He
terminado una novela que es más que novela negra; no sólo queda reflejado el
aspecto social, como en cualquier novela negra que se precie, también está
plagada de recursos que la califican de buena literatura y la acercan a los
grandes del género. Las sombras de Montalbán y Camilleri se alargan por los
Alpes italianos.
No
cabe duda de que es literatura actual, influida por los mass media, en concreto, las referencias al cine son abundantes, y
el lenguaje y técnicas de series televisivas influyen en los diálogos y en los
personajes. Ni el protagonista ni los secundarios están anclados, predominan
los antihéroes, personas que evolucionan con el paso del tiempo según las
circunstancias y la experiencia, que los capacitan para sobrevivir en la Italia
de hoy día y llevar con éxito el trabajo elegido, por vocación o porque no ha
surgido otra opción.
Me
he referido a Italia porque es evidente, pero podría reflejar cualquier país
del sur de esta Europa comunitaria donde vivimos.
Extraemos
sin dificultad, de las conversaciones entre los personajes, una crítica al
gobierno italiano, amortiguada por comparaciones extraídas del fútbol.
Sorprende que sea un juez quien las haga, pero con ellas insta a reflexionar
sobre lo bien pensadas que están las alineaciones deportivas, exigiéndoles lo
mejor sin importar de dónde vengan, y la poca relevancia que pedimos a los que
se van a encargar de la justicia, la sanidad o la educación de un país. Si
actuásemos como los entrenadores, «por
fin este país dejaría de ser un país de bufones. ¿Comprende?».
Pista negra es la
primera de la serie del subjefe de policía Rocco Schiavone. El antes comisario
es trasladado de Roma a un pueblo del valle de Aosta, por haberse tomado la
justicia por su mano con el hijo de un famoso político, un pederasta al que
Rocco le quita las ganas de volver a mirar a cualquier niño. A cambio debe sufrir
la venganza del político, arropado por amigos en las altas esferas. Y allí
Rocco consigue sobrevivir con su abrigo Loden y sus zapatos Clarks hasta que un
asesinato en una de las pistas de esquí le hace ver lo incongruente de su
atuendo. El argumento es bastante simple. Un vecino es atropellado por una
quitanieves en una de las pistas más apartadas de la estación de Aosta. El
cuerpo estaba enterrado, por lo que el conductor de la máquina no lo vio y lo
destrozó al pasarle por encima. Hay pues, pocas pistas para resolver el caso; aun
así Rocco Schiavone encuentra a los culpables.
Antonio Manzini nos lleva por donde quiere y los
lectores vamos elaborando la imagen de Rocco según leemos hasta que, al final,
a pesar de sus innumerables defectos, lo queremos un poco más y deseamos
seguirle la pista en siguientes entregas. No solo cambiamos de opinión con el
protagonista; por nuestra mente se suceden diferentes sospechosos hasta que el
autor presenta en bandeja una resolución que desconcierta por evidente o, todo
lo contrario, por increíble.
Aun
así, el asesinato de Pista negra no
es lo importante; lo primordial es conocer el lugar donde se quedará Rocco para
alegrarnos tardes de lectura, conocer a los que compartirán la comisaría con
él, a los habitantes de esa ciudad turística. En este sentido el trabajo de
Manzini es impecable pues nos ha acercado a todo ello con un arsenal de
recursos entre los que predomina el humor, siempre revestido de ironía o sarcasmo para definir a las personas
mediante la animalización «Está de suerte
aseguró el ñú, y se quedó allí, rumiando y mirando a Schiavone». Con humor,
mediante expresiones literales, halaga el poder o la astucia, «El hielo metafórico lo rompió la mujer».
Asimismo el uso de metonimias aporta cierta sonrisa al lector pues alejan
bastante el significado real del percibido, dando la impresión de que no
conservan el cambio semántico, «Rocco se
tumbó sobre el colchón de la NASA».
La
función metalingüística también es usual en la novela como técnica humorística
—…Mi
mujer es una tumba.
—Su
metáfora es de pésimo gusto, doctor Lorisaz
Y es
común que un personaje realice lo contrario de lo que dice, dejando en
evidencia la hipocresía social al mismo tiempo que limita su interacción con
quien habla, pues no le interesa argumentar. Esta tesitura provoca la risa
desinhibidora del lector:
—Dicen
que la policía no bebe cuando está de servicio, ¿es verdad?
—Sí
—le dijo Rocco, y se sirvió un vaso de licor.
El
efecto exagerado de la hipérbole realza la relajación en el lector y le sirve
al narrador para ayudar a definir el estado del protagonista mediante imágenes sugerentes
«A pesar del alarido del inalámbrico
sobre la mesilla de noche, consiguió situarse». De la misma manera las
comparaciones imposibles relajan, con
la sonrisa que nos provocan, la tensión provocada por determinadas situaciones,
consiguiendo que actúen como alerta para seguir el caso «—¿Qué pasa, Luisa? —inquirió Rocco, que sabía leer los matices, así
que no digamos algo marcado con rotulador fluorescente».
Vamos
conociendo a Schiavone por lo que hace, dice y piensa. La imagen que nos
hacemos de este subjefe vacila, antes de ser precisa, desde detestable hasta
profundamente atractiva, aunque mantenga, a pesar de todo, un punto borde con
el que paliar su rencor hacia el género humano. Puede que por eso sea un amante
de los animales «Deberías hacerte perro,
Italo». Tal vez esa sea la causa de que acudan a su mente imágenes de
animales con las que comparar a quien tiene delante; animalizaciones que no
siempre embrutecen al individuo «Le
miraba los labios húmedos y un poco colgantes, el pelo estriado de blanco y los
ojos bovinos y saltones». En ocasiones estas comparaciones ennoblecen, y en
otras lanzan una llamada de atención, pero siempre son reflejo de la forma de
ser del aludido, «su amigo era un Ursus
arctos horribilis […] Apacible, hermoso y grande, pero muy, muy peligroso».
Rocco
es un buen conocedor de los animales. Y del ser humano. Sabe que es la única
criatura egoísta capaz de conseguir lo que quiere sin importarle quién sale
perdiendo, sabe hasta dónde puede llegar, por eso para él un caso es «el décimo grado. El non plus ultra, la
madre de todas las tocadas de cojones». Y por eso está dotado de una gran
capacidad para herir a los demás, bien mediante la ironía, bien de manera
directa
—¿Quién
vendrá conmigo?
—Escoja:
Pierron o yo
—¡Pierron, no faltaría más! —repuso al
instante el subjefe.
Amante
de la comodidad, le resulta difícil adaptarse al frío extremo del norte de
Italia y le resulta imposible aceptar que los habitantes de una localidad como
Aosta puedan estar por encima de él en
conocimientos o habilidades
—…Aprendemos lenguas, economía,
estamos bastante a la vanguardia en la…
—¡Pierron! —lo interrumpió Rocco
—¡Cuando vosotros estabais en las cavernas, despiojándoos, en Roma ya éramos
maricas!
El
subjefe Schiavone hace alarde de una mentalidad machista, incapaz de ver en una
mujer algo que no sea su físico de forma tan precisa que llega a cosificarla y,
como cualquier machista, se cree irresistible para el otro sexo. En general es
amante de la belleza. El narrador siente debilidad por el personaje pues aunque
sea un dechado de vicios y defectos sabe sacar al niño que lleva dentro, un
niño que se emociona con los colores, la luz y la alegría. Por eso, a pesar de
su amor por la droga, tanto para consumo como para sacarle partido, a pesar de
sus maneras desabridas, hurañas, incluso prepotentes, empatizamos con él. Sabe
sus límites. Necesita a su lado alguien inteligente sin demasiados escrúpulos
ni vocación de entrega al estado, alguien en quien confiar para conseguir una
vida llevadera y descargar de vez en cuando la adrenalina. La pareja
Rocco–Pierron promete en este sentido, así como la relación don D’Intino traerá
momentos hilarantes, que nos recuerdan a los vividos por Montalbano con el
agente Catarella, pues, al igual que el comisario de Camilleri, el de Manzini
tampoco soporta la ineficacia
—…D’Intino y Deruta no dan señales de
vida […]
—Ni caso. Olvídate de ellos.
Considerémoslos desaparecidos en acto de servicio.
Al
final de la novela entendemos su odio, su actitud arrogante y su desprecio a
las normas. En realidad forman un escudo con el que se protege del profundo
dolor que lo acompaña a cada paso.
La estructura de la novela es lineal. Dividida en cinco apartados que llevan por título el día de la semana en que suceden los hechos, desde el «JUEVES» cuando aparece el cuerpo de Leone Miccichè, atropellado, hasta el «LUNES» en que todo queda resuelto. Un caso cerrado, casi exclusivamente por Rocco, aunque la novela permanezca abierta a las siguientes entregas del subjefe de policía.
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