domingo, 1 de agosto de 2021

EL POZO

La idea de unir periodismo y literatura es antigua. Y además siempre resulta, porque la emoción de lo ocurrido en la realidad se une al aumento de interés que surge en el lector por saber qué final le da el autor a un hecho trágico que ha estado en primera plana durante un tiempo, por saber si estamos ante una novela testimonial o ante un testimonio novelado.

Lo importante de la última novela que he leído no es el suceso —conocido por todos gracias a los medios de comunicación— sino el punto de vista que Berna González Harbour adopta al contarlo y, por supuesto, los recursos literarios de los que hace gala para que la realidad no desbanque a la ficción.

El referente de El pozo es un hecho que conmocionó a toda España y movió recursos de todo el país para que llegase a buen fin. Un niño cayó a un pozo, y durante días hubo un despliegue absoluto para poder sacar el cuerpo enterrado. Un hecho tan simple como terrible que nos alteró al tiempo que desató todo tipo de actividades que, por momentos, fueron desviando la atención y los pareceres de un público ávido de mayores atrocidades.

En la novela, Estrella, una niña de tres años ha caído a un pozo de 100 metros de altura y de no más de 25 centímetros de diámetro. Los bomberos, periodistas, mineros, todos trabajan para dar la noticia unos y salvar a la niña otros. La periodista Greta Cadaqués es la encargada de informar pero, al mismo tiempo, ha sido nombrada para formar parte de un jurado popular que debe decidir sobre la inocencia o culpabilidad del acusado, un chico que, tras ver un partido en familia, mata supuestamente a su madre. No hay testigos, tampoco huellas de posibles asesinos. Greta nos ofrece los dos casos, uno que lleva ayudada por Quatremer, un cámara experimentado para quien lo primero y único es retransmitir la noticia, sin juzgar. Al jurado popular se enfrenta intentando salvar el obstáculo de Julián, otro miembro que tiene claro desde un primer momento la culpabilidad del acusado.

A la trama argumental, Berna González le aporta cierto carácter subjetivo, un punto ficticio novelado que hace de la periodista que es, una contadora de historias fantástica, capaz de conseguir que algo que sacudió al país durante días pueda volver a acelerar el pulso de quien lee la novela. Ahora no tenemos la televisión delante, sin embargo las imágenes que nos ofrece la autora son tan nítidas como las que hubiera grabado con su cámara el mismísimo Quatremer.

Ambos casos de El pozo, el extraído de un hecho real y el posible en la cotidianeidad, son verosímiles y novelables. En los dos, la muerte es el núcleo, algo por lo que el ser humano se ha sentido atraído desde siempre y, después de leer las novelas de González Harbour, Verano en rojo, Margen de error, Las lágrimas de Claire Jones y la magistral El sueño de la razón, puedo decir que la autora ve la vida y la muerte como dos fuerzas imantadas imposibles de separar.

Recuerdo alguna novela basada en la desgracia real de un niño, en la que el narrador o el periodista encargado de informar terminan identificándose con el pequeño. Pero la autora de El pozo no busca solo la empatía con los afectados. En esta novela hay una fuerte crítica al periodismo sensacionalista y un emotivo homenaje al periodismo sin adjetivos.

Con la trama de Estrella, González Harbour ha creado una historia valorativa en la que, con fines catárticos, saca a la luz la intrahistoria de la que formamos parte. La sobrevaloración del físico es algo obvio en una sociedad que paradójicamente va igualando en oportunidades a hombres y mujeres y sin embargo, la presencia de la mujer es un dato a tener en cuenta en nuestra forma de vida inmediata; todo es efímero y apostamos por lo bello aunque solo aporte eso «Siempre las elegían más guapas. Aunque les pagaran lo mismo. Era de suponer», «…eso empezaba a ser más importante de lo que parecía en el mundillo de la televisión».

El sensacionalismo que invade los mass media es equiparable al daño que causan las redes sociales cuando difunden embustes sin comprobación alguna, por tener más seguidores o por cualquier tipo de odio «—Que habíais excavado el pozo para guardar droga […] Está circulando por todos los grupos de WhatsApp».

El racismo que circula, agazapado, en nuestra sociedad salta a la más mínima excusa. La sociedad del primer mundo es racista, aunque sea un término tabú. Todos lo niegan hasta que un extranjero se ve involucrado en cualquier hecho «El padre de la criatura había sido detenido. Vasile, pintor y albañil […] ocho años en España y natural de Rumanía […] interrogado por la policía. Según algunas fuentes […] eso desataría la tentación xenófoba».

Pero el periodismo sensacionalista escarba hasta en lo más inútil e insospechado solo por tener audiencia, por la fama momentánea, porque en realidad, lo que nos gusta es no reflexionar, nos gusta además sentirnos a salvo de las miserias de los demás, por eso nos regodeamos en el dolor ajeno sin tener en cuenta el daño que podemos hacer, y, lo más curioso es que el daño es mayor cuanto menos tienen los afectados. ¿Por eso la prensa amarilla se ceba con los más necesitados aun siendo las víctimas?


—¿Es el triciclo de Estrella?

—Supongo –Danilo se encogió de hombros […] La verdad es que sí. Fue su regalo de Reyes.

Los que tenían cuaderno apuntaron, los que tenían móvil lo acercaron…

En este mundo sensacionalista y efímero los periodistas añaden a sus recursos otros que vienen de los videojuegos o la publicidad. Todo vale para enganchar a la audiencia, para conseguir expectación, de forma que el periodismo se transforma en un gran espectáculo que ofrece más de un escenario con el que satisfacer la curiosidad. Probablemente nos estemos acostumbrando a mantener la atención durante muy poco tiempo, por eso, además de imágenes en bucle o anuncios publicitarios, se requieren diversos focos que atraigan mientras una imagen se repite una y otra vez hasta que despierte conciencias que, por otro lado, suelen despertarse vengativas, a lo mejor por el hartazgo de verlas continuamente. «A los marroquíes se habían sumado algunos chinos que vendían […] Falta el top manta […] Y redactoras nuevas […] Informar en movimiento era una de las nuevas modas en las coberturas en directo».

Y hay periodistas que no escatiman en recabar información de quienes no suponen ninguna autoridad en la materia. Son los vecinos, los viandantes, los que no saben del caso que, sin embargo, se resisten a rechazar su momento de gloria ante las cámaras para no decir nada.

El éxito periodístico es paradójico, tiene una relación inversamente proporcional al fracaso de los medios de salvamento; cuanto mayor sea su rapidez de actuación, más efímero es el éxito del periodista pues ve mermada su fama o su recompensa económica.

En realidad, Berna González, a través de sus personajes, nos hace preguntas para que reflexionemos —y dudemos— sobre nuestras convicciones «Y si además hubiera tenido piernas que exhibir, ¿acaso habría tenido otra […] mentalidad?».

Estos temas son algunos ejemplos que podemos encontrar en El pozo. Temas reales que la autora es capaz de novelar basándose en una serie de recursos literarios: El pensamiento de Estrella, corto, se une a las interminables jornadas plagadas con las diferentes actividades de rescate, por lo que la inquietud en el lector se acrecienta. Asimismo el ritmo lento del pensamiento infantil se une al rápido de las conversaciones en las que vamos solapando temas hasta que la verdadera tragedia queda inconsistente en nuestra memoria «Cien putos metros. Los excavan y los dejan sin tapar, los cabrones […] aquí tenemos noticia, niña, ¿o era ron?».

Con ironía, sarcasmo o frustración, el narrador abandona en algunos momentos su voz y se la ofrece a una Greta oculta que, en forma de diccionario, explica términos puntuales que aparecen en sus reflexiones: «Presentadora: dícese de mujer atractiva […] Enfermera: Dícese de una fuente interesante en el actual estado de la cuestión que valía para salvar un sábado (sabadete) pero poca cosa comparada con lo que pedía el jefe…».

Y otro recurso es recordar la necesidad de la cultura para afrontar dignamente la vida comunitaria, por lo que, a través de otro personaje, no duda en hacer un guiño a El sueño de la razón «Goya pintó todo Madrid […] Preservó siempre su intimidad. Por eso tienen tanto valor».

Si la saga de la comisaria Ruiz me tiene totalmente enganchada, con El pozo Berna González Harbour ha demostrado (una vez más) ser buena periodista y excelente escritora. Demuestra el poder de las redes sociales, que amparándose en la libertad de expresión son capaces de torcer la realidad para que salga a flote la xenofobia y el interés personal. Demuestra que el ser humano percibe la realidad según sus propias circunstancias y cuesta, muchísimo, ponerse en la situación del otro.

Demuestra que si la noticia es efímera sus novelas serán recordadas por la cantidad de temas que albergan, por su ritmo trepidante capaz de conseguir que deseemos que el libro no acabe, aunque veamos acercarse irremediablemente el final porque no podemos parar de leer.

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