equipo consigue atar cabos hasta que el lector no puede desviar la mirada de las páginas porque intuye el final. Por supuesto, lo presiente cuando Pierre Lemaitre quiere. Antes ha jugado con nosotros, nos ha llevado de un lugar a otro, de un sospechoso a otro, hasta que estamos seguros (porque nos ha sido revelado). En esos momentos necesitamos llegar al final para saber cómo termina. También el narrador, que como si fuese él quien rueda ahora una película, salta de una escena a otra dejando a medias los diálogos, cambia de personaje sin explicar ni describir del todo las acciones, la información se ajusta al ritmo frenético de la narración, que es el de la búsqueda excitada, para que, inacabada, la termine el lector,


Camille entra en el cuarto de baño, se sube a la papelera para mirarse en el espejo.

Es un buen golpe […]

Verhoeven se vuelve bruscamente. Brieuc está en el umbral de la puerta […]

—Creo que cogí unas cajas para mi hijo […] Deben estar en el sótano. Si quieren echar un vistazo…

El coche va demasiado deprisa. Esta vez es Louis quien conduce…

Y así, el lector, leyendo de forma desordenada, con el equipo, la última novela, llega al final de la escrita por Pierre Lemaitre, donde todo encaja a la perfección, los días transcurren y la policía hace su trabajo con precisión, de manera que apenas notamos que la historia fluye hasta que estamos inmersos, irreversiblemente, en ella.

Una novela dura, negra, pero excepcional. Original, inteligente y, probablemente, uno de los mayores reconocimientos al género y a los grandes de la literatura.

Pero no todo es terror o espanto en Irène. Camille conoce a su equipo y nos lo muestra desde la ironía, pero con cierto cariño. Conocemos a Armand, ordenado, minucioso, eficiente y tacaño en demasía, hasta en informaciones falsas para que hablen los sospechosos


Armand se decidió a entrar

—Acabamos de encontrar a Marco. Tenía razón, está en un estado lamentable.

Camille, fingiendo sorpresa, miró a Armand.

—¿Dónde?

—En su casa.

Camille miró a su compañero con lástima: Armand ahorraba hasta en imaginación.

Conocemos al comisario Le Guen, fatalista, probablemente porque «llevaba veinte años a régimen sin haber perdido un solo gramo». Jean Claude Maleval, un joven que «abusaba de todo, de la noche, de las chicas, del cuerpo […] Maleval tenía el perfil de un futuro corrupto». Y Louis, elegante, rico, culto, con talento, «odiaba la religiosidad y por ende el voluntariado y la caridad. Se preguntó qué podría hacer, buscó un lugar miserable. Y de pronto lo vio todo claro: ingresaría en la policía».

Por supuesto también Camille queda descrito, por sus actos, como observador minucioso, algo inseguro en cuanto a su persona pero seguro y pertinaz en el trabajo, bromista con sus compañeros y sarcástico o cortante con quienes no le caen bien.

La brigada Verhoeven no es al uso, tampoco la novela. Desde el principio, el narrador crea emociones en el lector con diferentes estilos, la prosa poética, al referirse a Irene, contrasta con la irónica cuando alude a Camille y la cruel y descarnada con la que relata lo concerniente al psicópata. Es difícil no sentirse atraídos por Camille y casi imposible no admirarnos ante la relación que ha establecido con su mujer.

En el aspecto social, la novela toma conciencia de los problemas comunitarios a los que nos enfrentamos desde que el hombre es un ser civilizado y consigue que seamos conscientes de la maldad y corrupción que nos rodea.

Pierre Lemaitre es el autor de una novela criminal, diferente en el estilo y en el protagonista. Aunque el asesino sea el centro, el autor da voz a los personajes secundarios que ayudan, con las investigaciones, a ceder el puesto protagonista a la propia novela, al género negro que aumenta su popularidad cuando trasciende de las páginas al cine. A todo color el asesino está vigilando siempre la escena, como un dios que decide la suerte de las mujeres cuando él lo ve oportuno. La mujer es un medio para darle fama y poder cuando deje expuesta su obra. El asesino se vale del universo ficticio para crear su realidad basada en la ficción. La policía vive una realidad sacada de la peor pesadilla. Nada tiene sentido hasta que Camille encuentra luz en la novela negra. Fantástica.

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