Hace
tiempo quedé atrapada en los tebeos de Mortadelo
y Filemón, luego me introduje en el mundo de Astérix y ahora no sabría por cuál decidirme. Sigo disfrutando de
ambos. Hoy, de nuevo agradezco a Babelio el regalo de un libro que es una joya.
Acabo
de leer Francisco de Goya, Henri Rousseau y Van Gogh. Del lienzo al cómic.
Todavía estoy alucinando, no paro de abrirlo para reencontrarme con las
imágenes. Me parecen una pasada. Son dibujos que cobran vida con ayuda de
onomatopeyas, líneas, expresiones gestuales,… y releo, y encuentro algo nuevo
en la historia que me asombra, y lo busco en los libros de pintura y descubro
que lo que pone el cómic es cierto. En fin, es una genialidad, así que creo que
merece la pena detenernos en detalles.
El
cómic es magnífico porque es fruto de una perfecta simbiosis entre el texto de Inge Eguiluz y las imágenes de Moratha. El amor por el arte y la
historia es evidente. Los gestos de los diferentes personajes afianzan el
humor, la gracia del escrito y, por supuesto, restan gravedad a los golpes,
caídas e incluso accidentes mortales.
Creo
que la relación entre imagen y texto es bastante simple, lo que nos lleva a
afirmar que el grado de iconicidad es de tipo realista, y los muchos contrastes
sorpresivos que encontramos contribuyen a acrecentar el humor.
Como
indica el título, son tres historias relativas a tres pintores de fama
universal. Entre los aspectos globales destacamos el tamaño folio, usual en los
libros de cómic, que permite incluir viñetas de diferentes tamaños, según lo
que interese resaltar. Los autores han anulado los estereotipos pues, aunque
los personajes son bastante identificables con la apariencia real que tenían en
vida, en las tres historias se suprimen obviedades físicas o de carácter con
diferentes técnicas. El resultado es una excelente labor de documentación
impregnada de ironía y chispa, a partes iguales, para que tanto a pequeños como
a mayores divierta, entretenga e informe.
La
portada es muy llamativa pues los tres pintores aparecen dibujados, sobre un
fondo blanco, con colores llamativos y portando algo identificativo de su obra,
así Goya está en una escalera, Rousseau rodeado de vegetación y Van Gogh con un
caballete. La distribución de los tres es equitativa y ocupan en diagonal toda
la página quedando arriba Goya, el primero que nació, y abajo Van Gogh, el más
joven. La atractiva portada invita desde el primer momento a adentrarnos en sus
páginas.
Dentro,
destaca el orden de las viñetas, además al haber una por acción contribuye a
una lectura más fácil, incluso las onomatopeyas aparecen a veces para advertir
de un cambio fundamental en la historia, otras, adquieren un sentido
sinestésico por el que podemos relacionar el color (verde) con el pintor
(Rousseau), y con otras Moratha sugiere la fuerza que pueden encerrar las
palabras.
En cuanto
a los globos o bocadillos cambian de forma según los sentimientos que se
quieran expresar, así cuando algún personaje está enfadado el borde del
bocadillo adquiere una línea quebrada, mientras que en el clásico borde liso,
se introducen los diálogos que forman parte de la trama. A veces también la
palabra se introduce en el globo en mayúsculas o negrita, enfatizando la
conmoción sufrida por algún personaje. Y en otras ocasiones la palabra queda
sustituida por un símbolo, de forma que, por ejemplo, al encerrar un corazón en
el bocadillo establece una metáfora visual del amor que se pretende expresar.
Encontramos,
además de los bocadillos, cartuchos, claramente diferenciados porque van en
fondo amarillo; a veces apoyan lo que explicitan las imágenes, al actuar como
narrador de la historia «Estudió teología
en Amsterdam» «Pero ni el latín ni el griego eran su fuerte», y otras
sirven de llamada informativa para que podamos seguir el hilo conductor.
—Espero
que tengas más suerte que yo…
—¿Por
qué dices eso?
—No,
por nada, por nada…
Goya
no obtuvo ningún premio en el concurso de pintura de tercera categoría…
Por
supuesto abundan las líneas cinéticas, para que los giros, los movimientos, la rapidez,
el mal humor, la sorpresa, el miedo o el dolor queden destacados.
Las
imágenes aparecen tomadas desde diferentes planos. Encontramos, aunque no es
habitual, alguno general con el que Moratha muestra una ciudad actual en la que
resalta el vestuario de Goya, típico del siglo XIX. Cuando quiere presentar al
personaje, lo hace con un plano entero, de esta forma el lector puede fijarse
en los detalles de la vestimenta. Con el plano americano, el ilustrador
encuentra libertad para mostrar a los actores interactuando; es usual que
aparezcan los protagonistas de una escena determinada en un plano americano con
un plano general detrás, desde el que otros personajes pueden observar la acción.
En otras ocasiones prefiere el plano medio, en estos casos nuestra atención se
dirige hacia la situación en la que se encuentran los personajes, es lo que ocurre
entre Van Gogh y su hermano, y lo que ocurre también con el cuadro encargado de
narrar la historia de Van Gogh, «El
retrato del Dr. Gachet», de hecho el cuadro toma vida para explicar, en el
entierro de su dueño, datos de la vida del pintor, «Ya que vais a incinerarme, creo que yo también tendré derecho a decir
mis últimas palabras, ¿no?».
Por
supuesto, abundan los planos detalle para que ninguna acción pase
desapercibida, como un pie que pisa la cola de la serpiente o la boca de esta
abriéndose desmesuradamente.
Moratha
une el primer plano de la serpiente al plano medio de Adán y Eva; de esta forma
ponemos toda nuestra atención en ella. En fin, en ocasiones quiere priorizar el
escenario y empequeñecer a los personajes de manera que se nos presentan con
toda su debilidad, utiliza entonces un plano picado, como en el que todos los
habitantes de la selva son vistos desde arriba corriendo en busca de una “sombra”.
Y, por supuesto también disfrutamos de planos contrapicados en los que,
metafóricamente, se engrandece la pintura de Goya al presentarnos, desde abajo,
el gigantesco edificio cuya fachada luego utilizará como “lienzo”.
No
quiero terminar el análisis del ilustrador sin mencionar los contrastes, sobre
todo en la historia de Rousseau, en la que a veces las figuras son meras
siluetas en negro, con lo que la vegetación del cuadro del pintor destaca
ostensiblemente.
Los
componentes narrativos del cómic son igual de espectaculares que los visuales.
Inge Eguiluz ha llevado a cabo una minuciosa labor de documentación para que
los textos, además de divertir, resulten informativos. La veracidad histórica
es importante. Las historias están contadas para niños, solo con datos
significativos, pero un lego en la materia también puede hacerse una idea
general de los pintores.
En
la primera trama, aparece Ramón Bayeu, maestro y cuñado de Goya; sueña que es
del futuro y allí sueña a su vez con las distintas etapas de la vida de Goya.
Resulta gracioso presentarlo de joven cuando aún no había tenido éxito y
acompañaba a Bayeu para trabajar. En los sueños, Goya y Bayeu deambulan por
Madrid; nuestro pintor conoce sus primeros fracasos «Oye, ¿tú estás seguro de que sabes dibujar? ¿O aprendiste más tarde?»,
y también sus éxitos, expuestos en el Museo del Prado, hasta que con el tiempo llega
a convertirse en un hombre famoso, «Casino
Goya» «Apartamentos Goya» «Pub Goya». Cuando Ramón Bayeu despierta y se
encuentra, en su época, con el joven Francisco de Goya, le cuenta sus sueños y
el futuro autor de las pinturas negras le asegura divertido que él es el
famoso.
Eguiluz
empatiza con los personajes, se encariña con ellos y consigue que captemos las
reflexiones del núcleo central de las historias, sobre todo destaco la humildad
con la que estos monstruos de la pintura llegan hasta nosotros. Mensaje
importante para cualquier lector.
La
historia de Henri Rousseau es igual de curiosa. «La manzana de Douanier» lleva el apodo con el que era conocido
Rousseau, por su trabajo en Aduanas. También ridiculizado en su época, pero
respetado después, fue maestro de vanguardias por su pintura naíf. Sus obras,
como el cómic, son de sugerente colorido.
Eguiluz
se basa en un trabajo pionero del artista, Eva
recibe la manzana que, si bien en el cuadro real la puesta de sol alude a
la pérdida de la inocencia, en el cómic el paraíso se ha convertido en una
jungla salvaje y divertida en la que la serpiente pretende que Adán coma la
manzana mientras Rousseau lo plasma en su cuadro, pero múltiples interrupciones
lo impiden «No puedo dar una pincelada
sin rectificar. ¡¡¡Me tenéis harto!!!».
Aprovechando
el significado onírico de la pintura, la guionista expone un maravilloso y
ocurrente sueño surrealista en el que aparece Giuseppe Arcimboldo, cuyos
retratos alegóricos a partir de vegetales quedan plasmados en el cómic con la
extravagancia burlesca que pretendía. Arcimboldo quiere la manzana de la
discordia para integrarla en su obra; también el polímata Leonardo da Vinci
llega a la jungla con su ornitóptero inspirado en el vuelo de los animales
alados, y queda prendado de un “cuadro fantasma” que tiene revolucionados a
todos «es la sonrisa más espectacular que
he visto en mi vida ¿Me permitiría pintarla?». El caso es que con tanto
jaleo todos buscan la manzana, metáfora de las discrepancias, mientras que el
pobre Rousseau intenta pintar su obra.
En La oreja de Van Gogh también el
planteamiento es original pues, el Dr. Gachet, retratado por el pintor, narra
el fracaso que este obtuvo pintando, su amistad con Gauguin, los estilos tan diferentes
y formas de ver la vida tan dispares que, a pesar de su convivencia, los llevó
a continuos altercados. Cada uno contrajo con la pintura un compromiso moral
distinto, hecho que supuso consecuencias fatales para su relación.
La editorial Saure ha llevado a cabo una impresión a la altura de los creadores del cómic. Está claro que todo contribuye a despertar nuestra curiosidad por los pintores retratados y por las diferentes maneras de vivir en distintas épocas. Asimismo se instala en nosotros un respeto total hacia los artistas, lo que nos hace ser un poco mejores y sentir que el arte nos ayuda a vivir de forma más plena.
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