Creo
que el maltrato se está convirtiendo en algo usual en la sociedad actual. El
hombre ha creído estar por encima de cualquier otro género de seres vivos que
pueble el planeta, por eso algunas especies se han extinguido, las hemos
aniquilado; otras, no, gracias a que asociaciones para la defensa de los
animales, y del planeta, han dado la voz de alarma. Focas, visones, ballenas…
gozan hoy de protección aunque haya quien siga empeñado en obtener beneficios
económicos o de otra índole, a costa de burlar las leyes.
No
solo los animales, también sufrimos el maltrato a la mujer y al menor. Siempre
a los más débiles. El más fuerte, el más alto, el de mayor envergadura, el de
menor capacidad mental (curioso) es quien se permite abusar de quien no le
obedece o, simplemente, de quien tiene a mano para descargar sobre él su ira.
No hace mucho los habitantes de un pueblo de Zamora fueron noticia (algunos)
por matar a perdigonazos a los gatos que se encontraban. Otra de las noticias
que da escalofríos es que pandillas de adolescentes (cada vez con más
frecuencia) agreden a niñas de su entorno, a sus propias compañeras de colegio.
Es
aterrador. Por eso mientras leía Especie he sentido una impotencia
tremenda.
Susana Martín Gijón se centra en la
actualidad y repasa algunas de las muertes que, de forma natural, infligimos a
los animales sin pensar en el dolor, en la angustia que pueden sufrir. O sí,
pero se toman como un mal menor, como desastres colaterales para que la raza
humana viva un poco mejor. Y no escatimamos a la hora de matarlos: con la
fuerza, con ayuda tecnológica, química o incluso con la asistencia de otros
animales adiestrados para un fin determinado.
Después
de leer Especie creo que Martín Gijón
lo tiene muy claro y aprovecha toda la crueldad que aparece en sus páginas para
denunciar ciertas actividades que, aun hoy, están permitidas. Es un
comportamiento sádico, cruel, hecho público por muchos e incluso comparado con
verdaderos genocidios «Desde el premio
Nobel Isaac Bashevis Singer, judío, por cierto, hasta Marguerite Yourcernar, o
más recientemente, Franz-Olivier Giesbert o Charles Patterson, que publicó un
libro titulado Eternal Treblinka:
Nuestro trato a los animales y el Holocausto, en el que muestra el
paralelismo entre la explotación y matanza de los animales en la actualidad y
el Holocausto nazi».
Una
de las consecuencias de este maltrato es que el límite entre hacerlo a un
animal y a una persona no existe. Susana Martín Gijón lo sabe y lo demuestra en
una trama que lleva de cabeza a todo el departamento de la Policía Judicial de
Sevilla. Y como no podía ser de otra forma, la inspectora Camino Vargas se
enfrenta a un sádico que no deja pistas pero se ha empeñado en acabar con
quienes han dañado en algún momento a alguna especie animal. El problema es múltiple,
¿Por dónde buscar? ¿Qué empresas no utilizan a animales para su beneficio?
El
equipo de Vargas se pone en marcha, no hay efectivos para cubrir toda Sevilla,
así que se verán ayudados por Paco Arenas que, a pesar de encontrarse aún de
baja, tras el coma que superó en Progenie, no puede dejar sola a
Camino, su gran amor «Camino se ha
acostumbrado a contarle las decisiones a Paco y dejar que le dé su opinión».
Todos son sospechosos, los animalistas y los depredadores de animales. El giro
que da la trama, muy al final de la novela, nos tendrá en vilo hasta terminar
la lectura, cuando nos demos cuenta de que, en realidad, las matanzas dirigidas
a cualquier especie solo traen dolor,
rencor y locura.
Los
personajes han cambiado, no solo el inspector Arenas aparece, también la
comisaria Ángeles Mora se implica en el caso como otra más del equipo, para
ayudar en el campo de acción, y la novata Eva Gallego que junto a su novio, un
abogado animalista, tendrán un papel fundamental en el caso.
Por
otro lado, Pascual Molina desvela su lado más humano que nos enternece del todo
en su relación con Camino «Él la mira con
cara de pasmo. Le parece inconcebible que la gran jefa del Grupo de Homicidios
lleve el teléfono silenciado y solo lo revise cuando se acuerda. Pero se cuida
muy bien de decirlo porque es la jefa y porque no le iba a hacer ni puñetero
caso».
La
forense Micaela Velasco continúa trabajando entre cadáveres a pesar de su
estado de gestación «a todo el operativo
allí trasladado le llegan con una claridad meridiana las arcadas de la forense.
Ha vuelto a vomitar».
Y
gracias a los veganos animalistas reflexionamos sobre expresiones cotidianas a
las que no damos importancia pero que, curiosamente, denostan a mujeres,
hombres y animales comparados: víbora (mujer
mala), foca (mujer gorda), más puta que las gallinas (que son
forzadas a criar para aumentar la producción), hacer de conejillo de indias, poner
toda la carne en el asador, matar dos
pájaros de un tiro…
La
autora, no desaprovecha la ocasión para recordarnos el papel que aún desempeñan
algunos hombres en nuestra sociedad, para vergüenza de todos, «el hombre mira a Pascual, un policía grande
y fornido, con bigote de los de antes. Ese sí le inspira confianza y no la
rubia regordeta que no le llama ni de usted».
En
fin, cualquier personaje es bueno para denunciar determinadas actuaciones,
crueldad física, crueldad psicológica, machismo,
corporativismo, incluso las prácticas sadomasoquistas le sirven a la autora
para evidenciar situaciones que, aun siendo normales para unos, pueden
desembocar en malentendidos.
Susana
Martín Gijón no se anda por las ramas. La novela tiene 460 páginas y en ningún
momento se hace pesada. Puede que los capítulos cortos ayuden. Puede que cuando
el narrador deja paso a la voz de las víctimas (personas o animales) también
fomente la lectura. Puede que ir uniendo los pasos que dan en la investigación
a los sentimientos personales, también sea efectivo. Puede que, presentarnos un
equipo humano, que comete errores, que disfruta de los momentos de ayuda entre
ellos, que exterioriza la rabia hacia determinados actos de los compañeros, que
antepone en alguna ocasión la vida personal a la laboral, llegue a conformar
situaciones que dan pie a los lectores para reflexionar, para opinar, para enfadarnos
o alegrarnos con ellos y por ellos.
Son
personajes cercanos, tremendamente reales y eso contribuye a generar empatía en
el lector, que en un momento determinado se ve superado por las circunstancias.
Los cadáveres se multiplican y traspasan las fronteras.
Nos
encontramos ante uno de los problemas de la globalización. El ritmo es
frenético. En pocos días deben resolver el asunto porque hay muchas vidas en
juego. El estilo es directo, las expresiones coloquiales de Camino contrastan
con las más cultas y técnicas de los animalistas o los científicos. Todo tiene
su lugar y su momento, el humor, la ironía, el sarcasmo y el dolor. La autora
no tiene problemas con la escritura desafiante, directa, apoyándose en unos
personajes diferentes por separado y que forman un grupo de trabajo excelente.
El argumento es fabuloso, original y la trama, vibrante.
En ocasiones he estado tentada de saltarme alguna línea, por la dureza contenida, pero no lo he hecho porque es bueno saber dónde vivimos y hasta dónde podemos llegar; es bueno pensar si debemos cambiar algo nuestra forma de vivir. Estamos recibiendo muchas llamadas de atención: el cambio climático es, probablemente, la consecuencia de cómo se mueve el hombre en su entorno y con quienes tiene a su alrededor. Nos queda la certeza, tras leer Especie, de que las muertes de animales ya están pasando factura a todos los habitantes del planeta, incluidos los humanos.
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