sábado, 7 de agosto de 2021

ASESINOS SIN ROSTRO

¿Qué hace del relato policial algo cada vez más recurrido por autores y lectores? La novela que acabo de leer se escribió en 1991. Según se mire, en comparación con las obras clásicas, hace dos días; pero si tenemos en cuenta nuestra medida del tiempo en esta época de inmediatez en que vivimos, una eternidad. Y eso es lo que me llama la atención. Después de veinte años la situación viene siendo, si no igual, bastante parecida. ¡Qué poco avanzamos a pesar de lo que queremos pensar!

La novela negra es un nuevo modo de denunciar la realidad social y enfrentarse a todos aquellos discursos que nos parecen abusivos. Está claro que, ante una situación de injusticia, si nos mantenemos equidistantes, la estamos apoyando, y los autores de novela negra, se posicionan para que veamos qué opinan. Ya lo sabéis; si hay alguien que lea el blog; adoro a Camilleri porque es un espejo de cómo actuamos por aquí, por esta cultura mediterránea (Antonio Manzini sigue sus pasos). También Márkaris expone su sociedad griega sin tapujos, y en nuestro país, Berna González Harbour es una representante a la altura de los anteriores. Pues me acabo de enganchar a los países nórdicos. Henning Mankell escribió una saga, no demasiado extensa, es cierto, murió en 2015, sobre el policía Kurt Wallander. En esta primera entrega hay algo que llama la atención: el título, Asesinos sin rostro y la portada, dos caballos extraídos de una pintura de James Abbott. Inquietan los caballos y el título.

Al sur de Suecia (Escania), en una granja de Lenarp han sido torturados y asesinados dos ancianos. El marido, Johannes Lövgren, «yacía bocabajo […] con la parte superior del cuerpo al descubierto y los calzoncillos bajados». La mujer, María, estaba en el suelo «atada a una silla. Le habían puesto una fina cuerda alrededor del escuálido cuello». María aún tiene tiempo, antes de morir en el hospital, de decir una palabra, «extranjeros», pista por donde empiezan la investigación, incidiendo en aquellos que viven en Suecia pero no son de allí. El matrimonio vivía de forma austera, por lo que no entienden que una tortura tan atroz se haya llevado a cabo sin robar nada. Además, el único caballo que tenían estaba comiendo cuando llegó la policía. Y ahí la segunda pregunta: ¿Quién capaz de cometer dos brutales asesinatos se dirige luego al establo, para dar de comer al caballo?

Pues esto es lo que deben resolver Wallander y su equipo. Como en la realidad, la investigación parece que fluye, se estanca, empieza por otra pista, vuelve a pararse, hasta que seis meses después encuentran el rastro que los llevará a solucionar los crímenes, quiénes lo hicieron y por qué. Todo tiene un por qué y, a veces, la vida que llevamos no es la que mostramos a los demás, sino que escondemos la cara en actos vergonzantes, humillantes para los demás, incluso con tendencias asesinas.

Asesinos sin rostro extrema la causalidad y el razonamiento deductivo para establecer la relación entre la propia novela y el testimonio social reflejado en los personajes, entre los que encontramos policías corruptos, gente oculta en movimientos xenófobos, personas que esconden sus intenciones por el poder del dinero, la soledad de los ancianos y sus consecuencias, los problemas de la inmigración, el alcoholismo y todo lo que de él se deriva, la violencia de género, las relaciones familiares… Una sociedad que desmonta el paraíso idílico, educado y feliz que mostraban al mundo los países escandinavos.

Puede que el caso y su resolución no sea todo lo trepidante a lo que estamos acostumbrados en la novela negra. Transcurren seis meses y tampoco quedan resueltos todos los cabos, pero creo que esto es precisamente lo que me ha atraído de la novela. Mankell da un respiro al lector, pues las paradas de la investigación sirven para traer otros asuntos que van formando una descripción perfecta del ambiente social, policial y familiar de Kurt Wallander. No he leído más novelas del autor pero tengo la impresión de que en esta ha querido retratar a su protagonista principal. Alguien a quien, en principio, lo vemos como el antihéroe total, por el que sentimos cierta antipatía incluso, hasta que nos damos cuenta de que no es ni más ni menos que un hombre normal.

Henning Mankell no pretende interpretar los problemas sino que los trae a las páginas, sin ningún tipo de pudor. El racismo infundado es algo que tiene cabida en todo el mundo «¿Qué hay detrás? ¿Nuevos nazis? […] ¿Salir a la carretera y pegarle un tiro a una persona totalmente desconocida? ¿Solo porque da la casualidad de que es negro?».

Los conflictos más o menos graves del alcoholismo —según el grado— van desde puntuales contratiempos que prácticamente no contempla la ley, pero influyen en el trabajo policial, «Hemos tenido un fin de semana excepcionalmente problemático por peleas y borracheras. Apenas he podido hacer mucho más que tirar a la gente de las orejas», hasta agresiones o actos que pueden poner en peligro nuestra integridad o la vida de los demás, como violaciones «El alcohol lo volvía agresivo. La miró y notó que se excitaba» o accidentes «De la misma manera que cuando había conducido borracho después de la cita con Mona». Kurt Wallander pasa por esto. Imbuido en el estrés que supone su trabajo sufre el divorcio de su mujer y la separación de su hija. Las trabas para llevar una vida feliz se multiplican por lo que va siendo consciente (y el lector también) de sus defectos. El día a día es tan agobiante que su arreglo personal pasa a un segundo plano «Volvió la cara al contestar, pues en ese momento se dio cuenta de que había olvidado lavarse los dientes». Es adicto a la comida basura, rápida, aun siendo consciente de que lo ha hecho engordar «se sentía inseguro, indeciso. Y la ensalada no era suficiente comida para él».

Kurt se distancia también de su padre quien, solo, empieza a acusar los síntomas de la demencia senil «El mal olor que desprendía el cuerpo de su padre era agrio. […] Era inútil seguir hablando de un geriátrico o un piso protegido. Primero tenía que hablar con su hermana». Todo se desmorona en torno a este jefe de policía en funciones hasta que es consciente de que ha tocado fondo, «Salió del coche. La noche era fría. Tenía frío. Algo había terminado».

Pero Wallander continúa confrontando sus emociones con reflexiones hasta que, seis meses después comienza a ver los resultados. Va entendiendo los problemas que trae consigo la inmigración; el mayor, la inseguridad a la que están sometidos tanto los ciudadanos, expuestos a drogas, robos, violencia, asesinatos, como los propios inmigrantes, expuestos al paro, la mendicidad, trabajos esclavos y asesinatos. El autor es consciente del problema «La inseguridad en este país es grande […] Es la falta de política de refugiados la que está creando el caos […] Pero el Departamento de Inmigración y el gobierno tendrán que aceptar su parte de culpa».

Mankell trae a la novela los movimientos de extrema derecha, la inestabilidad e inseguridad de los campos de refugiados, las estratagemas que utilizan aquellos que no son aceptados en un país y la injusticia que se comete al mirar a todos los extranjeros como gente que invade exigiendo derechos.

Kurt Wallander va tomando consciencia de la presión que ejercen estos problemas en su yo desdoblado hasta que deja de culparse y puede volver a la normalidad «Logró perder cuatro kilos […] notaba que sus celos se desvanecían despacio». Está preparado para afrontar los siguientes casos que se le presenten. Y nosotros también. Lo hemos conocido y nos ha gustado. También el estilo del autor, frío, conciso aunque sin obviar detalles poco importantes que no aportan nada a la investigación pero reflejan el día a día de la profesión


Dejó su informe a uno de los policías […]

Luego repasó las facturas que había olvidado pagar […]

Más tarde contestó a una encuesta […]

A las ocho leyó el informe de Svedberg sobre el accidente […]

A las ocho y media, dos hombres empezaron una pelea…

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