jueves, 18 de octubre de 2018

MARGEN DE ERROR



Me gustaría comenzar la crítica de esta novela con una llamada de atención a la autora. Es cierto que ha pasado un año desde la última entrega de la saga de la comisaria María Ruiz. Ahora, que he leído la segunda, escrita en 2014, y que me he enterado de por qué Tomás quedó en ese estado en Las lágrimas de Claire Jones, de por qué murió, lógicamente, el comisario Carlos y de por qué María estaba destinada en Soria, necesito saber más de esta comisaria, de su vida privada y policial, así que, Berna González Harbour, estoy impaciente por leer la siguiente entrega de la comisaria Ruiz.

Para quien no haya leído ningún de las tres novelas que componen la saga (por ahora), diré que no es necesario hacerlo por orden, aunque, sobre todo, la vida personal de los personajes, si se hace de forma cronológica, va adquiriendo un sentido mucho mayor. Pero siempre hay algo, una digresión, un comentario, que va poniendo en situación al lector.

Conocí a González Harbour a través de Verano en rojo y me encontré con su protagonista, la comisaria María Ruiz, una de tantas heroínas que afortunadamente velan desde el anonimato por nosotros. Porque es cierto que es un personaje, que maneja con una soltura inigualable datos, atrevimiento y sensatez, pero dentro de esta ficción hay mucho de realidad. El áspero argumento de esta novela, y su resolución me sobrecogió de tal manera que leí la tercera, Las lágrimas de Claire Jones, y aunque las tramas son distintas ambas participan de un homenaje al buen periodismo, en el que la unión con el departamento policial es casi necesaria. Ambas dejan ver desde sus primeras páginas la crudeza de la novela negra; pero lo mejor es que los crímenes están motivados por situaciones totalmente actuales. Si la corrupción religiosa y la llamada a la importancia que tiene la infancia para tener después una madurez natural son las causas que facilitan Verano en rojo, la trata de blancas y la corrupción policial quedan al descubierto en Las lágrimas de Claire Jones. Así pues he leído la segunda, Margen de error. La tónica de la autora se mantiene, historias, en principio diferentes, que van convergiendo en una trama tan horrible y severa como la propia realidad, esa a la que se enfrentan, a costa de su propia integridad, aquéllos que dedican su vida a mejorarla.

El homenaje al buen periodismo continúa, ahí está Luna y los jóvenes que empiezan con ganas, sin miedo a que se desvele la verdad aunque sea a riesgo de perjudicarse ellos mismos.

En Margen de error se parte de una situación aparentemente sencilla, el suicidio de Héctor García, pero antes de dar el caso por cerrado, aparece, anticipándose a lo previsto, la comisaria María Ruiz, pues toma el alta médica sin deberlo ya que su bazo no está totalmente curado del caso que resolvió anteriormente. Ella se da cuenta de que hay algo anormal en ese suicidio, como así se lo hace saber la madre del muerto, la señora Lotusse, viuda de García que recuperó su apellido de soltera al morir éste.

Al investigar un poco más se da cuenta de que han sido numerosos suicidios de trabajadores pertenecientes a Petrole de France. Así pues la autora comienza exponiendo un caso basado en la realidad, ya que en 2009 se suicidaron en Francia 23 trabajadores que iban a ser despedidos de France Telecom. Aunque es ficción, en Margen de error hay toda una radiografía social: la crisis económica, la corrupción empresarial y el uso o mal uso de la tecnología.

Como en toda novela el argumento incluye un enigma, la propia acción policial, que requiere una minuciosa investigación y, por supuesto, la resolución del caso. Pero como es la novela negra de Berna González el enigma se va multiplicando. Hasta cuatro casos diferentes, todos con un enfoque realista salpicados de tintes sociales, políticos y urbanos, como los grupos violentos que pueblan la sociedad y practican el crimen organizado. En este caso son los albanokosovares quienes están dispuestos a lo que haga falta por enriquecerse. Pero no sólo ellos, el comportamiento y pensamiento de los personajes está tan detallado que es fácil adentrarse en la psicología de cada uno de ellos, de esta forma al lector no le resulta complicado centrarse en la estética violenta que pretende, la falta de escrúpulos ante familiares, niños o inocentes son los elementos que definen tanto al enigma como a la resolución.

Los hechos se presentan de forma lineal pero serán las analepsis o la acumulación de incógnitas las que saquen el enigma a la luz; enigma que poco a poco vamos uniendo al anterior hasta que los cuatro casos confluyan en el mismo.

La novela comienza con un monólogo interior, después sabremos de quién se trata. El informático de la policía, Tomás, se ve envuelto en un intento de suicidio, el de su amigo Gabriel Ros, algo que no le cuadra pues su mujer estaba a punto de dar a luz y ambos tenían una gran ilusión con el pequeño.

—¿Qué ha ocurrido?
—No lo sé
—Parecíais felices ¿no lo sois?
—Creía que sí
—¿Os habéis peleado?
—No
—¿Algún lío en el trabajo?
—Nada que yo sepa
—Cuéntame qué ocurrió

Tomás era más que un aliciente para María y a ella le extraña, al incorporarse al trabajo, no saber nada de él; los compañeros no se atreven a decirle que está en coma pues cayó al vacío esposado su amigo Gabriel en el segundo intento de suicidio de éste. Así pues cuando María vuelve a la comisaría, sólo se encuentra con el presunto suicida, Héctor García, y como no ve claro este suceso, decide investigar el caso con su equipo. Este hecho, que cada vez resulta más imposible de mantenerse, queda por momento en segundo plano ante el secuestro de la hija de Carla, una amiga del periodista Luna a quien avisa Carla porque los secuestradores la han amenazado si la policía se entera.

Sabía muy bien de qué se trataba. Unos desalmados te metían velozmente en un capó […] allí un par de bestias te zurraban si llorabas o intentabas escapar, te arrojaban un bocadillo seco de cuando en cuando […] Después venían las curas, las cicatrices, las visitas al psicólogo, las pesadillas, las secuelas […] Pero lo que no había visto es que la persona arrojada a ese capó maloliente y oscuro fuese una niña, una pequeña de solo cinco años…

Sin embargo, como en la realidad, hay un fallo que permite tirar del hilo para enterarnos de la verdad. La madre de Héctor García e Irene Lotusse aparece asesinada en su casa cuando María va a verla paras hablar sobre su hijo. Al preguntar al portero se entera de que Irene es una alta ejecutiva de la empresa Petrole de France mientras que su hermano Héctor era uno de los conserjes que, además, justo antes de suicidarse se había comprado uno de los coches más lujosos de mercado.

La otra García Lotusse, la hermana que la había hecho salir cuando ella conversaba con su madre. La última visita que Ernesto había identificado antes del asesinato. Era imposible que una hija matara a su madre, pero acaso había tenido algo que ver.

Por otro lado Tomás descubre algo en los ordenadores de su amigo Gabriel Rey, que también trabajaba para la misma empresa y había tenido alguna relación con Irene Lotusse. La investigación que llevan a cabo Luna, el profesor de periodismo, Pascual y algunos estudiantes, los conducen, en el secuestro de la niña, hasta su propio padre, Fernando Giménez de la Vega, abogado y director del Plan Futuro de Petrole de France. Todos están relacionados con esa empresa y todos, a su vez, con Irene Lotusse, en realidad Irene García, pues ella no era hija de la señora Lotusse sino fruto de una aventura de su padre, quien la llevó a vivir con su mujer y hermanastro al morir la madre de ella.

Así pues, todo apunta a una persona y el móvil es el mismo, la ambición. Fantástica trama que mejora por el dinamismo que aportan los diálogos mezclados con el estilo indirecto libre o éste introducido en la narración, pues destaca la interiorización de las acciones del personaje, haciendo que su conciencia se nos revele desde la intimidad; sus sensaciones van quedando al descubierto «Recordó a su amigo ingresado, luego una voz ronca […] con una larga melena cayendo incontrolada sobre las transparencias de encajes […] “estás enfermo”».

Por otro lado, nos sólo analepsis nos ponen en situación, también hay prolepsis que anuncian aquello de lo que nos enteraremos más tarde, aunque no son adelantos del tiempo real sino de la escritura, pues aproximadamente todo ocurre en momentos parecidos:

—Lo siento, señores, lamento dejarles solos. Pero me tengo que ir… tenemos una emergencia —dijo mientras les daba la mano—. Les dejaré mi teléfono por si…
—No te apures chaval. La comisaria también nos ha dado su teléfono […]
… nadie le iba a impedir ver a Tomás, qué se habían creído […] A la Paz llegó en pocos minutos…

El dinamismo se hace más evidente al incrementar la tensión; una de las técnicas que el narrador, en tercera persona, utiliza para ello es la descripción de las acciones recíprocas que adelantan sucesos inevitables cuyas consecuencias se dejarán ver más adelante, aunque siempre traerán una sorpresa añadida «Le sacó una foto. Y otra. Tomó aliento […] Pulsó nerviosamente el clic de la cámara para inmortalizarle de frente cuando se dio cuenta de que, desde abajo, le llegaba el destello de otro flash».

El final de los capítulos, por supuesto, también mantiene la atención y la tensión del lector, que se va imaginando lo que ocurre al tiempo que lo van descubriendo los personajes; mientras tanto, las preguntas retóricas, los recuerdos de alguna conversación, decisiones que parecen impedir la pronta resolución, o la visión de la naturaleza vaticinadora van destinados a que no perdamos nada de vista y a integrarnos de lleno en la trama

«¿Qué contenía ese puñetero pendrive?»

«Volvió a repicar en su memoria “Mi hijo no se ha matado”»

«Luna le miró con cierta compasión. Pero no. No se lo iba a explicar»

«Dirigió su último vistazo a la luna, que en ese momento se vio cubierta por un nubarrón más lento y abigarrado y, tras cerrar definitivamente la ventana, se largó».

La novela se cierra con otro monólogo interior de quien la abrió; al finalizar de esta forma descubre a su vez un resquicio por donde continuar la siguiente entrega. Fantástica idea que, de nuevo, acrecienta las ganas del lector de seguir leyendo, de seguir la pista a esta comisaria ya su equipo. Efectivamente salió el último volumen de la saga el año pasado, como ya apuntamos antes, pero este también termina con posibilidades de continuar. Posibilidades que esperamos se hagan realidad muy pronto.

No hay comentarios:

Publicar un comentario