jueves, 14 de octubre de 2021

LA VERDAD IGNORADA

De nuevo tengo que agradecer a Babelio un regalo. Me llegó en la penúltima edición de Masa Crítica y, aunque estaba segura de que era bueno (Cátedra es una garantía y el autor, un erudito en literatura), no me esperaba el tesoro que contenía.

La verdad ignorada saca a la luz asuntos, detalles de ciertos autores (representantes de tantos hombres) que, a principios del siglo XX hubieron de luchar contra sus sentimientos, sus deseos más íntimos, para que no se notaran en una sociedad marcada por las reglas de la moral religiosa. Reglas que, además, no se aplicaban de la misma manera, pues siempre era un seguro pertenecer a la clase social alta y, sobre todo, moverse en círculos culturales. Aun así, escritores como Benavente sufrieron  maledicencias por parte de intelectuales de izquierda, el punto ácido de Gómez de la Serna salpicaba a todos, que veían la homosexualidad casi como un esnobismo.

Porque en realidad, en lo más hondo de la sociedad, se pensaba (aún hoy en ciertas esferas) que al homosexual se le pasaban sus deseos con una buena mujer a su lado que supiera atraerlo. De esta manera tantos matrimonios desgraciados, tantas vidas perdidas, tantos ánimos deprimidos y tanta ira de aquellos que no tuvieron libertad de expresión.

Emilio Peral Vega ahonda en nueve escritores que dejaron en su obra, más o menos de forma evidente, su preferencia sexual y los sufrimientos que les acarreó a pesar de que a algunos, como Álvaro Retama, no les importara pasar temporadas en la cárcel por escándalo público; otros como Benavente, se acogieron al régimen para estar más o menos protegidos y otros como García Lorca, tuvieron un final perpetrado por mentes cobardes y envidiosas.

El estudio se lleva a cabo en orden cronológico, de manera que el primero que aparece es el Premio Nobel Jacinto Benavente, triunfador social que, sin embargo, ocultó sus deseos en metáforas modernistas o en referencias veladas a la antigüedad tomadas de los poetas uranistas, un grupo de poetas ingleses que, entre 1850 y 1930, plasmaron de forma idealizada, en poemas conservadores, las relaciones que en la antigua Grecia tenían lugar entre hombres adultos y adolescentes.

A lo largo de su obra asistimos a la desilusión por no gozar de un amor verdadero, «Y al asomarse a tus ojos, mis ojos, / viste el fuego y no viste la luz»; probablemente por esto decidió en su madurez, como Pigmalión, contemplar la belleza del amor, «Yo gozo con sus goces / y sus besos, que para mí no son».

Asume el dolor sufrido en silencio y destapa su ira contra aquello que lo hizo diferente para su propia angustia y la ocasionada a su madre, «yo sé que Dios ha de perdonarme; / pero yo a Dios, no».

En su teatro, el autor establece atracciones homosexuales, aunque todo se resuelva al final de forma heterosexual. Adapta las relaciones ambiguas, o explícitas, que Shakespeare estableció en Noche de Reyes, a su Cuento de amor, advirtiendo que no se busque lógica, pues todo pertenece a la imaginación. También usa la lejanía temporal y espacial, en La sonrisa de la Gioconda, para que una cohorte de jóvenes dance en torno al Senex, a modo de la poesía uranista. El travestismo de nuestro teatro del Siglo de Oro también es una buena solución para enmascarar la verdad.

Y, por supuesto, las insinuaciones homosexuales del viejo Crispín al joven Leandro (Los intereses creados), se hacen como obligación que tiene cualquier criado para escalar socialmente «puede ser criado de algún señor poderoso que se aficione a él y le eleve hasta su privanza».

Tristeza absoluta la de aquellos que no tuvieron libertad de palabra o de actuación y debieron hacerlo a través de sus personajes, «Mi arte fue un modo de vivir. Por eso fue tal vez mezquina expresión de mi vida»

Emilio Peral repasa la novela homoerótica de principios del siglo XX en tres autores probablemente no tan conocidos (la censura deja su huella), Antonio de Hoyos, Álvaro Retama y Alfonso Hernández Catá, para que seamos conscientes de las vueltas que tuvieron que dar si querían publicar. Los tres encarnaron la lucha contra los valores burgueses de la Restauración, satirizando una sociedad cerrada a los avances culturales europeos por causa de la Iglesia, la política o el sistema judicial. Autores que, preocupados por dotar al ser humano de identidad libre, tuvieron que disfrazar sus obras de misticismo o dotarlas del voyerismo surrealista que se impondría después o plagarlas de referencias mitológicas para, en El martirio de San Sebastián, encubrir las humillaciones y asesinatos cometidos con los homosexuales; marcar los sentimientos homoeróticos como prácticas depravadas en Locas de postín; o explicitar las autocensuras que los propios homosexuales se imponían para intentar evitar sus deseos en El ángel de Sodoma.

Tristeza absoluta que se deriva de una «existencia fracasada, alimentada por la culpabilización propia y ajena y condenada, por tanto, a una resolución fatal». A esta conclusión llega Peral Vega y parece que fue la misma a la que llegaron los Martínez Sierra. El autor de La verdad ignorada nos regala, al final del volumen, Sortilegio, obra de teatro inédita, firmada por el matrimonio, que representa cómo las vidas pueden echarse a perder por pecar de inocencia; es el caso de Paulina que, enamorada de Augusto, no quiere ver la homosexualidad de este a pesar de que no sea a ella sino a Francisco a quien dirija sus halagos, mientras que para ella tenga expresiones envueltas en el cariño más fraternal «hija», «mi niña». Por su parte Francisco sufre estoicamente el amor, no correspondido, que siente por Paulina. Beatriz, la madre de Augusto, arruinada, pretende casar a su hijo con Paulina, rica heredera.

En el segundo acto aparece un matrimonio raro, Augusto se aflige cada vez que deja a Paulina para ir en busca de Leonardo, su enamorado, y ella padece porque no quiere ver de dónde viene la falta de pasión de su marido. Cuando por fin él le dice que nunca sentirá nada sexual hacia ella, Paulina, tras pasar por una depresión-locura, intenta darle celos con Francisco, quien la rechaza pues sabe sus verdaderas intenciones, sabe la orientación sexual de Augusto y sabe que ella quiere utilizarlo. Augusto decide finalmente suicidarse para que Paulina pueda ser libre, ya que él había entrado en un círculo de “pecado” que no le permitía vivir sino dañando a quienes tenía a su alrededor.

Tragedia, indudablemente, que refleja el tormento sufrido por aquellos que se sentían diferentes y, lo que es peor, que la sociedad consideraba diferentes y no los aceptaba.

Alguien debería lleva a escena esta obra, pues aunque está escrita hace casi cien años, algunos siguen anclados en esa época.

En este estudio no podía faltar Federico García Lorca, quien del simbolismo europeo aprendió las posibilidades que ofrecían las fábulas para reflexionar sobre posiciones y vicios humanos. A los animales unió la simbología del color y la que se desprende de la Comedia del Arte italiana. Por supuesto, Shakespeare continúa siendo el maestro. Observamos cierto paralelismo entre Oberón (El sueño de una noche de verano) y Curianito (El maleficio de la mariposa) quien rechaza a su curianita enamorada para (travestido) acercarse a la mariposa que lo rechazará, provocando su suicidio. El deseo homoerótico, limitado al voyerismo, lo encontramos en El amor de don Perlimplín con Belisa en su jardín. Cuando Perlimplín se ve incapaz de satisfacer a su mujer, se traviste de joven, pero al ser consciente de que no va a poder seguir la farsa hace que Perlimplín joven mate a Perlimplín viejo.

En los Sonetos del amor oscuro también encontramos el tinte trágico que adquiere la oscuridad, asociada a la enfermedad de amor. La dependencia emocional está latente en Lorca y prevalecen los momentos de contrariedad y desamparo por la ausencia.

Comparto la opinión de Peral Vega en que Cernuda sea quien «expresó con mayor rotundidad, dignidad y contundencia el deseo homoerótico en el arranque del siglo XX». Empieza describiendo placeres onanistas para luego asistir con temor surrealista a la excitación, aunque finalmente sea en el fluir del verso libre donde mejor expresa el pesar que siente. Si los espacios cerrados impedían al poeta avanzar «El afán, entre muros / […] / sin ayer ni mañana», verá en las estrellas la esperanza de su libertad sexual, «donde mis ojos, estos ojos, / se despiertan en otros». Luis Cernuda va haciéndose fuerte y, aunque la realidad hostil atemoriza su orgullo, se ve capaz de destruirla «Abajo, estatuas anónimas / sombras de sombras, miseria, preceptos de niebla». El poeta da comienzo al amor y da paso después a la tortura de la ausencia, al recuerdo y al olvido como única solución a la tristeza que lo embarga. Soledad, tristeza y poeta, términos que irán siempre juntos por ser «amor de justicia imposible».

Emilio Peral termina su recorrido del homoerotismo en la España de la preguerra civil con Eduardo Blanco-Amor, otro poeta homosexual, republicano que tuvo que afincarse en Buenos Aires, huyendo de la opresión que lo señalaba. Por una carta a García Lorca sabemos que fue en busca de un joven, que luego no le correspondió. Valiente a la hora de confesar sus sentimientos, no duda en desvelar escenas de masturbación, felación y «unión íntima de los dos cuerpos: … y los crujidos de tu carne tierna / te irán formando el alma en los adentros».

Sin embargo, la poesía de todos ellos, la literatura, queda cubierta por la melancolía del recuerdo, del deseo, de la opresión. Quizá por eso Blanco-Amor escribiera en un poema dedicado a su querido García Lorca, cuando supo de su muerte


Arcángel en tu nube nos esperas

en el portal del tiempo victorioso,

vivo en tu vida, más que nunca viva

Emilio Peral nos recuerda que no todo en la vida es blanco o negro, que no hay verdades absolutas y que los más bellos sentimientos pueden venir de todo lo que nos rodea.

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