El
otro día tuve una doble alegría, primero porque salimos a cenar con unos amigos
(siempre es motivo de regocijo poder hablar cara a cara) y segundo porque Mari
Carmen y Jesús me regalaron la primera novela escrita por un alumno de este
último. Así que me dispuse a leerla con ilusión, más si cabe por coincidir con
la adivinanza de instagram nº 100. Al abrir el paquete me encuentro con que la
imagen de la portada, un sanitario cadena en mano, no se corresponde con el
título, Minuto 116, en clara alusión al gol de Iniesta en la final del
mundial de Sudáfrica 2010. Y para mayor desconcierto al abrir el libro y ojear
el índice reconozco en los 23 capítulos el título de otras tantas películas,
siete de ellas protagonizadas por Denzel Washington.
Sin
saber pues de qué podría tratar (no miré la contraportada) me introduje en un
verdadero disparate hilarante. Con forma de película, empieza con el gol
histórico y el inspector Sergio Planes celebrándolo solo delante de su
televisor, cuando una llamada telefónica le avisa de que debe ir urgentemente
al hospital, pues se ha producido un altercado «¡Venga pronto, inspector, la situación se descontrola por momentos!».
En ese momento Jesús Boluda del Toro
recoge con su cámara, «Días antes», cómo
empezó todo, y nos muestra a Juan Curcio, en la casa heredada de sus abuelos,
siendo despertado por otro teléfono desde el que alguien le avisa de que debe
ir al hospital, pues su padre ha sufrido un infarto.
Y
así, partiendo de situaciones cotidianas, el autor conforma un desvarío
hospitalario donde tienen cabida una recepcionista con muy poca paciencia, un
inspector de policía que ejerce de paciente, investigador y negociador, un
técnico de mantenimiento dislálico dispuesto a ayudar y un protagonista al que,
en principio, parece que no le interesa vivir sino sobrevivir, por lo que
desata en el lector mucha pena, bastante aversión y cierta inclinación hacia
alguien que, no cabe duda, es un vago. «Me
quedé acostado, pensando qué hacer […] gozaba de todo el tiempo libre del
mundo, porque llevaba cuatro años sin trabajar […] decidí que lo mejor era
seguir durmiendo, para irme al hospital descansado».
Además
de indolente, Juan Curcio tiene problemas para empatizar con los demás y
resultar simpático a la gente «—¿De qué
vas, gilipollas? […] te rocío con esto la cara y después te pateo el hígado […]
Me dejó contrariado. Esa violencia gratuita no me gustaba. Acababa de desechar
la idea de conquistarla». No suele conectar con sus semejantes; esto hace
que viva en su propio ambiente, marcado generalmente por la resignación, con
cierto aroma de decadencia en el que la realidad sociológica evidente, o
esperada, queda suprimida. En esta atmósfera, Juan Cu, privado de lo que
consideramos necesidades básicas, se ha visto afectado por su toma de
decisiones, que lo han llevado a ser considerado como marginado, incapaz de
ejercer un trabajo normal, de disfrutar de sexo normal y de adaptarse al
entorno que lo rodea. Para terminar la descripción, queda concretado, hiperbólicamente,
como el prototipo de aquellos que definen la nueva identidad social: individuos
consumidores de productos populares, mediatizados, que aniñan la sociedad «me descolgué la mochila y le di la vuelta a
la camiseta, volviendo a tener al organismo cibernético T-800 caracterizado por
Schwarzenegger en mi pecho». Juan Curcio es, más que estúpido, un infeliz.
Jesús
Boluda, no lo duda, aprovecha las erróneas intuiciones del protagonista para replantear
de forma irónica cómo asumimos la vida aquellos que pasamos por “normales”: «La horda de los hijos de la
nicotina había desaparecido, y en su lugar quedó un mosaico imperfecto de
filtros aplastados y vasos de cartón, esparcidos por el suelo. La papelera
lucía orgullosa e inmaculada en una esquina».
En Minuto 116 no hay complejas relaciones
familiares, todo es bastante simple porque para sus padres, Juan Cu es un intruso,
un accidente que vulnera el significado de idoneidad paterna. Probablemente, la
falta de agudeza mostrada no sea sino consecuencia de la falta de afectividad,
el abandono al que lo sometió su familia, la ausencia de educación. Juan Cu
reside en un mundo hostil del que no se siente parte integrante. En el fondo él
tampoco se acepta, por lo que decide crearse su propio universo, uno en el que
todos lo admiren, donde sea el héroe capaz de las mayores hazañas. Condiciones
que el autor ve como oportunidades para que este inadaptado, obsesionado con el
cine en general, y Denzel Washington en particular, irrumpa en el hospital,
para salvar al único referente familiar que tiene. Durante unos días es el
protagonista de una serie de desventuras, derivadas sobre todo de su
incapacidad para razonar, hasta que llega a malinterpretar una conversación,
oída a medias entre dos enfermeros para, sin pensarlo dos veces y de casualidad,
transformar el pacífico hospital en el escenario idóneo donde recolectará un
buen número de rehenes y no los soltará hasta que no acepten sus condiciones:
hablar con el ministro de Sanidad.
Juan
Cu cree que los enfermeros atentarán contra su padre «—Hay dos enfermeros que van liquidando pacientes obedeciendo a un
listado», por eso adopta la personalidad de médico, de enfermero… «—¿Quiere que lo busquemos en más
grabaciones, inspector? —No. Por ahora, no. Lo mismo nos lo encontramos por los
quirófanos, operando». Está dispuesto a ser el nuevo héroe que salve a la
humanidad si no entera, al menos una parte importante, su padre. Pero ¿realmente
tiene padre? El humor constante despista, no estamos ante una sucesión de
despropósitos.
Si
la literatura del absurdo se inspira en el surrealismo para crear obras
marcadas por el humor, que denuncian situaciones sociales, Minuto 116 se inspira en el desatino esperpéntico para culpar a los
responsables del abandono infantil y revelar sus consecuencias, algunas de
ellas en principio inofensivas como el deseo de agradar, de recibir afecto y
comprensión, de amabilidad, de amor, aunque terminarán pasando factura.
El
protagonista no distingue su mundo cinematográfico, donde es admirado por
todos, de la realidad, en la que no es consciente de los problemas que lo
acorralan. Por eso se muestra pasivo. Jesús Boluda busca en el lector la
reflexión, y por supuesto la carcajada. Nos reímos con las situaciones, con los
personajes, pero no de ellos ni de las circunstancias que poco a poco han ido
marcándolos hasta oprimirlos en una existencia alejada de los deseos más limpios
del ser humano.
Juan
Cu sufre una metamorfosis ficticia en la que él, en su ucronía particular, es
un superhombre. Frente a la apatía que lo embarga para resolver sus problemas
reales se encuentra su ficticia capacidad resolutiva. Son situaciones
contradictorias en las que, cuando converge otro personaje, se pone a prueba el
sentido del humor del lector hasta desencadenar en él una carcajada continua
—Hola,
he venido a arreglar el valabo
Supuse
que se le trababa la lengua por el respeto que le imponía
[…]
el
chico miró mi camiseta y una sonrisa iluminó su rostro
—¡Me
entanca! […] Es mi peli favorita
[…]
—¡Ah!
E.T. Es una de las mías también. Tengo setenta y nueve películas favoritas,
incluyendo esta
[…]
—¡Tiene
razón, para qué escoger solo una lepícula!
Si
las novelas de aventuras suelen exponer un viaje iniciático, Minuto 116 representa el espejo de esa
novela de aventuras. Juan Cu inicia la suya en su distopía y la termina con la
anagnórisis esperada, que lo llevará a la consecución, casi completa, de su
anhelado deseo.
La
narración da testimonio de las transformaciones que nuestro protagonista sufrió
durante su vida hasta que quedó en un ser irreflexivo e inconsciente; ha tenido
un vacío donde debía haber un padre, por eso aunque en Minuto 116 está presente, no existe; no se mueve, deja de estar
para aquél que ha movilizado, desde su yo cinematográfico, a todo un hospital
para salvarle la vida. En ese viaje iniciático hospitalario, Juan Cu forja su
personalidad y la modela con una autoestima que solo le sirve para su propia
satisfacción, aunque lo deja socialmente relegado por completo. En dicho viaje,
de aventuras cinematográficas, el protagonista se humaniza a los ojos de un
lector que asiste, atónito, a la negligencia de algunos progenitores, capaces
de perjudicar a sus hijos sin importarles sus sentimientos.
Y todo esto, mientras reímos. Probablemente estemos ante un nuevo escritor del nuevo absurdo.