martes, 18 de mayo de 2021

LA PACIENCIA DE LAARAÑA

A veces parece que las sociedades han evolucionado mucho. Otras, leyendo historias sucedidas tiempo atrás, nos damos cuenta de que tampoco es para tanto. En ocasiones tenemos la impresión de que nuestra forma de vida es mucho más avanzada que hace unos años. Y no es verdad. El hombre se desarrolla con el tiempo, crece, madura, inventa, resuelve problemas, se rodea de comodidades que lo ayudan a vivir mejor… Pero no todos los hombres, hay quienes, por ejemplo, aún sufren las desigualdades educacionales o sanitarias. Hay quienes no viven con tantas comodidades como cabría esperar.

Así que sí, hay avances generales que particularmente no disfrutan todos. Da la impresión de que el hombre es un ser social porque necesita estar junto a otros para que vean sus logros, para demostrar lo alto que puede llegar sin importar quién queda atrás, estancado en la miseria, en la enfermedad, en el trabajo precario o en la incultura. No entiendo eso como avance. Y resulta que año tras año, siglo tras siglo ocurre lo mismo. Los adelantos no son para todos.

Algunas de las grandes mejoras que llevan a cabo los que forman (afortunadamente) esta minoría selecta devienen en acciones secretas con las que consiguen beneficiarse, siempre en perjuicio de la mayoría: «—¿Sabes que la Policía Fiscal ha encontrado una mina en los despachos del ingeniero Peruzzo? La impresión unánime es que esta vez está definitivamente jodido».

También resulta que a veces los hombres se unen sin apenas vínculos entre ellos, solo con el propósito de tener un momento de gloria, de fama, de sentirse superiores (mejores) moralmente y poder ver las consecuencias de quienes no han actuado correctamente. En esos momentos nos sentimos buenos, poderosos, jueces y verdugos con derecho a actuar violentamente.

Creo que, a grandes rasgos, esto queda reflejado en La paciencia de la araña. De nuevo el autor ha dado en el clavo. De nuevo nos encontramos con un mundo que destaca por su falta de interés por el bien común, lo que importa es la preocupación desmedida, inmediata, personal, aunque para satisfacerla pongamos en peligro a los demás o a nosotros mismos «La carretera […] constelada de pequeñas lápidas adornadas con flores […] Un recordatorio continuo que, sin embargo, a todos les importaba un carajo».

Estamos en Italia, en Sicilia, a principios del segundo milenio. Nos creemos inmortales e inmunes a cualquier transgresión llevada a cabo, y asombra que aun hoy sigan cometiéndose delitos políticos, de evasión de capitales, de robos que no se pueden probar. Asombra que una y otra vez caigamos en lo mismo. Por mucho que algunos escritores, como Andrea Camilleri, hayan denunciado abiertamente la corrupción en algunas entrevistas, y bajo la pátina literaria a través de sus personajes.

En esta ocasión, Salvo Montalbano, aún de baja por la agresión con arma de fuego sufrida en Un giro decisivo, es requerido por su jefe para que colabore con Minutolo en la desaparición de Susana Mistretta. La chica ha sido secuestrada en condiciones que a Montalbano le resultan bastante raras, con el agravante de que su familia está en la ruina. El temor de que la hayan raptado para algo más grave que pedir dinero por su rescate, tiene en alerta a la policía, pues sabe que incluso los minutos son decisivos para resolver estos casos.

En La paciencia de la araña, Montalbano, herido no tanto física como moralmente por el devenir de los sucesos recientes, aparece algo más relajado y mucho más melancólico. Ve que su jubilación puede llegar en cualquier momento y se siente arropado en casa, a gusto con Livia, su eterna novia, que ha venido a estar con él hasta que se restablezca.

Pero aunque lo encontremos algo deprimido sigue hilando fino; descarta pistas falsas, analiza el suceso desde la distancia y cambia el rumbo de la investigación. Lo novedoso es que en esta ocasión la verdadera resolución del caso queda entre el comisario y los lectores. Salvo se ha dejado llevar, como de costumbre, por su instinto para enfocar correctamente las pesquisas y descubrir lo ocurrido, sin embargo no avisa a sus compañeros; prefiere que no intervenga la justicia legal sino la moral, y los lectores nos quedamos entristecidos, no por la decisión adoptada por nuestro comisario sino porque esa iniciativa no lo sube al nivel que le corresponde como investigador, y porque tampoco soluciona la vida de quienes fueron extorsionados en su momento. Son victorias personales, psicológicas, que Camilleri aprovecha para que se beneficien, aunque sea literariamente, los más necesitados.

Está claro que al comisario Montalbano le da igual la fama, el reconocimiento social; es feliz sabiendo que puede contar con el apoyo de sus amigos y de Livia, y rodeado de pequeños placeres, como bañarse en la playa donde tiene su casa, o ante una buena comida «que no es que cocinara mal, pero más bien tendía a lo insípido, poco aliñado y ligerito, a lo noto y no lo noto. Más que cocinar, lo de Livia era una insinuación culinaria».

Después de haber leído bastantes volúmenes de la saga Montalbano estoy convencida de que Salvo ha ido madurando, se ha vuelto más intuitivo, qué duda cabe, pero también más escéptico. Está desilusionado con una sociedad que va perdiendo los valores culturales, tradicionales, familiares y de amistad.

En la novela de Camilleri es fácilmente distinguible la actualidad, la realidad de lo que ocurre en su trama novelística se une sin dudar a la ficción literaria, con lo que el realismo social se acentúa: «¿Sabe? Soy una gran aficionada a la novela negra, pero usted, comisario, es mejor que Maigret, que Poirot, que… ¿Un café?».

Un realismo que se consolida con las reflexiones que Montalbano lleva a cabo en la novela: sobre la honradez, «Por consiguiente tanto los honrados como los que no lo son experimentan cierta inquietud…», sobre los problemas, eternamente sin resolver, de urbanismo y obras públicas, que representan un obstáculo para la mejoría de zonas poco transitadas, o pertenecientes a sectores más deprimidos de la ciudad «Obviamente era una de aquellas “obras en curso” que siguen en curso cuando todo el universo ha dejado de tener curso legal». Las consideraciones de Montalbano toman cuerpo de verdad absoluta en significados contrarios a lo expresado mediante la ironía; es lo que ocurre cada vez que alude de alguna manera a los inmigrantes y el estigma que, según consideran voces intransigentes e incultas van dejando en las ciudades, sin que queden culpados los verdaderos causantes o responsables del creciente nivel de delincuencia, «Además, era evidente que desde el inicio de aquella invasión de inmigrantes ilegales, la criminalidad había aumentado».

El problema que pueden suponer los medios de comunicación ante el respeto a la intimidad es evidente cuando los intereses de los mass media se anteponen a cualquier otra circunstancia, incluso aunque peligre la seguridad de los implicados. Y es un problema porque en esta sociedad tan comunicada el individuo se siente cada vez más solo, no importa tanto la persona como el rendimiento económico y la fama inmediata «A continuación les ofrecemos un documento terrible que hemos recibido esta mañana en nuestra redacción».

La paciencia de la araña tiene más momentos de reflexión que de acción, pero conserva el sello de su autor, y de sus personajes. Aunque en esta entrega los compañeros de Salvo son menos protagonistas, los mejores instantes de humor se los seguimos debiendo a Catarella «los que han llevado a cabo el secuestro no han sido los de la Fiscal ni los de la Bienamada —La Benemérita, Cataré». Aunque no faltan sarcasmos hacia quienes se creen poderosos, «El abogado era como indicaba su apellido: una luna. Cara de luna llena, cuerpo de luna obesa. Obviamente sugestionado por la imagen, el técnico de luces lo había envuelto todo en un

 resplandor de plenilunio». Tampoco escatima en ironías hacia los poderosos sin ideales, tan de moda antes y ahora «el actual subsecretario de Interior, condenado una vez por corrupción y otra por prevaricación, y acusado de un delito prescrito. Excomunista, exsocialista y ahora elegido triunfalmente por el partido de la mayoría».

La paciencia de la araña se escribió en 2004. En 2021 seguimos encontrando los mismos disparates amparados por una democracia ¿De quién es la culpa?

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