miércoles, 29 de noviembre de 2023

BUENOS TIEMPOS

Ante todo, y de nuevo, quiero agradecer a Babelio sus iniciativas, esta vez, en concreto, su Masa crítica, que me ha permitido conocer a una autora hasta hoy oculta para mí.

Me ha gustado la escritura de Victoria González Torralba. Es una narrativa clásica en la que abundantes descripciones conviven en armonía con metáforas, personificaciones, animalizaciones, cosificaciones… En fin, ahora entraremos en ello, pero el conjunto resultante es bastante lírico, algo inusual en la novela policíaca. Y la denomino así porque así lo hace Siruela, pero la policía no aparece… ¿o sí? En realidad quien lleva el peso de la investigación es Laura, una chica de clase baja que poco a poco nos va introduciendo en su vida, propia de lo que en Francia (en el siglo XIX) se denominó roman-feuilleton. De hecho, Buenos tiempos, por sus capítulos cortos, su estilo, y la intriga final de cada uno podría haber sido publicado en un periódico poco a poco, por entregas. Pero son otros tiempos y ahora es difícil la venta de diarios en papel.

El caso es que los lectores comenzamos a leer Buenos tiempos bastante confiados, tranquilos y a cada capítulo que terminamos se va apoderando de nosotros una inquietud mayor; hasta el final.

Vaya por delante que no le atribuyo a “folletín” ninguna característica peyorativa, todo lo contrario, creo que es una mezcla de prosa basada en la realidad —propia del periódico—, sobre todo de célebres crímenes, y narrativa ficcional, algo que le da cierta constitución de literatura popular amena. Y así se lee Buenos tiempos, de forma placentera, porque el resultado es bastante atractivo.

Laura va componiendo un retrato de sí misma, hasta que la conocemos y nos apenamos de ella porque su vida ha sido bastante aciaga. Abandonada por su padre, siendo muy pequeña, y privada de su madre cuando, según las habladurías, se tiró a las vías del tren, queda a cargo de unos tíos que no le permiten estudiar, la ponen a trabajar en un bar de la playa y más tarde, también a limpiar casas. Laura lo acepta todo, casi como una liberación, pues no soporta estar en casa de sus parientes, hasta que un día su tío la insulta y le da un bofetón; esto hace que se vaya de allí y se refugie en la casa donde ha sido contratada para limpiar. Allí se enfrentará a los sentimientos contradictorios que Álex Lobo le produce.

Asimismo la relación de confianza que tenía con Juan Sil, el propietario del bar donde trabaja, se ve empañada por ciertos comentarios sobre quién era en realidad su padre. Su nerviosismo va en aumento cuando se siente acosada por el Hombre de los perros, alguien a quien no conoce del todo pero parece que él sí sabe quién fue su familia en realidad. Allá donde vaya él estará allí, a veces para protegerla, pero nunca se sabe. Todo esto hace que no perciba seguridad plena excepto con Antonio, un turista que la introduce en la lectura.

Nada es lo que parece, la trama da un giro tras otro hasta que Laura intuye la realidad y, ayudada por sus verdaderos amigos, logra saber qué ocurrió realmente con sus padres, quiénes fueron y cuál será su futuro. Un futuro en el que ahora sí se adivinan buenos tiempos.

Victoria González plasma con gran acierto la vida en la costa de los años 70 en una España que aún arrastraba la lacra franquista, sobre todo para las mujeres y, aún más, mujeres de clase baja, sin un hombre que las pudiera situar con comodidad en la sociedad. Laura tiene ese pensamiento femenino, del que algún resto queda en ciertas mujeres y hombres, «A la escuela había ido lo imprescindible. No se me daba mal pero convenía colaborar en la economía familiar […] los libros siempre acaban siendo un estorbo, corroboró mi tío. Estaba todo dicho».

No fue solo la mujer quien tuvo dificultades; los niños, en general, pero ante todo los pobres o hijos de republicanos, eran sobreexplotados, no decidían sus actividades, no cobraban por sus trabajos y sus esperanzas de futuro eran inexistentes, rotas por abusos, «Lo peor llegaba por las noches […] Me angustiaba pensar en mi vida, un fardo cargado de trabajo y desamparo que, con el paso de los años, solo lograría cubrir con un manto de resignación».

La idea de que el trabajo dignifica y libera está presente en Laura; de hecho ella experimenta cierta redención cuando es contratada como sirvienta «Trabajar en la Casa de las Buganvillas me convirtió en otra persona. Mientras […] lavaba […] cepillaba suelos […] descubrí […] que uno puede ser uno mismo sin percibir su existencia como una carga».

La imagen de culpabilidad de la mujer era usual para los hombres. Ella era responsable de todo lo que le ocurriera, incluso de las posibles violaciones que sufriera. Por eso no se denunciaban, la mujer vivía en una culpa constante que la atemorizaba; sin embargo para el hombre había un rasero diferente, de forma que lo moral, lo ético no era igual entre los sexos, para ellos todo estaba asumido como normal, «Los protagonistas de esta historia ganaron peso, perdieron pelo y la satisfacción que antes hallaban en juergas y viajes, empezaron a encontrarla en el amor y la familia».

La idea del subdesarrollo, ya apenas latente, se observa en las apreciaciones de Laura sobre lo extranjero o sobre los turistas de ciudad. Lo mejor, no cabe duda, era el contacto con la naturaleza y las costumbres adquiridas en nuestro país «¿Por qué llevaban calcetines blancos bajo las sandalias?» «Deseábamos mudar nuestra piel por la suya y, al mismo tiempo, reprochábamos […] su desconocimiento sobre cualquier asunto que tuviera que ver con la tierra…».

Pero Laura es en realidad una poeta, sus reflexiones son líricas, «sumaba años suficientes como para prestarle más atención a los recuerdos que a los sueños».

El pensamiento de la protagonista inunda la novela, no solo nos regala poesía sino que, con minuciosas descripciones, recrea la idea que llena su mente hasta que los lectores somos capaces de verla, de ponernos en su lugar y sentir lo mismo que ella. A veces tiene la necesidad de ausentarse por un momento de la narración para introducir cualquier tema que complete nuestra visión del entorno; las digresiones abundan en la trama para aclarar datos importantes sobre quién construyó la Casa de las Buganvillas, sobre la importancia del vestido en la mujer, «imprescindible para su exhibición social», o para incluir leyendas hiperbólicas que enriquecen el argumento.

Abundan en Laura las comparaciones poéticas «Mis emociones eran como el agua reposada de un estanque», las personificaciones «Hasta el mar tenía un aspecto apesadumbrado», las cosificaciones que aportan cierta belleza clásica, «…su rostro, que adquirió una consistencia pétrea, de estatua antigua», las metáforas que empequeñecen al hombre mientras ensalzan a la naturaleza, «Los paisajes también mueren si nadie los recuerda».

La protagonista, a pesar de su juventud, ha experimentado lo suficiente como para ser capaz de sentenciar reglas inamovibles que, a modo de aforismos, funcionan como norma, «Los borrachos son como animales sin domesticar».

Victoria González Torralba ha escrito algo más que una novela policíaca, su narrativa es un homenaje a la literatura clásica, por eso encontramos guiños a otros escritores, como a Susana Martín en Especie, «El pulpo había cambiado de color. Aún se movía pero yo sabía que estaba muerto»; a Guillermo Borao en La sastrería de Scaramuzzelli, «llegó un punto en que solo se sentían bien vestidas si era ella quien las aconsejaba»; a Stevenson en La isla del tesoro «Te gustará»; o a cualquier italiano que, como Sciascia, haya escrito sobre la mafia «Él no perdona. Nunca […] Tuve que emplearme a fondo para que se conformara con un solo dedo de Salvador».

Buen descubrimiento el que me ha permitido Babelio. Será obligado seguir a Victoria González.

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