¿Qué
hace del relato policial algo cada vez más recurrido por autores y lectores? La
novela que acabo de leer se escribió en 1991. Según se mire, en comparación con
las obras clásicas, hace dos días; pero si tenemos en cuenta nuestra medida del
tiempo en esta época de inmediatez en que vivimos, una eternidad. Y eso es lo
que me llama la atención. Después de veinte años la situación viene siendo, si
no igual, bastante parecida. ¡Qué poco avanzamos a pesar de lo que queremos
pensar!
La
novela negra es un nuevo modo de denunciar la realidad social y enfrentarse a
todos aquellos discursos que nos parecen abusivos. Está claro que, ante una
situación de injusticia, si nos mantenemos equidistantes, la estamos apoyando,
y los autores de novela negra, se posicionan para que veamos qué opinan. Ya lo
sabéis; si hay alguien que lea el blog; adoro a Camilleri porque es un espejo
de cómo actuamos por aquí, por esta cultura mediterránea (Antonio Manzini sigue
sus pasos). También Márkaris expone su sociedad griega sin tapujos, y en
nuestro país, Berna González Harbour es una representante a la altura de los
anteriores. Pues me acabo de enganchar a los países nórdicos. Henning Mankell escribió una saga, no
demasiado extensa, es cierto, murió en 2015, sobre el policía Kurt Wallander.
En esta primera entrega hay algo que llama la atención: el título, Asesinos
sin rostro y la portada, dos caballos extraídos de una pintura de James
Abbott. Inquietan los caballos y el título.
Al
sur de Suecia (Escania), en una granja de Lenarp han sido torturados y
asesinados dos ancianos. El marido, Johannes Lövgren, «yacía bocabajo […] con la parte superior del cuerpo al descubierto y
los calzoncillos bajados». La mujer, María, estaba en el suelo «atada a una silla. Le habían puesto una
fina cuerda alrededor del escuálido cuello». María aún tiene tiempo, antes
de morir en el hospital, de decir una palabra, «extranjeros», pista por donde empiezan la investigación,
incidiendo en aquellos que viven en Suecia pero no son de allí. El matrimonio
vivía de forma austera, por lo que no entienden que una tortura tan atroz se
haya llevado a cabo sin robar nada. Además, el único caballo que tenían estaba
comiendo cuando llegó la policía. Y ahí la segunda pregunta: ¿Quién capaz de
cometer dos brutales asesinatos se dirige luego al establo, para dar de comer
al caballo?
Pues
esto es lo que deben resolver Wallander y su equipo. Como en la realidad, la
investigación parece que fluye, se estanca, empieza por otra pista, vuelve a
pararse, hasta que seis meses después encuentran el rastro que los llevará a
solucionar los crímenes, quiénes lo hicieron y por qué. Todo tiene un por qué
y, a veces, la vida que llevamos no es la que mostramos a los demás, sino que
escondemos la cara en actos vergonzantes, humillantes para los demás, incluso con
tendencias asesinas.
Asesinos sin rostro extrema la causalidad y el
razonamiento deductivo para establecer la relación entre la propia novela y el
testimonio social reflejado en los personajes, entre los que encontramos
policías corruptos, gente oculta en movimientos xenófobos, personas que esconden
sus intenciones por el poder del dinero, la soledad de los ancianos y sus
consecuencias, los problemas de la inmigración, el alcoholismo y todo lo que de
él se deriva, la violencia de género, las relaciones familiares… Una sociedad
que desmonta el paraíso idílico, educado y feliz que mostraban al mundo los
países escandinavos.
Puede
que el caso y su resolución no sea todo lo trepidante a lo que estamos
acostumbrados en la novela negra. Transcurren seis meses y tampoco quedan
resueltos todos los cabos, pero creo que esto es precisamente lo que me ha
atraído de la novela. Mankell da un respiro al lector, pues las paradas de la
investigación sirven para traer otros asuntos que van formando una descripción
perfecta del ambiente social, policial y familiar de Kurt Wallander. No he
leído más novelas del autor pero tengo la impresión de que en esta ha querido
retratar a su protagonista principal. Alguien a quien, en principio, lo vemos
como el antihéroe total, por el que sentimos cierta antipatía incluso, hasta que
nos damos cuenta de que no es ni más ni menos que un hombre normal.
Henning
Mankell no pretende interpretar los problemas sino que los trae a las páginas,
sin ningún tipo de pudor. El racismo infundado es algo que tiene cabida en todo
el mundo «¿Qué hay detrás? ¿Nuevos nazis?
[…] ¿Salir a la carretera y pegarle un tiro a una persona totalmente
desconocida? ¿Solo porque da la casualidad de que es negro?».
Los
conflictos más o menos graves del alcoholismo —según el grado— van desde
puntuales contratiempos que prácticamente no contempla la ley, pero influyen en
el trabajo policial, «Hemos tenido un fin
de semana excepcionalmente problemático por peleas y borracheras. Apenas he
podido hacer mucho más que tirar a la gente de las orejas», hasta
agresiones o actos que pueden poner en peligro nuestra integridad o la vida de
los demás, como violaciones «El alcohol
lo volvía agresivo. La miró y notó que se excitaba» o accidentes «De la misma manera que cuando había
conducido borracho después de la cita con Mona». Kurt Wallander pasa por
esto. Imbuido en el estrés que supone su trabajo sufre el divorcio de su mujer
y la separación de su hija. Las trabas para llevar una vida feliz se
multiplican por lo que va siendo consciente (y el lector también) de sus
defectos. El día a día es tan agobiante que su arreglo personal pasa a un
segundo plano «Volvió la cara al
contestar, pues en ese momento se dio cuenta de que había olvidado lavarse los
dientes». Es adicto a la comida basura, rápida, aun siendo consciente de
que lo ha hecho engordar «se sentía
inseguro, indeciso. Y la ensalada no era suficiente comida para él».
Kurt
se distancia también de su padre quien, solo, empieza a acusar los síntomas de
la demencia senil «El mal olor que
desprendía el cuerpo de su padre era agrio. […] Era inútil seguir hablando de
un geriátrico o un piso protegido. Primero tenía que hablar con su hermana».
Todo se desmorona en torno a este jefe de policía en funciones hasta que es
consciente de que ha tocado fondo, «Salió
del coche. La noche era fría. Tenía frío. Algo había terminado».
Pero
Wallander continúa confrontando sus emociones con reflexiones hasta que, seis
meses después comienza a ver los resultados. Va entendiendo los problemas que
trae consigo la inmigración; el mayor, la inseguridad a la que están sometidos
tanto los ciudadanos, expuestos a drogas, robos, violencia, asesinatos, como
los propios inmigrantes, expuestos al paro, la mendicidad, trabajos esclavos y
asesinatos. El autor es consciente del problema «La inseguridad en este país es grande […] Es la falta de política de
refugiados la que está creando el caos […] Pero el Departamento de Inmigración
y el gobierno tendrán que aceptar su parte de culpa».
Mankell
trae a la novela los movimientos de extrema derecha, la inestabilidad e
inseguridad de los campos de refugiados, las estratagemas que utilizan aquellos
que no son aceptados en un país y la injusticia que se comete al mirar a todos
los extranjeros como gente que invade exigiendo derechos.
Kurt
Wallander va tomando consciencia de la presión que ejercen estos problemas en
su yo desdoblado hasta que deja de culparse y puede volver a la normalidad «Logró perder cuatro kilos […] notaba que
sus celos se desvanecían despacio». Está preparado para afrontar los
siguientes casos que se le presenten. Y nosotros también. Lo hemos conocido y
nos ha gustado. También el estilo del autor, frío, conciso aunque sin obviar
detalles poco importantes que no aportan nada a la investigación pero reflejan
el día a día de la profesión
Dejó
su informe a uno de los policías […]
Luego
repasó las facturas que había olvidado pagar […]
Más
tarde contestó a una encuesta […]
A
las ocho leyó el informe de Svedberg sobre el accidente […]
A las ocho y media, dos hombres empezaron una pelea…
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