domingo, 23 de septiembre de 2018

EL REY RECIBE



Aún no hemos leído todo lo que Eduardo Mendoza tiene que decirnos.

Aún no hemos dejado de sorprendernos con las reflexiones de Eduardo Mendoza.

Aún no hemos rendido suficiente homenaje a esa gran persona que, de sí mismo, Eduardo Mendoza plasma en sus novelas.

Asomarse a la literatura de Eduardo Mendoza es entrar de lleno en el humor, en el buen humor; incluso su ironía, su sarcasmo no ofenden porque es un maestro del lenguaje; juega con las palabras de manera que, como en cualquiera de los más grandes, Cervantes o Shakespeare, los términos coloquiales conviven en armonía con los cultos… y hay muchos en El rey recibe: aquiescencia, baldía, inexpugnable, idiocia, edecán, heréticas, margrave, civilidad, proceloso, timorata, atrabiliario, molicie, soflama, calmuco, deletéreas, delación, staretz, simonía, mansarda, ostracismo, execrable, tedioso, circunnavegándolo o adlátere son sólo un ejemplo del vocabulario que podemos encontrar, por supuesto junto a otro de nivel coloquial, latinismos o extranjerismos, «grosso modo», «un abrazo, Bobby, the once and furure king», «Erbarme dich, mein Gott, pensé, por más que se me antojaba…», «para comer buenos fruits de mer había que ir al Midi». Igualmente, aunque no es usual, a veces aparece alguna expresión vulgar «me preocupa lo que pueda pasar en España cuando se muera Franco —Ah, ¿ves? Pues a mí eso me la suda», «¿qué coño pasa?».

Asimismo, las diferentes situaciones se abren con una cita de autores famosos, en su lengua original, pero a esto volveremos después; ahora simplemente he querido remarcar la profusión de variedades lingüísticas, giros, lenguas, para señalar que El rey recibe parece imbuido de un tinte internacional. Pero no nos engañemos, si bien es cierto que la segunda parte de la novela transcurre en Nueva York, también lo es que sus personajes son españoles en su mayoría. Con esto, España y el cambio que experimenta en la 2ª mitad del siglo XX es la protagonista

—Ah, no. Yo no hago performances. Eso se lo dejo a los artistas plásticos. Yo soy un músico. Y puedo tocar esa mierda tan bien como Richter. Pero lo que yo quiero es destruir al maldito farsante.
—¿El maldito farsante es Brahms?
[…]
—Yo soy un artista que se expresa a través de la música. Y al margen de las convenciones impuestas por el poder.

Rufo Batalla es el encargado de informar al lector sobre los sucesos ocurridos en nuestro país que dejaron huella en sus habitantes.

La novela se divide en dos partes, en la primera, Rufo Batalla, «ferviente partidario de la revolución a ultranza en sus años de estudiante», entra a trabajar, en la década de los 60 a un periódico —por enchufe paterno— y lo mandan a Mallorca a cubrir la boda del príncipe Tuukulo. Sin pretenderlo, y tras sufrir una de las típicas situaciones surrealistas a las que nos tiene acostumbrados nuestro autor, mantiene una conversación con el propio príncipe de Livonia, en realidad república socialista, a la que quiere recuperar mediante un golpe de Estado. Rufo Batalla, sin tenerlo claro, se ofrece a ayudar a Bobby (verdadero nombre del príncipe). Una vez de vuelta a Barcelona siente curiosidad por ver Europa del Este y enterarse de lo que ocurre allí en primera persona. En Checoslovaquia lo ponen en contacto con Katerina quien, con otros compañeros de izquierdas le hablan de lo bien que funcionaba el país y la ruina en la que se encontraba actualmente por no cambiar a los dirigentes caducos. Rufo regresa a Barcelona un poco antes de la liberación política llevada a cabo durante La primavera de Praga; esto y el mayo del 68 francés consiguen que se sienta más distante de todo, menos apasionado en su trabajo. Le proponen entonces, dirigir una revista, “Gong”, que le permite independizarse, tener una novia, que lo engaña, cortar con ella, mantener una aventura con la mujer de Tuukulo, Mónica (Queen Elizabeth) y embarcarse en una «maniobra geopolítica de amplio alcance que, de salir bien, le devengará cuantiosos beneficios, y no sólo espirituales».

Así es como llegamos a la segunda parte, Rufo Batalla va a Nueva York ya que le ofrecen un puesto en la delegación de la Cámara de Comercio en la gran manzana. Además de sus compañeros de oficina, que le resultan indiferentes, conoce, de forma casual, a una pareja, China (Conchita) y Allan Higgins, abogado de buena posición económica, con mucho tiempo para el trabajo y poco para su mujer quien, sola, se aficiona a dar fiestas en su casa, a las que acude gente selecta. Rufo conoce allí a Valentina (de la que se enamora); después vendrá Ernie, de quien tiene celos hasta que se entera de que es homosexual; y conoce, sobre todo, la tristeza del emigrante, la soledad que no lo abandona en ningún momento. El príncipe Tuukulo vuelve a ponerse en contacto con él y le explica la historia de su país, cómo fue conquistado, destruido, reconstruido, vuelto a destruir y a formar parte de Rusia, con lo que se le trastocan los pensamientos de aspirar al trono, algo de lo que no desiste (en parte gracias a la aportación con la que, sin ser demasiado consciente, Rufo lo avala). Y ahí, solo en Nueva York queda nuestro protagonista a la espera de nuevas aventuras.

El argumento es totalmente real y, sin embargo es una realidad ficcionada donde se mezclan, complicando la trama, casos de corrupción, mafia, dictaduras… todo ello relatado desde el humor, por el absurdo que emana de diferentes situaciones, por la tristeza que aparece en otras.

La novela podría pertenecer al movimiento posmodernista, durante el que los socialistas defraudaron al mundo pues cuando el poder estaba en manos de quien tenía la riqueza, los jóvenes intentaron una forma de vida que anulase el capitalismo, sin pararse a pensar si sería válido y si lo que en realidad los movía era el mismo deseo de enriquecerse

Las Meninas es un icono vil y malintencionado que debería ir a la hoguera […] si no ha sido destruido ya es porque una tasación ficticia le confiere un valor económico desmesurado.
—Pues si Las Meninas no es arte ¿qué lo es?
—La suela de mi zapato, hurgarse la nariz. Cualquier cosa que un ricacho no compraría.
—Pues eso es precisamente lo que están comprando. Y vosotros hacéis cabriolas para que siga la fiesta

Desde el comienzo, la narración se nos presenta deconstruida por un formato nuevo aunque metaliterario; el tipo de letra cambia, y normalmente el código lingüístico pues las citas aparecen en inglés, francés, alemán, catalán o, es cierto, castellano «Tuve esta historia de alguien que no tenía nada que contarme ni a mí ni a ningún otro»; la novela abre con este guiño a Edgar Rice Bourroughs y su obra Tarzán, que tanto éxitos le trajo en la primera mitad del siglo XX. Este Tarzán, criado en un paisaje idílico es, además del rey de la selva, el hijo legítimo heredero del señor de Inglaterra. Y si Tarzán representa a ese ídolo de la virtud terrenal de EE.UU. que había sido desplazado por la ciudad decadente, no debemos olvidar que fue el primer icono de la cultura pop, pues alcanzó la saturación global.

Si entendemos esto comprenderemos mejor «la suntuosa boda del heredero de una de las más antiguas realezas e Europa con una señorita perteneciente a una noble y adinerada familia de la aristocracia inglesa […] eligieron para contraer matrimonio el marco incomparable de Mallorca».

Hay que prestar mucha atención a estas anotaciones con las que Mendoza comienza determinados acontecimientos o secuencias, pues marcan la clave del significado universal. Así este Tarzán-príncipe Tuukulo, legítimo heredero de Livonia (en un pasado remoto) llamado a convertirse en Tadeusz I es en realidad Bobby en una ciudad decadente, de ahí que su mayor deseo consista en dar un golpe de estado para recuperar el poder y su gloria. Podemos decir que en El rey recibe no hay rey porque la sociedad ha avanzado y no tiene sentido el concepto de realeza. Incluso desde una perspectiva lejana tampoco lo tiene ese aspirante a rey español que viaja a Nueva York para visitar a los emigrantes fracasados, a quienes les importa bien poco las aspiraciones de los acaudalados que permanecieron en España

Los días de Franco estaban contados […] la continuidad del régimen asegurada con amenazadora firmeza por sus miembros más vociferantes […] y la alternativa daba miedo, […] —Me acaban de comunicar de nuestro consulado que dentro de unos días sus Altezas Reales don Juan Carlos y doña Sofía vendrán a los Estados Unidos en una visita oficial […] saludar a todos los funcionarios españoles destinados en esta ciudad […] don Juan Carlos nos dirigió la palabra. En un tono monótono y mala dicción nos agradeció nuestra presencia y nos animó a seguir dando una imagen positiva de la España presente y futura […] —Vaya panoli […] para mí que este hombre hará bien su papel cuando le toque, y lo hará bien porque se ve a la legua que no sirve para otra cosa.

Pues, así, siguiendo las citas podremos reflexionar lo que va ocurriendo en la novela: la neurosis obsesiva del perfeccionismo que lleva a la infelicidad (Freud), el problema del conocimiento (Kant), lo intratable de la libertad (Montaigne), los sueños amorosos soñados (Rimbaud), la realidad-ficción (Valle-Inclán), la soledad de la noche (Joyce), el final del orgullo (Luys Santa Marina), la indecisión de la juventud (T.S. Elliot), el sentido de la vida y las señas de identidad (Unamuno), la confusión del ser humano (Graham Green), sobre los que se van, cansados de la rigidez, para experimentar nuevas sensaciones (Lewis Carroll)…

Hay más, bastantes más, y entre todas ellas descubrimos la personalidad solitaria, indecisa, triste de Rufo Batalla; aunque lo más sorprendente es que Mendoza ha trazado, partiendo de la literatura universal la historia de un pasado rancio por el que debemos sentirnos avergonzados, y todo ello sin dejar de lado el humor; no hay exaltación en El rey recibe, hay reflexión elegante sobre un tema que no se presta a carcajadas pero tampoco al olvido «Los espías y los reyes sin corona estamos condenados a la rutina y al inmovilismo». Al leer la novela nos sentimos cómplices y capaces de afrontar la vida con optimismo. «He de hacer llegar una carta a una persona y no confío en el servicio de correos de este país, por lo demás excelente»

Todos (los españoles al menos) tenemos la obligación de leer El rey recibe pues, sin ofender a nadie, como es habitual en Mendoza, ironiza hasta lo inimaginable sobre la vida sin libertad de acción o expresión del siglo XX, que no hizo sino despertar, más si cabe, la picaresca de un español que necesitaba la mentira, el disimulo para sobrevivir dentro o fuera del país.

Con aquella conversación puse punto final a otro capítulo de mi existencia que tampoco había dejado huella.

Un capítulo que finaliza la noche vieja de 1973 y que promete nuevas aventuras para Rufo Batalla, probablemente enmarcadas en el poder emergente de la globalización, aunque nadie (en aquella época y casi nadie en la actual) supiera dónde llevaría eso.

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